Antesala
René Ostos
—Va a llover.
—No, no va a llover.
—Claro que sí, mira las nubes, están cargadas.
—Pero si ni hay nubes.
—Aquí no, pero mira hacia la sierra, el cielo se ve negro y hay viento.
—Si el viento soplara, mecería las ramas de los árboles.
—No se mueven de lo secas que están.
—Recuéstate, Mateo, ya te volvió la fiebre.
—Va a llover, estoy seguro.
—Ya no tiene caso, la sequía mató a los animales, el maíz se perdió…
—Pero va a llover.
—¡Viejo necio, aunque llueva ya todo está perdido!
—¿Por qué me quitas la esperanza?
—Porque es lo que te mantiene vivo, ya no quiero que sufras… y me siento muy sola.
—Te extraño.
—Yo también, Mateo, por eso vine.
—¿Duele?
—Sólo un poco. Después ya no se siente nada.
—¿Estarás ahí conmigo?
—Sí, viejo.
—¿Escuchas? Ya está tronando, va a llover.
—Cierra los ojos, Mateo, ya es hora.
—No, no va a llover.
—Claro que sí, mira las nubes, están cargadas.
—Pero si ni hay nubes.
—Aquí no, pero mira hacia la sierra, el cielo se ve negro y hay viento.
—Si el viento soplara, mecería las ramas de los árboles.
—No se mueven de lo secas que están.
—Recuéstate, Mateo, ya te volvió la fiebre.
—Va a llover, estoy seguro.
—Ya no tiene caso, la sequía mató a los animales, el maíz se perdió…
—Pero va a llover.
—¡Viejo necio, aunque llueva ya todo está perdido!
—¿Por qué me quitas la esperanza?
—Porque es lo que te mantiene vivo, ya no quiero que sufras… y me siento muy sola.
—Te extraño.
—Yo también, Mateo, por eso vine.
—¿Duele?
—Sólo un poco. Después ya no se siente nada.
—¿Estarás ahí conmigo?
—Sí, viejo.
—¿Escuchas? Ya está tronando, va a llover.
—Cierra los ojos, Mateo, ya es hora.