Arruguitas
Diana Álvarez*
Las arrugas de su cuello, arrugas de viejita, nuevas arrugas cada día que se fueron juntando y explotaron todas a fin de año.
Ahora entendía a sus tías y abuelas con esos terribles cuellos de tortuga aunque en su tierra siempre hacía calor, ellas decían que era para protegerse del cáncer en la piel. ¿Y la cara, abuela? preguntaba la niña, La cara, decía la abuela, esa hay que saber llevarla con dignidad.
La verdad es que después de las primeras manchas y las consecuentes arrugas, muchas de sus certezas se habían caído al suelo. Ahora, después de algunas décadas de intentar bajar de peso, de no parecer descuidada, despeinada, pasada de moda, amargada y celosa, había también que comenzar a cubrir arrugas.
No le estaban tan mal sinceramente, si giraba la cabeza un poco podía ver que tenía ese aíre de señora que siempre quiso y no sabía para cuándo iba a llegar, además, ahora podía hacer en práctica lo que quisiera, ser una de esas viejitas con el pelo de algodón de azúcar, usar zapatos cuadrados en la punta emulando los antiguos zapatos de bruja que tanto le gustaban y que antes no se había permitido usar. Ni pensar en todas las estupideces que no se había permitido sólo porque no estaba de moda o porque no se veía bien. Estas arrugas nuevas eran la puerta de entrada a una especie de paraíso, eran como su credencial de tengo experiencia, no me jodan con que no sé cocinar o con que no puedo darte un consejo o escucharte y sonreír sarcástica, nada de cuellos de tortuga o de cremas anti arrugas, habían hecho su aparición y nada las iba a detener.
Quitó el espejo del baño y colgó un cuadro de Schiele que adoraba.
Ahora entendía a sus tías y abuelas con esos terribles cuellos de tortuga aunque en su tierra siempre hacía calor, ellas decían que era para protegerse del cáncer en la piel. ¿Y la cara, abuela? preguntaba la niña, La cara, decía la abuela, esa hay que saber llevarla con dignidad.
La verdad es que después de las primeras manchas y las consecuentes arrugas, muchas de sus certezas se habían caído al suelo. Ahora, después de algunas décadas de intentar bajar de peso, de no parecer descuidada, despeinada, pasada de moda, amargada y celosa, había también que comenzar a cubrir arrugas.
No le estaban tan mal sinceramente, si giraba la cabeza un poco podía ver que tenía ese aíre de señora que siempre quiso y no sabía para cuándo iba a llegar, además, ahora podía hacer en práctica lo que quisiera, ser una de esas viejitas con el pelo de algodón de azúcar, usar zapatos cuadrados en la punta emulando los antiguos zapatos de bruja que tanto le gustaban y que antes no se había permitido usar. Ni pensar en todas las estupideces que no se había permitido sólo porque no estaba de moda o porque no se veía bien. Estas arrugas nuevas eran la puerta de entrada a una especie de paraíso, eran como su credencial de tengo experiencia, no me jodan con que no sé cocinar o con que no puedo darte un consejo o escucharte y sonreír sarcástica, nada de cuellos de tortuga o de cremas anti arrugas, habían hecho su aparición y nada las iba a detener.
Quitó el espejo del baño y colgó un cuadro de Schiele que adoraba.
*Artista plástica, caricaturista, ilustradora, maestra de arte y cultura mexicana. 49 años. Mexicana, actualmente vive y trabaja en Italia, Piemonte. Escribió e ilustró para revistas culturales en su ciudad natal, Puebla.
Blog: misshalloweeen.blogspot.com
Instagram: @dianamar005
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