Calcetines Rojos*
Claudia Islas Coronel
I
La tarde de estambre
se enreda sobre la ventana
sus dedos corceles
enhebran carretas
en el crepúsculo
su mirada hace nudos de luminarias
que guiñan sobre la falda del volcán
una gota silente
-de alguna tormenta pasada-
anida bajo los párpados de la gárgola
el verano
paladea el viento nocturno
desde el tejado de un hospital
el goteo
prendido a la muñeca marchita
de una mujer
se aferra
al vals del claroscuro
en un derecho y un revés
la hebra escarlata
tiñe la tarde
y otra gota translúcida
enredada a la gravedad
rodea su abrazo
en espera de la vida
un ritmo de flores pardas
que la abuela le dejó
anudado en la mirada
trenza el futuro de su andar
los tejados de la ciudad
se destiñen
se engarzan a las farolas antiguas
rasgando el horizonte
de las calles desmoronadas por el viento
la oscuridad es su cabello
es el tiempo que cae a gotas
es silencio que se esparce
en un vuelo golondrino
los minutos elásticos
reposan sobre su cuerpo
el anhelo heredado
va creando
en gota y hebra
calcetines diminutos
para el universo
dentro de su ser
se enreda sobre la ventana
sus dedos corceles
enhebran carretas
en el crepúsculo
su mirada hace nudos de luminarias
que guiñan sobre la falda del volcán
una gota silente
-de alguna tormenta pasada-
anida bajo los párpados de la gárgola
el verano
paladea el viento nocturno
desde el tejado de un hospital
el goteo
prendido a la muñeca marchita
de una mujer
se aferra
al vals del claroscuro
en un derecho y un revés
la hebra escarlata
tiñe la tarde
y otra gota translúcida
enredada a la gravedad
rodea su abrazo
en espera de la vida
un ritmo de flores pardas
que la abuela le dejó
anudado en la mirada
trenza el futuro de su andar
los tejados de la ciudad
se destiñen
se engarzan a las farolas antiguas
rasgando el horizonte
de las calles desmoronadas por el viento
la oscuridad es su cabello
es el tiempo que cae a gotas
es silencio que se esparce
en un vuelo golondrino
los minutos elásticos
reposan sobre su cuerpo
el anhelo heredado
va creando
en gota y hebra
calcetines diminutos
para el universo
dentro de su ser
II
Al otro lado del camino
las ventanas
encienden los párpados
del puerto
la ansiedad se enreda
en los pasos del hombre
que se despide del muchacho
el mundo se encoge a sus espaldas
mientras se cierra el portón del pasado
cargado de esperanza
lleva en su andar
la certeza marina de la luna
aquel abrigo antiguo
y un reflejo que pronto nacerá
cada luciérnaga encendida
se enreda con la oscuridad
cuando el camino circular
se decanta
Ella, promesa en lontananza
otra gota cae
y el Chagall que le sonríe
mientras la mira tejer
una cadena engarzada
otro grano de sal que cae al abismo
es pincel el ovillo encendido
que dibuja el camino de clepsidra
En silencio
la hebra que teje el mar
va hilando la noche
con el amanecer.
las ventanas
encienden los párpados
del puerto
la ansiedad se enreda
en los pasos del hombre
que se despide del muchacho
el mundo se encoge a sus espaldas
mientras se cierra el portón del pasado
cargado de esperanza
lleva en su andar
la certeza marina de la luna
aquel abrigo antiguo
y un reflejo que pronto nacerá
cada luciérnaga encendida
se enreda con la oscuridad
cuando el camino circular
se decanta
Ella, promesa en lontananza
otra gota cae
y el Chagall que le sonríe
mientras la mira tejer
una cadena engarzada
otro grano de sal que cae al abismo
es pincel el ovillo encendido
que dibuja el camino de clepsidra
En silencio
la hebra que teje el mar
va hilando la noche
con el amanecer.
*de “La Hebra que teje el mar”.