Cenizas de una flor, de Xhevdet Bajraj*
Miguel Ángel Godínez Gutiérrez
Cómo se vuelve uno mexicano, qué es lo que lo distingue, ¿ser alburero, conocer el Salto del agua, saber canciones de Chava Flores, jugar con calaveritas el Día de Muertos, hablar español?
Xhevdet viene de una nación de casi once mil metros cuadrados donde los mirlos cantan blues, ese que no puede cantarse si no se está verdaderamente desamparado.
Escogió México para vivir, y ser chilango. Ser kosovar para siempre y mexicano: tacos, cervezas, sopes, mezcal. Sopa de haba con nopalitos en lugar de Tarator, y cilantro en vez de eneldo; escogió hablar español.
El poeta se pregunta quién es, a dónde va, de dónde viene. Mira con asombro cada día y sueña despierto un pasado de sangre y muerte en otra lengua con saliva de lágrimas y horror.
Al sobrellevar la piedra de Sísifo cotidiana cantando la vida tal como va sucediendo ante nosotros, el poeta expresa aspectos de la realidad que están enfrente pero nadie ve; tal como descubre el científico, nomás que gozoso y triste, travieso encabronado a carcajadas, Xhevdet, el poeta que habla de lo que ve, de lo que mira por la ventana o encima de la mesa, en el supermercado.
Así, cualquiera de nosotros andamos por la calle, por la vida, sujetos, y nos tropezamos con este poeta bebiendo agua del río, libre. Con patria adentro, el corazón humano: “Maldita sea / déjanos fumar en paz”.
El poeta recorre su vida y nos invita a recorrerla con él desde nuestros días cotidianos, irrumpe con imágenes como fosfenos continuos: luces del alma profunda, no de artificio; la poesía está en la vida, y nos invita a asomarnos en nuestros propios días desde su mirada.
El poeta apunta lo que ve para que no se le olvide, su relación con las palabras describe con precisión el sol, la vida, la locura, el amor y la muerte. Xhevdet lo hace con firmeza y ternura, mexicano y universal, entretiene y alumbra con nuestras propias palabras de todos los días. Cenizas de una flor es más bien brasa de fuego poético vital.
Xhevdet viene de una nación de casi once mil metros cuadrados donde los mirlos cantan blues, ese que no puede cantarse si no se está verdaderamente desamparado.
Escogió México para vivir, y ser chilango. Ser kosovar para siempre y mexicano: tacos, cervezas, sopes, mezcal. Sopa de haba con nopalitos en lugar de Tarator, y cilantro en vez de eneldo; escogió hablar español.
El poeta se pregunta quién es, a dónde va, de dónde viene. Mira con asombro cada día y sueña despierto un pasado de sangre y muerte en otra lengua con saliva de lágrimas y horror.
Al sobrellevar la piedra de Sísifo cotidiana cantando la vida tal como va sucediendo ante nosotros, el poeta expresa aspectos de la realidad que están enfrente pero nadie ve; tal como descubre el científico, nomás que gozoso y triste, travieso encabronado a carcajadas, Xhevdet, el poeta que habla de lo que ve, de lo que mira por la ventana o encima de la mesa, en el supermercado.
Así, cualquiera de nosotros andamos por la calle, por la vida, sujetos, y nos tropezamos con este poeta bebiendo agua del río, libre. Con patria adentro, el corazón humano: “Maldita sea / déjanos fumar en paz”.
El poeta recorre su vida y nos invita a recorrerla con él desde nuestros días cotidianos, irrumpe con imágenes como fosfenos continuos: luces del alma profunda, no de artificio; la poesía está en la vida, y nos invita a asomarnos en nuestros propios días desde su mirada.
El poeta apunta lo que ve para que no se le olvide, su relación con las palabras describe con precisión el sol, la vida, la locura, el amor y la muerte. Xhevdet lo hace con firmeza y ternura, mexicano y universal, entretiene y alumbra con nuestras propias palabras de todos los días. Cenizas de una flor es más bien brasa de fuego poético vital.
*Me duele mucho la partida de mi hermanito Xhevdet Bajraj. Este texto se lo escribí cuando me invitó a presentar su libro Cenizas de una Flor, en 2013. Nos vemos luego, viejo pelón.