De chicharrón, hongos y carne
Fausto Leyva
— ¿De qué tiene?
—Ya sólo me quedan quesadillas de chicharrón, hongos y carne.
— ¿De queso?
—No… chicharrón, hongos y carne.
Se lo juro, él venía hasta la madre, como la vez que atropelló a la niña y se dio a la fuga. Nadie intentó detenerlo y la niña murió, ahí, en medio de los chismosos, a mitad de la calle. Nadie lloró.
—¿Aunque sea una de queso?
—No.
—¡Uy! Pues entons ¿de qué tiene?
—Chicharrón, hongos y carne.
—Écheme una de carne.
Yo estaba barriendo la calle, la doña siempre me daba unas quecas a cambio de limpiar el lugar, el muy cabrón se me quedó viendo, sentí su odio, sus ganas de escupirme a la cara.
—¿Y no puede mandar a este cabrón por queso?
—No invente, mi joven, a esta hora ya está todo cerrado. Además, ya casi me voy… ¿va con todo la de carne?
—Sí, con salsa roja y mucha cebolla.
—¡No! pues no, hoy no es su noche, ya sólo me queda verde y la cebolla se la debo.
— ¿Qué pasó, doña? Puras fallas con usted.
Ese cabrón nunca respetó nada, el otro día le pegó a un señor nomás porque se sentó en la banqueta frente a su casa. Y le rompió los cristales a un carro porque según él le estorbaba pa que sacara el suyo. De verdad, a todo mundo le caía re-mal por acá. Debí dejarlo morir cuando se le atoró la quesadilla; que muriera como un perro.
— ¿Ya vas a terminar, Veneno? Ahí te dejo tu itacate, pero apúrale que ya es hora.
—Qué pinche apodo tan más culero tienes, me pregunto por qué, ¿a quién mataste, veneno? Qué vas andar matando tú a alguien, ni barrer sabes.
—¿Algo más, joven?
—Sí, una de queso.
—Ya le dije que no hay ¿Va querer algo más?
—¿Con esos pinches modos? Ni madres.
—Ta bueno, joven, entonces me debe $15… ya apúrale, Venenito, que tus quecas se enfrían.
—¡Ah chingá! ¿Y por qué a él si le dio una de queso?
Ese desgraciado agarró mi plato, revisó la quesadilla y al ver que era de queso, pues que le muerde, de nuevo esa pinche mirada sobre mí. “¿Qué, no te gustó?” me gritó el cabrón. La doña le dijo que ya mejor se largara, que andaba de mala copa y que no tenía por qué tratarme así. Se lo juro, en ese momento sentí como que la espina se me quebraba, quería partirle la madre, sacarle la pinche quesadilla a madrazos, pero no hice nada. Luego vi cómo se empezó a retorcer, a darse de golpes en el pecho, la quesadilla se le atoró, por un momento me alegré, se lo merecía el cabrón. Pero la doña comenzó a gritar y a pegarle en la espalda. Corrí a abrazarlo y apretarle la barriga, yo he visto que así le hacen en la televisión. Lo apretaba hasta casi cargarlo, una y otra vez; condenado, cómo pesaba. Por fin sacó la quesadilla, y la otra también y las cervezas y no sé qué tanta mierda más… vomitó, pues.
— ¡Suéltame, hijo de la chingada! Pinche cobarde, querías matarme… pero vas a ver, conmigo no te metes, pinche Veneno.
— ¡Cálmese, joven!
—Usted no se meta, vieja mugrosa, el pedo es con él… hágase a un lado o no respondo, y en chinga hágame otra de queso.
— ¡Ya le dije! No tengo y sáquese a la chingada de aquí.
— ¿Le cae, mendiga mugrosa?
Se le puso de frente a la doña y estaba a punto de soltarle un madrazo. Que me le voy encima, luego luego me tiró al suelo y me pateó por todos lados, ya no sentía lo duro sino lo tupido. Le juro que no hice nada, él se tropezó solo, se cayó sobre el comal y todo el aceite hirviendo le brincó en la cara, gritaba como loco y por más que intenté detenerlo no pude.
—¡Me dejaste ciego! ¡Me dejaste ciego! Por una pinche quesadilla de queso… ¡Me dejaste ciego!
—Vete de aquí, Veneno. Y usted, joven, ya estuvo… se lo dije, váyase y…
Pobre doña, no le dio tiempo ni de terminar, el muy cabrón sacó la pistola y soltó plomazos por todos lados, a ella le tocaron dos en la cabeza, ni gritar pudo. Cayó como vaca en matadero.
—¿Dónde estás, cabrón? Vas a valer madre.
Me escondí detrás del puesto, el cabrón seguía soltando tiros, nadie pasaba por ahí, ¿quién chingados iba a pasar por ahí con los balazos? Cuando se le acabaron las balas, corrí, tomé el cuchillo de la doña y que se lo dejo ir en la panza. Maldito mono, aun se defendió y nos trenzamos a madrazos y por más que le tasajeé la cara no dejaba de soltar madrazos, hasta que caímos en la banqueta y se pegó en la cabeza. Se lo juro, mi jefe, fue en defensa propia.
—¿Cómo te llamas?
—No sé, siempre me han dicho "el Veneno". De verdad, patrón, yo no quería matarlo
—Pues ya te chingaste, súbete a la patrulla.
—Pero la ambulancia aún no llega y me estoy desangrando, no sea cabrón, mi jefe, deme chance.
Qué mala pata, si el muy cabrón hubiera entendido que sólo había de chicharrón, hongos y carne.
—Ya sólo me quedan quesadillas de chicharrón, hongos y carne.
— ¿De queso?
—No… chicharrón, hongos y carne.
Se lo juro, él venía hasta la madre, como la vez que atropelló a la niña y se dio a la fuga. Nadie intentó detenerlo y la niña murió, ahí, en medio de los chismosos, a mitad de la calle. Nadie lloró.
—¿Aunque sea una de queso?
—No.
—¡Uy! Pues entons ¿de qué tiene?
—Chicharrón, hongos y carne.
—Écheme una de carne.
Yo estaba barriendo la calle, la doña siempre me daba unas quecas a cambio de limpiar el lugar, el muy cabrón se me quedó viendo, sentí su odio, sus ganas de escupirme a la cara.
—¿Y no puede mandar a este cabrón por queso?
—No invente, mi joven, a esta hora ya está todo cerrado. Además, ya casi me voy… ¿va con todo la de carne?
—Sí, con salsa roja y mucha cebolla.
—¡No! pues no, hoy no es su noche, ya sólo me queda verde y la cebolla se la debo.
— ¿Qué pasó, doña? Puras fallas con usted.
Ese cabrón nunca respetó nada, el otro día le pegó a un señor nomás porque se sentó en la banqueta frente a su casa. Y le rompió los cristales a un carro porque según él le estorbaba pa que sacara el suyo. De verdad, a todo mundo le caía re-mal por acá. Debí dejarlo morir cuando se le atoró la quesadilla; que muriera como un perro.
— ¿Ya vas a terminar, Veneno? Ahí te dejo tu itacate, pero apúrale que ya es hora.
—Qué pinche apodo tan más culero tienes, me pregunto por qué, ¿a quién mataste, veneno? Qué vas andar matando tú a alguien, ni barrer sabes.
—¿Algo más, joven?
—Sí, una de queso.
—Ya le dije que no hay ¿Va querer algo más?
—¿Con esos pinches modos? Ni madres.
—Ta bueno, joven, entonces me debe $15… ya apúrale, Venenito, que tus quecas se enfrían.
—¡Ah chingá! ¿Y por qué a él si le dio una de queso?
Ese desgraciado agarró mi plato, revisó la quesadilla y al ver que era de queso, pues que le muerde, de nuevo esa pinche mirada sobre mí. “¿Qué, no te gustó?” me gritó el cabrón. La doña le dijo que ya mejor se largara, que andaba de mala copa y que no tenía por qué tratarme así. Se lo juro, en ese momento sentí como que la espina se me quebraba, quería partirle la madre, sacarle la pinche quesadilla a madrazos, pero no hice nada. Luego vi cómo se empezó a retorcer, a darse de golpes en el pecho, la quesadilla se le atoró, por un momento me alegré, se lo merecía el cabrón. Pero la doña comenzó a gritar y a pegarle en la espalda. Corrí a abrazarlo y apretarle la barriga, yo he visto que así le hacen en la televisión. Lo apretaba hasta casi cargarlo, una y otra vez; condenado, cómo pesaba. Por fin sacó la quesadilla, y la otra también y las cervezas y no sé qué tanta mierda más… vomitó, pues.
— ¡Suéltame, hijo de la chingada! Pinche cobarde, querías matarme… pero vas a ver, conmigo no te metes, pinche Veneno.
— ¡Cálmese, joven!
—Usted no se meta, vieja mugrosa, el pedo es con él… hágase a un lado o no respondo, y en chinga hágame otra de queso.
— ¡Ya le dije! No tengo y sáquese a la chingada de aquí.
— ¿Le cae, mendiga mugrosa?
Se le puso de frente a la doña y estaba a punto de soltarle un madrazo. Que me le voy encima, luego luego me tiró al suelo y me pateó por todos lados, ya no sentía lo duro sino lo tupido. Le juro que no hice nada, él se tropezó solo, se cayó sobre el comal y todo el aceite hirviendo le brincó en la cara, gritaba como loco y por más que intenté detenerlo no pude.
—¡Me dejaste ciego! ¡Me dejaste ciego! Por una pinche quesadilla de queso… ¡Me dejaste ciego!
—Vete de aquí, Veneno. Y usted, joven, ya estuvo… se lo dije, váyase y…
Pobre doña, no le dio tiempo ni de terminar, el muy cabrón sacó la pistola y soltó plomazos por todos lados, a ella le tocaron dos en la cabeza, ni gritar pudo. Cayó como vaca en matadero.
—¿Dónde estás, cabrón? Vas a valer madre.
Me escondí detrás del puesto, el cabrón seguía soltando tiros, nadie pasaba por ahí, ¿quién chingados iba a pasar por ahí con los balazos? Cuando se le acabaron las balas, corrí, tomé el cuchillo de la doña y que se lo dejo ir en la panza. Maldito mono, aun se defendió y nos trenzamos a madrazos y por más que le tasajeé la cara no dejaba de soltar madrazos, hasta que caímos en la banqueta y se pegó en la cabeza. Se lo juro, mi jefe, fue en defensa propia.
—¿Cómo te llamas?
—No sé, siempre me han dicho "el Veneno". De verdad, patrón, yo no quería matarlo
—Pues ya te chingaste, súbete a la patrulla.
—Pero la ambulancia aún no llega y me estoy desangrando, no sea cabrón, mi jefe, deme chance.
Qué mala pata, si el muy cabrón hubiera entendido que sólo había de chicharrón, hongos y carne.