Dos postales mexicanas
Eduardo Paredes Ocampo
I. Turno vespertino
El viento
llo-ve-rá
silabea
y, pronto, las calles
remedan
su prédica:
brota, a borbotones,
del remanente
de su memoria,
lo fluvial.
Como el aire,
el río verbaliza,
a cántaros,
que nunca desapareció
-las cloacas
ronco, vetusto
lo pintan.
(Todo miedo
sólo hiberna,
estacional es,
migratorio:
animal que,
eventualmente,
hambreado con nuestra
amnesia,
emerge).
Y con su voz
augurando
siempre volveré,
ahoga
a un niño.
Esa noche,
tienden su ropita
a secar
-el uniforme
de quinto
con el que iba,
esa tarde, como todas,
a aprender
la hidrografía
de la República Mexicana
de memoria.
llo-ve-rá
silabea
y, pronto, las calles
remedan
su prédica:
brota, a borbotones,
del remanente
de su memoria,
lo fluvial.
Como el aire,
el río verbaliza,
a cántaros,
que nunca desapareció
-las cloacas
ronco, vetusto
lo pintan.
(Todo miedo
sólo hiberna,
estacional es,
migratorio:
animal que,
eventualmente,
hambreado con nuestra
amnesia,
emerge).
Y con su voz
augurando
siempre volveré,
ahoga
a un niño.
Esa noche,
tienden su ropita
a secar
-el uniforme
de quinto
con el que iba,
esa tarde, como todas,
a aprender
la hidrografía
de la República Mexicana
de memoria.
II. Tutelaje de los astros
Al aterrizaje
su soledad de años luz
lo fuerza
-de sus ires y venires
interestelares
exhausto.
A las cinco de la mañana,
en un rincón
de nuestra galaxia
llamado Jalisco,
cae.
Bienvenido se desea:
caminando por las calles desiertas,
los carteles
que lo tildan
de hermano
imagina,
la fanfarria,
hasta que, en un puente peatonal,
con nuestro primer rastro
se encuentra.
Junto a los cuerpos
que penden,
las runas de esta novel
civilización
apenas descifra:
MENCHO SUPUTAMADRE
LOS ALINEO
PLAZA.
Del espectáculo,
el vértigo
-a quien creció
sondeando
los cielos-
por primera vez
le viene:
ahí mismo se promete
jamás abandonar,
el tutelaje
de los astros.
Sin conocernos,
vuelve a su cápsula
y se fuga.
su soledad de años luz
lo fuerza
-de sus ires y venires
interestelares
exhausto.
A las cinco de la mañana,
en un rincón
de nuestra galaxia
llamado Jalisco,
cae.
Bienvenido se desea:
caminando por las calles desiertas,
los carteles
que lo tildan
de hermano
imagina,
la fanfarria,
hasta que, en un puente peatonal,
con nuestro primer rastro
se encuentra.
Junto a los cuerpos
que penden,
las runas de esta novel
civilización
apenas descifra:
MENCHO SUPUTAMADRE
LOS ALINEO
PLAZA.
Del espectáculo,
el vértigo
-a quien creció
sondeando
los cielos-
por primera vez
le viene:
ahí mismo se promete
jamás abandonar,
el tutelaje
de los astros.
Sin conocernos,
vuelve a su cápsula
y se fuga.
*Eduardo Paredes Ocampo (México D.F. 1989), estudió letras en la UNAM. Ha publicado sus poemas en diversas revistas nacionales (Marabunta, Página Salmón, Perro Negro de la Calle) e internacionales (ASH, The Isis). Es editor de la revista literaria Romulus. Actualmente estudia un doctorado en literatura en la Universidad de Oxford.