Encierro
Rolando Robles Figueroa*
Quisiera saber qué piensan de mí los vecinos
qué sobrenombre me han puesto
saber si me ven tras las cortinas cuando toco las primeras hojas del otoño
o cuando reveo el primer gramo de sol en el rocío de la rosa.
Me miran en silencio y con el silencio, pegado al vidrio,
toman mate y muerden la medialuna
y harán lo que nunca hicieron mientras vivían:
besar el mar; reconstruirse de pies a cabeza.
Soy el incógnito que barre frente a sus ojos en arduo confinamiento,
el que atiende al correo y saluda sin barbijo al servicio de comida.
El cautiverio me empujó a cuestionar lo que nunca importaba:
¿desaparecerá la bruma que tiene por cola al mar?
¿ascenderán de las veredas, los pasos verdes
que daban vida a estas hojas?
El murmullo es el ruido letal que dictamina la soledad,
la paranoica razón por la que nos encierran.
qué sobrenombre me han puesto
saber si me ven tras las cortinas cuando toco las primeras hojas del otoño
o cuando reveo el primer gramo de sol en el rocío de la rosa.
Me miran en silencio y con el silencio, pegado al vidrio,
toman mate y muerden la medialuna
y harán lo que nunca hicieron mientras vivían:
besar el mar; reconstruirse de pies a cabeza.
Soy el incógnito que barre frente a sus ojos en arduo confinamiento,
el que atiende al correo y saluda sin barbijo al servicio de comida.
El cautiverio me empujó a cuestionar lo que nunca importaba:
¿desaparecerá la bruma que tiene por cola al mar?
¿ascenderán de las veredas, los pasos verdes
que daban vida a estas hojas?
El murmullo es el ruido letal que dictamina la soledad,
la paranoica razón por la que nos encierran.
Espada
La calle que sigo tiene forma de espada:
afilada, recta y punzante.
Miro la vereda y las sombras se estremecen de soledad.
Avanzo y los ecos del aire rebotan en mi oído las palabras de la noche.
Luego el viento satura de frío mis huesos y me quita el polvo del miedo.
Pero esta ciudad descansa no sé de qué.
Pasa un auto. Después otro. Pero nadie, ni de loco, se asoma a mirar qué pasa.
afilada, recta y punzante.
Miro la vereda y las sombras se estremecen de soledad.
Avanzo y los ecos del aire rebotan en mi oído las palabras de la noche.
Luego el viento satura de frío mis huesos y me quita el polvo del miedo.
Pero esta ciudad descansa no sé de qué.
Pasa un auto. Después otro. Pero nadie, ni de loco, se asoma a mirar qué pasa.
*Poeta, fotógrafo y aficionado del ajedrez. Es mexicano y reside en Argentina desde 2017. Amante de los gatos desde que su esposa le enseñó la convivencia con ellos.