Genio y Figura
Dante Ontiveros
—Betito, ya no tomes, te vas a hacer borracho —le decía frecuentemente su madre. Y la respuesta de Heriberto siempre fue la misma —Un borracho es el que se queda tirado en la calle y yo siempre llego a la casa. —Lo cual era cierto, al menos en la parte en lo de que siempre llegaba a su casa, pero, apenas traspasaba el umbral de la puerta, daba el costalazo. Cuando esto sucedía, su madre lo acomodaba boca abajo para evitar que Betito se ahogara en su propio vómito. Ya más tarde la doña limpiaba las regurgitaciones y meados de su querido vástago que, durmiendo la mona, dejaba escapar sin consideración.
Un mal día Heriberto, como buen parroquiano, visitó su templo de libaciones y bebidas espirituosas, e ingirió copa tras copa hasta alcanzar la intoxicación. Ya desembarazado de sus inhibiciones, impertinente y envalentonado, le dio por agarrarle las nalgas a Florencia Orozco, novia de Camilo, un locatario del rumbo, apellidado Vergara, que no lo era tanto, pues para limpiar el honor de su dama, pidió ayuda por teléfono a algunos de sus trabajadores.
Los achichincles llegaron rápido, pero Heriberto ya había conectado dos golpes certeros al humillado Camilo, que sentía cómo lo desbordaba la rabia. Un certero botellazo bajó al ebrio manolarga hasta el piso y, por instrucciones de Camilo, le llovieron puñetazos y patadas a granel. Lo tupían arriba, abajo y a los costados. El desdichado Heriberto se retorcía, primero gritando, luego quejándose cada vez más quedo.
Ante el espectáculo, el dueño de La derrota de Baco, dijo a sus clientes —Si se lo van a madrear, madréenselo allá afuera. —Y obedientes como eran, la golpiza continuó en la calle. Al paso de los minutos y chingadazos, Heriberto ya no se movía ni se quejaba.
Lo dejaron tirado en la banqueta, en un charco de su propia sangre. Cuando al fin llegó la policía, el cuerpo había desaparecido y nadie supo dar razón de él.
Recargado en la puerta de su casa, Betito amaneció de pie y con los brazos cruzados sobre el pecho. Dicen que el orgullo fue el que lo llevó hasta allá, pues no quería darle a su madre la vergüenza de ver que su hijo murió como un borracho: tirado en la calle.
Un mal día Heriberto, como buen parroquiano, visitó su templo de libaciones y bebidas espirituosas, e ingirió copa tras copa hasta alcanzar la intoxicación. Ya desembarazado de sus inhibiciones, impertinente y envalentonado, le dio por agarrarle las nalgas a Florencia Orozco, novia de Camilo, un locatario del rumbo, apellidado Vergara, que no lo era tanto, pues para limpiar el honor de su dama, pidió ayuda por teléfono a algunos de sus trabajadores.
Los achichincles llegaron rápido, pero Heriberto ya había conectado dos golpes certeros al humillado Camilo, que sentía cómo lo desbordaba la rabia. Un certero botellazo bajó al ebrio manolarga hasta el piso y, por instrucciones de Camilo, le llovieron puñetazos y patadas a granel. Lo tupían arriba, abajo y a los costados. El desdichado Heriberto se retorcía, primero gritando, luego quejándose cada vez más quedo.
Ante el espectáculo, el dueño de La derrota de Baco, dijo a sus clientes —Si se lo van a madrear, madréenselo allá afuera. —Y obedientes como eran, la golpiza continuó en la calle. Al paso de los minutos y chingadazos, Heriberto ya no se movía ni se quejaba.
Lo dejaron tirado en la banqueta, en un charco de su propia sangre. Cuando al fin llegó la policía, el cuerpo había desaparecido y nadie supo dar razón de él.
Recargado en la puerta de su casa, Betito amaneció de pie y con los brazos cruzados sobre el pecho. Dicen que el orgullo fue el que lo llevó hasta allá, pues no quería darle a su madre la vergüenza de ver que su hijo murió como un borracho: tirado en la calle.