¡Salvad el gua!
José Luis García Herrera*
¡Agua que no desemboca!
Federico García Lorca
Federico García Lorca
I
(leyenda y patio de olivos)
Noche de luna delgada y trémula.
Noche de lobos aullándole al hambre.
Los ecos de las manos deformándose en piedra,
en redoble de secano, rumor de hojas secas
contra la falda de una bailarina huérfana.
Los carromatos esperan doce campanadas negras.
Descalza como la hierba la niña húngara
baila sobre las ascuas de una noche enlutada,
sobre las raíces del agua sin el agua.
¡Mirad el fuego vivo de sus caderas tempranas!
Los días cabalgan lentos
sin mudar su rostro de almendra tostada, cabalgan
por la senda remota de una edad amarga.
El sonido de una guitarra escapa de las manos
como un río de esperanza.
Patio de honda pena de palmas sin tormenta.
¡Salvad el agua!
II
(ventanal de quemadura)
Las plazas redondas se enroscan en la sombra.
La joven viuda llora en su alcoba,
asediada por el calor que rodea su pecho,
por la sed de su deseo fugaz
de ser mordisco jugoso de manzana.
Llorará hasta secar los limones de su torso,
acariciándose sola frente al espejo,
reina de desgarros
entre sábanas de un lecho de olvidados alaridos,
hembra sin luz en las pupilas
concebida para odiar los abanicos del agua
y el amargor salado de las piedras.
Llegará el agua prisionera a esta ruda plaza.
Será en noche cerrada, presagio
de un renacer que no admite trueques y anhela
reventar los andamios rojos de las pesadillas.
Despertará en su piel el aroma de la tierra
que aún confía en engendrar
el temblor de la primavera.
III
(pregón de cales yertas)
Para la libertad sólo tenemos el agua.
¡Agua de luna viuda! ¡Agua desnuda
cayéndome como el arpa de la lluvia!
No os avergoncéis del hijo primogénito
cuando se desmorone como un torreón de arena:
en los últimos días su huella durmió en la arena.
El sol es un ángel del infierno, muerde
con afilados rayos de veneno, certero
en su violento rastro de fuego. El mar
queda demasiado lejos.
Los caballos caen rendidos en mitad del camino,
confiesan la flaqueza de sus músculos.
¡Prisiones de pedernal
acogen los engaños del hombre sin destino!
El trigo crece como la estocada en el toro,
arrasado por el fuego, pobre de escalas
hacia un cielo árido y mudo
como la muerte que llena de silencio las alforjas.
¡Agua rota
en cántaros de arcilla ocre
como la propia sombra!
IV
(ronda azul de tiovivo)
¡Exprime el tallo de los juncos! ¡Muerde
la pulpa de los limones agrios!
Quien ha visto todas las muertes espera
el silencio de la oración descamisada, la navaja
que busca reata y escondrijos, el mosto ácido
de la sangre en flor de tapia oscura.
¡Sólo tenemos el agua! Paraíso de lágrimas
estruendoso como el repique de las suelas
sobre las tablas de la reyerta.
El sol guía el perfil de la ruina, la raza
forzada a recoger tormentas de aceituna, el rumor
de una lejana voz de cáncamo y pimienta.
Pero el día aviva la fragua de la fatiga.
La botella —caño negro de olvido--
ofrece el don del bienestar y el vino
deja caer en cada copla
verdades con sandalias de esparto.
La guitarra devora pesares
y siglos de sal con astas de ceniza.
Cada hora es un punzón de muerte, cada hora
agita las copas rotas de una oscuridad
lenta como testamento de bueyes.
V
(luz en la yema de los dedos)
Alrededor de la hoguera manos desbravadas
afilan cuchillos de cañavera.
Duerme la niña dentro del carromato,
entre mantas de canela
y sueños de río eterno en cada huella,
gota a gota propio, paraíso líquido
donde ahogar la boca, la falda, los sentidos...
La noche chapotea en corazones de vino.
Devuelven las llamas cálidas promesas.
El camino es largo y pronto
la luz, sin palabras,
elevará su orden, su ley de antorcha;
alma de bailarina, abanico de colores
al fundirse nota a nota con el agua
y, gota a gota,
caer desde las yemas de los dedos
a la tierra extranjera, a la tierra lejana
que redobla el dolor de la pena negra.
La vida es el agua.
¡Buscadla! ¡Buscad el agua!
¡Salvadla!
(leyenda y patio de olivos)
Noche de luna delgada y trémula.
Noche de lobos aullándole al hambre.
Los ecos de las manos deformándose en piedra,
en redoble de secano, rumor de hojas secas
contra la falda de una bailarina huérfana.
Los carromatos esperan doce campanadas negras.
Descalza como la hierba la niña húngara
baila sobre las ascuas de una noche enlutada,
sobre las raíces del agua sin el agua.
¡Mirad el fuego vivo de sus caderas tempranas!
Los días cabalgan lentos
sin mudar su rostro de almendra tostada, cabalgan
por la senda remota de una edad amarga.
El sonido de una guitarra escapa de las manos
como un río de esperanza.
Patio de honda pena de palmas sin tormenta.
¡Salvad el agua!
II
(ventanal de quemadura)
Las plazas redondas se enroscan en la sombra.
La joven viuda llora en su alcoba,
asediada por el calor que rodea su pecho,
por la sed de su deseo fugaz
de ser mordisco jugoso de manzana.
Llorará hasta secar los limones de su torso,
acariciándose sola frente al espejo,
reina de desgarros
entre sábanas de un lecho de olvidados alaridos,
hembra sin luz en las pupilas
concebida para odiar los abanicos del agua
y el amargor salado de las piedras.
Llegará el agua prisionera a esta ruda plaza.
Será en noche cerrada, presagio
de un renacer que no admite trueques y anhela
reventar los andamios rojos de las pesadillas.
Despertará en su piel el aroma de la tierra
que aún confía en engendrar
el temblor de la primavera.
III
(pregón de cales yertas)
Para la libertad sólo tenemos el agua.
¡Agua de luna viuda! ¡Agua desnuda
cayéndome como el arpa de la lluvia!
No os avergoncéis del hijo primogénito
cuando se desmorone como un torreón de arena:
en los últimos días su huella durmió en la arena.
El sol es un ángel del infierno, muerde
con afilados rayos de veneno, certero
en su violento rastro de fuego. El mar
queda demasiado lejos.
Los caballos caen rendidos en mitad del camino,
confiesan la flaqueza de sus músculos.
¡Prisiones de pedernal
acogen los engaños del hombre sin destino!
El trigo crece como la estocada en el toro,
arrasado por el fuego, pobre de escalas
hacia un cielo árido y mudo
como la muerte que llena de silencio las alforjas.
¡Agua rota
en cántaros de arcilla ocre
como la propia sombra!
IV
(ronda azul de tiovivo)
¡Exprime el tallo de los juncos! ¡Muerde
la pulpa de los limones agrios!
Quien ha visto todas las muertes espera
el silencio de la oración descamisada, la navaja
que busca reata y escondrijos, el mosto ácido
de la sangre en flor de tapia oscura.
¡Sólo tenemos el agua! Paraíso de lágrimas
estruendoso como el repique de las suelas
sobre las tablas de la reyerta.
El sol guía el perfil de la ruina, la raza
forzada a recoger tormentas de aceituna, el rumor
de una lejana voz de cáncamo y pimienta.
Pero el día aviva la fragua de la fatiga.
La botella —caño negro de olvido--
ofrece el don del bienestar y el vino
deja caer en cada copla
verdades con sandalias de esparto.
La guitarra devora pesares
y siglos de sal con astas de ceniza.
Cada hora es un punzón de muerte, cada hora
agita las copas rotas de una oscuridad
lenta como testamento de bueyes.
V
(luz en la yema de los dedos)
Alrededor de la hoguera manos desbravadas
afilan cuchillos de cañavera.
Duerme la niña dentro del carromato,
entre mantas de canela
y sueños de río eterno en cada huella,
gota a gota propio, paraíso líquido
donde ahogar la boca, la falda, los sentidos...
La noche chapotea en corazones de vino.
Devuelven las llamas cálidas promesas.
El camino es largo y pronto
la luz, sin palabras,
elevará su orden, su ley de antorcha;
alma de bailarina, abanico de colores
al fundirse nota a nota con el agua
y, gota a gota,
caer desde las yemas de los dedos
a la tierra extranjera, a la tierra lejana
que redobla el dolor de la pena negra.
La vida es el agua.
¡Buscadla! ¡Buscad el agua!
¡Salvadla!
© José Luis García Herrera
|
|
*Nacido en Barcelona, España, en 1964. Poeta, narrador y crítico literario. Miembro del grupo cultural Versikalia. Fundador de los premios literarios “Ciutat de Sant Andreu de la Barca”. Ha publicado 24 libros de poesía.