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Un pedacito nomás
Del canon cangrejo
Adriana Jiménez García
Las negras keres, las furias siniestras, acostumbran perseguir a los humanos para desatar sobre ellos sus venganzas sordas; con enorme frecuencia se posesionan de los cuerpos de los judiciales y de los oficiales y de los funcionarios y de los profesores y de los médicos y de las enfermeras para atormentar, para humillar y escarnecer, para borrar de la faz de la tierra a esos vivientes—luego de ordalías sin cuento y atroces manipulaciones con toletes, picanas, expedientes, exámenes orales, escalpelos, jeringas—; para masacrar sus delicadas existencias y eliminar también sus efímeras, ingenuas obras, pero nosotras no; la transfiguración ocurre sin que metamos nuestras manos, que suelen extravagar. Por sí mismo el libro va despegando sus capas húmedas, sus pieles saturadas de un agua enfermiza enfrente de nuestro temblor. La plasta es casi pura pulpa de papel, pero en los pliegos que se desadhieren se alcanzan a ver ristras de letras, pedazos de hoja de oro, colorines que van desvayéndose como las sangres que se deslíen en los líquidos volátiles de los sagrados nosocomios.
Una de vaqueros
Cine a domicilio
Joselo Marinozzi
Luego de mi recuperación de esa terrible enfermedad que casi me manda para arriba o abajo diría mi suegra en voz baja y totalmente convencida, y haber transitado el purgatorio de la quimioterapia, por fin me dijeron que estaba limpio y fui dado de alta. Aunque en un primer momento, y supongo que es normal que suceda, me negaba a asumir mi condición de no pertenecer más a los que estaban saludables o no conscientes de su enfermedad, terminé por entenderlo y aceptarlo pero entré en la etapa de queja constante hacia los médicos, enfermeras, instalaciones, limpieza, comida y todo lo que se me ocurriera o creía que estaba mal. Pasada esa etapa llega la de la entrega y rendición. Es la parte más productiva también porque ahí conocés íntimamente al personal del establecimiento en donde te encontrás internado, aprendés acerca de tu enfermedad y le das la oportunidad a los demás para que borren esa imagen tediosa y quejumbrosa que se habían formado de vos, y con razón. También empezás a ayudar a los novatos a sobrellevar el dolor y la bronca que produce estar enfermo.
Delirio de octubre
Iván Rincón Espríu
I
Quisiera enterrarte una vez más, que seas palabra escrita en la arena de la playa, grito sin eco en los médanos del desierto, mensaje borrado y barrido por el viento, esparcido por el aire; quisiera abandonarte al pie de la eternidad, en los márgenes del tiempo, entre las tinieblas de la memoria, donde yace la tragedia convertida en mentira, enmascarada, mimetizada con todo y, sobre todo, nada… tu recuerdo sepultado sin lápida ni cruz, carcomido “por la voracidad implacable del olvido”, aplastado por el paso de las horas y los años, confundido con el rumor de las olas y el naufragio de barcos fantasmas. Que así sea, “fea como la soledad de los enfermos”.
No era verdad que la bruja vistiera de rosa, ni que el payaso borracho durmiera la mona; el viejo del costal no buscaba golondrinas en la esquina, sino a los niños que mataron a pedradas a su gato para arrancarles ojo por ojo y diente por diente, como ellos arrancaron de raíz las alas de su propia inocencia y quemaron vivo el sueño de vivir el sueño de vivir…
Quisiera enterrarte una vez más, que seas palabra escrita en la arena de la playa, grito sin eco en los médanos del desierto, mensaje borrado y barrido por el viento, esparcido por el aire; quisiera abandonarte al pie de la eternidad, en los márgenes del tiempo, entre las tinieblas de la memoria, donde yace la tragedia convertida en mentira, enmascarada, mimetizada con todo y, sobre todo, nada… tu recuerdo sepultado sin lápida ni cruz, carcomido “por la voracidad implacable del olvido”, aplastado por el paso de las horas y los años, confundido con el rumor de las olas y el naufragio de barcos fantasmas. Que así sea, “fea como la soledad de los enfermos”.
No era verdad que la bruja vistiera de rosa, ni que el payaso borracho durmiera la mona; el viejo del costal no buscaba golondrinas en la esquina, sino a los niños que mataron a pedradas a su gato para arrancarles ojo por ojo y diente por diente, como ellos arrancaron de raíz las alas de su propia inocencia y quemaron vivo el sueño de vivir el sueño de vivir…
Una logia callada
Iván Rincón Espríu
Naomi entró a la casa con barro hasta los muslos a beber agua y, quizá porque la saqué de nuevo al patio bajo el cielo gris antes de irme y volver del supermercado, a donde no me permiten entrar con ella, y quizá porque le grito cuando estorba mi paso en momentos de neurosis, parece un poco triste, acaso enferma, como si algo de vida faltara en su existencia. Mientras escribo con la inercia insomne de la madrugada, una vez a salvo de la realidad nacional y mi relación, no menos miserable, con la gente que hace al pueblo del lugar en donde muero, Naomi duerme y guarda en su cálido sueño un silencio de luz tenue, trémula flama en su interior silente. Sin despertarla, onírico remanso de palabras que fluyen como el agua, un poema de Alejandra Pizarnik en su propia voz atrae la tea descalza de otro silencio, llama otra llama: Tahoma entra en cuclillas a la recámara con el collar de Naomi en el cuello y espero entonces que se acueste a mi lado en la cama, pero lo hace junto a la cachorra en el tapete de felpa.
Surrealismo sicológico
Iván Rincón Espríu
Cuando Tahoma leyó que, para mí, ella es básicamente su cuerpo, hizo una mueca muy seria que podía traducirse como: “¿Ah, sí? ¡Ahora verás!” Tomó el collar huichol que le regalé cuando nos conocimos en la Cineteca Nacional, lo dejó en donde cuelgo el de Naomi, que se puso a su vez en el cuello, y se fue de la casa para siempre. Al ver el intercambio de collares en la cocina, subí corriendo al cuarto de donde nos expulsaron los ruidos de las bestias hace treinta meses; abrí el guardarropas y descubrí que Tahoma se había llevado los zapatos deportivos y las sandalias, pero dejó los pies; se llevó los mallones elásticos y los pantalones transparentes de Mi bella genio, pero dejó las piernas; se llevó las minifaldas y los pantalones cortos, pero dejó las caderas y las nalgas; se llevó las tangas, pero dejó el chocho; se llevó los ombligueros, pero dejó el abdomen; como no usaba sostén, se llevó los escotes, pero dejó las tetas; se llevó las chamarras y los suéteres, pero dejó los brazos, las axilas y la espalda; se llevó los guantes, pero dejó las manos; se llevó las bufandas, pero dejó el cuello…
Nostalgia
Adriana Arias
Natalia abrió el zaguán. Con paso lento se dirigió hasta su hogar; un cuarto de la vecindad que administraba. Abrió la puerta y un olor a humedad salió. La vivienda era pequeña, apenas dos cuartos que iluminaba con velas. Las ventanas estaban cubiertas con hojas de periódicos que los años y el sol habían decolorado. Escuchó una voz darle los buenos días.
Dentro, había una vieja cama; el comedor era una mesa, sostenida por tres hileras de ladrillos y sólo una pata de madera. Allì, encontró a Aline. Sentada con los ojos clavados en el plato y en su boca una ligera mueca. El cereal había absorbido la leche y, ahora, era una pasta amarillenta. La anciana tomó una de las velas y se dirigió a la cocina.
Dentro, había una vieja cama; el comedor era una mesa, sostenida por tres hileras de ladrillos y sólo una pata de madera. Allì, encontró a Aline. Sentada con los ojos clavados en el plato y en su boca una ligera mueca. El cereal había absorbido la leche y, ahora, era una pasta amarillenta. La anciana tomó una de las velas y se dirigió a la cocina.
Eterno retorno
Rafael Hernández Barba
Con la cabeza en el patíbulo, Jean Paul trata de recordar los absurdos sucesos que lo van a conducir a la muerte. Entre el griterío de la plebe, Jean Paul logra distinguir la sosegada voz que lee la sentencia con monotonía; pero no entiende porque su mente se pierde en cavilaciones para comprender cómo siendo él un ferviente seguidor de la Revolución, ahora es acusado de alta traición por sus mismos compañeros. Sonríe al pensar que se arruinará su tatuaje del cuello que él mismo se dibujó; “extraño lugar para un tatuaje”, le decían quienes sabían de su ubicación. En un pestañeo, Jean Paul levanta la mirada y ve a Robespierre con actitud de triunfo pronunciar las palabras: Et decapité!
Lapsus
Araceli Rodríguez
Durante el camino te sientes bien. Pasas frente al baño público que está cerca de las escaleras del metro. Ese WC tan sucio te invita a visitarlo cuando lo ves, pero lo ignoras y te sigues, pensando en que nunca dan papel suficiente y que cobran muy caro.
Dentro de un folder azul llevas tus papeles para inscribirte en la escuela. Entras al vagón y justo a medio túnel, un ruido estomacal se hace presente. Algo malo está por suceder.
Dentro de un folder azul llevas tus papeles para inscribirte en la escuela. Entras al vagón y justo a medio túnel, un ruido estomacal se hace presente. Algo malo está por suceder.
La muerte chiquita
Confesiones de un trastornado
Toda ella
Ella quería saber qué era la poesía
quizás era el capricho de sus labios
esa mirada furtiva que prendía cada rincón
la hipérbole de sus nalgas
sus manos inquietas en mi sexo
aquel lenguaje lascivo
su andar de ritmo roto
incluso su forma de desaparecer
creo que ahí había algo de poesía
en los escombros que nos restan
en toda ella…
quizás era el capricho de sus labios
esa mirada furtiva que prendía cada rincón
la hipérbole de sus nalgas
sus manos inquietas en mi sexo
aquel lenguaje lascivo
su andar de ritmo roto
incluso su forma de desaparecer
creo que ahí había algo de poesía
en los escombros que nos restan
en toda ella…
A prueba y error
Dylan en segunda persona, la parte de Bruce-Alder
Hugo Corona Amador
Para Bruce Springsteen solo hay un hogar, está íntimamente ligado a Patti –su esposa-, Evan, Jess y Sam –sus tres hijos-. Como padres, Patti y Bruce nunca obligaron a sus muchachos a escuchar música en casa. Pero en las venas llevan la sangre de uno de los grandes talentos del siglo XX, inevitablemente una voz dentro de todos despertó y pese a que habían vivido alejados del oficio que había hecho famoso a papá, todos descubrieron “esa canción” que los asomo al universo de bandas, guitarras eléctricas y el palpitar de la batería.
Tiene su chiste
Quince minicuentos de terror y misterio
Ernesto Tancovich
Tren fantasma
La vagoneta no reaparece. Policías con linternas se adentran en el túnel, recorren las vías entre adefesios de cartón piedra, salen por el extremo opuesto. “Nadie ahí adentro”, informan.
Por si fuera poco
Necroturismo
René Ostos
Es común salir de paseo a cualquier sitio de la ciudad, ya sea un centro comercial, un cine, una plaza, un museo, y encontrarse con una aglomeración de personas que impiden disfrutar tranquilamente de ese rato de esparcimiento. A partir de esta premisa, permíteme proponerte algo que hacer en tus ratos de ocio, un paseo al aire libre, un aislarse de la ciudad en la ciudad, un recorrido para abrir tus ojos a la observación y el pensamiento; la actividad que quiero plantearte es visitar panteones, recorrer cementerios, viandar camposantos. Espera, antes de que sea yo el que se vaya de paseo, déjame platicarte un poco de qué va el asunto.
Tirando letras
Plática con el escritor Pablo Montoya sobre su libro Tríptico de la infamia. UACM, diciembre 2017.
La poeta Iliana Rodríguez Zuleta nos platica los pormenores sobre su más reciente poemario: Trace/Traza.
Xhevdet Bajraj lee "El río" y comenta qué lo llevó a escribir este poema.