Manita de gato
Araceli Rodríguez
Tengo 37 años. Para ejercer mi trabajo tuve que estudiar la preparatoria junto con el curso de técnico-embalsamador en el Politécnico. Llevo 19 años en la empresa, 10 como técnico embalsamador. Estoy aquí por accidente: en una ocasión le pedí permiso al antiguo embalsamador para usar su baño; tuve un problema con la taza, él se dio cuenta y en lo que arreglábamos el problema, le comencé a preguntar sobre su profesión. Me explicó a detalle todo el proceso para embalsamar, me vio tan interesado que me preguntó si me gustaría ser embalsamador. Tardé en darle una respuesta, y me propuso quedarme como su ayudante, así que me mandaron a tomar un curso.
Mi rutina de trabajo consiste en, primero que nada, ver la documentación del cadáver; superviso el cuerpo para ver qué técnica voy a implementar con base en lo que dice la hoja de defunción. Luego realizo mi ritual. Es rápido: digo el nombre de la persona, me presento diciéndole que yo voy a ser el que va a intervenir su cuerpo, y le pido de favor que respete el mío. —Su energía, quédesela, no trate de buscar mi luz, si es que tengo. Posteriormente le retiro la ropa, le pongo espray desinfectante, preparo el material quirúrgico y la fórmula en la bomba, un formaldehido que contiene formol, glicerina y alcohol ácido fénico combinado con algún relajante muscular. Esta solución es muy fuerte. Después, hago dos incisiones; una, a la altura del músculo trapecio para localizar la arteria carótida primitiva; y la otra, en la clavícula, para localizar la vena yugular. Con la férula, que es un tubo que está adherido a la bomba, se introduce el líquido por la arteria; y por la vena, meto una pinza drenadora. En el momento en que activo la bomba, entra el líquido conservador de cadáveres, y al mismo tiempo, se extrae la sangre por la yugular; es decir, se hace un intercambio de fluidos. Mientras trabaja la bomba, masajeo el cuerpo y lo baño para que el líquido se irrigue hasta las uñas y los tejidos de la piel. Cuando termina la bomba, utilizo el troquer, aparato que sirve para hacer liposucciones; se introduce en la región abdominal, perfora los órganos internos, extrae líquidos y secreciones, aspira gases de putrefacción, residuos alimenticios, materia fecal, orina y el agua que se va a los pulmones. En pocas palabras: deshidrata el cuerpo. A veces, los cuerpos llegan a emitir sonidos cuando les meto el troquer; por ejemplo, si les llego a agarrar una cuerda vocal, se oye un grito. No me aterro, es algo natural, es el mismo vacío que se genera. Por eso debo conocer la anatomía humana para saber en dónde estoy metiendo la aguja. También, hay que cerrarles los ojos, para ello utilizo unas cosas que se llaman ice caps; pongo el pegamento entre los párpados, al ras de las pestañas, y así los uno. Lo mismo pasa a la hora de cerrarle la boca, suturo por dentro para que se cierren los maxilares; todo eso es estética.
Luego hay que vestirlos. La ropa, nos la trae la familia. Es complicado, maña combinada con fuerza; tengo que estar haciendo maniobras para no fracturar el cuerpo. Por esta razón, cuando un cuerpo entra en estado de rigidez, le doy un pequeño masaje para que vaya flexionando sus extremidades. Este trabajo es un arte, es retardar la descomposición prematura de un cuerpo con la finalidad de brindarle al que se ha ido una velación digna.
Hay ocasiones en que los familiares me piden maquillar a sus muertitos; pinto sus bocas, les pongo sombras, rubor, etcétera; así les quito la palidez cadavérica y les doy vitalidad; sin embargo, hay gente que se confunde, piensa que aquí es un salón de belleza y me piden que a sus muertitos les pinte las uñas de las manos y de los pies y hasta que les haga peinados; sí lo hago, pero no es un trabajo común y no cobro extra por eso. En este sentido, la reconstrucción de un cuerpo es muy laboriosa, los familiares no lo entienden, no me dan tiempo suficiente para reconstruirlo como se debe. Aun así, trato de dejar los cadáveres presentables; cuando no es posible, de antemano, se les informa a los familiares que no se pudo hacer más con el cuerpo.
El tiempo que tardo en embalsamar depende del tipo de muerte; si fue natural, me tardo una hora; si es de estudio clínico; es decir, los que vienen del forense, me tardo hasta tres horas, dependiendo de las condiciones en que venga. Así, en un día embalsamo de uno a ocho cadáveres.
Cuando no hay trabajo, me retiro a mi domicilio, pero si vuelven a requerir de mi servicio, tengo que regresar. Ya me acostumbré: de mi casa al trabajo me hago una hora en transporte público, y me gasto veinte pesos en pasajes. En coche me hago como veinticinco minutos. Gano entre 22 y 23 mil pesos mensuales, dependiendo de la carga de trabajo, puede ser menos, pero sí me alcanza para vivir dignamente. En cuanto a mi salud, estoy expuesto a diversos riesgos, pues llegan cuerpos con VIH o hepatitis. Es un área infectocontagiosa, como un pequeño quirófano. Además, el estar aquí todo el tiempo es desgastante: me la paso encerrado, tratando con seres de energía que no sé si fueron buenos o malos; también eso cuenta, la energía del ser que tienes ahí en la plancha. A veces me siento con la espalda cansada, ya con ganas de irme a dormir.
Al final, el reconocimiento de los familiares es lo más grato; aunque, hay quienes, debido a su duelo, no aceptan que su familiar es el que está en la caja y salen con que se los he cambiado por otro.
Mi rutina de trabajo consiste en, primero que nada, ver la documentación del cadáver; superviso el cuerpo para ver qué técnica voy a implementar con base en lo que dice la hoja de defunción. Luego realizo mi ritual. Es rápido: digo el nombre de la persona, me presento diciéndole que yo voy a ser el que va a intervenir su cuerpo, y le pido de favor que respete el mío. —Su energía, quédesela, no trate de buscar mi luz, si es que tengo. Posteriormente le retiro la ropa, le pongo espray desinfectante, preparo el material quirúrgico y la fórmula en la bomba, un formaldehido que contiene formol, glicerina y alcohol ácido fénico combinado con algún relajante muscular. Esta solución es muy fuerte. Después, hago dos incisiones; una, a la altura del músculo trapecio para localizar la arteria carótida primitiva; y la otra, en la clavícula, para localizar la vena yugular. Con la férula, que es un tubo que está adherido a la bomba, se introduce el líquido por la arteria; y por la vena, meto una pinza drenadora. En el momento en que activo la bomba, entra el líquido conservador de cadáveres, y al mismo tiempo, se extrae la sangre por la yugular; es decir, se hace un intercambio de fluidos. Mientras trabaja la bomba, masajeo el cuerpo y lo baño para que el líquido se irrigue hasta las uñas y los tejidos de la piel. Cuando termina la bomba, utilizo el troquer, aparato que sirve para hacer liposucciones; se introduce en la región abdominal, perfora los órganos internos, extrae líquidos y secreciones, aspira gases de putrefacción, residuos alimenticios, materia fecal, orina y el agua que se va a los pulmones. En pocas palabras: deshidrata el cuerpo. A veces, los cuerpos llegan a emitir sonidos cuando les meto el troquer; por ejemplo, si les llego a agarrar una cuerda vocal, se oye un grito. No me aterro, es algo natural, es el mismo vacío que se genera. Por eso debo conocer la anatomía humana para saber en dónde estoy metiendo la aguja. También, hay que cerrarles los ojos, para ello utilizo unas cosas que se llaman ice caps; pongo el pegamento entre los párpados, al ras de las pestañas, y así los uno. Lo mismo pasa a la hora de cerrarle la boca, suturo por dentro para que se cierren los maxilares; todo eso es estética.
Luego hay que vestirlos. La ropa, nos la trae la familia. Es complicado, maña combinada con fuerza; tengo que estar haciendo maniobras para no fracturar el cuerpo. Por esta razón, cuando un cuerpo entra en estado de rigidez, le doy un pequeño masaje para que vaya flexionando sus extremidades. Este trabajo es un arte, es retardar la descomposición prematura de un cuerpo con la finalidad de brindarle al que se ha ido una velación digna.
Hay ocasiones en que los familiares me piden maquillar a sus muertitos; pinto sus bocas, les pongo sombras, rubor, etcétera; así les quito la palidez cadavérica y les doy vitalidad; sin embargo, hay gente que se confunde, piensa que aquí es un salón de belleza y me piden que a sus muertitos les pinte las uñas de las manos y de los pies y hasta que les haga peinados; sí lo hago, pero no es un trabajo común y no cobro extra por eso. En este sentido, la reconstrucción de un cuerpo es muy laboriosa, los familiares no lo entienden, no me dan tiempo suficiente para reconstruirlo como se debe. Aun así, trato de dejar los cadáveres presentables; cuando no es posible, de antemano, se les informa a los familiares que no se pudo hacer más con el cuerpo.
El tiempo que tardo en embalsamar depende del tipo de muerte; si fue natural, me tardo una hora; si es de estudio clínico; es decir, los que vienen del forense, me tardo hasta tres horas, dependiendo de las condiciones en que venga. Así, en un día embalsamo de uno a ocho cadáveres.
Cuando no hay trabajo, me retiro a mi domicilio, pero si vuelven a requerir de mi servicio, tengo que regresar. Ya me acostumbré: de mi casa al trabajo me hago una hora en transporte público, y me gasto veinte pesos en pasajes. En coche me hago como veinticinco minutos. Gano entre 22 y 23 mil pesos mensuales, dependiendo de la carga de trabajo, puede ser menos, pero sí me alcanza para vivir dignamente. En cuanto a mi salud, estoy expuesto a diversos riesgos, pues llegan cuerpos con VIH o hepatitis. Es un área infectocontagiosa, como un pequeño quirófano. Además, el estar aquí todo el tiempo es desgastante: me la paso encerrado, tratando con seres de energía que no sé si fueron buenos o malos; también eso cuenta, la energía del ser que tienes ahí en la plancha. A veces me siento con la espalda cansada, ya con ganas de irme a dormir.
Al final, el reconocimiento de los familiares es lo más grato; aunque, hay quienes, debido a su duelo, no aceptan que su familiar es el que está en la caja y salen con que se los he cambiado por otro.