Noches sin sueño
Ariel Salvador Roja Fagúndez*
Otra noche desvelado. Los ruidos se hacen sentir más en la oscuridad de la madrugada. Siento el viento anunciar el cambio de estación. Hace tambalear las últimas hojas de los árboles otoñales y empuja el vidrio de la ventana. Se oye una ambulancia en la lejanía. Supongo que también debe haber sido así la sinfonía nocturna en los tiempos de la dictadura cívico-militar, de ésas tantas a que fueron sometidas varias repúblicas sudamericanas en los conturbados años del Plan Cóndor. Tiempos de toque de queda, de miedo, de desconfianza, de incertezas, de violencia, de muertes silenciosas, de reuniones y abrazos prohibidos.
La repentina lluvia fina anuncia el comienzo del invierno. Como nudillos de una mano fantasmal, el viento golpetea la ventana y alborota mis pensamientos.
¿Ves la puerta del al lado? ¿Allí al lado del comedor? Aquel era el cuarto de Ruben. Y más a la derecha, había un portón de madera.
En la oscuridad de la habitación identifico de a poco algunas voces, que al igual que el viento, vienen y van. Son tiempos duros.
¿Te acordás que en la puerta tenía una manito para golpear? Bueno, en la madrugada el sintió el "tac-tac", y luego de tras del "tac-tac", ¡bummmm, aquel portón voló!
Las ráfagas de viento son irregulares. ¡Despierte! Parecen decir.
Miedo de sentir frio. Ese era el temor.
Dormían vestidos. Sabían que a cualquier momento los iban a buscar.
El viento insiste... Hace frio... Trato de ponerme cómodo para retomar el sueño. Inútil.
Mamá tenía las botas y la ropa siempre listas al lado de la cama. Cosa que si tocara el timbre por la madrugada... Vestite y tratá de salir lo más abrigado posible.
Otra ráfaga. La ventana tiembla. Mis recuerdos también.
...Y siente las botas, "toc-toc". Los milicos entrando. Se tiró de la cama y cuando llegó a la puerta, el viejo Roja ya había salido.
Así lo encontraron. Vestido en su cama, cuando golpearon a su puerta repentinamente en aquella madrugada. Poco antes la organización le había dado la posibilidad de una fuga clandestina con destino a Chile. Pero él se negó, sabía que, si no lo encontrasen, quien pagaría sería el viejo, por eso dejó su cuerpo. Los que estaban en la casa oyeron los pasos acelerados de las botas y los golpes en la puerta de entrada, y al mismo tiempo escucharon el ruido producido por la invasión de la puerta lateral de la habitación que daba acceso al dormitorio de Ruben. El viejo Sixto, siempre con su actitud seria y orgullosa de ser honesto y trabajador, atiende la puerta con mirada firme de indignación, la cual se desarma al ver pasar a su hijo conducido por soldados hasta un auto estacionado en la vereda de la puerta de en frente, de cuyo interior se oye una voz que dice: Es ése.
Quien dirigió el operativo, fue un tal de Mario Ramos. ¡Un amigo personal! Vivía ahí, metido en la casa con los Roja. ¡Criado ahí! ¡Amigo de infancia! El loco tenía no sé cuántos hermanos e iba ahí, a matarse el hambre en la casa del viejo Sixto.
Tras identificarlo, lo encapucharon y se lo llevaron para el galpón al fondo de la casa. Allí mismo, en su residencia, en la presencia de su padre, madrastra y hermana de apenas tres años él fue preso interrogado y torturado. Logró reconocer una voz, posiblemente de quien conducía el operativo e intento establecer un diálogo a pesar de los golpes.
Dijo --Mario, Mario--. Como que comprometiéndolo a que interviniera en su favor para que pararan de darle aquella paliza. A lo que le responden: "Acá no hay ningún Mario".
--El Mario que es mi amigo-- respondió Ruben, bajo trompadas, y el loco le dijo --yo no soy amigo de ningún Tupamaro--. Y aquél le contestó --en la casa de un tupamaro te mataron el hambre de niño.
De pronto el viento se ha calmado... Ese viento que viene a golpetear la puerta de mi memoria, viene para acompañarme en noches de insomnio, trayendo recuerdos del frio. Todo está quieto ahora. Escucho una canilla defectuosa. La puerta, las persianas, las gotas, resuenan discretamente mescladas con las sonoras distracciones diurnas que imponen otras demandas. En la madrugada insomne ellas golpean.
Amaneció. La quietud no me trajo el sueño y los ruidos internos me hacen capitular. Es mejor ponerse de pie. Un café sin azúcar y una historia por contar. ¿Es posible ver al mundo a través de una ventana?
Aunque no puedo ver al sol en su salida, lo veo a través de los campos que empiezan a sentir su caricia. En la música con que los pájaros reciben al día, predominan la de gorriones y golondrinas. Aquí. Y viste que llamo música y no ruido, al canto de golondrinas y gorriones. A mí me gustan. Al gorrión lo identifico con la ciudad y con los pobres y mal vestidos y a la golondrina con los trotamundos. Se escucha también a algunos pájaros de monte o de campo que a esta hora se aproximan hasta nosotros. Me parece que el hombre es el animal que recibe con menos alegría el día.
¿Qué frío haría allá, donde la noche no era ni reposo ni paz?
Le pongo oídos atentos al canto matinal de los pájaros. Con el habitual alboroto recibieron aquel domingo de otoño cuando el cielo apenas palidecía para oscurecer las primeras estrellas, y el viejo Sixto ya estaba de pie, bien dispuesto como siempre, y sin dudarlo, se dirigió hasta el galpón en el fondo de la casa. Decidido, abrió la vieja pero bien cuidada puerta, y entró en la pieza. Se movió con seguridad en la oscuridad, ya que tenía el espacio trazado en su memoria. Ágilmente dio unos pasos y con la mano derecha agarro el mango de la pala, que se dio con gusto a la tarea. Dio la vuelta y se fue tan rápido como entró. El galpón tenía sus fantasmas, pero esa mañana ya no lo asustaban, pues los espectros de las sombras huyen hacia los rincones más oscuros, esperando por el regreso de su tiempo sin luz.
Con la misma prontitud que el viejo fue a buscar su herramienta, se dirigió al sitio donde había enterrado a escondidas la botella de vino hecho con las uvas recogidas de su parral, cosecha 1973, junto con la promesa que había logrado cumplir en copas bien servidas que descansaban en la fastuosa mesa puesta en el patio para celebrar el regreso a casa de todos sus hijos.
Hay niebla afuera. Insiste en esconder el sol. Como un susurro parece decir que, a pesar de la luz del amanecer, volverá junto con la noche y el frio.
En el reflejo del cristal de mi ventana reconozco las palabras mudas en la mirada de mi padre.
En la euforia de los abrazos y tantas cosas por decir, en la mirada entre padre e hijo, ambos agarrándose firmemente la cabeza entre las manos poco antes de fundir los cuerpos en un abrazo. El vino fue olvidado en medio a la atmosfera de alegriá y expectativa que por sí misma era embriagadora.
El renacido regresaba a su casa y quería entrar por la puerta principal. Regresaba del infierno y por eso tomó su tiempo antes de poner el pie izquierdo en la solera de la puerta. Las manos juntas, a la altura del pecho, parecían querer unirse para agarrar ese momento y evitar que algo se le escapara. Con los ojos fijos en la puerta, toma aliento profundo y deja escapar un largo suspiro de regreso, sonríe y por fin entra. Pasos lentos recorren por el pequeño pasillo, adentra mientras llenaba sus ojos con las impresiones de ese lugar tan querido. Su mirada recorre todo el ambiente, identificando marcas del tiempo, lo que aún permanecía y lo que había cambiado. Ojos curiosos lo siguen. No todo estaba igual, ni tampoco el. Gente jamás vista lo acompañan mirando la escena a través de la ventana o por detrás de la puerta que se mantiene abierta. Los familiares lo siguen por el interior de su antiguo hogar. Todos lo siguen en su lento andar por el pasillo, él entra al comedor, mira hacia su antiguo dormitorio, del que fue arrancado hacía más de una década. Permanece inmóvil, recordó las noches que dormía vestido. Soledad, su hermana, se mantiene atenta a su mirada. Había muchos otros en el interior de la casa, pero predominaba el silencio, un silencio emotivo y respetuoso, alegre. Se da vuelta y mira hacia otra pieza a que le informan que allí se guardaron sus cosas, que también por el esperaron. Abre la puerta y camina en dirección al pequeño armario, lo abre y deja escapar una carcajada.
—¡Qué tontos son!— dijo en voz alta --¡Revolvieron la casa entera no encontraron las armas! ¡Las armas secretas! El joven, la sombra que lo seguía desde su entrada, paso a paso, justo detrás, mirando el rostro del resucitado, se apresuró en ver de qué se trataba y se encontró frente a una biblioteca.
A través de mi ventana observo la bruma que intenta frenar el calor, sin embargo, trato de vislumbrar en los contornos de los arbustos que se levantan tímidamente las flores que brotan coloreando el gris monótono, anunciando renovación y vida. Como decía Neruda, la primavera es inexorable.
La repentina lluvia fina anuncia el comienzo del invierno. Como nudillos de una mano fantasmal, el viento golpetea la ventana y alborota mis pensamientos.
¿Ves la puerta del al lado? ¿Allí al lado del comedor? Aquel era el cuarto de Ruben. Y más a la derecha, había un portón de madera.
En la oscuridad de la habitación identifico de a poco algunas voces, que al igual que el viento, vienen y van. Son tiempos duros.
¿Te acordás que en la puerta tenía una manito para golpear? Bueno, en la madrugada el sintió el "tac-tac", y luego de tras del "tac-tac", ¡bummmm, aquel portón voló!
Las ráfagas de viento son irregulares. ¡Despierte! Parecen decir.
Miedo de sentir frio. Ese era el temor.
Dormían vestidos. Sabían que a cualquier momento los iban a buscar.
El viento insiste... Hace frio... Trato de ponerme cómodo para retomar el sueño. Inútil.
Mamá tenía las botas y la ropa siempre listas al lado de la cama. Cosa que si tocara el timbre por la madrugada... Vestite y tratá de salir lo más abrigado posible.
Otra ráfaga. La ventana tiembla. Mis recuerdos también.
...Y siente las botas, "toc-toc". Los milicos entrando. Se tiró de la cama y cuando llegó a la puerta, el viejo Roja ya había salido.
Así lo encontraron. Vestido en su cama, cuando golpearon a su puerta repentinamente en aquella madrugada. Poco antes la organización le había dado la posibilidad de una fuga clandestina con destino a Chile. Pero él se negó, sabía que, si no lo encontrasen, quien pagaría sería el viejo, por eso dejó su cuerpo. Los que estaban en la casa oyeron los pasos acelerados de las botas y los golpes en la puerta de entrada, y al mismo tiempo escucharon el ruido producido por la invasión de la puerta lateral de la habitación que daba acceso al dormitorio de Ruben. El viejo Sixto, siempre con su actitud seria y orgullosa de ser honesto y trabajador, atiende la puerta con mirada firme de indignación, la cual se desarma al ver pasar a su hijo conducido por soldados hasta un auto estacionado en la vereda de la puerta de en frente, de cuyo interior se oye una voz que dice: Es ése.
Quien dirigió el operativo, fue un tal de Mario Ramos. ¡Un amigo personal! Vivía ahí, metido en la casa con los Roja. ¡Criado ahí! ¡Amigo de infancia! El loco tenía no sé cuántos hermanos e iba ahí, a matarse el hambre en la casa del viejo Sixto.
Tras identificarlo, lo encapucharon y se lo llevaron para el galpón al fondo de la casa. Allí mismo, en su residencia, en la presencia de su padre, madrastra y hermana de apenas tres años él fue preso interrogado y torturado. Logró reconocer una voz, posiblemente de quien conducía el operativo e intento establecer un diálogo a pesar de los golpes.
Dijo --Mario, Mario--. Como que comprometiéndolo a que interviniera en su favor para que pararan de darle aquella paliza. A lo que le responden: "Acá no hay ningún Mario".
--El Mario que es mi amigo-- respondió Ruben, bajo trompadas, y el loco le dijo --yo no soy amigo de ningún Tupamaro--. Y aquél le contestó --en la casa de un tupamaro te mataron el hambre de niño.
De pronto el viento se ha calmado... Ese viento que viene a golpetear la puerta de mi memoria, viene para acompañarme en noches de insomnio, trayendo recuerdos del frio. Todo está quieto ahora. Escucho una canilla defectuosa. La puerta, las persianas, las gotas, resuenan discretamente mescladas con las sonoras distracciones diurnas que imponen otras demandas. En la madrugada insomne ellas golpean.
Amaneció. La quietud no me trajo el sueño y los ruidos internos me hacen capitular. Es mejor ponerse de pie. Un café sin azúcar y una historia por contar. ¿Es posible ver al mundo a través de una ventana?
Aunque no puedo ver al sol en su salida, lo veo a través de los campos que empiezan a sentir su caricia. En la música con que los pájaros reciben al día, predominan la de gorriones y golondrinas. Aquí. Y viste que llamo música y no ruido, al canto de golondrinas y gorriones. A mí me gustan. Al gorrión lo identifico con la ciudad y con los pobres y mal vestidos y a la golondrina con los trotamundos. Se escucha también a algunos pájaros de monte o de campo que a esta hora se aproximan hasta nosotros. Me parece que el hombre es el animal que recibe con menos alegría el día.
¿Qué frío haría allá, donde la noche no era ni reposo ni paz?
Le pongo oídos atentos al canto matinal de los pájaros. Con el habitual alboroto recibieron aquel domingo de otoño cuando el cielo apenas palidecía para oscurecer las primeras estrellas, y el viejo Sixto ya estaba de pie, bien dispuesto como siempre, y sin dudarlo, se dirigió hasta el galpón en el fondo de la casa. Decidido, abrió la vieja pero bien cuidada puerta, y entró en la pieza. Se movió con seguridad en la oscuridad, ya que tenía el espacio trazado en su memoria. Ágilmente dio unos pasos y con la mano derecha agarro el mango de la pala, que se dio con gusto a la tarea. Dio la vuelta y se fue tan rápido como entró. El galpón tenía sus fantasmas, pero esa mañana ya no lo asustaban, pues los espectros de las sombras huyen hacia los rincones más oscuros, esperando por el regreso de su tiempo sin luz.
Con la misma prontitud que el viejo fue a buscar su herramienta, se dirigió al sitio donde había enterrado a escondidas la botella de vino hecho con las uvas recogidas de su parral, cosecha 1973, junto con la promesa que había logrado cumplir en copas bien servidas que descansaban en la fastuosa mesa puesta en el patio para celebrar el regreso a casa de todos sus hijos.
Hay niebla afuera. Insiste en esconder el sol. Como un susurro parece decir que, a pesar de la luz del amanecer, volverá junto con la noche y el frio.
En el reflejo del cristal de mi ventana reconozco las palabras mudas en la mirada de mi padre.
En la euforia de los abrazos y tantas cosas por decir, en la mirada entre padre e hijo, ambos agarrándose firmemente la cabeza entre las manos poco antes de fundir los cuerpos en un abrazo. El vino fue olvidado en medio a la atmosfera de alegriá y expectativa que por sí misma era embriagadora.
El renacido regresaba a su casa y quería entrar por la puerta principal. Regresaba del infierno y por eso tomó su tiempo antes de poner el pie izquierdo en la solera de la puerta. Las manos juntas, a la altura del pecho, parecían querer unirse para agarrar ese momento y evitar que algo se le escapara. Con los ojos fijos en la puerta, toma aliento profundo y deja escapar un largo suspiro de regreso, sonríe y por fin entra. Pasos lentos recorren por el pequeño pasillo, adentra mientras llenaba sus ojos con las impresiones de ese lugar tan querido. Su mirada recorre todo el ambiente, identificando marcas del tiempo, lo que aún permanecía y lo que había cambiado. Ojos curiosos lo siguen. No todo estaba igual, ni tampoco el. Gente jamás vista lo acompañan mirando la escena a través de la ventana o por detrás de la puerta que se mantiene abierta. Los familiares lo siguen por el interior de su antiguo hogar. Todos lo siguen en su lento andar por el pasillo, él entra al comedor, mira hacia su antiguo dormitorio, del que fue arrancado hacía más de una década. Permanece inmóvil, recordó las noches que dormía vestido. Soledad, su hermana, se mantiene atenta a su mirada. Había muchos otros en el interior de la casa, pero predominaba el silencio, un silencio emotivo y respetuoso, alegre. Se da vuelta y mira hacia otra pieza a que le informan que allí se guardaron sus cosas, que también por el esperaron. Abre la puerta y camina en dirección al pequeño armario, lo abre y deja escapar una carcajada.
—¡Qué tontos son!— dijo en voz alta --¡Revolvieron la casa entera no encontraron las armas! ¡Las armas secretas! El joven, la sombra que lo seguía desde su entrada, paso a paso, justo detrás, mirando el rostro del resucitado, se apresuró en ver de qué se trataba y se encontró frente a una biblioteca.
A través de mi ventana observo la bruma que intenta frenar el calor, sin embargo, trato de vislumbrar en los contornos de los arbustos que se levantan tímidamente las flores que brotan coloreando el gris monótono, anunciando renovación y vida. Como decía Neruda, la primavera es inexorable.
Al maestro Ruben Eriberto Roja (in memorian) con cariño.
*Soy nacido en la República Oriental del Uruguay en 1968 y a los 6 años emigrado para Brasil. Desde mi niñez, conviví con la ausencia de un tío que se encontraba detenido en el Establecimiento de Reclusión Militar Nº1 de Libertad, con motivo de su protagonismo como miembro actuante del MLN-T (Movimiento de Liberación Nacional – Tupamaros). Lo conocí personalmente en el dia en que gracias a una amnistía general de presos políticos fué liberado. Tenía yo 16 años y cumplía él más de 12 años de reclusión. Desde entonces trato de contar un poco de esa historia que en aquellos años era temas prohibidos. Para contacto usar email: [email protected]