Oficina
Andrés García Barrios
Es de mañana en el poema. La tarde
es un camaleón que se mira con una lente.
Las ondas del dictado parecen conejos,
osos que hibernan.
Se hace el silencio
(¿qué más se puede hacer?)
Callar es una niña y un árbol,
una canasta de bejuco y manzanas.
Callar es un riíto y una hormiguita
pataleando por vivir.
Callar es no despertar al oso,
pasar caminando sin zapatos ni pies.
Tras la tapia y tras la puerta, la oreja
encuentra su párpado de oreja.
Guarda silencio.
Callar es lo que hace el jabón por la noche
cuando produce su baba y se pega.
Callar es entrar en el vagón equivocado.
Callar es llegar a un prado a leer y beber, e irse
porque ahí está la muerte, inmóvil.
En el estanque,
los niños tienen patos en los ojos
para hundirse en el agua
cuando los dejan solos.
Las nanas tienen niños en los ojos
para correr por parques, resbalarse y peligrar.
Las madres tienen nanas en los ojos
para cuidar a sus hijos.
“Silencio ―pide el jefe―,
no estamos en una cantina”.
Todos callamos.
Después volvemos a hablar
de la programación de septiembre,
del presupuesto anual,
del niño que agarró a un pato por el cuello,
de la nana, de la madre
y de todos los que hacen
lo que tienen que hacer.
Es de mañana en el poema. La tarde
es un camaleón que se mira con una lente.
es un camaleón que se mira con una lente.
Las ondas del dictado parecen conejos,
osos que hibernan.
Se hace el silencio
(¿qué más se puede hacer?)
Callar es una niña y un árbol,
una canasta de bejuco y manzanas.
Callar es un riíto y una hormiguita
pataleando por vivir.
Callar es no despertar al oso,
pasar caminando sin zapatos ni pies.
Tras la tapia y tras la puerta, la oreja
encuentra su párpado de oreja.
Guarda silencio.
Callar es lo que hace el jabón por la noche
cuando produce su baba y se pega.
Callar es entrar en el vagón equivocado.
Callar es llegar a un prado a leer y beber, e irse
porque ahí está la muerte, inmóvil.
En el estanque,
los niños tienen patos en los ojos
para hundirse en el agua
cuando los dejan solos.
Las nanas tienen niños en los ojos
para correr por parques, resbalarse y peligrar.
Las madres tienen nanas en los ojos
para cuidar a sus hijos.
“Silencio ―pide el jefe―,
no estamos en una cantina”.
Todos callamos.
Después volvemos a hablar
de la programación de septiembre,
del presupuesto anual,
del niño que agarró a un pato por el cuello,
de la nana, de la madre
y de todos los que hacen
lo que tienen que hacer.
Es de mañana en el poema. La tarde
es un camaleón que se mira con una lente.