Sabores y saberes
Eurídice Román de Dios
Hay rutas que se emprenden con la mirada hacia adentro,
con el brillo de los ojos.
Sin distancias, sin conceptos, tan sólo con un leve palpitar
de las certezas.
Entonces llegas como el cristal que se traspasa con las manos,
con el canto, con el ave.
Fuego interno que en el ocaso enciende dos luces, dos,
una saliva, una.
Tránsito de paisajes, fusión, cuerpos que se deshacen
al tocarse.
Complicidad de pieles de tigres, de venados, bajo la lluvia
tibia, del frío de invierno.
Instantes que se funden en una tarde de barro, de tejas
de tezontle.
Dos manos que se esculpen. Se alcanzan. Se desvanecen.
Atrás quedaron, la ensalada, las almendras, la carta,
el té de manzanilla.
Ya sólo se escuchan los susurros, el oído se afina, se multiplica
se eleva hacia los astros.
Idiomas sin palabras, lejanos, se incorporan, en minutos
se compenetran.
Sobre el follaje caen las gotas de agua, casi lava.
Afuera, la noche se instala con el finito lenguaje de todos los tiempos.
con el brillo de los ojos.
Sin distancias, sin conceptos, tan sólo con un leve palpitar
de las certezas.
Entonces llegas como el cristal que se traspasa con las manos,
con el canto, con el ave.
Fuego interno que en el ocaso enciende dos luces, dos,
una saliva, una.
Tránsito de paisajes, fusión, cuerpos que se deshacen
al tocarse.
Complicidad de pieles de tigres, de venados, bajo la lluvia
tibia, del frío de invierno.
Instantes que se funden en una tarde de barro, de tejas
de tezontle.
Dos manos que se esculpen. Se alcanzan. Se desvanecen.
Atrás quedaron, la ensalada, las almendras, la carta,
el té de manzanilla.
Ya sólo se escuchan los susurros, el oído se afina, se multiplica
se eleva hacia los astros.
Idiomas sin palabras, lejanos, se incorporan, en minutos
se compenetran.
Sobre el follaje caen las gotas de agua, casi lava.
Afuera, la noche se instala con el finito lenguaje de todos los tiempos.