Save the queen
BS Fernando Barba*
Parecía un vuelo normal, con un poco de turbulencia al despegar pero nada mas. Lo único fuera de lo normal fue que las aeromozas solo pasaron a servir las bebidas, y ya no volvieron a pasar a recoger la basura generada; algo que para los que viajamos regularmente, sucede cuando hay turbulencia severa pero en este caso, no hubo tal. Cuando aterrizamos, las aeromozas se veían nerviosas corriendo por el pasillo central. Lo cual de acuerdo a los procedimientos no era una conducta adecuada. Una de ella con voz entrecortada dijo por el altavoz, que por saturación del aeropuerto tardaríamos en desembarcar, que nos mantuviéramos en nuestros lugares hasta nuevo aviso. Parecía que era algo rutinario, hasta que alrededor de la hora, las aeromozas abrieron la puerta y dejaron entrar a tres personas con trajes amarillos encapsulados y con varios aparatos. Al cabo de cinco minutos salieron escoltando a un persona a la cual le habían puesto un traje igual al de ellos. Inmediatamente después el capitán desde la cabina, nos avisó que no podremos desembarcar hasta que se hagan unas pruebas al pasajero que escoltaron los médicos para descartar cualquier riesgo sanitario. Concluyó con unas palabras para tratar de tranquilizarnos lo que para algunos, como en mi caso, sólo sirvieron para aumentar el nerviosismo. Nos dijo que el riesgo era mínimo y que mientras estuviéramos abordo tendríamos alimentos en tiempo y forma. Y que nos recomendaba ponernos en contacto con nuestro familiares para avisarles del contratiempo.
Entrar en contacto con nuestras familias al principio resultó ser un desahogo de molestias contra la aerolínea y el personal de sanidad, hasta que uno de los pasajeros dijo que su esposa estaba viendo la televisión y que nuestro avión aparecía en vivo en uno de los noticieros: estaban avisando que había una alerta por infección de coronavirus.
Ya llevamos más de tres horas estacionados y aún no hay noticias. Entra mas personal de sanidad al avión. Nos comienzan a tomar la temperatura y la presión, a revisar la lengua y los ojos. Se detiene uno de los médicos conmigo y me pregunta que si he tenido alguna molestia en mi garganta. Les respondo que sí, que tengo una molestia atorada en la garganta por no poder decirles a los de la aerolínea sus verdades, que esto es solo un montaje, un distractor para justificar fondos para comprar medicamentos y sembrar pánico para que colapse la economía, por lo que estamos perdiendo el tiempo. Me mira con ternura, lo cual me hace pensar que aún no hemos pasado lo peor.
Cada día un grupo de médicos sube y nos revisa, desembarcan llevándose a los pasajeros que muestran algún síntoma o resultan sospechosos. Ninguno de los que se han llevado ha vuelto a subir, ya van más de veinte.
Tres días después suben nuevamente los médicos y nos avisan por el altavoz que hay una vacuna experimental, que si alguno de nosotros quiere que se la administren es bajo nuestro propio riesgo. Nadie levanta la mano.
Cinco días después y con menos de la mitad del avión abordo. Acepto que prueben conmigo la vacuna. Me bajan del avión y me aíslan. En las primeras horas, una vez que me vacunaron, experimento alta fiebre y vómito. Me sacan muestras de sangre y paso la noche en vela, pero amanezco sintiéndome un poco mejor y conforme avanza el día, la sensación de mejora es mas palpable. Por la mañana me visita el primer médico que me vio en el avión y me pregunta sobre mis teorías conspirativas. Su interés parecía genuino. A lo que en la platica que duró mas de treinta minutos, le respondo que la vacuna es solo un placebo. Que seguramente es agua con azúcar. El no para de reír.
Se que no tengo filtro, y para algunas personas resulto chocante. Lo sé, porque entre mis amistades tengo fama de tener un humor un tanto ácido que ha propiciado una selección natural o como ellos le llaman un instinto de sobrevivencia ante mis comentarios, esto con los que aún mantengo contacto.
Diez días después, me avisan que me darán de alta, al momento que me tocaba mi revisión, el médico que me atendió anteriormente me reconoce y le dice al que me estaba revisando que pusiera atención en mi garganta y que la revisara varias veces, porque tal vez tuviera una severa infección por las palabras que me tragué. Me dio una palmada en el hombro y me dijo que debía sentirme afortunado, ya que la vacuna en esos momentos estaba comenzando a escasear.
Años después me vuelvo a encontrar a aquel médico en la consulta médica por una fuerte infección en la garganta, ya en la revisión me dice con voz baja, que yo tenía razón, que el verdadero virus estaba en la vacuna y que en algún momento lo activarían. Que ha preferido mantenerse con perfil bajo investigando y que sus informantes le dijeron que cuando cayera la corona, esa sería la señal del inicio de la conspiración.
Han pasado tres meses y en las noticias se anuncia que la Reina de Inglaterra ha muerto y no por causas naturales. Comienzo a salivar y al pasar saliva me arde fuertemente la garganta.
Entrar en contacto con nuestras familias al principio resultó ser un desahogo de molestias contra la aerolínea y el personal de sanidad, hasta que uno de los pasajeros dijo que su esposa estaba viendo la televisión y que nuestro avión aparecía en vivo en uno de los noticieros: estaban avisando que había una alerta por infección de coronavirus.
Ya llevamos más de tres horas estacionados y aún no hay noticias. Entra mas personal de sanidad al avión. Nos comienzan a tomar la temperatura y la presión, a revisar la lengua y los ojos. Se detiene uno de los médicos conmigo y me pregunta que si he tenido alguna molestia en mi garganta. Les respondo que sí, que tengo una molestia atorada en la garganta por no poder decirles a los de la aerolínea sus verdades, que esto es solo un montaje, un distractor para justificar fondos para comprar medicamentos y sembrar pánico para que colapse la economía, por lo que estamos perdiendo el tiempo. Me mira con ternura, lo cual me hace pensar que aún no hemos pasado lo peor.
Cada día un grupo de médicos sube y nos revisa, desembarcan llevándose a los pasajeros que muestran algún síntoma o resultan sospechosos. Ninguno de los que se han llevado ha vuelto a subir, ya van más de veinte.
Tres días después suben nuevamente los médicos y nos avisan por el altavoz que hay una vacuna experimental, que si alguno de nosotros quiere que se la administren es bajo nuestro propio riesgo. Nadie levanta la mano.
Cinco días después y con menos de la mitad del avión abordo. Acepto que prueben conmigo la vacuna. Me bajan del avión y me aíslan. En las primeras horas, una vez que me vacunaron, experimento alta fiebre y vómito. Me sacan muestras de sangre y paso la noche en vela, pero amanezco sintiéndome un poco mejor y conforme avanza el día, la sensación de mejora es mas palpable. Por la mañana me visita el primer médico que me vio en el avión y me pregunta sobre mis teorías conspirativas. Su interés parecía genuino. A lo que en la platica que duró mas de treinta minutos, le respondo que la vacuna es solo un placebo. Que seguramente es agua con azúcar. El no para de reír.
Se que no tengo filtro, y para algunas personas resulto chocante. Lo sé, porque entre mis amistades tengo fama de tener un humor un tanto ácido que ha propiciado una selección natural o como ellos le llaman un instinto de sobrevivencia ante mis comentarios, esto con los que aún mantengo contacto.
Diez días después, me avisan que me darán de alta, al momento que me tocaba mi revisión, el médico que me atendió anteriormente me reconoce y le dice al que me estaba revisando que pusiera atención en mi garganta y que la revisara varias veces, porque tal vez tuviera una severa infección por las palabras que me tragué. Me dio una palmada en el hombro y me dijo que debía sentirme afortunado, ya que la vacuna en esos momentos estaba comenzando a escasear.
Años después me vuelvo a encontrar a aquel médico en la consulta médica por una fuerte infección en la garganta, ya en la revisión me dice con voz baja, que yo tenía razón, que el verdadero virus estaba en la vacuna y que en algún momento lo activarían. Que ha preferido mantenerse con perfil bajo investigando y que sus informantes le dijeron que cuando cayera la corona, esa sería la señal del inicio de la conspiración.
Han pasado tres meses y en las noticias se anuncia que la Reina de Inglaterra ha muerto y no por causas naturales. Comienzo a salivar y al pasar saliva me arde fuertemente la garganta.
*1975 Guadalajara, México. Escritor enfocado en el cuento y la microficción, aunque también ha explorado el ensayo, la poesía y la novela corta. Ha participado en diversos talleres literarios con reconocidos escritores como Carlos Bustos, Eduardo Antonio Parra, Alberto Chimal, Sandra Lorenzano, Santiago Gamboa, Oscar Tagle, etc. Ha obtenido premios y menciones a nivel nacional e internacional. Ha sido publicado en varias antologías y revistas literarias. Ha publicado los libros Poe¿amas? y Al ser, a tí vol 1 y 2. (homenaje a Gustavo Cerati).