Un ballet para el señor F
Eduardo Omar Honey Escandón*
—Pues es así como mi representado, el señor F, pide que cumpla con la solicitud.
Estábamos en transmisión mundial. El acto era parte de la disculpa que se le debía al señor F por atentar contra sus derechos. Antes la abogada había expuesto el caso. Todo empezó cuando mi antecesor rechazó la solicitud del señor F para participar en el montaje de una obra. La situación trascendió y en una entrevista de banqueta le preguntaron «Licenciado, ¿por qué razón no aceptó la solicitud? ¿Porque es el señor F?» Y se fue de lengua en esa memorable declaración: «Claro que es por el señor F: con semejante estatura y cuerpo, es una abominación ponerlo al lado de nuestra prima ballerina...» seguido de una explicación de la importancia de la figura y los años de práctica para un bailarín de ballet. La coma se perdió en algún lugar y sólo quedó «con semejante estatura y cuerpo es una abominación». El país había tardado décadas en ser políticamente correcto y una declaración así era considerada muy racista. Y más cuando el señor F era el aludido. A mi antecesor le hicieron la vida imposible en las redes sociales durante la semana que tardó en renunciar. De inmediato me nombraron como nuevo titular.
A partir de dicha declaración el señor F empezó su campaña: twitteó, posteó y blogueó su situación y cómo nuestro rechazo lo había llevado a una situación de discriminación que no era posible en un país tan moderno. Llegó a casi 100 millones de seguidores en un mes. Con su inteligencia y un manejo de primer nivel del lenguaje (aunque decimonónico) se volvió líder de referencia. Al poco tiempo se creó un Club de Amigos del señor F que fue apoyado por un grupo de abogados encabezados por la Srita. (en ese entonces) Elizabeth Hernández (ahora “del señor F”). Supieron usar muy bien, con aterradora precisión, cualquier foro: prensa, televisión, radio y, evidentemente, Internet. Incluso lograron organizar marchas en todo el mundo con el manoseado eslogan «Todos somos el señor F». El proceso cobró tal relevancia que no se pudo enterrar. Tras los respectivos dictámenes y apelaciones el caso entró al Guiness como el juicio más rápido en llegar a tres instancias: menos de un año. Sólo quedaba pedir que el caso lo atrajera el Tribunal Supremo de Justicia. Admito, desde un punto de vista personal y completamente off-the-record, que el señor F tenía razón: podía bailar lo que fuera incluyendo ballet. En lo que yo no estaba de acuerdo era forzar al Ballet Nacional a que lo incorporara a sus filas. No podíamos permitir que por antojo o berrinche cualquier ciudadano hiciera su capricho con un grupo de bailarines que habían concursado y luchado para obtener su lugar.
El TSJ se declaró incompetente para dirimir el asunto ya que no podía establecer si era o no era un ciudadano el señor F: al no nacer de madre natural no podía aplicarse nacionalidad por herencia ni por lugar de nacimiento. Debido a que no estaba documentado de dónde venían sus diversas partes (legalmente no era válido asumir que de varios países de la extinta Unión Europea aunque se rumoraba que un dedo era iraní) tampoco había criterio de origen que aplicar.
Ante dicha situación la Lic. Hernández y su equipo acudieron a instancias internacionales. La CIDH fue la primera en pronunciarse: se le podía considerar humano y, por lo tanto, sujeto a los derechos y convenios que el organismo avalaba. Como era típico nadie le hizo caso a la CIDH. Pero la Lic. no paró: acudió a la ONU. Las Naciones Unidas estaban muy ocupadas resolviendo el asunto de los Okupas que acababan de constituir el país virtual de Okupyland. Por lo tanto, sin mucha discusión, declararon al señor F como Patrimonio de la Humanidad y Ciudadano Universal. El prólogo al documento respectivo empezaba ”En honor al único hombre que es inmortal...“
Y así fue como la Lic. había ganado el caso a nivel local, federal y mundial. El hacerme de nuevo la solicitud acompañada de su cliente y marido, en transmisión mundial vía Internet, había sido la puntilla final: no cabía de gozo.
—Licenciada Hernández: me permito informarle que su cliente puede participar en nuestra siguiente temporada. Incluso hemos mandado crear una obra especialmente para que la protagonice el señor F: la Catedral de los Tutús.
—¿Catedral de los Tutús? —preguntó ella.
—Si, es una obra donde el protagonista es un transexual cuya ilusión ha sido bailar con un tutú...
—¿Un tutú? —interrumpió irritado el señor F.
—Si, es un elemento clave de la trama y un homenaje a la historia del ballet en su simbolismo popular. Es una obra transgresora que...
—Pero, ¿debo portar un tutú? —volvió a preguntar muy molesto el señor F.
—Sólo en las partes finales cuando ocurre la apoteosis, el descubrimiento interno y la aceptación por el mundo exterior. Son situaciones que ha sido expuestas por Mary Shelley, Ed Wood y otros...
—¿Un tutú? Eso es para las viejas...
E Internet calló un milisegundo antes de lanzarse contra la misoginia novecentera del señor F, conocido antes de la era de la corrección política como Frankestein.
*(México, 1969) Ing. en sistemas. Participante desde los 90 en talleres literarios, tanto en México como Venezuela, bajo la guía de diversos escritores. Un cuento suyo ganó uno de los tres primeros lugares en la convocatoria "Todos somos Teresa". Publica constantemente tanto en antologías como en revistas físicas y electrónicas. Coordina los talleres de introducción a la escritura que imparte la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Forma parte de la generación 2020-2021 de Soconusco Emergente.