500
Everardo Martínez Paco
Perro Rabioso*
Tengo quinientos pesos en la cartera. Es todo lo que tengo, en las manos correctas y manos equivocadas puede ser una gran suma, pero yo no creo eso, yo solo me repito constantemente que tengo o bueno, debo de tener quinientos pesos en mi cartera.
Pienso en esos quinientos pesos mientras muevo constantemente mi cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba abajo, de abajo a arriba. Tratando de que se me quite este mareo, tratando de recobrar el aliento y los sentidos. Han pasado dos horas desde el último trago.
Trato de meter mi mano en la bolsa trasera derecha del pantalón, sacar mi cartera y observar que efectivamente están mis quinientos pesos, pero una mano me detiene. Una hermosa chica de ojos brillantes me mira expectante, no dice nada, sus ojos dicen todo lo que hay que decir. Vuelvo a poner mi mano sobre mi pierna derecha, y recobro los movimientos de la cabeza, casi como un tic aprendido, casi como un rito salvaje.
Pienso en mis quinientos pesos mientras mi vista se nubla cada vez más. Que tontería pensar en quinientos pesos en estas circunstancias, que tontería preocuparme por dinero. Pero con ese dinero tenía que pagar la luz, internet y el nesflix, todo en un mismo viaje, todo de una vez. Pero no, pensé que esos quinientos pesos podrían servir para otra cosa, aun a expensas de los encargos, pensé que con ese dinero podría tomarme muchos varios pulques, cervezas, tragos, una buena borrachera a expensas de los servicios del hogar.
Pero esos quinientos pesos siguen en mi cartera, en la bolsa derecha trasera del pantalón, o eso es lo que creo, y no puedo sacarlos, ni pagar los servicios, ni pagar los tragos, ni pagar nada, deben de quedarse por un momento guardados en ese lugar, por lo menos en el tiempo en que se distraiga la hermosa chica de los ojos brillantes. Muevo la cabeza, el mareo no desaparece.
Miro el cielo, alcanzo a contar quinientas estrellas antes de que mi vista se quede a obscuras. No sé si cierro los ojos, o se me cierran, no alcanzo a saberlo, no siento los parpados pesados, no siento las corneas, solo siento como un hilito de sangre sale de mi boca, cruza por mi barbilla, se extiende por mi cuello, llega al pecho y se pierde en el estómago, un fino, dulce y delgado hilito de sangre. Me dejo caer sin temor.
Pienso que esos quinientos pesos en mi cartera no serán suficientes.
Pienso en esos quinientos pesos mientras muevo constantemente mi cabeza, de izquierda a derecha, de derecha a izquierda, de arriba abajo, de abajo a arriba. Tratando de que se me quite este mareo, tratando de recobrar el aliento y los sentidos. Han pasado dos horas desde el último trago.
Trato de meter mi mano en la bolsa trasera derecha del pantalón, sacar mi cartera y observar que efectivamente están mis quinientos pesos, pero una mano me detiene. Una hermosa chica de ojos brillantes me mira expectante, no dice nada, sus ojos dicen todo lo que hay que decir. Vuelvo a poner mi mano sobre mi pierna derecha, y recobro los movimientos de la cabeza, casi como un tic aprendido, casi como un rito salvaje.
Pienso en mis quinientos pesos mientras mi vista se nubla cada vez más. Que tontería pensar en quinientos pesos en estas circunstancias, que tontería preocuparme por dinero. Pero con ese dinero tenía que pagar la luz, internet y el nesflix, todo en un mismo viaje, todo de una vez. Pero no, pensé que esos quinientos pesos podrían servir para otra cosa, aun a expensas de los encargos, pensé que con ese dinero podría tomarme muchos varios pulques, cervezas, tragos, una buena borrachera a expensas de los servicios del hogar.
Pero esos quinientos pesos siguen en mi cartera, en la bolsa derecha trasera del pantalón, o eso es lo que creo, y no puedo sacarlos, ni pagar los servicios, ni pagar los tragos, ni pagar nada, deben de quedarse por un momento guardados en ese lugar, por lo menos en el tiempo en que se distraiga la hermosa chica de los ojos brillantes. Muevo la cabeza, el mareo no desaparece.
Miro el cielo, alcanzo a contar quinientas estrellas antes de que mi vista se quede a obscuras. No sé si cierro los ojos, o se me cierran, no alcanzo a saberlo, no siento los parpados pesados, no siento las corneas, solo siento como un hilito de sangre sale de mi boca, cruza por mi barbilla, se extiende por mi cuello, llega al pecho y se pierde en el estómago, un fino, dulce y delgado hilito de sangre. Me dejo caer sin temor.
Pienso que esos quinientos pesos en mi cartera no serán suficientes.
*Everardo Martínez Paco, Perro Rabioso (1987). Escritor igualteco que reside en alguna parte de la gran mancha de concreto. Antropólogo y profesor en sus tiempos libres. Tiene un par de publicaciones de las que destacan Andamio (2016, Grupo Editorial Artemio), Desparecidos (2015, Fridaura), Diez Días de Miseria (Mantra, 2018) y Realismo no tan sucio (2018, Son del Barrio). Le gusta la caguama clara y las costillas BBQ. Cree que la literatura es herramienta muy fuerte de protesta.