Breve recorrido gastronómico por El Chanfalla
René Ostos
El Chanfalla, novela escrita por Gonzalo Martré, seudónimo de Mario Trejo González, es la primera de una trilogía que lleva el mismo nombre, la terna la completan Entre tiras, porros y caifanes y ¿Tormenta roja sobre México? Segundo y tercer libro de la saga, respectivamente.
Ambientado en la Ciudad de México de la década de los treinta y principios de los cuarenta, el libro narra, en 35 capítulos, la vida de Agustín de Iturbide y Guerrero, el Chanfalla, niño de seis años, de familia pobre, que vive en una populosa vecindad de la calle de la Cerbatana, hoy República de Venezuela; y que, por defenderse, con certero resorterazo, de Lalo, un niño que abusa de él constantemente; huye de casa, pues cree haber matado al abusón e imagina que será llevado a la Correccional, donde los niños son golpeados y vejados a toda hora.
En su peregrinar por las calles, Chanfalla se enfrenta a diversas dificultades que, gracias a su inocencia, particular inteligencia, buena estrella y carisma, va sorteando una por una. Ejerce diferentes trabajos y oficios tales como ayudante de peluquero, domador de osos, bolero, merenguero, cómico de carpa, tragafuegos y paletero. Conoce los diferentes barrios y colonias de la ciudad: Tepito, Santa María la Rivera, Candelaria de los Patos, Las Lomas, Garibaldi, La Merced, Chapultepec, Anzures, Polanco, Lagunilla, etcétera; con sus respectivos mercados, comercios y rutas de transporte; así como a personajes de la historia de México como Diego Rivera, Lázaro Cárdenas, Valentín Campa, Vicente Lombardo Toledano, Fidel Velázquez, Gustavo Baz, Agustín Lara, entre muchos otros. También, en sus andanzas, se hace de buenos amigos, novias y enemigos, personajes que lo acompañan y en su trato contribuyen con su influencia a la evolución del personaje, que de ser un niño inocente y travieso, pasa a convertirse en un maleado delincuente.
La narración no sólo es atractiva por tratarse de una novela picaresca, sus páginas se distinguen por la riqueza de su vocabulario, sus referencias a hechos históricos, personajes del cine y la política, datos económicos, así como escenas típicas, detalles que retratan la época y transportan al pasado; un ejemplo de ello, son las referencias gastronómicas, comida de mercado y callejera, platillos y garnachas que despiertan el apetito y aguzan los sentidos de la vista, el gusto y el olfato: Robustina, madre de Chanfalla, “compró sopes y gorditas, a Juan un vaso de tepache y un litro de pulque para ella”. Antojitos y bebidas típicas mexicanas, que otrora fueran comida casi exclusiva de la gente más humilde, y que en los tiempos que corren se venden a precios exorbitantes en establecimientos de alta gastronomía por su exquisito sabor.
En otra parte de la novela, se nos dice que Chanfalla “fue a un puesto donde probó un caldo de res abundante en garbanza, col, papas, calabacitas, nabo, arroz, cilantro y un buen trozo de retazo con hueso, por treinta centavos”, yo agregaría un cerro de tortillas hechas mano, salsa pico de gallo y limones a mansalva, pero ya la sola imagen descrita me hace salivar.
En el capítulo 31, Chanfalla se convierte en ayudante de un vendedor de deliciosos “[…] camotes de piel apergaminada por el calor, blandos, poco olorosos pero muy dulces. [También…] plátanos machos abiertos longitudinalmente, su cáscara tostada, casi negra, pero en el interior dorado, chorreando miel, despidiendo un aroma incitante y acorde a la sabrosura del contenido”. ¡Un vaso de leche para acompañar estas delicias, por favor!
En otra parte de su odisea, a Chanfalla “[…] lo asaltó el antojo de comer tacos de tripas, atraído por el incitante olor emanado desde un gran comal donde se freían en sebo. El aroma despertó su gula y pidió tres. El aspecto y tufillo nada eran comparados al sabor. Pidió otros tres de tripa gorda, luego seis más de tripa de leche y finalmente tres de palomilla”. No lo hubiera hecho.
Estas menciones gastronómicas son sólo un botón de muestra de la riqueza de referencias a la cultura popular de la época, referencias que en su conjunto hacen del universo chanfallezco algo tangible, mímesis de la realidad citadina en la primera mitad del siglo XX y material de lectura obligado para los amantes de la novela picaresca y de la historia de Ciudad de México.
A mí, que pasé parte de mi niñez en las calles del Centro Histórico, allá por los años ochenta, recorriendo muchas de las calles que se mencionan en la novela, y que todavía me tocó ver, aunque en la mayoría de los casos en decadencia, algunas de las vecindades, los locales, mercados y plazas descritos, me transporta a esos escenarios, los hace vividos y casi tangibles. Pero no es necesario haber transitado esos lugares para disfrutar de la historia, pues, resultado de su propio universo creativo, se sostiene sola.
El libro fue editado por editorial Gernika en 1992; sin embargo, su poca difusión, lo hace una obra prácticamente desconocida para el gran público ávido de buenas historias. Así pues, estas líneas son una invitación a leerlo.
Ambientado en la Ciudad de México de la década de los treinta y principios de los cuarenta, el libro narra, en 35 capítulos, la vida de Agustín de Iturbide y Guerrero, el Chanfalla, niño de seis años, de familia pobre, que vive en una populosa vecindad de la calle de la Cerbatana, hoy República de Venezuela; y que, por defenderse, con certero resorterazo, de Lalo, un niño que abusa de él constantemente; huye de casa, pues cree haber matado al abusón e imagina que será llevado a la Correccional, donde los niños son golpeados y vejados a toda hora.
En su peregrinar por las calles, Chanfalla se enfrenta a diversas dificultades que, gracias a su inocencia, particular inteligencia, buena estrella y carisma, va sorteando una por una. Ejerce diferentes trabajos y oficios tales como ayudante de peluquero, domador de osos, bolero, merenguero, cómico de carpa, tragafuegos y paletero. Conoce los diferentes barrios y colonias de la ciudad: Tepito, Santa María la Rivera, Candelaria de los Patos, Las Lomas, Garibaldi, La Merced, Chapultepec, Anzures, Polanco, Lagunilla, etcétera; con sus respectivos mercados, comercios y rutas de transporte; así como a personajes de la historia de México como Diego Rivera, Lázaro Cárdenas, Valentín Campa, Vicente Lombardo Toledano, Fidel Velázquez, Gustavo Baz, Agustín Lara, entre muchos otros. También, en sus andanzas, se hace de buenos amigos, novias y enemigos, personajes que lo acompañan y en su trato contribuyen con su influencia a la evolución del personaje, que de ser un niño inocente y travieso, pasa a convertirse en un maleado delincuente.
La narración no sólo es atractiva por tratarse de una novela picaresca, sus páginas se distinguen por la riqueza de su vocabulario, sus referencias a hechos históricos, personajes del cine y la política, datos económicos, así como escenas típicas, detalles que retratan la época y transportan al pasado; un ejemplo de ello, son las referencias gastronómicas, comida de mercado y callejera, platillos y garnachas que despiertan el apetito y aguzan los sentidos de la vista, el gusto y el olfato: Robustina, madre de Chanfalla, “compró sopes y gorditas, a Juan un vaso de tepache y un litro de pulque para ella”. Antojitos y bebidas típicas mexicanas, que otrora fueran comida casi exclusiva de la gente más humilde, y que en los tiempos que corren se venden a precios exorbitantes en establecimientos de alta gastronomía por su exquisito sabor.
En otra parte de la novela, se nos dice que Chanfalla “fue a un puesto donde probó un caldo de res abundante en garbanza, col, papas, calabacitas, nabo, arroz, cilantro y un buen trozo de retazo con hueso, por treinta centavos”, yo agregaría un cerro de tortillas hechas mano, salsa pico de gallo y limones a mansalva, pero ya la sola imagen descrita me hace salivar.
En el capítulo 31, Chanfalla se convierte en ayudante de un vendedor de deliciosos “[…] camotes de piel apergaminada por el calor, blandos, poco olorosos pero muy dulces. [También…] plátanos machos abiertos longitudinalmente, su cáscara tostada, casi negra, pero en el interior dorado, chorreando miel, despidiendo un aroma incitante y acorde a la sabrosura del contenido”. ¡Un vaso de leche para acompañar estas delicias, por favor!
En otra parte de su odisea, a Chanfalla “[…] lo asaltó el antojo de comer tacos de tripas, atraído por el incitante olor emanado desde un gran comal donde se freían en sebo. El aroma despertó su gula y pidió tres. El aspecto y tufillo nada eran comparados al sabor. Pidió otros tres de tripa gorda, luego seis más de tripa de leche y finalmente tres de palomilla”. No lo hubiera hecho.
Estas menciones gastronómicas son sólo un botón de muestra de la riqueza de referencias a la cultura popular de la época, referencias que en su conjunto hacen del universo chanfallezco algo tangible, mímesis de la realidad citadina en la primera mitad del siglo XX y material de lectura obligado para los amantes de la novela picaresca y de la historia de Ciudad de México.
A mí, que pasé parte de mi niñez en las calles del Centro Histórico, allá por los años ochenta, recorriendo muchas de las calles que se mencionan en la novela, y que todavía me tocó ver, aunque en la mayoría de los casos en decadencia, algunas de las vecindades, los locales, mercados y plazas descritos, me transporta a esos escenarios, los hace vividos y casi tangibles. Pero no es necesario haber transitado esos lugares para disfrutar de la historia, pues, resultado de su propio universo creativo, se sostiene sola.
El libro fue editado por editorial Gernika en 1992; sin embargo, su poca difusión, lo hace una obra prácticamente desconocida para el gran público ávido de buenas historias. Así pues, estas líneas son una invitación a leerlo.