Crónica de la estulticia
Iván Gomezcésar*
Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
Pero te muerde el alma
Pero te muerde el alma
Era un tipo que gastaba día tras día su vida y su dinero de jubilado
sentado frente a maquinitas brillantes y precisas, suma de tecnología y estupidez.
Era un tipo que deambulaba en las madrugadas de una ciudad fosforescente
entre el ir y venir de limusinas, drogas de diseño y putas de diseño,
romances de diseño y bodas de diseño,
calles donde los deseos y la libertad se confunden con la estupidez.
Era un tipo que acumuló un arsenal en un cuarto del piso 32 de un hotel
en un país en que la ley suprema, atrapada entre democracia y estupidez,
ampara el derecho de cualesquiera de comprar rifles de asalto.
Era un tipo que disparó contra una multitud de sus compatriotas
que pretendían divertirse en un concierto al aire libre.
En apenas 10 minutos cegó la vida de 58 y dejó heridos más de 500.
Después se suicidó.
No dejó nada escrito,
pero rompió el record Guinness,
que certifica la estupidez en casi todos los campos.
Su nombre y su foto sonriente ocuparon los noticiarios del mundo por dos días.
Era un presidente estúpido que declaró que “era un acto de pura maldad”
alzó los hombros e hizo un gesto que pretendió ser elegante
y que no significa absolutamente nada.
sentado frente a maquinitas brillantes y precisas, suma de tecnología y estupidez.
Era un tipo que deambulaba en las madrugadas de una ciudad fosforescente
entre el ir y venir de limusinas, drogas de diseño y putas de diseño,
romances de diseño y bodas de diseño,
calles donde los deseos y la libertad se confunden con la estupidez.
Era un tipo que acumuló un arsenal en un cuarto del piso 32 de un hotel
en un país en que la ley suprema, atrapada entre democracia y estupidez,
ampara el derecho de cualesquiera de comprar rifles de asalto.
Era un tipo que disparó contra una multitud de sus compatriotas
que pretendían divertirse en un concierto al aire libre.
En apenas 10 minutos cegó la vida de 58 y dejó heridos más de 500.
Después se suicidó.
No dejó nada escrito,
pero rompió el record Guinness,
que certifica la estupidez en casi todos los campos.
Su nombre y su foto sonriente ocuparon los noticiarios del mundo por dos días.
Era un presidente estúpido que declaró que “era un acto de pura maldad”
alzó los hombros e hizo un gesto que pretendió ser elegante
y que no significa absolutamente nada.
1º. de octubre de 2017
*Iván Gomezcésar Hernández, antropólogo e historiador. Profesor-investigador de la UACM. Publicó Los filos del azoro (Desliz, 2015) y ha participado en dos antologías. No cree en los fantasmas, pero les teme.