Ecos
Adriana Arias González
No es fácil dejar ir. No sé estar sola. Por eso, cuando conocí a Josué vi en él la oportunidad de acabar con mi soledad. Pero no sucedió. Recuerdo que lo nuestro fue amor a primera vista. Él iba al trabajo cuando me vio. Yo estaba allí, hermosa, entre dos árboles de jacaranda que recién florecían; los rayos del sol se colaban entre las copas violetas y un cálido destello dorado caía sobre mí. La imagen, sin duda, era la de un cuadro elegante. Y Josué se enamoró. Él hizo todo por tenerme, y me dejé conquistar. Pronto su voz, su perfume y todo su ser se impregnó en cada parte de mí.
La primera noche que pasamos juntos, él puso música suave; un ligero aroma a sándalo nos envolvió. Josué era feliz conmigo. Antes de dormir platicaba sus planes, mientras yo lo escuchaba atenta disfrutando hasta el más pequeño eco de su voz. Él me cuidaba. Me sentía dichosa de estar con él.
El tiempo que Josué estaba en el trabajo o cuando salía con sus amigos, para mí eran horas muy largas; la soledad y el silencio eran insoportables. Siempre estaba ansiosa por su regreso, su sola presencia me llenaba. Durante los diez años que vivimos juntos vi cumplir cada uno de sus anhelos. Es triste pensar que por ellos se acabó nuestra relación.
Josué tuvo el auto que quería, el puesto por el que tanto trabajó y tuvo un mejor sueldo y, por supuesto, vinieron los lujos. Pronto buscó un pretexto para cambiarme, no era suficiente para él. Así que un día, sin decir nada, sacó sus cosas y se fue.
Nosotras somos un cúmulo de historias, a veces buenas y, otras no tanto. Pero todas coincidimos en que la soledad es algo con lo que no podemos lidiar. Es que no sólo extrañamos la presencia física de alguien; se extraña todo. Los cuadros que colgaban de la pared, las fotografías, las conversaciones, el café de la tarde, el sonido de las manecillas del reloj o el pasar de las hojas del libro que leía cada noche.
Fueron varios meses que estuve en silencio. Poco a poco los ecos de Josué desaparecieron. El tiempo no fue considerado conmigo y me quitó la belleza. En su lugar, quedaron pequeñas manchas oscuras que me avejentaban; desee con el alma que Josué estuviera conmigo. Él jamás habría permitido que me viera mal, tenía el dinero suficiente para evitarlo. Era la primera vez que me sentía desamparada. No fue fácil, pero el tiempo me ayudó a aceptar mi nueva realidad. Él no regresaría.
Después de Josué hubo otros, pero no duraban mucho conmigo, quizá por eso no recuerdo sus nombres. Además, todos decían lo mismo, no les convenía. Estaba vieja y ya no era una buena inversión. Había perdido toda esperanza y sólo me quedaba esperar a que el tiempo acabara conmigo, pero en Alicia encontré de nuevo la felicidad.
Cuando llegó a vivir conmigo me rodeó atenciones. Me puso un pequeño jardín que yo podía ver desde cualquier ventana. En primavera la casa se llenaba con el dulce perfume que emanaba de las flores. Y además, me regaló bellas telas para vestirme. Pronto mejoró mi ánimo. Y pude olvidar a Josué. Alicia tenía dos hijos, un adolescente y otro más pequeño. Al principio no me gustó la idea de tenerlos aquí. Pero era tan feliz con su madre, que no me importó soportar que las ventanas retumbaran por la música a todo volumen, ni las peleas cada mañana porque los muchachos no querían levantarse. Yo sólo quería estar con ella. Siempre.
Con el tiempo, le tomé cariño a los muchachos. Incluso, los extrañé cuando cada uno tomó su camino. Al final, sólo quedamos Alicia y yo. No sé si fue el desapego de sus hijos, o simplemente la edad la que ocasionó que la mujer que me rescató de la tristeza y la soledad, una mañana ya no despertara. Sobre la cama quedó tendido su frágil cuerpo. Nunca volví a escuchar su voz. Su recuerdo y los ecos de ella se desvanecieron... De nuevo estaba sola.
Los meses que siguieron fueron muy difíciles, extrañaba tanto a Alicia que me parecía escuchar su voz y hasta sus pasos recorrer cada uno de mis rincones. Con ella siempre me sentí plena, segura, Ella siempre sabía lo que yo necesitaba.
Alicia fue para mí, la oportunidad para reconstruirme. Después de un tiempo tuve que admitir que Josué y los otros me lastimaron y dañaron mucho. Perderla fue un golpe doloroso. Me derrumbaba y no podía evitarlo.
El tiempo ha pasado, no sé cuánto exactamente. Deben ser años, las hermosas telas que me adornaban se han decolorado y desgarrado por el sol. El jardín ya no existe, las flores murieron.
Escucho un ruido. La puerta se abrió. Un rayo de luz penetra. Es un hombre. Me observa está serio y meditabundo. Camina. Sus pasos son suaves, se parecen a los de Alicia. Recorre el pasillo, las recámaras y el patio; todo. Nada escapa de su mirada. No puedo evitar emocionarme.. Es maravilloso sentir de nuevo la compañía de alguien. La calidez de un cuerpo dentro de mí, su respiración, su perfume. Oigo sus latidos.
Me recorre con su mirada y me estremezco. Su semblante cambia. Me mira con terror, no sé qué pasa que se dirige a la salida. Tiemblo. No puede abandonarme. No quiero estar sola otra vez. No quiero ver que la puerta se cierre y quedar en oscuridad. Sin pensarlo lo abrazo con todo mi ser, con las paredes, el techo y con cada uno de mis ladrillos. Siento su aroma, su cuerpo. Él es mío.
La primera noche que pasamos juntos, él puso música suave; un ligero aroma a sándalo nos envolvió. Josué era feliz conmigo. Antes de dormir platicaba sus planes, mientras yo lo escuchaba atenta disfrutando hasta el más pequeño eco de su voz. Él me cuidaba. Me sentía dichosa de estar con él.
El tiempo que Josué estaba en el trabajo o cuando salía con sus amigos, para mí eran horas muy largas; la soledad y el silencio eran insoportables. Siempre estaba ansiosa por su regreso, su sola presencia me llenaba. Durante los diez años que vivimos juntos vi cumplir cada uno de sus anhelos. Es triste pensar que por ellos se acabó nuestra relación.
Josué tuvo el auto que quería, el puesto por el que tanto trabajó y tuvo un mejor sueldo y, por supuesto, vinieron los lujos. Pronto buscó un pretexto para cambiarme, no era suficiente para él. Así que un día, sin decir nada, sacó sus cosas y se fue.
Nosotras somos un cúmulo de historias, a veces buenas y, otras no tanto. Pero todas coincidimos en que la soledad es algo con lo que no podemos lidiar. Es que no sólo extrañamos la presencia física de alguien; se extraña todo. Los cuadros que colgaban de la pared, las fotografías, las conversaciones, el café de la tarde, el sonido de las manecillas del reloj o el pasar de las hojas del libro que leía cada noche.
Fueron varios meses que estuve en silencio. Poco a poco los ecos de Josué desaparecieron. El tiempo no fue considerado conmigo y me quitó la belleza. En su lugar, quedaron pequeñas manchas oscuras que me avejentaban; desee con el alma que Josué estuviera conmigo. Él jamás habría permitido que me viera mal, tenía el dinero suficiente para evitarlo. Era la primera vez que me sentía desamparada. No fue fácil, pero el tiempo me ayudó a aceptar mi nueva realidad. Él no regresaría.
Después de Josué hubo otros, pero no duraban mucho conmigo, quizá por eso no recuerdo sus nombres. Además, todos decían lo mismo, no les convenía. Estaba vieja y ya no era una buena inversión. Había perdido toda esperanza y sólo me quedaba esperar a que el tiempo acabara conmigo, pero en Alicia encontré de nuevo la felicidad.
Cuando llegó a vivir conmigo me rodeó atenciones. Me puso un pequeño jardín que yo podía ver desde cualquier ventana. En primavera la casa se llenaba con el dulce perfume que emanaba de las flores. Y además, me regaló bellas telas para vestirme. Pronto mejoró mi ánimo. Y pude olvidar a Josué. Alicia tenía dos hijos, un adolescente y otro más pequeño. Al principio no me gustó la idea de tenerlos aquí. Pero era tan feliz con su madre, que no me importó soportar que las ventanas retumbaran por la música a todo volumen, ni las peleas cada mañana porque los muchachos no querían levantarse. Yo sólo quería estar con ella. Siempre.
Con el tiempo, le tomé cariño a los muchachos. Incluso, los extrañé cuando cada uno tomó su camino. Al final, sólo quedamos Alicia y yo. No sé si fue el desapego de sus hijos, o simplemente la edad la que ocasionó que la mujer que me rescató de la tristeza y la soledad, una mañana ya no despertara. Sobre la cama quedó tendido su frágil cuerpo. Nunca volví a escuchar su voz. Su recuerdo y los ecos de ella se desvanecieron... De nuevo estaba sola.
Los meses que siguieron fueron muy difíciles, extrañaba tanto a Alicia que me parecía escuchar su voz y hasta sus pasos recorrer cada uno de mis rincones. Con ella siempre me sentí plena, segura, Ella siempre sabía lo que yo necesitaba.
Alicia fue para mí, la oportunidad para reconstruirme. Después de un tiempo tuve que admitir que Josué y los otros me lastimaron y dañaron mucho. Perderla fue un golpe doloroso. Me derrumbaba y no podía evitarlo.
El tiempo ha pasado, no sé cuánto exactamente. Deben ser años, las hermosas telas que me adornaban se han decolorado y desgarrado por el sol. El jardín ya no existe, las flores murieron.
Escucho un ruido. La puerta se abrió. Un rayo de luz penetra. Es un hombre. Me observa está serio y meditabundo. Camina. Sus pasos son suaves, se parecen a los de Alicia. Recorre el pasillo, las recámaras y el patio; todo. Nada escapa de su mirada. No puedo evitar emocionarme.. Es maravilloso sentir de nuevo la compañía de alguien. La calidez de un cuerpo dentro de mí, su respiración, su perfume. Oigo sus latidos.
Me recorre con su mirada y me estremezco. Su semblante cambia. Me mira con terror, no sé qué pasa que se dirige a la salida. Tiemblo. No puede abandonarme. No quiero estar sola otra vez. No quiero ver que la puerta se cierre y quedar en oscuridad. Sin pensarlo lo abrazo con todo mi ser, con las paredes, el techo y con cada uno de mis ladrillos. Siento su aroma, su cuerpo. Él es mío.