El hombre rebelde, de Albert Camus
Del despertar al dormir, una palabra recorre nuestras bocas: no. Aquellos que piden limosna la conocen en sus tonos más extraños, cuando el no viene de una persona más triste que ellos parece un sí para la desgracia total. Estamos habituados a pedir, mas no a aceptar, y quizá por eso el destino se empeña muchas veces en ponernos piedritas en el camino para reconocerlo, y caminarlo. Sin embargo, a veces cargamos tantas piedras del pasado que el camino se nos hace una subida y una bajada interminable. La mayoría de esas piedras han nacido de un no para nosotros mismos o para los demás. Ese no casi siempre es un tropiezo, una desviación innecesaria. Pero como no conocemos los caminos del sí, seguimos andando los del no creyendo que sólo éstos nos llevan a Roma. Es así que al entrar en una casa y al ofrecernos el anfitrión su mejor cama y su mejor comida para pasar la noche, nosotros, apenados, le digamos “no, gracias, no quiero importunarlo, me dormiré en el sillón y sólo cenaré té”. Por apresurada que sea la comparación, casi todos pasamos por la vida respondiendo el “no, gracias” a cualquier oportunidad que nos llega. Y cuando andamos el final del camino, volvemos la mirada para reconocer que si hubiéramos dicho sí al corazón, una recta sustituiría el laberinto recorrido. Quizá por ello, el escritor argelino Albert Camus (1913-1960) definió al hombre como “la única criatura que se niega a ser lo que es”. En su libro El hombre rebelde (1951), el Premio Nobel de Literatura de 1957 diferencia el no del nihilismo, la indiferencia y el crimen, del no que surge como una toma de conciencia.
“La rebeldía –afirma Camus–, nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. Pero su impulso ciego reivindica el orden en medio del caos y la unidad en el corazón mismo de lo que huye y desaparece”. Toda revolución ha nacido de un no que quería decir un sí, pero para todos pues “el hombre en rebeldía desafía, más que niega”, agrega el autor de El extranjero. En la marea de un existencialismo filosófico donde el único sí era dicho para la muerte, Albert Camus se distancia de las teorías del también novelista Jean Paul Sastre (1905-1980), para proponer crearle un sentido a la vida, que es un absurdo en sí misma, a través de una libertad proporcional a la conciencia. El hombre rebelde surgió entonces a partir de un malestar espiritual que Camus percibía catastrófico al ver perfilarse un individualismo que promulga una “libertad ilimitada del deseo [que] significa la negación del otro, y la supresión de la piedad”.
La inevitable apatía de nuestros días surge de una amoralidad, donde el bien se convierte en mal allí donde el discurso lo requiere. Nuestro mundo resulta tan absurdo que todo es justificable, incluso el crimen. “Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales ya no son aquellos jovenzuelos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces” –inicia Camus su ensayo para tratar de responder cómo se ha llegado a este punto, a través de una revisión histórica, metafísica y artística, a partir del siglo XIX. Con el magnetismo que define toda la obra de Camus, El hombre rebelde fue escrito para descargar en el lector un relámpago de ideas originales y vigentes sobre la condición actual del hombre. La estructura del libro está delineada por una visión profética en donde el terrorismo también tiene su lugar. El novelista, como el personaje Iván Karamázov, “sabe que los hombres son más perezosos que cobardes y que prefieren la paz y la muerte a la libertad de discernir el bien y el mal”. De esta afirmación puede deducirse entonces que todo el optimismo de Camus se sostiene en la tensión que haya entre la justicia y la traición. Si esa tensión desaparece, incluso en nuestras decisiones más fundamentales, no valdrá la pena vivir para interrogarse sobre el significado de nuestras vidas pues el “no” seguirá matando en cada uno esa rebeldía donde se despierta aquello que “en el hombre, hay siempre que defender”.
Camus, Albert. El hombre rebelde, tr. de Joseph Escué, Alianza, Madrid, 2003.
“La rebeldía –afirma Camus–, nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible. Pero su impulso ciego reivindica el orden en medio del caos y la unidad en el corazón mismo de lo que huye y desaparece”. Toda revolución ha nacido de un no que quería decir un sí, pero para todos pues “el hombre en rebeldía desafía, más que niega”, agrega el autor de El extranjero. En la marea de un existencialismo filosófico donde el único sí era dicho para la muerte, Albert Camus se distancia de las teorías del también novelista Jean Paul Sastre (1905-1980), para proponer crearle un sentido a la vida, que es un absurdo en sí misma, a través de una libertad proporcional a la conciencia. El hombre rebelde surgió entonces a partir de un malestar espiritual que Camus percibía catastrófico al ver perfilarse un individualismo que promulga una “libertad ilimitada del deseo [que] significa la negación del otro, y la supresión de la piedad”.
La inevitable apatía de nuestros días surge de una amoralidad, donde el bien se convierte en mal allí donde el discurso lo requiere. Nuestro mundo resulta tan absurdo que todo es justificable, incluso el crimen. “Vivimos en la época de la premeditación y del crimen perfecto. Nuestros criminales ya no son aquellos jovenzuelos desarmados que invocaban la excusa del amor. Por el contrario, son adultos, y su coartada es irrefutable: es la filosofía, que puede servir para todo, hasta para transformar a los criminales en jueces” –inicia Camus su ensayo para tratar de responder cómo se ha llegado a este punto, a través de una revisión histórica, metafísica y artística, a partir del siglo XIX. Con el magnetismo que define toda la obra de Camus, El hombre rebelde fue escrito para descargar en el lector un relámpago de ideas originales y vigentes sobre la condición actual del hombre. La estructura del libro está delineada por una visión profética en donde el terrorismo también tiene su lugar. El novelista, como el personaje Iván Karamázov, “sabe que los hombres son más perezosos que cobardes y que prefieren la paz y la muerte a la libertad de discernir el bien y el mal”. De esta afirmación puede deducirse entonces que todo el optimismo de Camus se sostiene en la tensión que haya entre la justicia y la traición. Si esa tensión desaparece, incluso en nuestras decisiones más fundamentales, no valdrá la pena vivir para interrogarse sobre el significado de nuestras vidas pues el “no” seguirá matando en cada uno esa rebeldía donde se despierta aquello que “en el hombre, hay siempre que defender”.
Camus, Albert. El hombre rebelde, tr. de Joseph Escué, Alianza, Madrid, 2003.