Garnachas Místicas
Cristian López
Cuando se supo que las garnachas permitían alcanzar la iluminación a través de sus mezclas grasosas y condimentadas, la ciudad se llenó de visitantes que dejaron una derrama económica importante, aunque nadie previó que se quedarían permanentemente. Estos iluminados que antes repetían mantras con sus rostros pintados de colores, muecas de reflexión y vestimentas extravagantes; se sentaban en la banqueta y mordían con vigorosa pasión su entrada al nirvana: los nopales, el cilantro y la tortilla azul explotaban en sus paladares y les permitía, mirando al infinito, esperar con paciencia la respuesta al oscuro enigma de la vida. Otros, con los retortijones de la salsa habanera con la que bañaban sus gorditas de chicharrón, se inmolaban por dentro, hasta el sanitario. Era la única forma de alcanzar el conocimiento.
En esos primeros días, llegó una pareja a inaugurar una taquería llamada: “Génesis”; propiedad de un tal Yeovani. El matrimonio trabajaba duro y dedicaba a sus clientes las más deferentes atenciones, despidiéndolos con reverencias y dirigiéndose a ellos como “maestros”; en poco tiempo la taquería dio frutos y sus hijos Abelardo y Cayetano abrieron sucursales. Sin embargo, Cayetano empezó a ponerse chemo con vagos de la zona, descuidando su changarro; Yeovani, viejo barbón de mirada perdida, viajaba seguido a recoger su parte del negocio y a checar sus templos, como los llamaba; no tardo en enfurecer con Cayetano por la falta de resultados; Abelardo entregaba buenas cuentas y abrió otra sucursal. Cayetano le pidió un préstamo a Abelardo para alivianarse, y éste le lanzó un sermón peor que el de sus comensales iluminados, quienes podían pasar horas discutiendo si sus revelaciones eran consecuencia del cilantro o del guacamole. Los hermanos se hicieron de palabras, Cayetano, con una roca, golpeó a Abelardo y le robó el dinero, esperaba que los iluminados resucitaran el cadáver; pero nadie lo revivió, sólo le dedicaron bendiciones y lo despidieron en una ceremonia rodeada de suadero. La policía determinó que el estrés había orillado a Abelardo a machacarse el rostro. El día de las cuentas, Cayetano, drogado, entregó al patrón billetes manchados de sangre: ¿Qué has hecho? Cuestionó Yeovani a Cayetano, quien huyó con la hermana de uno de los vagos.
A la par de estos sucesos, unos monjes predicaban que los tamales eran el único medio para ascender a otros niveles de consciencia. Inauguraron un establecimiento y explicaron a sus comensales la filosofía del “Noble Camino Óctuple”, que permite llegar al conocimiento consumiendo con paciencia ocho diferentes tamales que representan, cada uno, los caminos para superar la ignorancia; por ejemplo: la comprensión se consigue con el de mole y su compleja mezcla de dulce y ardor; la ética, con el de rajas, que muestra los caminos dolorosos, de entrada y de salida. Los monjes, para evitar la vanidad, se habían rapado la cabeza, aunque cuentan por ahí, que en realidad eran parientes y padecían alopecia. Para su desgracia, la tamalería afectó a los restaurantes chinos cercanos a ellos y los monjes recibían frecuentemente unas madrizas míticas por parte de sus vecinos.
También en estos días, apareció un sujeto de barba larga y semblante agresivo, apodado Mahoma; este oportunista amenazó a los vendedores de tacos sudados, que pedaleaban por la ciudad vendiendo sus deliciosos tacos de papa, adobo y frijol, y que llevaban las experiencias religiosas a domicilio. Con amenazas, Mahoma se apoderó de todas las bicicletas, les colocó el membrete de “Los Califatitos” y se enriqueció explotándolos. Ignoro si los clientes de los tacos sudados siguen obteniendo iluminación con él, pero como le tienen pavor, mejor, comen calladitos.
Mientras tanto, el negocio del Yeovani dio un repunte rápido, gracias a un cocinero que apodaban “Mollejas”, quien tuvo desacuerdos con los dueños de comida árabe donde trabajaba y se alió con Yeovani para fregarlos. Los dueños de comida árabe tenían en condiciones infrahumanas a los taqueros; así que Mollejas, pidió un préstamo al Yeovani; llamó a todos los taqueros hartos de las jornadas de 18 horas, a que renunciaran y se fueran con él. Recuerdo cuando Mollejas abrió un establecimiento de tepaches, donde también se venderían los tacos de Yeovani. Los árabes quebraron, Mollejas se volvió leyenda, Yeovani se hinchó de dinero y los taqueros siguieron igual de jodidos. Años después aparecería el Chuy, hijo de una quinceañera, amante de Yeovani, ya entrada en sus treintas. Chuy fue adoptado por Yeovani y abrió varias taquerías en la colonia Roma, con amigos suyos que lo seguían como apóstoles. Este chamaco, portento de los negocios, tenía felices a sus empleados, vendía tacos baratos, multiplicaba la carne y desaparecía perros callejeros. Los restaurantes de la Roma, afectados en sus ganancias, le pusieron una madriza al Chuy que lo dejó en coma tres días; cuando despertó, se fue a Los Ángeles, a expandir el negocio.
Poco después de ese episodio, las taquerías padecieron las protestas de un reputado médico llamado Galileo, que afirmaba que la grasa de las fritangas tapaba las arterias. Varios doctores secundaron al galeno. Yeovani, celoso de sus ganancias, contrató a la pandilla de Los Inquisidores para intimidar a los médicos y llevar ante él a Galileo, quien se mantuvo firme; pero viendo que sus pacientes seguían tragando como si no hubiera mañana y que la pandilla se preparaba para “persuadirlo”, se retractó. Lo soltaron, y ante su mortificada familia gritó: “Y sin embargo, las tapan”.
Después, supe que lo de las garnachas místicas empezó en un puesto donde un cliente comió chorizo en mal estado y convulsionó. El dueño dijo que aquél era un místico que tenía revelaciones gracias a su comida; cuando los clientes lo fastidiaron con preguntas, dijo que sí a todo, visitó al enfermo, le dio dinero para que validara la mentira y se largara; el cliente aceptó y, en la estación de autobuses, se despidió repartiendo bendiciones. La noticia voló, y el místico, débil por el chorizo que casi le cuesta la vida, se desmayó. Varios curiosos se sentaron a esperar mientras el maestro meditaba. Cuando despertó, viéndose rodeado de tanto parásito sin oficio ni beneficio tuvo una epifanía: abriría puestos de “tacos místicos” con su sobrino Adán, por todo el país. ¿Cómo me enteré de esto? Hay una versión larga y aburrida; la corta se consigue con unas quesadillas de sesos que abren la consciencia y se encuentran en un puesto de mi propiedad, dejen les paso la dirección.
En esos primeros días, llegó una pareja a inaugurar una taquería llamada: “Génesis”; propiedad de un tal Yeovani. El matrimonio trabajaba duro y dedicaba a sus clientes las más deferentes atenciones, despidiéndolos con reverencias y dirigiéndose a ellos como “maestros”; en poco tiempo la taquería dio frutos y sus hijos Abelardo y Cayetano abrieron sucursales. Sin embargo, Cayetano empezó a ponerse chemo con vagos de la zona, descuidando su changarro; Yeovani, viejo barbón de mirada perdida, viajaba seguido a recoger su parte del negocio y a checar sus templos, como los llamaba; no tardo en enfurecer con Cayetano por la falta de resultados; Abelardo entregaba buenas cuentas y abrió otra sucursal. Cayetano le pidió un préstamo a Abelardo para alivianarse, y éste le lanzó un sermón peor que el de sus comensales iluminados, quienes podían pasar horas discutiendo si sus revelaciones eran consecuencia del cilantro o del guacamole. Los hermanos se hicieron de palabras, Cayetano, con una roca, golpeó a Abelardo y le robó el dinero, esperaba que los iluminados resucitaran el cadáver; pero nadie lo revivió, sólo le dedicaron bendiciones y lo despidieron en una ceremonia rodeada de suadero. La policía determinó que el estrés había orillado a Abelardo a machacarse el rostro. El día de las cuentas, Cayetano, drogado, entregó al patrón billetes manchados de sangre: ¿Qué has hecho? Cuestionó Yeovani a Cayetano, quien huyó con la hermana de uno de los vagos.
A la par de estos sucesos, unos monjes predicaban que los tamales eran el único medio para ascender a otros niveles de consciencia. Inauguraron un establecimiento y explicaron a sus comensales la filosofía del “Noble Camino Óctuple”, que permite llegar al conocimiento consumiendo con paciencia ocho diferentes tamales que representan, cada uno, los caminos para superar la ignorancia; por ejemplo: la comprensión se consigue con el de mole y su compleja mezcla de dulce y ardor; la ética, con el de rajas, que muestra los caminos dolorosos, de entrada y de salida. Los monjes, para evitar la vanidad, se habían rapado la cabeza, aunque cuentan por ahí, que en realidad eran parientes y padecían alopecia. Para su desgracia, la tamalería afectó a los restaurantes chinos cercanos a ellos y los monjes recibían frecuentemente unas madrizas míticas por parte de sus vecinos.
También en estos días, apareció un sujeto de barba larga y semblante agresivo, apodado Mahoma; este oportunista amenazó a los vendedores de tacos sudados, que pedaleaban por la ciudad vendiendo sus deliciosos tacos de papa, adobo y frijol, y que llevaban las experiencias religiosas a domicilio. Con amenazas, Mahoma se apoderó de todas las bicicletas, les colocó el membrete de “Los Califatitos” y se enriqueció explotándolos. Ignoro si los clientes de los tacos sudados siguen obteniendo iluminación con él, pero como le tienen pavor, mejor, comen calladitos.
Mientras tanto, el negocio del Yeovani dio un repunte rápido, gracias a un cocinero que apodaban “Mollejas”, quien tuvo desacuerdos con los dueños de comida árabe donde trabajaba y se alió con Yeovani para fregarlos. Los dueños de comida árabe tenían en condiciones infrahumanas a los taqueros; así que Mollejas, pidió un préstamo al Yeovani; llamó a todos los taqueros hartos de las jornadas de 18 horas, a que renunciaran y se fueran con él. Recuerdo cuando Mollejas abrió un establecimiento de tepaches, donde también se venderían los tacos de Yeovani. Los árabes quebraron, Mollejas se volvió leyenda, Yeovani se hinchó de dinero y los taqueros siguieron igual de jodidos. Años después aparecería el Chuy, hijo de una quinceañera, amante de Yeovani, ya entrada en sus treintas. Chuy fue adoptado por Yeovani y abrió varias taquerías en la colonia Roma, con amigos suyos que lo seguían como apóstoles. Este chamaco, portento de los negocios, tenía felices a sus empleados, vendía tacos baratos, multiplicaba la carne y desaparecía perros callejeros. Los restaurantes de la Roma, afectados en sus ganancias, le pusieron una madriza al Chuy que lo dejó en coma tres días; cuando despertó, se fue a Los Ángeles, a expandir el negocio.
Poco después de ese episodio, las taquerías padecieron las protestas de un reputado médico llamado Galileo, que afirmaba que la grasa de las fritangas tapaba las arterias. Varios doctores secundaron al galeno. Yeovani, celoso de sus ganancias, contrató a la pandilla de Los Inquisidores para intimidar a los médicos y llevar ante él a Galileo, quien se mantuvo firme; pero viendo que sus pacientes seguían tragando como si no hubiera mañana y que la pandilla se preparaba para “persuadirlo”, se retractó. Lo soltaron, y ante su mortificada familia gritó: “Y sin embargo, las tapan”.
Después, supe que lo de las garnachas místicas empezó en un puesto donde un cliente comió chorizo en mal estado y convulsionó. El dueño dijo que aquél era un místico que tenía revelaciones gracias a su comida; cuando los clientes lo fastidiaron con preguntas, dijo que sí a todo, visitó al enfermo, le dio dinero para que validara la mentira y se largara; el cliente aceptó y, en la estación de autobuses, se despidió repartiendo bendiciones. La noticia voló, y el místico, débil por el chorizo que casi le cuesta la vida, se desmayó. Varios curiosos se sentaron a esperar mientras el maestro meditaba. Cuando despertó, viéndose rodeado de tanto parásito sin oficio ni beneficio tuvo una epifanía: abriría puestos de “tacos místicos” con su sobrino Adán, por todo el país. ¿Cómo me enteré de esto? Hay una versión larga y aburrida; la corta se consigue con unas quesadillas de sesos que abren la consciencia y se encuentran en un puesto de mi propiedad, dejen les paso la dirección.