|
Una de vaqueros
El abrazo
Enrique González Rojo Arthur
En una pequeña iglesia de Badajoz, atestada de incienso, ángeles volando y polvo en desbandada, hay un catafalco de cristal con dos santos varones abrazados viéndose frente a frente y conservados a la perfección por obra y gracia de no sé qué embalsamador de maestría inigualable. Las personas mal pensadas que pasan por ahí, a pesar de la leyenda hagiográfica que explica quiénes son los santos del ataúd y por qué se encuentran como se encuentran, tras de verlos se sonríen, se echan miradas enigmáticas entre sí y salen del templo haciendo comentarios irrespetuosos.
Como me lo contaron
Enrique González Rojo Arthur
El Profe, a sus 16 años, era el “intelectual” de la colonia. En su casa había decenas de libros y él se había aficionado a echarles un ojo. Sabía, por ejemplo, de la “cruzada de los niños”, de los “duelos decimonónicos” y de la “lapidación de los santos”. Estos conocimientos, que ornamentaban su sesera, vinieron en su ayuda en algunas ocasiones muy señaladas en la vida del barrio.
La nueva dulcería, propiedad de quién sabe quién, subió de repente los precios de sus mercancías al nivel en que la inmensa mayoría de los niños, quedaban excluidos de esos “trocitos de paraíso” que alegraban por unos segundos los tristes paladares de la cotidianidad. El Profe, ni tardo ni perezoso, organizó una “cruzada de niños” para ir al rescate del “santo recinto”. La chiquillada, no pudo lograr su propósito porque llegó de repente la policía y los agarró in fraganti.
La nueva dulcería, propiedad de quién sabe quién, subió de repente los precios de sus mercancías al nivel en que la inmensa mayoría de los niños, quedaban excluidos de esos “trocitos de paraíso” que alegraban por unos segundos los tristes paladares de la cotidianidad. El Profe, ni tardo ni perezoso, organizó una “cruzada de niños” para ir al rescate del “santo recinto”. La chiquillada, no pudo lograr su propósito porque llegó de repente la policía y los agarró in fraganti.
¿Quién eres?
Ireri Finn
Descubriste que todo había sido verdad cuando despertaste dentro del ataúd. La ventana de cristal separaba tu rostro de los que se acercaban a verte para darte el último adiós. Aun cuando tú reconocías perfectamente las caras de los que se asomaban, advertías que todos fruncían el ceño, inclinaban la cabeza o te contemplaban a detalle para luego murmurar entre ellos: “no es él”; otros decían, “no conozco a este muchacho”, “nunca lo había visto”. Algunos compañeros de la universidad simplemente guardaban silencio y se alejaban con una expresión de desconcierto. Luego tu madre se aproximó nuevamente; en dos horas se había acercado cinco veces a verte y repetía el mismo ritual con desesperación: se llevaba las manos al rostro como si quisiera arrancarse una máscara muy pegada a la piel mientras gritaba: “¡¿Quién eres?! ¡¿Quién eres?!”
Mascarada
Ireri Finn
El hombre de uniforme me miró incrédulo. Pero yo comencé a hablar:
—Mire, cuando llegamos a Guanajuato, después de tres horas de camino, el calor estaba en su apogeo, apenas podía soportar mi ligera blusa color violeta. Vielka me había convencido de venir a este festival argumentando que la actividad artística era de magnífica calidad y yo no tenía por qué dudarlo. Vielka era mi prima y compañera en la preparatoria, teníamos casi los mismos gustos e intereses artísticos, desde niñas fuimos inseparables y cuando no estábamos hablando de literatura, nos la pasábamos escuchando música o analizando películas.
—Mire, cuando llegamos a Guanajuato, después de tres horas de camino, el calor estaba en su apogeo, apenas podía soportar mi ligera blusa color violeta. Vielka me había convencido de venir a este festival argumentando que la actividad artística era de magnífica calidad y yo no tenía por qué dudarlo. Vielka era mi prima y compañera en la preparatoria, teníamos casi los mismos gustos e intereses artísticos, desde niñas fuimos inseparables y cuando no estábamos hablando de literatura, nos la pasábamos escuchando música o analizando películas.
La muerte chiquita
La novelera (espinelas de la vuelta)
Adriana Jiménez García
Tengo jugosos deberes:
debo atizar la memoria
y recuperar la historia
de los excéntricos seres
que llegan de mis ayeres:
caterva de personajes
con repletos equipajes:
desalmados y virtuosos,
apolíneos y viciosos
regresando de sus viajes.
debo atizar la memoria
y recuperar la historia
de los excéntricos seres
que llegan de mis ayeres:
caterva de personajes
con repletos equipajes:
desalmados y virtuosos,
apolíneos y viciosos
regresando de sus viajes.
La escritura se convierte en ceniza
Jonathan Alexander España Eraso
Llega el tiempo de la escritura,
de su apertura,
de su devenir.
Mientras la página es la combustión de las palabras,
la retirada del fuego deja su oportunidad a lo que llega.
Es el fin de lo representado.
Ahí lo escrito se consume y la ceniza
aparece desde los márgenes como un soplo.
Y se traza un espaciamiento para lo que adviene sin una memoria de sí.
de su apertura,
de su devenir.
Mientras la página es la combustión de las palabras,
la retirada del fuego deja su oportunidad a lo que llega.
Es el fin de lo representado.
Ahí lo escrito se consume y la ceniza
aparece desde los márgenes como un soplo.
Y se traza un espaciamiento para lo que adviene sin una memoria de sí.
Divagaciones
José N. Méndez
I
Puede guardarse un minuto de silencio
y esconderse la pluma triste
en los últimos extremos de la habitación
y desatarse el gris gemido de cigarro
pero no tendría sentido alguno
que le eches una mano al destino
y le hagas el trabajo de joderte,
eso le toca a él,
para eso le has estado abonando tu cuota
de imbéciles invocados
a base bocina y favores para el jefe.
y esconderse la pluma triste
en los últimos extremos de la habitación
y desatarse el gris gemido de cigarro
pero no tendría sentido alguno
que le eches una mano al destino
y le hagas el trabajo de joderte,
eso le toca a él,
para eso le has estado abonando tu cuota
de imbéciles invocados
a base bocina y favores para el jefe.
Potasio
Edgardo Mantra
I
|
Pisé un plátano,
en la caída se ha formado mi universo.
en la caída se ha formado mi universo.
II
|
Soy lo que no escribo,
una astronauta sujeta mi brazo y se siente acompañ(h)ada,
es una lindura / la clase de microbiología
tiene vida.
una astronauta sujeta mi brazo y se siente acompañ(h)ada,
es una lindura / la clase de microbiología
tiene vida.
Felicidad
ro
Rastas caprichosas
rematan el abrigo de piel
mapamundi de mugre
el badajo se muestra impúdico
entre la falda improvisada
Sonríes
tus dientes molenques
desdeñan su ruina
rematan el abrigo de piel
mapamundi de mugre
el badajo se muestra impúdico
entre la falda improvisada
Sonríes
tus dientes molenques
desdeñan su ruina
Elegía
ro
Desnudos bajo el puente
el viento los mece
la aurora ilumina sus rostros
fría la sangre
frías las lágrimas
Saña en la carne
eco y silencio
el viento los mece
la aurora ilumina sus rostros
fría la sangre
frías las lágrimas
Saña en la carne
eco y silencio
Fantasma
ro
Una mano extendida
pedigüeña
temblorosa
red de mugre
verdes ramas
de los años correosa y salpicada
pedigüeña
temblorosa
red de mugre
verdes ramas
de los años correosa y salpicada
La reseña
Hay una serpiente en mi libro
Comentarios y otros malos chistes sobre el libro Tatuajes de un mexicano herido, de Alejandro Paniagua Anguiano.
Fausto Leyva
Llevo tres horas pensando sobre cómo iniciar esta suerte de reseña. Después de leer el libro de Paniagua, al menos unas cinco veces, creo que se volvió un artefacto peligroso. Lo veo y algo me dice que debo guardar distancia, de no hacerlo, ahora sí, quedaría atrapado algunos de sus personajes: sería como verse al espejo y simplemente halaría del gatillo de cada página, quedándome grandes boquetes donde alguna vez tuve infancia, mujeres, heridas del recuerdo y un tatuaje maltrecho, sería otro mexicano -por fortuna- herido.
Rumores de hojarasca, de Elsa Fujigaki Cruz
Ana Cuandón
La tejedora “quiere develar lo que esconde la anarquía del espíritu…Rescatar una voz, una imagen, deshilarla y formar una madeja multicolor para abordar el lienzo”. Con esta convicción, la narradora Elsa Fujigaki nos interna en la travesía de una protagonista que se nos presenta con un nombre arquetípico: “tejedora”. Trece prosas poéticas abarca la travesía marítima de una protagonista que parece sólo tocar tierra firme para tener la oportunidad de volver `hacerse a la mar´. Y esta expresión puede tomarse de manera ontológica pues el mar, en esta primera parte del libro Rumores de hojarasca, es el símbolo de la vida por su constante marejada, movimiento de aguas que nos recuerda la transitoriedad a la que está sometida lo vivo.
Con la misma tonada
La puta que trajo sus poemas
Fausto Leyva
Era una buena mamadora. Llegó anoche con la maleta y la cruda de siempre. Hace un par de años la conocí en una cantina, se acercó para pedirme una cerveza y a cambio diría lo que opinaba de unos textos que leí esa noche, pagué sólo para escucharla decir que mi poesía era un asco. No era una mujer bella, algo hinchada de tanto alcohol, pero tenía estilo, unas piernas largas y firmes que siempre presumía con una falda corta. Me gustan sus piernas, soy un hombre de piernas.