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Una de vaqueros
Las vacas flacas
Claudia Islas
La fila parece interminable, son las seis cuarenta y seis de la mañana y están por abrir las puertas, una mujer recorre la fila de principio a fin verificando los papeles, las tarjetas, que coincidan los turnos y los tiempos en que han de ser atendidas. Algunas vienen solas, la mayoría vienen con otras que las acompañan o les ayudan a cuidar a los niños, curioso que son pocos los hombres, será que están ocupados en el trabajo, será que para estos menesteres prefieren no enterarse, será que no lo comprenden o han decidido no preguntar.
Un calvario
Miguel Ángel Godínez Gutiérrez
“Pelo fue aquí, en donde calavero...”, dice Don Francisco de Quevedo, en un soneto burlesco refiriéndose a un “calvo que no quiere encabellarse”. Seguramente, desde antes del Siglo de Oro, los calvos, los pelones, han sido el blanco de toda clase de burletas: Si hace frío, “ahí te cubres la sesera, para que no se te congelen los pensamientos”; si hace calor, “tápate del sol que se te broncean las ideas”; si se trata de persignarse, se dice que lo hacen desde donde les empieza la frente; esto es, a medio cráneo; si les van a sacar una fotografía, les dicen que levanten el rostro para no dar “charolazo” con el flash, que si “ese mi cabecita de clavo”... Hasta los niños, en la calle, les gritan uno que otro improperio: “Adiós, cabeza de clavo”.
Ahogarse por la boca del río
Armando Vega-Gil
—Aquí el golfo ejh traicionero y matón, cuñao —me explica el don de las empanadas de cazón, pescado y camarón con harto aceite, cambiando las eses por jhs, un jarocho renegrido por el sol vertical del equinoccio, pulido en los vientos areniscos del norte que azota las olas de Veracruz, ¡fuuuuu!, para volverlas trampas de bandera roja y mareas que marean—. Míralo si no me creejh, loco: agua que revienta en olajh de colmillojh de bestia, con una corriente cabrona que jala hacia a lo profundo a la gente dejhcuidada y babojha.
Costaban quince pesitos cada una de esas delicias salmonélicas bañadas en salsa Valentina, calientes a fuerza de rayos gama refractados por la briza del mar. Andaba yo tristón por un amor abandonado en mi lejana ciudad y creí que las penas con pan de cazón serían menos. Pagué por tres, y ya hacían agua mis hocicos, cuando el empanadillero, alistándose a servir las viandas sobre papel de estraza, me dice sin mucha alarma.
Costaban quince pesitos cada una de esas delicias salmonélicas bañadas en salsa Valentina, calientes a fuerza de rayos gama refractados por la briza del mar. Andaba yo tristón por un amor abandonado en mi lejana ciudad y creí que las penas con pan de cazón serían menos. Pagué por tres, y ya hacían agua mis hocicos, cuando el empanadillero, alistándose a servir las viandas sobre papel de estraza, me dice sin mucha alarma.
El poeta
Fausto Leyva
Es común ver salir camiones militares de Santa María del Oro, ahí está el primer retén contra los alzados de Guerrero, es su paso. Los alzados creen que tomar el camino de la sierra para trasladar armamento es seguro, pero ya los tienen bien identificados. Ahí es el paso obligado para ir de Durango a Chihuahua, y como decía antes, ahí está el retén militar, bajo el pretexto de ser una zona estratégica contra el narcotráfico. Puras mentiras.
La base más cercana es la de Parral, cada dos semanas traen a los soldados para los cambios de guardia, y el general Guadarrama es el encargado del traslado. Esa tarde, en los movimientos de rutina, un camión lleno de federales, 40 para ser precisos, se trasladaba a Santa María del Oro, pero el general indicó que primero debían pasar a otro lado, dizque por un encarguito.
La base más cercana es la de Parral, cada dos semanas traen a los soldados para los cambios de guardia, y el general Guadarrama es el encargado del traslado. Esa tarde, en los movimientos de rutina, un camión lleno de federales, 40 para ser precisos, se trasladaba a Santa María del Oro, pero el general indicó que primero debían pasar a otro lado, dizque por un encarguito.
Ruidos nocturnos
Adriana Arias
Ramiro llegaba al mercado a las cinco de la mañana para abrir y limpiar los sanitarios. Después de todo, era un trabajo tranquilo, ideal para alguien enfermo del corazón. Pasaba horas sentado en un banco de madera haciendo paquetitos de papel higiénico; su compañero era un radio de pilas y, cuándo éstas se acababan, pasaba el tiempo contando los mosaicos que cubrían las paredes. En otras ocasiones, llevaba una relación de cuántos hombres y mujeres pasaban a lo largo del día. Pero, cuando entraba Fabián, se tomaba su tiempo y reflexionaba en qué grupo lo colocaría, si llegaba con ropa femenina lo colocaba con las mujeres, si no, en el otro. A Ramiro le gustaba mirar discretamente cuando Fabián se transformaba, y hasta sentía un tímido placer al hacerlo. Lo veía ponerse una pestaña, luego la otra, sombra oscura en los párpados, delinear sus labios con delicadeza y, finalmente, poner color a sus mejillas.
A veces a Ramiro le tomaba más tiempo el aseo de los sanitarios, pues llegaban clientes hasta el último minuto. Una noche, mientras limpiaba, recordó lo que días antes escuchó decir al velador; él contaba que mientras hacía sus rondas había escuchado ruidos, cosas que caían y lamentos en el mercado. Ramiro no quería estar solo en ese sitio, no podía imaginar qué haría si llegaba a escuchar algo parecido, así que se apresuró a terminar.
A veces a Ramiro le tomaba más tiempo el aseo de los sanitarios, pues llegaban clientes hasta el último minuto. Una noche, mientras limpiaba, recordó lo que días antes escuchó decir al velador; él contaba que mientras hacía sus rondas había escuchado ruidos, cosas que caían y lamentos en el mercado. Ramiro no quería estar solo en ese sitio, no podía imaginar qué haría si llegaba a escuchar algo parecido, así que se apresuró a terminar.
Tzintzuntzan
Enrique Alducin Camacho
–¡Laura!
Ya estoy harta, y la verdá es que no me quiero ir, aquí estoy a gusto. ¿Cómo te llamas? ¿Hace rato que llegaste? Si no fuera por los cirios y las veladoras, ya me hubiera roto el hocico, o de perdis me hubiera puesto una enlodada de aquellas. Me voy a sentar un ratito aquí y quiero sobarme mis pies. Hace harto frío. Mira nomás, sí se me mancharon mi ropa y mis botines, pero nada le hace. Ya tenía ganas de que nos regresáramos para Morelia. Eso de estar esperando en el camión más de dos horas a que dejara de llover, estaba haciendo que me diera la ciática, ah, pero ¡chíngalo!, el maldito tirón detrás de la rodilla. No man’to, ya me andaba desesperando harto; dije: pus al fin y al cabo hace cinco años también vine y no me dieron los dolores.
–¡Laura!
Mira qué suave se ven desde aquí arriba todas las luces que alumbran los cerritos y las cajas de cemento, cubiertos de esas cempasúchiles naranjas. Me cae que debió venir mija. Fíjate que tenía muchas ganas de venir, pero tenía examen, y como le gusta cumplir con la escuela. Vieras que me salió estudiosa la chamaca. Mi niña da clases particulares de matemáticas allá en la Ciudad de México, y se gana una lanita. Si ora pal viaje que me dice: no jefa, váyase usté, diviértase que le hace falta. Y patitas para qué las quiero, que le tomo la palabra, y que me vengo con todos los del trabajo. ¿Y tú?, ¿llevas mucho aquí?
Ya estoy harta, y la verdá es que no me quiero ir, aquí estoy a gusto. ¿Cómo te llamas? ¿Hace rato que llegaste? Si no fuera por los cirios y las veladoras, ya me hubiera roto el hocico, o de perdis me hubiera puesto una enlodada de aquellas. Me voy a sentar un ratito aquí y quiero sobarme mis pies. Hace harto frío. Mira nomás, sí se me mancharon mi ropa y mis botines, pero nada le hace. Ya tenía ganas de que nos regresáramos para Morelia. Eso de estar esperando en el camión más de dos horas a que dejara de llover, estaba haciendo que me diera la ciática, ah, pero ¡chíngalo!, el maldito tirón detrás de la rodilla. No man’to, ya me andaba desesperando harto; dije: pus al fin y al cabo hace cinco años también vine y no me dieron los dolores.
–¡Laura!
Mira qué suave se ven desde aquí arriba todas las luces que alumbran los cerritos y las cajas de cemento, cubiertos de esas cempasúchiles naranjas. Me cae que debió venir mija. Fíjate que tenía muchas ganas de venir, pero tenía examen, y como le gusta cumplir con la escuela. Vieras que me salió estudiosa la chamaca. Mi niña da clases particulares de matemáticas allá en la Ciudad de México, y se gana una lanita. Si ora pal viaje que me dice: no jefa, váyase usté, diviértase que le hace falta. Y patitas para qué las quiero, que le tomo la palabra, y que me vengo con todos los del trabajo. ¿Y tú?, ¿llevas mucho aquí?
La muerte chiquita
Meteorito
Claire Joysmith
Es como si el famoso meteorito
anunciado fuera ráfaga y despertar
y yo ciclista en bici
al pasar un doble remolque
a ciento diez o más
hay mil movimiento uranizado
cambio veloz sobre cambio
todo en quinta: rápida la
respiración como en los cien metros
cerrados que corría en campeonatos
sólo que ahora son mil y un abiertos
anunciado fuera ráfaga y despertar
y yo ciclista en bici
al pasar un doble remolque
a ciento diez o más
hay mil movimiento uranizado
cambio veloz sobre cambio
todo en quinta: rápida la
respiración como en los cien metros
cerrados que corría en campeonatos
sólo que ahora son mil y un abiertos
Moyote blues
Claire Joysmith
Los moyotes
buscan la luz
brillante
artificial
abaten
el aire
nocturno
testiga la luna
abanican
el fresco
embistiendo
embistiendo
contra el vidrio
¡la luz! ¡la luz!
buscan la luz
brillante
artificial
abaten
el aire
nocturno
testiga la luna
abanican
el fresco
embistiendo
embistiendo
contra el vidrio
¡la luz! ¡la luz!
No es fácil
Claire Joysmith
murmura María desde pálida boca
su cuerpo blando y blanco
sumido sobre un pañal
retazo de vieja tela ocre
entumida una rodilla vendada
cuando su amiga la visita
tras subir trece escalones
de mármol mordido
en un solar de
la Habana Vieja
su cuerpo blando y blanco
sumido sobre un pañal
retazo de vieja tela ocre
entumida una rodilla vendada
cuando su amiga la visita
tras subir trece escalones
de mármol mordido
en un solar de
la Habana Vieja
Rojos, Ríos y Coyote
Cliare Joysmith
El amanecer rojo de las células
llega con las tinieblas del sopor
las partículas respiran, siembran
río coagulado, estrellas carmesí
en tropel rojos sobre rojos sobre
fronteras, ríos, almohadas, sueños.
llega con las tinieblas del sopor
las partículas respiran, siembran
río coagulado, estrellas carmesí
en tropel rojos sobre rojos sobre
fronteras, ríos, almohadas, sueños.
Nuestros muertos
Teresa Dey
Sobre los nombres de nuestros muertos
edificamos ciudades
y las vamos poblando de memorias
Somos la historia de nuestros muertos
sus testigos impotentes
Rehenes del nunca más
Somos nuestros propios muertos
que escondidos en la garganta
crecen con cada suspiro
edificamos ciudades
y las vamos poblando de memorias
Somos la historia de nuestros muertos
sus testigos impotentes
Rehenes del nunca más
Somos nuestros propios muertos
que escondidos en la garganta
crecen con cada suspiro
Cinco infiernos
Teresa Dey
Los infiernos que me acompañan
son iguales a mí
vienen a donde voy
porque los traigo dentro
A ratos parecen dormir
con flama agazapada
pero son corrientes de lava
que murmuran sin descanso
Cuando se desperezan
Sus noventa garras extendidas
traspasan todos mis poros
sin desperdicio de sangre
son iguales a mí
vienen a donde voy
porque los traigo dentro
A ratos parecen dormir
con flama agazapada
pero son corrientes de lava
que murmuran sin descanso
Cuando se desperezan
Sus noventa garras extendidas
traspasan todos mis poros
sin desperdicio de sangre
De lado
Teresa Dey
Te acostaste
Del lado izquierdo.
El mar caribe
anochecido.
Amaneciste
Con las pupilas de par en par
para recibir
a la amante esquiva,
que venía a rescatarte
d e l c u e r p o
Del lado izquierdo.
El mar caribe
anochecido.
Amaneciste
Con las pupilas de par en par
para recibir
a la amante esquiva,
que venía a rescatarte
d e l c u e r p o
Crónica de la estulticia
Iván Gomezcésar
Era un tipo que gastaba día tras día su vida y su dinero de jubilado
sentado frente a maquinitas brillantes y precisas, suma de tecnología y estupidez.
Era un tipo que deambulaba en las madrugadas de una ciudad fosforescente
entre el ir y venir de limusinas, drogas de diseño y putas de diseño,
romances de diseño y bodas de diseño,
calles donde los deseos y la libertad se confunden con la estupidez.
Era un tipo que acumuló un arsenal en un cuarto del piso 32 de un hotel
en un país en que la ley suprema, atrapada entre democracia y estupidez,
ampara el derecho de cualesquiera de comprar rifles de asalto.
sentado frente a maquinitas brillantes y precisas, suma de tecnología y estupidez.
Era un tipo que deambulaba en las madrugadas de una ciudad fosforescente
entre el ir y venir de limusinas, drogas de diseño y putas de diseño,
romances de diseño y bodas de diseño,
calles donde los deseos y la libertad se confunden con la estupidez.
Era un tipo que acumuló un arsenal en un cuarto del piso 32 de un hotel
en un país en que la ley suprema, atrapada entre democracia y estupidez,
ampara el derecho de cualesquiera de comprar rifles de asalto.
Las tachuelas
Eduardo Mosches
Entré con sigilo
a una casa donde las ventanas rotas
se movían rezongando
al ritmo de un viento nocturno.
En la gran sala era posible ver
los cuerpos de niños muy pequeños
que tenían introducidos sobre su piel y carne
cortos clavos
tachuelas de zapatero sobre los hombros
el pecho y piernas.
a una casa donde las ventanas rotas
se movían rezongando
al ritmo de un viento nocturno.
En la gran sala era posible ver
los cuerpos de niños muy pequeños
que tenían introducidos sobre su piel y carne
cortos clavos
tachuelas de zapatero sobre los hombros
el pecho y piernas.
Construcción
Eduardo Mosches
El barro cocido forma ladrillos rojizos,
almacenan palabras escondidas
en sus rendijas,
las manos van formando líneas,
crean paredes que protegen
de los gritos que la memoria ha recogido,
para no crear olvido
mientras los pescadores
descansan a la orilla de la playa
cargan en sus manos la sal de las olas
y a los peces calmados
con sus ojos abiertos
mirando lo que ya no ven.
almacenan palabras escondidas
en sus rendijas,
las manos van formando líneas,
crean paredes que protegen
de los gritos que la memoria ha recogido,
para no crear olvido
mientras los pescadores
descansan a la orilla de la playa
cargan en sus manos la sal de las olas
y a los peces calmados
con sus ojos abiertos
mirando lo que ya no ven.
Haikus
Cristina Rascón
un colibrí
suspendido en sahuaro
aquí mosquitos
suspendido en sahuaro
aquí mosquitos