La cuerda
Víctor Román
Único personaje: Goldín, un mago de cuarenta y tantos años.
La acción sucede dentro de una carpa de circo. El espacio circular está delimitado con aserrín. Goldín aparece desde arriba en la cuerda lisa. Baja desganado.
Acto I
Goldín: Si este acto falla, no hay más remedio. Mis actos sólo giran en una tediosa repetición. Pero voy a reunir fuerza ¿Por qué siento que camino hacia el cadalso? Donde yo soy el verdugo ¿O la víctima? Yo mismo me empujo. Y vigilo que mi cabeza ruede. Necesito un ayudante. Porque sino... Una cuerda maciza para este cuello. Aquí todavía la sangre corre chingona. ¿Quién puede ayudarme? ¿Ella? No. Tiene que estar a la distancia del público. Va a ser mi espectadora estelar. En un número único. Antes de quedarme tieso, alguien tiene que bajar rápido la cortina.
O, yo mismo desato la cuerda, salgo corriendo, y no vuelvo. Tengo que tener mis cosas listas en otro lugar. El empresario va a decir: “ni si quiera salió a recibir los aplausos, tampoco dio las gracias a la gente, es un malagradecido, siempre arrogante, se va como todo el mundo. Sólo quiere crecerse más.” Luego, de escupir en el aserrín, fumando su cigarro mentolado, se va a meter refunfuñando a su oficina.
No voy a cobrar nada esa noche. En todo caso, ¿la libertad cuánto cuesta? El rostro de Merlina es lo que me importa. Sube a la cuerda. Sus gestos cuando vea el más arriesgado de los números. En realidad no tiene mérito. Cualquiera lo puede hacer. Cualquiera lo hace todos los días. No va a funcionar. Baja de la cuerda. Voy a pensar en otra cosa. Ya sé: Puedo arrojarme a una piscina en llamas. O me duermo en la jaula de los leones. Pero ya no hay leones. Ahora exhiben las jaulas vacías. Y a veces generan más expectación que antes. Cuando estaban el oso, el león, el orangután Timo y la Mujer Tarántula. Es increíble como la gente espera paciente junto a la jaula vacía, como si de repente, algo hubiera de aparecer. A lo mejor creen oír algún rugido… o los lamentos de la Tarántula. Vuelve a subirse a la cuerda. También puedo ayunar dentro de alguna de las jaulas, durante un mes o más. Cualquier número es menos riesgoso que tenerte en mi corazón, Merlina. Vuelve a bajar de la cuerda.
Tus ojos ya no brillan cuando me ven. Pero cuando ves al levantador de peso, se encienden y lo alumbran. Tus reflectores cambiaron de protagonista. Una vez vi como él, te levantaba sobre una mesa junto con el gato Galaxia. Te bajaba y te subía, bajaba y subía. Uno, dos, uno, dos. Repetidas veces. No sé cuántas. Intentaba contar. Tú no dejabas de apretar a Galaxia en tu pecho. Las tripas se me hacían jirones. En eso, veo clavado en un tablón un cuchillo y lo agarro. Aprendí como lanzarlo con el Sultán de la Sierra del Alacrán. No sabía a quién lanzárselo, si al levantador de peso o a Galaxia. Del Sultán de la Sierra del Alacrán ya no sabemos nada, desde que se arrojó al tonel lleno de aguardiente.
De nada sirve este acto ¿Qué espero? Ya estuvo. Es sólo mi renuncia. Intenta subir a la cuerda. Porque no puedo seguir aquí más tiempo. Puedo pedirles el cañón a los Hermanos Bala, y salir disparado hacia una estrella. Ni modo, no hay tiempo de inventar otra cosa. Tampoco ingenio. La cuerda es mi recurso. Por aquí debe haber algo. Abre un baúl de donde extrae toda suerte de objetos raros e interactúa, un momento y con agilidad, con cada cosa, como: bromas de payaso, una marioneta enredada, un títere sin cabeza, un cepillo dental gigante, unas pantaletas muy grandes, una bufanda de papel de colores. Arrima un banco al escenario y lo coloca donde cae la cuerda.
No sé cómo un cuerpo ligero y tenso como éste, tiene que eliminarse. Sí, esa frase está bien, la voy a usar durante el número. Y en tan pleno vigor. Así lo vamos a recordar por sus venas hinchadas de vida, capaces de reventar las cuerdas más correosas. ¿Quién de aquí es capaz de esto? ¿Nadie? Lo supuse. Hay que aprender a escapar de los brazos calientes. De la dicha alucinante. –Esto último está perfecto. Ahora desde arriba. Goldín ensaya las posibilidades de decir las frases junto con el número que prepara en la cuerda. Al final del ensayo, introduce la cabeza dentro de un nudo de la cuerda, se queda así unos segundos, después apoya los pies en el banco y baja.
El acto no va mal. Tengo que aguantar más tiempo con la cuerda en el cuello. ¿Cuánto tiempo aguanta vivo un hombre de esta manera? Alguien tiene que arrimar el banco cuando cierren las cortinas. O… Sólo espero que me lo compren. Hay que echarle más suspenso. Una música. A ver ésta… No. Es muy lúgubre. Tampoco, es muy estúpida. Mejor sin música. A los músicos los echaron porque no hubo ya para pagarles. Y los únicos que tocan, son los payasos hermafroditas. Pero están de vacaciones. Fueron al lago Jojón en la Rivera; que disque a encontrar una cura por intoxicación de risa. Pues en el último número que hicieron, uno de ellos o de ellas, se ahogaba, y suspendieron el número. La gente vociferaba, fraude, fraude. Y casi incendian la carpa. A veces la gente lo único que quiere es incendiar algo. Tal vez por eso fuman. Deberían irse a no sé, a la lucha libre. Ya. Mi cabeza va para todos lados. Sube la cuerda con prisa. Se interrumpe una vez más. La verdad a veces pienso que, la vida de payaso es mejor, o la de domador, o la de taquillero. En la magia, ¿quién cree ahora? Hasta de empresario, porque tiene su chiste, hacer piruetas con el dinero y desaparecerlo. Repite la secuencia del número que ensaya. En el momento en que queda con la cuerda en el cuello, comienza a girar. Se hace un oscuro.
La acción sucede dentro de una carpa de circo. El espacio circular está delimitado con aserrín. Goldín aparece desde arriba en la cuerda lisa. Baja desganado.
Acto I
Goldín: Si este acto falla, no hay más remedio. Mis actos sólo giran en una tediosa repetición. Pero voy a reunir fuerza ¿Por qué siento que camino hacia el cadalso? Donde yo soy el verdugo ¿O la víctima? Yo mismo me empujo. Y vigilo que mi cabeza ruede. Necesito un ayudante. Porque sino... Una cuerda maciza para este cuello. Aquí todavía la sangre corre chingona. ¿Quién puede ayudarme? ¿Ella? No. Tiene que estar a la distancia del público. Va a ser mi espectadora estelar. En un número único. Antes de quedarme tieso, alguien tiene que bajar rápido la cortina.
O, yo mismo desato la cuerda, salgo corriendo, y no vuelvo. Tengo que tener mis cosas listas en otro lugar. El empresario va a decir: “ni si quiera salió a recibir los aplausos, tampoco dio las gracias a la gente, es un malagradecido, siempre arrogante, se va como todo el mundo. Sólo quiere crecerse más.” Luego, de escupir en el aserrín, fumando su cigarro mentolado, se va a meter refunfuñando a su oficina.
No voy a cobrar nada esa noche. En todo caso, ¿la libertad cuánto cuesta? El rostro de Merlina es lo que me importa. Sube a la cuerda. Sus gestos cuando vea el más arriesgado de los números. En realidad no tiene mérito. Cualquiera lo puede hacer. Cualquiera lo hace todos los días. No va a funcionar. Baja de la cuerda. Voy a pensar en otra cosa. Ya sé: Puedo arrojarme a una piscina en llamas. O me duermo en la jaula de los leones. Pero ya no hay leones. Ahora exhiben las jaulas vacías. Y a veces generan más expectación que antes. Cuando estaban el oso, el león, el orangután Timo y la Mujer Tarántula. Es increíble como la gente espera paciente junto a la jaula vacía, como si de repente, algo hubiera de aparecer. A lo mejor creen oír algún rugido… o los lamentos de la Tarántula. Vuelve a subirse a la cuerda. También puedo ayunar dentro de alguna de las jaulas, durante un mes o más. Cualquier número es menos riesgoso que tenerte en mi corazón, Merlina. Vuelve a bajar de la cuerda.
Tus ojos ya no brillan cuando me ven. Pero cuando ves al levantador de peso, se encienden y lo alumbran. Tus reflectores cambiaron de protagonista. Una vez vi como él, te levantaba sobre una mesa junto con el gato Galaxia. Te bajaba y te subía, bajaba y subía. Uno, dos, uno, dos. Repetidas veces. No sé cuántas. Intentaba contar. Tú no dejabas de apretar a Galaxia en tu pecho. Las tripas se me hacían jirones. En eso, veo clavado en un tablón un cuchillo y lo agarro. Aprendí como lanzarlo con el Sultán de la Sierra del Alacrán. No sabía a quién lanzárselo, si al levantador de peso o a Galaxia. Del Sultán de la Sierra del Alacrán ya no sabemos nada, desde que se arrojó al tonel lleno de aguardiente.
De nada sirve este acto ¿Qué espero? Ya estuvo. Es sólo mi renuncia. Intenta subir a la cuerda. Porque no puedo seguir aquí más tiempo. Puedo pedirles el cañón a los Hermanos Bala, y salir disparado hacia una estrella. Ni modo, no hay tiempo de inventar otra cosa. Tampoco ingenio. La cuerda es mi recurso. Por aquí debe haber algo. Abre un baúl de donde extrae toda suerte de objetos raros e interactúa, un momento y con agilidad, con cada cosa, como: bromas de payaso, una marioneta enredada, un títere sin cabeza, un cepillo dental gigante, unas pantaletas muy grandes, una bufanda de papel de colores. Arrima un banco al escenario y lo coloca donde cae la cuerda.
No sé cómo un cuerpo ligero y tenso como éste, tiene que eliminarse. Sí, esa frase está bien, la voy a usar durante el número. Y en tan pleno vigor. Así lo vamos a recordar por sus venas hinchadas de vida, capaces de reventar las cuerdas más correosas. ¿Quién de aquí es capaz de esto? ¿Nadie? Lo supuse. Hay que aprender a escapar de los brazos calientes. De la dicha alucinante. –Esto último está perfecto. Ahora desde arriba. Goldín ensaya las posibilidades de decir las frases junto con el número que prepara en la cuerda. Al final del ensayo, introduce la cabeza dentro de un nudo de la cuerda, se queda así unos segundos, después apoya los pies en el banco y baja.
El acto no va mal. Tengo que aguantar más tiempo con la cuerda en el cuello. ¿Cuánto tiempo aguanta vivo un hombre de esta manera? Alguien tiene que arrimar el banco cuando cierren las cortinas. O… Sólo espero que me lo compren. Hay que echarle más suspenso. Una música. A ver ésta… No. Es muy lúgubre. Tampoco, es muy estúpida. Mejor sin música. A los músicos los echaron porque no hubo ya para pagarles. Y los únicos que tocan, son los payasos hermafroditas. Pero están de vacaciones. Fueron al lago Jojón en la Rivera; que disque a encontrar una cura por intoxicación de risa. Pues en el último número que hicieron, uno de ellos o de ellas, se ahogaba, y suspendieron el número. La gente vociferaba, fraude, fraude. Y casi incendian la carpa. A veces la gente lo único que quiere es incendiar algo. Tal vez por eso fuman. Deberían irse a no sé, a la lucha libre. Ya. Mi cabeza va para todos lados. Sube la cuerda con prisa. Se interrumpe una vez más. La verdad a veces pienso que, la vida de payaso es mejor, o la de domador, o la de taquillero. En la magia, ¿quién cree ahora? Hasta de empresario, porque tiene su chiste, hacer piruetas con el dinero y desaparecerlo. Repite la secuencia del número que ensaya. En el momento en que queda con la cuerda en el cuello, comienza a girar. Se hace un oscuro.