La gula puede más que la razón
Fabiola Panchi
Los mexicanos nos caracterizamos por encajar sabroso el diente. ¡Y cómo no! si nuestros caminos, ya sean en la ciudad o fuera de ésta, siempre nos reciben con una deliciosa variedad de comida colorida, suculenta y olorosa a nuestro alcance, en pequeños puestos improvisados con techos de colores, que anuncian sus productos en lonas llamativas, nos invitan a probar lo que ahí se prepara; desde una simple quesadilla de queso, hasta una rebosante y grasosa gordita de chicarrón o suadero, pasando por las tortas, los tamales, las tostadas, los tacos en todas sus versiones y deleitosos pambazos rollizos.
La rebautizada Ciudad de México brinda a sus habitantes una vasta oferta de comida callejera para saciar el hambre, incrementar la gula o simplemente conocer los sabores que la capital posee.
Mi propósito es probar la gran variedad garnachera que la ciudad me ofrece y comencé por la comida que se hace por mi casa. Vivo en la colonia Doctores, famosa en cuestión de comida porque afuera del Mercado Hidalgo venden las más sabrosas gorditas de chicharrón, unos muy recomendables tacos de machitos, y el tepache más delicioso. Para desgracia mía y fortuna de mi gastritis, los puestos del mercado estaban cerrados, pero para la gula no hay impedimentos. Recordé que los jueves (y era jueves), de 7:30 a 10:30 de la noche, se pone una señora que es famosa por sus ricos pambazos. Caminé del mercado a la calle de Vertíz y llegué al número 128, afuera de este predio de renovación la señora coloca su puesto. Puedo asegurar que los pambazos de “la caguama", que es como se conoce a la señora, son los mejores que he probado.
Llegué en el momento en que estaban por terminar de poner el puesto. Lo último que colocaron en la segunda mesa que rodeaba el comal fue una cubeta de cinco litros de salsa verde cocida, ese olor suculento me acompañó hasta que comenzó la venta. Los pambazos son las estrellas del lugar, miden casi 25 cm, mientras que las tostadas y las quesadillas tienen un tamaño regular, esto es, dentro del sistema de medidas del mexicano, ni muy grandes ni muy chicas, tamaño medio, o sea, para los tragones y no tan tragones. Para vivir realmente la experiencia de garnachear con “la caguama”, algunos clientes sugieren probar el combo, que consta de un pambazo y una quesadilla o tostada de tinga. Como soy una mujer que acepta sugerencias, decidí vivir la experiencia de pambazo y quesadilla como mi vecino.
La estrella del lugar, el pambazo, en vez de llevar papas con chorizo, como lo marca la tradición, va relleno de papa hecha puré y uno le puede agregar carne, tinga, pollo o chicharrón; y encima lleva queso oaxaca bien derretido (como debe ser). La forma en que preparan el pambazo hace que se despierte de inmediato el antojo, el hambre, la gula o lo que el comensal traiga consigo ese día; consiste en tomar el pambazo y dejarlo caer en un plato hondo y ahí lo sumergen en salsa de chile guajillo, esperaran a que se cubra bien y lo sacan escurriendo, antes de colocarlo en el comal, la señora se asegura que éste tenga manteca en estado líquido, señal de que la plancha está a la temperatura adecuada para que el pambazo se dore. Lo bueno es que todos los pambazos son casi del mismo tamaño, así nadie se enoja porque a otro le den uno más grande que el propio. Al momento de que el pambazo toca el comal, el olor de la salsa de guajillo comienza a invadir el pequeño negocio, los tragones salivan, esperan a que llegue su turno, mientras piden una quesadilla o tostada que hace la espera es más llevadera. Hay clientes y vecinos que hacen sus pedidos desde antes de que termine de ponerse el puesto. Si llegas con hambre debes tener bien ejercitada la paciencia, pues la espera vale la pena.
Llegó mi turno. En un plato de plástico azul me dieron mi pambazo, bien quemadito, su forma ovalada y el olor que desprendía me hacía salivar como si llevara días sin comer, lo pedí con todo: crema, queso, lechuga y salsa (confieso que la salsa verde cocida es mi favorita y la de este lugar no tiene perdón de Dios). Lo acerqué a mi boca, su color y su olor hacían que no me pudiera resistir a dar la primera mordida y ésta, fue mi perdición, no quería que nunca se acabara el pambazo, la mezcla de sabores crema, queso, papa y salsa es deliciosa, tanto fue mi deleite que no tomé refresco para así mantener por más tiempo el sabor del pambazo en mi boca. Al final tenía ganas de lamer el plato, pero por suerte me dieron una cuchara.
Cuando terminé, la nuera de “la caguama” me ofreció un postre y, como dicen por ahí “Disfruta, come y bebe que la vida es breve”, acepté unas deliciosas fresas con crema, que comí con placer. Después pedí la cuenta, fueron $60 pesos por tocar el cielo, que si bien es poco saludable, y vaya que lo sé, la gula puede más que la razón.
La rebautizada Ciudad de México brinda a sus habitantes una vasta oferta de comida callejera para saciar el hambre, incrementar la gula o simplemente conocer los sabores que la capital posee.
Mi propósito es probar la gran variedad garnachera que la ciudad me ofrece y comencé por la comida que se hace por mi casa. Vivo en la colonia Doctores, famosa en cuestión de comida porque afuera del Mercado Hidalgo venden las más sabrosas gorditas de chicharrón, unos muy recomendables tacos de machitos, y el tepache más delicioso. Para desgracia mía y fortuna de mi gastritis, los puestos del mercado estaban cerrados, pero para la gula no hay impedimentos. Recordé que los jueves (y era jueves), de 7:30 a 10:30 de la noche, se pone una señora que es famosa por sus ricos pambazos. Caminé del mercado a la calle de Vertíz y llegué al número 128, afuera de este predio de renovación la señora coloca su puesto. Puedo asegurar que los pambazos de “la caguama", que es como se conoce a la señora, son los mejores que he probado.
Llegué en el momento en que estaban por terminar de poner el puesto. Lo último que colocaron en la segunda mesa que rodeaba el comal fue una cubeta de cinco litros de salsa verde cocida, ese olor suculento me acompañó hasta que comenzó la venta. Los pambazos son las estrellas del lugar, miden casi 25 cm, mientras que las tostadas y las quesadillas tienen un tamaño regular, esto es, dentro del sistema de medidas del mexicano, ni muy grandes ni muy chicas, tamaño medio, o sea, para los tragones y no tan tragones. Para vivir realmente la experiencia de garnachear con “la caguama”, algunos clientes sugieren probar el combo, que consta de un pambazo y una quesadilla o tostada de tinga. Como soy una mujer que acepta sugerencias, decidí vivir la experiencia de pambazo y quesadilla como mi vecino.
La estrella del lugar, el pambazo, en vez de llevar papas con chorizo, como lo marca la tradición, va relleno de papa hecha puré y uno le puede agregar carne, tinga, pollo o chicharrón; y encima lleva queso oaxaca bien derretido (como debe ser). La forma en que preparan el pambazo hace que se despierte de inmediato el antojo, el hambre, la gula o lo que el comensal traiga consigo ese día; consiste en tomar el pambazo y dejarlo caer en un plato hondo y ahí lo sumergen en salsa de chile guajillo, esperaran a que se cubra bien y lo sacan escurriendo, antes de colocarlo en el comal, la señora se asegura que éste tenga manteca en estado líquido, señal de que la plancha está a la temperatura adecuada para que el pambazo se dore. Lo bueno es que todos los pambazos son casi del mismo tamaño, así nadie se enoja porque a otro le den uno más grande que el propio. Al momento de que el pambazo toca el comal, el olor de la salsa de guajillo comienza a invadir el pequeño negocio, los tragones salivan, esperan a que llegue su turno, mientras piden una quesadilla o tostada que hace la espera es más llevadera. Hay clientes y vecinos que hacen sus pedidos desde antes de que termine de ponerse el puesto. Si llegas con hambre debes tener bien ejercitada la paciencia, pues la espera vale la pena.
Llegó mi turno. En un plato de plástico azul me dieron mi pambazo, bien quemadito, su forma ovalada y el olor que desprendía me hacía salivar como si llevara días sin comer, lo pedí con todo: crema, queso, lechuga y salsa (confieso que la salsa verde cocida es mi favorita y la de este lugar no tiene perdón de Dios). Lo acerqué a mi boca, su color y su olor hacían que no me pudiera resistir a dar la primera mordida y ésta, fue mi perdición, no quería que nunca se acabara el pambazo, la mezcla de sabores crema, queso, papa y salsa es deliciosa, tanto fue mi deleite que no tomé refresco para así mantener por más tiempo el sabor del pambazo en mi boca. Al final tenía ganas de lamer el plato, pero por suerte me dieron una cuchara.
Cuando terminé, la nuera de “la caguama” me ofreció un postre y, como dicen por ahí “Disfruta, come y bebe que la vida es breve”, acepté unas deliciosas fresas con crema, que comí con placer. Después pedí la cuenta, fueron $60 pesos por tocar el cielo, que si bien es poco saludable, y vaya que lo sé, la gula puede más que la razón.