La puta que trajo sus poemas
Fausto Leyva
Era una buena mamadora. Llegó anoche con la maleta y la cruda de siempre. Hace un par de años la conocí en una cantina, se acercó para pedirme una cerveza y a cambio diría lo que opinaba de unos textos que leí esa noche, pagué sólo para escucharla decir que mi poesía era un asco. No era una mujer bella, algo hinchada de tanto alcohol, pero tenía estilo, unas piernas largas y firmes que siempre presumía con una falda corta. Me gustan sus piernas, soy un hombre de piernas.
Solía perderse un par de semanas cada dos o tres meses y, en sus regresos, pasaba a saludarme, a vaciar mi refrigerador y mis botellas. Siempre escondo mis mejores alcoholes afortunadamente. Esta vez traía algunos textos, me los entregó, estaban escritos a mano en un papel maltratado, con manchas de vino y quemaduras. “Esto es escribir, espero lo entiendas” me dijo mientras se empinaba un vaso lleno de ron. Eran cinco buenos poemas, pero dos eran realmente hermosos, todos firmados por un tal C.B.
Pregunté si eran de ella, negó con la mano “¡son de un viejo indecente!” agregó con cierto desprecio y comenzó a deambular por el cuarto. Parecía triste, un tanto perdida entre pensamientos. Preferí ignorarla y volví a los textos. Comencé a leer en voz alta. La ducha… Nos gusta ducharnos después / (a mí me gusta el agua más caliente que a ella) / y su rostro siempre es suave y tranquilo… en ese momento sentí que ella se acercó, se echó al suelo frente a mí, recargando su cabeza en mi rodilla, luego me lava la polla: “¡oye, esto sigue duro!” / luego me lava el vello de ahí abajo, / la tripa, la espalda, el cuello, las piernas, / yo sonrío, sonrío, sonrío… frotaba mi entrepierna, se me puso dura, sacó mi verga, la frotó con cierta intensidad pasmosa …me pongo detrás, mi polla en sus nalgas / suavemente enjabono los pelos del coño, / lavo ahí con un movimiento suave / tal vez me detenga más de lo necesario… detuve mi lectura, cruzamos miradas, abrió la boca y se tragó todo el miembro, fue divino. Pidió que siguiera leyendo —y juro que eso intentaba—, pero no podía dejar de verla subir y bajar el rostro, con su mirada suplicante me atrapaba a cada dos o tres versos leídos.
Empecé a leer otro. Hay un pájaro azul en mi corazón que / quiere salir / pero soy duro con él… se hizo lento el vaivén de sus lengüetadas, la miré, se veía más triste. Con la boca llena me pedía que siguiera leyendo hay un pájaro azul en mi corazón que / quiere salir / pero yo le echo whisky encima y me trago / el humo de los cigarrillos… las lamidas se volvían cada vez más fuertes …y las putas y los camareros / y los dependientes de ultramarinos / nunca se dan cuenta / de que está ahí dentro… tomó con sus manos mis bolas, las estrujó con cierto placer, era delicioso pero soy duro con él, / le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres / montarme un lío?... subía y bajaba sobre mi vientre una maraña de cabellos gimientes, su lengua se volvió una culebra inquieta, nerviosa …pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir / a veces por la noche / cuando todo el mundo duerme… ya era imposible seguir leyendo, quería tomarla del cabello, hacerla que se estrellara contra mí, desgarrarle las anginas, partirle la garganta …luego lo vuelvo a introducir, / y él canta un poquito… perdía la línea, se acercaba lo inevitable …y dormimos juntos… estaba perdido, no podía más …como para hacer llorar a un hombre… faltaba poco … pero yo no lloro… era una mamada furiosa, sentía sus dientes hincarse en mi carne… ¡ya! … un poco más… ¡ya! … ¿tu lloras?
Se apartó, yo casi en un colapso nervioso quedé a punto de terminar, pregunté exaltado si pasaba algo, y pedí que siguiera. Se levantó vociferando “tú no entiendes, esta bestia me jodió, me sacó de su casa por una Lynda” se fue al baño y no salió de ahí.
Al medio día desperté, ella ya no estaba, se había llevado los textos de C.B. y algunos míos, cincuenta pesos que tenía en mi pantalón, mis botellas escondidas y mis cigarros, no me hubiera sorprendido que intentara llevarse mi brazo izquierdo. La muy cabrona sólo dejó una nota: “se la he mamado a muchos poetas, pero ninguno ha escrito poesía sobre mí”.
Solía perderse un par de semanas cada dos o tres meses y, en sus regresos, pasaba a saludarme, a vaciar mi refrigerador y mis botellas. Siempre escondo mis mejores alcoholes afortunadamente. Esta vez traía algunos textos, me los entregó, estaban escritos a mano en un papel maltratado, con manchas de vino y quemaduras. “Esto es escribir, espero lo entiendas” me dijo mientras se empinaba un vaso lleno de ron. Eran cinco buenos poemas, pero dos eran realmente hermosos, todos firmados por un tal C.B.
Pregunté si eran de ella, negó con la mano “¡son de un viejo indecente!” agregó con cierto desprecio y comenzó a deambular por el cuarto. Parecía triste, un tanto perdida entre pensamientos. Preferí ignorarla y volví a los textos. Comencé a leer en voz alta. La ducha… Nos gusta ducharnos después / (a mí me gusta el agua más caliente que a ella) / y su rostro siempre es suave y tranquilo… en ese momento sentí que ella se acercó, se echó al suelo frente a mí, recargando su cabeza en mi rodilla, luego me lava la polla: “¡oye, esto sigue duro!” / luego me lava el vello de ahí abajo, / la tripa, la espalda, el cuello, las piernas, / yo sonrío, sonrío, sonrío… frotaba mi entrepierna, se me puso dura, sacó mi verga, la frotó con cierta intensidad pasmosa …me pongo detrás, mi polla en sus nalgas / suavemente enjabono los pelos del coño, / lavo ahí con un movimiento suave / tal vez me detenga más de lo necesario… detuve mi lectura, cruzamos miradas, abrió la boca y se tragó todo el miembro, fue divino. Pidió que siguiera leyendo —y juro que eso intentaba—, pero no podía dejar de verla subir y bajar el rostro, con su mirada suplicante me atrapaba a cada dos o tres versos leídos.
Empecé a leer otro. Hay un pájaro azul en mi corazón que / quiere salir / pero soy duro con él… se hizo lento el vaivén de sus lengüetadas, la miré, se veía más triste. Con la boca llena me pedía que siguiera leyendo hay un pájaro azul en mi corazón que / quiere salir / pero yo le echo whisky encima y me trago / el humo de los cigarrillos… las lamidas se volvían cada vez más fuertes …y las putas y los camareros / y los dependientes de ultramarinos / nunca se dan cuenta / de que está ahí dentro… tomó con sus manos mis bolas, las estrujó con cierto placer, era delicioso pero soy duro con él, / le digo quédate ahí abajo, ¿es que quieres / montarme un lío?... subía y bajaba sobre mi vientre una maraña de cabellos gimientes, su lengua se volvió una culebra inquieta, nerviosa …pero soy demasiado listo, sólo le dejo salir / a veces por la noche / cuando todo el mundo duerme… ya era imposible seguir leyendo, quería tomarla del cabello, hacerla que se estrellara contra mí, desgarrarle las anginas, partirle la garganta …luego lo vuelvo a introducir, / y él canta un poquito… perdía la línea, se acercaba lo inevitable …y dormimos juntos… estaba perdido, no podía más …como para hacer llorar a un hombre… faltaba poco … pero yo no lloro… era una mamada furiosa, sentía sus dientes hincarse en mi carne… ¡ya! … un poco más… ¡ya! … ¿tu lloras?
Se apartó, yo casi en un colapso nervioso quedé a punto de terminar, pregunté exaltado si pasaba algo, y pedí que siguiera. Se levantó vociferando “tú no entiendes, esta bestia me jodió, me sacó de su casa por una Lynda” se fue al baño y no salió de ahí.
Al medio día desperté, ella ya no estaba, se había llevado los textos de C.B. y algunos míos, cincuenta pesos que tenía en mi pantalón, mis botellas escondidas y mis cigarros, no me hubiera sorprendido que intentara llevarse mi brazo izquierdo. La muy cabrona sólo dejó una nota: “se la he mamado a muchos poetas, pero ninguno ha escrito poesía sobre mí”.