La voz de las cosas, de Marguerite Yourcenar
Si una estrella fugaz cruza el horizonte, pedimos un deseo. Y si una escalera en la calle forma un ángulo sospechoso, desviamos nuestro camino para distraer así la mala suerte. Superstición o fortuna, nuestra necesidad de entablar un diálogo con el mundo nos obliga a prestar atención a la voz de las cosas. Y dicen tanto, afirma Marguerite Yourcenar (Bruselas, 1903, Estados Unidos, 1987), que bastaría escucharlas por un momento para acallar el escándalo cotidiano de este mundo: afuera todo es ruido, tanto la vecina que despierta a la colonia con su música, como los microbuseros que amenizan el cansancio de sus usuarios a todo volumen, o como las jornadas dominicales de porras y goles. Lo cierto es que una cultura de “mundanal ruido”, como definía Fray Luis de León, nos asiste cada vez que pretendemos el silencio. Y cuando lo alcanzamos a altas horas de la noche, tememos escuchar nuestra propia voz interrogando o respondiendo por aquello que realmente nos preocupa. ¿Cómo conseguir, entonces, hablarnos con una voz de paz, de consuelo, en medio del silencio?
La autora de Memorias de Adriano, dedicó muchos de sus días a escuchar aquello que los demás se empeñaban en silenciar: el misterio. En el sufismo se cree que para llegar a él debe superarse la noche de la ignorancia y el día del conocimiento. El retorno a la siguiente noche es ese secreto por el que no se pregunta ya nada porque nada se respondería con palabras. La voz, sin embargo, persiste y nos llama en cada acontecer como para recordarnos algo. Marguerite Yourcenar, decidió escuchar esa voz para hablarse a sí misma con ternura en los días que necesitaba “provisiones de coraje” para sobrellevar el dolor de la enfermedad o de la tristeza. La voz de las cosas (1987), es un libro hecho de fragmentos. Ninguno de los textos es suyo, pero ella transcribió en un cuaderno aquello que leía y le recordaba su propia voz, su última voz detrás de las máscaras que llevamos todos los días. Si hiciéramos este ejercicio de apuntar aquello que nos gustó o nos intrigó, seguramente al paso del tiempo descubriríamos una extraña afinidad con el mundo muy parecida al misterio. En las paredes que veo a menudo, por ejemplo, suelo poner como letrero unos versos del Tao Te King que jamás he podido comprender del todo: “Conoce lo masculino, conserva lo femenino, hazte barranca del mundo”. Estas líneas bastan para hacerme recordar las tantas cosas que están lejos de mi entendimiento racional, pero cerca de mi conciencia. Creo que este ejercicio es una buena lección de humildad para enfrentarnos con cualquier silencio a deshoras.
En La voz de de la cosas, la filosofía cristiana convive con canciones de Bob Dylan, y con poemas de Rilke. Para la primera mujer en ingresar a la Academia Real Francesa, la dispersión no tiene lugar en este libro pues es su voz la que se hace audible a través de la lectura. Los cincuenta y tres textos que conforman su personal filosofía, no discriminan ni a pintores ni a místicos, los pensamientos, los adagios o las frases dichas por orientales u occidentales de los primeros o de los últimos tiempos tienen cabida en este pequeño compendio de sabiduría. Cualquier página ayuda a pensar una vida, y el mérito de Yourcenar está en haber elegido la esencia de esas vidas que supieron decir con palabras algo que nos auxilia para salir de la noche del desconocimiento. La universalidad de esta antología supone también la búsqueda de muchos años por una verdad que fuera a un mismo tiempo la paz y la certidumbre. Para quien busque entablar un diálogo con el mundo que no esté manchado por las expectativas de fortuna, La voz de las cosas le hablará con sinceridad y voz propias, distanciadas de las que acostumbramos atribuir a los gatos negros, las margaritas o incluso a los viernes trece.
Yourcenar, Marguerite. La voz de las cosas, tr. de Carlos Manzano, Gadir, Madrid, 2005.
La autora de Memorias de Adriano, dedicó muchos de sus días a escuchar aquello que los demás se empeñaban en silenciar: el misterio. En el sufismo se cree que para llegar a él debe superarse la noche de la ignorancia y el día del conocimiento. El retorno a la siguiente noche es ese secreto por el que no se pregunta ya nada porque nada se respondería con palabras. La voz, sin embargo, persiste y nos llama en cada acontecer como para recordarnos algo. Marguerite Yourcenar, decidió escuchar esa voz para hablarse a sí misma con ternura en los días que necesitaba “provisiones de coraje” para sobrellevar el dolor de la enfermedad o de la tristeza. La voz de las cosas (1987), es un libro hecho de fragmentos. Ninguno de los textos es suyo, pero ella transcribió en un cuaderno aquello que leía y le recordaba su propia voz, su última voz detrás de las máscaras que llevamos todos los días. Si hiciéramos este ejercicio de apuntar aquello que nos gustó o nos intrigó, seguramente al paso del tiempo descubriríamos una extraña afinidad con el mundo muy parecida al misterio. En las paredes que veo a menudo, por ejemplo, suelo poner como letrero unos versos del Tao Te King que jamás he podido comprender del todo: “Conoce lo masculino, conserva lo femenino, hazte barranca del mundo”. Estas líneas bastan para hacerme recordar las tantas cosas que están lejos de mi entendimiento racional, pero cerca de mi conciencia. Creo que este ejercicio es una buena lección de humildad para enfrentarnos con cualquier silencio a deshoras.
En La voz de de la cosas, la filosofía cristiana convive con canciones de Bob Dylan, y con poemas de Rilke. Para la primera mujer en ingresar a la Academia Real Francesa, la dispersión no tiene lugar en este libro pues es su voz la que se hace audible a través de la lectura. Los cincuenta y tres textos que conforman su personal filosofía, no discriminan ni a pintores ni a místicos, los pensamientos, los adagios o las frases dichas por orientales u occidentales de los primeros o de los últimos tiempos tienen cabida en este pequeño compendio de sabiduría. Cualquier página ayuda a pensar una vida, y el mérito de Yourcenar está en haber elegido la esencia de esas vidas que supieron decir con palabras algo que nos auxilia para salir de la noche del desconocimiento. La universalidad de esta antología supone también la búsqueda de muchos años por una verdad que fuera a un mismo tiempo la paz y la certidumbre. Para quien busque entablar un diálogo con el mundo que no esté manchado por las expectativas de fortuna, La voz de las cosas le hablará con sinceridad y voz propias, distanciadas de las que acostumbramos atribuir a los gatos negros, las margaritas o incluso a los viernes trece.
Yourcenar, Marguerite. La voz de las cosas, tr. de Carlos Manzano, Gadir, Madrid, 2005.