Lapsus
Araceli Rodríguez
Durante el camino te sientes bien. Pasas frente al baño público que está cerca de las escaleras del metro. Ese WC tan sucio te invita a visitarlo cuando lo ves, pero lo ignoras y te sigues, pensando en que nunca dan papel suficiente y que cobran muy caro.
Dentro de un folder azul llevas tus papeles para inscribirte en la escuela. Entras al vagón y justo a medio túnel, un ruido estomacal se hace presente. Algo malo está por suceder.
Al salir del metro, corres hacia la escuela donde tienes que dejar tus documentos. En la entrada, el portero te ve llegar con cara de desesperación. Te detiene:
― ¿Viene a inscribirse, señorita?
Su pregunta insinúa que debes anotarte en la lista del cuaderno. Después de poner tu nombre y demás datos, preguntas por los baños:
―Allá, camina derecho, sube las escaleras y por ahí están.
Entras corriendo, te deshaces de lo que llevas encima y te sientas. No escuchas ninguna voz en los baños contiguos y piensas que no hay nada mejor que estar sola.
Mientras sigues sentada, oyes a alguien entrar. Ese alguien abre la puerta del baño de al lado; luego, bajas la mirada y te llama la atención su bota. Justo aquí te das cuenta que te metiste al baño de los hombres, y quisieras hundirte por el retrete.
Juntas tus pies para que nadie vea tus zapatitos de piso. Ya vez, si te hubieras puesto tus tenis, pasarías inadvertida, pero no, tenías que ponerte esos zapatos incómodos para verte muy mona. Mírate ahora, escondiendo los pies hasta que ese chico se largue para que puedas salir corriendo.
No tardó mucho. Suspiras al saberte sola de nuevo; sin embargo, piensas en lo que podría suceder si alguien te viera metida en ese baño: pensaría lo peor de ti. Le das vueltas al asunto, temes que crean que eres promiscua.
Se te viene a la mente el baño público por el que pasaste hace un rato y te reclamas por haberlo ignorado. Planeas la huida y agarras tus cosas para, por fin, escapar, pero alguien se acerca a tu puerta, trata de abrirla y al notarla cerrada, se va a otra. Te asomas por debajo, pero no alcanzas a ver los pies del que acaba de entrar. Te reclamas por no haberte fijado en la figura de la puerta, si decía "Damas" y no "Caballeros".
Mientras te deshaces en pensamientos, escuchas que el sujeto que quiso abrir tu puerta, se lava y se va. Al saberte sola de nuevo, sales de tu escondite, pero unas voces cercanas al baño te detienen y regresas a esconderte. Esa gente se reirá de ti cuando te vea salir. Por otro lado, no puedes permanecer para siempre en aquella taza esperando a que nadie vea que te equivocaste de baño.
En lo que razonas cómo librarte de este problema, alguien más entra corriendo al baño y se va hacia la última puerta, cerrándola con fuerza. Llora; oyes que se suena la nariz. Luego, el tono de llamada de su celular resuena por todo el baño y afinas la oreja para escuchar su conversación. Afuera, se siguen oyendo las voces.
Notas que la voz del chico que llora es la de un adolescente. Tiene una de esas voces que apenas comienzan a hacerse gruesas. Segundos más tarde, el adolescente sale de su cubículo y habla por teléfono mientras camina: si se queda platicando en el baño, seguirás encerrada por un buen rato.
Escuchas que entra alguien más. Su orina cae a presión en la taza, luego, supones que busca algo en su mochila, porque revuelve todo. Enseguida, se oye girar la rueda de un encendedor, pareciera que el tipo batalla para sacar fuego hasta que lo logra; en segundos, el cuarto de baño se impregna de humo de cigarro.
Después de estar tan angustiada y con las nalgas asomadas en la taza, te dices “esté quien esté, voy a salir”; pero te detienes al percibir que el de la voz de adolescente termina la llamada y se acerca a la puerta del que se encuentra fumando y con el puño comienza a tocar enérgicamente la puerta de acrílico. Te asomas por debajo y alcanzas a ver sus zapatos y te espantas cuando oyes refunfuñar al de la voz de adolescente, quien reclama enojado:
―No se puede fumar.
Vuelve a tocar.
―Que no se puede fumar aquí.
Te sobresaltas porque tu puerta retumba cada vez que el púber toca con fuerza.
El fumador sigue sacando humo mientras trata de descargar lo que ha logrado con el cigarro. Y tú, en este baño sin salida, vuelves a oír que el de la voz de adolescente golpea la puerta, pero ahora con más ímpetu.
Molesto, el fumador pisa su cigarro, lo desliza por el suelo con el pie y rezonga:
―Ahí está, para que dejes de estar chingando.
¡Es la voz de una mujer! Te sientes confundida, ya no sabes si es baño de hombres o de mujeres, o si en esa escuela los baños son mixtos. Abres la puerta y caminas, ves al que está parado y descubres que es una chica con botas redondas, suelas gruesas y muy toscas, botas que te hicieron creer que estabas en el baño de los hombres.
Dentro de un folder azul llevas tus papeles para inscribirte en la escuela. Entras al vagón y justo a medio túnel, un ruido estomacal se hace presente. Algo malo está por suceder.
Al salir del metro, corres hacia la escuela donde tienes que dejar tus documentos. En la entrada, el portero te ve llegar con cara de desesperación. Te detiene:
― ¿Viene a inscribirse, señorita?
Su pregunta insinúa que debes anotarte en la lista del cuaderno. Después de poner tu nombre y demás datos, preguntas por los baños:
―Allá, camina derecho, sube las escaleras y por ahí están.
Entras corriendo, te deshaces de lo que llevas encima y te sientas. No escuchas ninguna voz en los baños contiguos y piensas que no hay nada mejor que estar sola.
Mientras sigues sentada, oyes a alguien entrar. Ese alguien abre la puerta del baño de al lado; luego, bajas la mirada y te llama la atención su bota. Justo aquí te das cuenta que te metiste al baño de los hombres, y quisieras hundirte por el retrete.
Juntas tus pies para que nadie vea tus zapatitos de piso. Ya vez, si te hubieras puesto tus tenis, pasarías inadvertida, pero no, tenías que ponerte esos zapatos incómodos para verte muy mona. Mírate ahora, escondiendo los pies hasta que ese chico se largue para que puedas salir corriendo.
No tardó mucho. Suspiras al saberte sola de nuevo; sin embargo, piensas en lo que podría suceder si alguien te viera metida en ese baño: pensaría lo peor de ti. Le das vueltas al asunto, temes que crean que eres promiscua.
Se te viene a la mente el baño público por el que pasaste hace un rato y te reclamas por haberlo ignorado. Planeas la huida y agarras tus cosas para, por fin, escapar, pero alguien se acerca a tu puerta, trata de abrirla y al notarla cerrada, se va a otra. Te asomas por debajo, pero no alcanzas a ver los pies del que acaba de entrar. Te reclamas por no haberte fijado en la figura de la puerta, si decía "Damas" y no "Caballeros".
Mientras te deshaces en pensamientos, escuchas que el sujeto que quiso abrir tu puerta, se lava y se va. Al saberte sola de nuevo, sales de tu escondite, pero unas voces cercanas al baño te detienen y regresas a esconderte. Esa gente se reirá de ti cuando te vea salir. Por otro lado, no puedes permanecer para siempre en aquella taza esperando a que nadie vea que te equivocaste de baño.
En lo que razonas cómo librarte de este problema, alguien más entra corriendo al baño y se va hacia la última puerta, cerrándola con fuerza. Llora; oyes que se suena la nariz. Luego, el tono de llamada de su celular resuena por todo el baño y afinas la oreja para escuchar su conversación. Afuera, se siguen oyendo las voces.
Notas que la voz del chico que llora es la de un adolescente. Tiene una de esas voces que apenas comienzan a hacerse gruesas. Segundos más tarde, el adolescente sale de su cubículo y habla por teléfono mientras camina: si se queda platicando en el baño, seguirás encerrada por un buen rato.
Escuchas que entra alguien más. Su orina cae a presión en la taza, luego, supones que busca algo en su mochila, porque revuelve todo. Enseguida, se oye girar la rueda de un encendedor, pareciera que el tipo batalla para sacar fuego hasta que lo logra; en segundos, el cuarto de baño se impregna de humo de cigarro.
Después de estar tan angustiada y con las nalgas asomadas en la taza, te dices “esté quien esté, voy a salir”; pero te detienes al percibir que el de la voz de adolescente termina la llamada y se acerca a la puerta del que se encuentra fumando y con el puño comienza a tocar enérgicamente la puerta de acrílico. Te asomas por debajo y alcanzas a ver sus zapatos y te espantas cuando oyes refunfuñar al de la voz de adolescente, quien reclama enojado:
―No se puede fumar.
Vuelve a tocar.
―Que no se puede fumar aquí.
Te sobresaltas porque tu puerta retumba cada vez que el púber toca con fuerza.
El fumador sigue sacando humo mientras trata de descargar lo que ha logrado con el cigarro. Y tú, en este baño sin salida, vuelves a oír que el de la voz de adolescente golpea la puerta, pero ahora con más ímpetu.
Molesto, el fumador pisa su cigarro, lo desliza por el suelo con el pie y rezonga:
―Ahí está, para que dejes de estar chingando.
¡Es la voz de una mujer! Te sientes confundida, ya no sabes si es baño de hombres o de mujeres, o si en esa escuela los baños son mixtos. Abres la puerta y caminas, ves al que está parado y descubres que es una chica con botas redondas, suelas gruesas y muy toscas, botas que te hicieron creer que estabas en el baño de los hombres.