Las vacas flacas
Claudia Islas*
La fila parece interminable, son las seis cuarenta y seis de la mañana y están por abrir las puertas, una mujer recorre la fila de principio a fin verificando los papeles, las tarjetas, que coincidan los turnos y los tiempos en que han de ser atendidas. Algunas vienen solas, la mayoría vienen con otras que las acompañan o les ayudan a cuidar a los niños, curioso que son pocos los hombres, será que están ocupados en el trabajo, será que para estos menesteres prefieren no enterarse, será que no lo comprenden o han decidido no preguntar.
Pase al cubículo diez, me dice la mujer de blanco mientras se acomoda la cofia verde sobre el día apretado. Faltan cinco turnos y la fila repta como serpiente hacia las puertas, repartiendo pedazos de sí misma, el estómago se me frunce con cada paso que avanzo hacia la puerta diez, una mujer sale de la seis, busca con la mirada a su madre quien la espera entre las filas de sillas amarillas, se encuentran, se abrazan empañadas, opacas como si supieran que ahí dentro han perdido un pedazo de ellas mismas. Por fin atravieso la puerta que parece de papel: “Te vas a quitar todo y luego te sientas aquí, abres bien que voy a tomar las muestras” me dice el de la bata blanca, que todavía trae la noche en la mirada. Siento el metal frío de la mañana que me recorre la piel, trato de no pensar en su guante azul escarbando entre mis piernas.
Cierro los ojos, trato de concentrarme en el azul del cielo, de mi cielo que tanto extraño, creo que puedo ver fragatas, están muy arriba, pero puedo ver cómo unas dan vueltas sobre mí y casi puedo escuchar las olas, debo estar tirada sobre la arena, estoy segura de ello.
¿Ya te hicieron el otro estudio? Regreso de golpe al cubículo gris y a su guante rasgándome el pudor. ¿Cuál de todos? Trato de encontrarle un semblante humano mientras busco la respuesta entre los días anteriores, escenas de agujas clavadas una y otra vez en cualquier punto de la piel, de batas envolviendo órdenes heladas, de líquidos escurriendo sobre papel estraza, de mujeres en espera de ser catalogadas por peso, por talla, por edad, por enfermedad.
Y da igual si me hicieron o no el estudio, de cualquier manera, llega la orden de volver a hacérmelo y entonces él decide que su guante azul explorará más allá del nombre que aparece en esa papeleta, soy clasificación X y eso le da permiso de internarse en busca del gran monstruo que se ha alojado dentro de mí. Va otro chorro helado de lubricante acompañando la mañana y pienso en el humo que despiden las ollas de tamales allá afuera, trato de evitar sentir, no soy esta, no soy esa vulva profanada, no soy ese ovario enorme del que todos hablan, yo no soy otra vaca flaca formada en este corral, yo soy mar, soy fragata.
Pase al cubículo diez, me dice la mujer de blanco mientras se acomoda la cofia verde sobre el día apretado. Faltan cinco turnos y la fila repta como serpiente hacia las puertas, repartiendo pedazos de sí misma, el estómago se me frunce con cada paso que avanzo hacia la puerta diez, una mujer sale de la seis, busca con la mirada a su madre quien la espera entre las filas de sillas amarillas, se encuentran, se abrazan empañadas, opacas como si supieran que ahí dentro han perdido un pedazo de ellas mismas. Por fin atravieso la puerta que parece de papel: “Te vas a quitar todo y luego te sientas aquí, abres bien que voy a tomar las muestras” me dice el de la bata blanca, que todavía trae la noche en la mirada. Siento el metal frío de la mañana que me recorre la piel, trato de no pensar en su guante azul escarbando entre mis piernas.
Cierro los ojos, trato de concentrarme en el azul del cielo, de mi cielo que tanto extraño, creo que puedo ver fragatas, están muy arriba, pero puedo ver cómo unas dan vueltas sobre mí y casi puedo escuchar las olas, debo estar tirada sobre la arena, estoy segura de ello.
¿Ya te hicieron el otro estudio? Regreso de golpe al cubículo gris y a su guante rasgándome el pudor. ¿Cuál de todos? Trato de encontrarle un semblante humano mientras busco la respuesta entre los días anteriores, escenas de agujas clavadas una y otra vez en cualquier punto de la piel, de batas envolviendo órdenes heladas, de líquidos escurriendo sobre papel estraza, de mujeres en espera de ser catalogadas por peso, por talla, por edad, por enfermedad.
Y da igual si me hicieron o no el estudio, de cualquier manera, llega la orden de volver a hacérmelo y entonces él decide que su guante azul explorará más allá del nombre que aparece en esa papeleta, soy clasificación X y eso le da permiso de internarse en busca del gran monstruo que se ha alojado dentro de mí. Va otro chorro helado de lubricante acompañando la mañana y pienso en el humo que despiden las ollas de tamales allá afuera, trato de evitar sentir, no soy esta, no soy esa vulva profanada, no soy ese ovario enorme del que todos hablan, yo no soy otra vaca flaca formada en este corral, yo soy mar, soy fragata.
*Claudia Islas Coronel (Veracruz, México 1974). Poeta, viajera, chef. Premio Juegos Florales 2016 San José del Cabo, BCS. Autora de: Vuelos de barlovento, Frágil, Sueños de plumas negras, Koinobori y Abril en sus tobillos. Escribe porque no hay mejor remedio para explicarle el mundo a la niña de cinco años que vive dentro de ella y no para de preguntar. “ ¡Respira!” Es la primerapalabra que recuerda y está pensando, seriamente, en tatuársela en un lugar visible por si algún día se le olvida.