Laura
Fausto Leyva
Voy a contar una historia.
Conocí a Laura en la estación del tren en Arriaga, Chiapas, le ayudé a tomar el tren, por poco y lo perdemos, venía con los pies sangrando y sin zapatos. Sí, eso que está pensando es justo lo que no le voy a decir. No lo aburriré con el típico discurso de “es una inmigrante, salvadoreña, que atraviesa México en La Bestia, para lograr el sueño americano y así ayudar a su hija y padres que viven en extrema pobreza” ¡no! eso ya lo saben de antemano.
¿Se imagina lo que es correr cómo loco detrás de un tren después de haber caminado durante tres días y sus noches? Es casi lógico que uno traiga los pies hechos pedazos para cuando hay que montar a la bestia. Esa noche, Laura contó que al cruzar el río Suchiate unos sujetos la asaltaron, le habían quitado la ropa y metido la mano por todos lados, hasta en el culo para ver si traía dinero. Le quitaron 500 dólares que encontraron metidos en su sexo. Luego la dejaron en medio del monte junto a otros con los que había cruzado en la misma balsa.
El mexicano se queja de la migra gringa, pero no tiene idea de lo que es pasar por México para el centroamericano. Acá hay que cuidarse del policía, el pollero y el delincuente, hasta de los perros, vaya que son bravos aquí.
Durante el camino a Ixtepec, Oaxaca, la bestia no va tan rápido, hay mucho cerro y vuelta, aun así es peligroso. Esa noche Laura me dejó dormir a su lado en el hueco entre vagones, ahí no caben más de dos personas hechas bolita, pero es más seguro por los barrotes que no dejan que uno caiga. ¿Usted podría dormir así, con un eterno zangoloteo y un calor infernal? A eso de las diez de la noche se escucharon gritos “¡¿dónde está, dónde está?!” Uno de los que viajaba en la parte de arriba del vagón había caído a las vías, se quedó dormido, seguro era tanto su cansancio que no se agarró bien del tren. Era el hijo del que gritaba, sin pensarlo se aventó fuera del tren, a la nada, y simplemente se perdió de vista en el mismo momento en que saltó. A esa hora, a mitad de la selva, no se puede ver nada, no se sabe si se está pasando por un abismo o un llano. Es seguro que usted haría lo mismo por alguien a quien quiere.
Laura me abrazó para calmarme, estaba muy asustado, pero era tanto el cansancio que pronto nos quedamos dormidos de nuevo, eso sí, bien agarrados de los fierros. Ya de madrugada se volvieron a escuchar gritos. Despertar a gritos es una de las cosas más horribles, brincan las piernas y los brazos, pierde uno la noción de dónde está. A todos no ha pasado que nos levantan con gritos y casi siempre terminamos cayendo o golpeándonos con algo. “Cámara, hijos de la chingada, aflojen todo lo que traigan” se escuchaba. En ese momento una señora que viajaba en la contra esquina de nuestro vagón se le ocurrió subir las escaleras y asomar la cabeza. Alguien la pescó del cabello y la jalaba para hacerla subir, Laura me pidió que me quedara quieto e intentó ayudarla.
— ¡Órale cabronas, pa' acá que ya se las cargó la chingada! —la señora suplicaba que no le hicieran nada—, ¡deja de llorar, pinche ruca, y sube o vas a valer madre! —el sujeto la tenía agarrada del cabello y al ver que no subía, la zarandeó tan fuerte que hizo que se soltara y cayera justo al paso de las ruedas del tren, no hubo tiempo para gritar. —¡Tú! sube o te pasa lo mismo— le dijo a Laura, ella me echó una mirada como diciendo “ni se te ocurra moverte” y temblando subió.
— A ver, cabronas, quítense la ropa… pero rapidito — decía otra voz.
El tren caminaba no muy rápido ¿me explico? Es decir, si corriera usted a toda velocidad seguro lo alcanzaría. Yo no podía ver nada, sólo escuchaba los gritos, las súplicas y el choque de los metales del tren; en un momento se escuchó que algo caía del tren, como un bulto que aventaron al camino y luego otro pero justo en las vías, ahora sí, un grito, muy corto, muy triste.
Es desesperante no saber lo que está sucediendo, estoy seguro de que les ha pasado, es como cuando, de noche, se va la luz en un temblor, no ve nada a su paso, todo se mueve y es imposible mantenerse quieto, sólo escucha como todo truena, y no le queda de otra más que rogar a Dios que no se le venga la casa encima. Entonces, como les iba diciendo, no pude mantenerme quieto, así que poco a poco subí la cabeza hasta ver algo al filo superior del vagón. Se notó el rostro de Laura y el de otras tres mujeres, pero ella fijó su mirada en mí y de nuevo sentí la amenaza “no te muevas”. Estaban desnudas, las otras mujeres gritaban y gemían, Laura no, sus cabezas se movían de atrás a adelante pero no con el movimiento del tren, ¿qué cree usted que estaba pasando?
—¡¿Querías una vida mejor?! Pues ahí te va —se escuchaba una voz gritando y riendo, mientras las mujeres suplicaban y hasta rezaban, Laura seguía callada, a veces cerraba los ojos y hacía un gesto de dolor, pero nada más.
— Esta cabrona no se mueve y ni dice nada, así ha de tener culo, bien abierto, la hija de la chingada —es de suponer que se referían a Laura—, Pinche vieja guanga, a tu lado hasta parece que las otras lo disfrutan.
—Será porque tus amiguitos si tienen algo con qué dar— contestó Laura y sonrió.
Eso fue lo último que se escuchó de los labios, en ese momento su cuerpo salió volando justo a las vías, el crujir de huesos y el grito de las otras mujeres, que también comenzaron a caer, hicieron que me desmayara.
Por eso es que vengo a ustedes, para que me ayuden con una moneda que no afecte su bolsillo, de Laurita nunca supe más que su nombre, en su mochila sólo encontré una dirección, al parecer era de Guatemala. Quiero mandar una carta con el dinero que ustedes me puedan dar y así sepan qué fue de ella. Eso me gustaría que hicieran conmigo si corro con la misma suerte.
Era un muchacho de unos 15 años quien subió al micro a pedir limosna contando semejante relato ¿usted qué haría si alguien que parece que lo va a asaltar le cuenta la historia de Laura? Todos los pasajeros se habían bajado con tal no seguir escuchando, yo fui el único que quedó ahí, le di veinte pesos y me despedí de él. No es que yo hubiera querido escucharlo, pero venía manenjado y ni modo de que yo también me bajara a mitad del Periférico.
Conocí a Laura en la estación del tren en Arriaga, Chiapas, le ayudé a tomar el tren, por poco y lo perdemos, venía con los pies sangrando y sin zapatos. Sí, eso que está pensando es justo lo que no le voy a decir. No lo aburriré con el típico discurso de “es una inmigrante, salvadoreña, que atraviesa México en La Bestia, para lograr el sueño americano y así ayudar a su hija y padres que viven en extrema pobreza” ¡no! eso ya lo saben de antemano.
¿Se imagina lo que es correr cómo loco detrás de un tren después de haber caminado durante tres días y sus noches? Es casi lógico que uno traiga los pies hechos pedazos para cuando hay que montar a la bestia. Esa noche, Laura contó que al cruzar el río Suchiate unos sujetos la asaltaron, le habían quitado la ropa y metido la mano por todos lados, hasta en el culo para ver si traía dinero. Le quitaron 500 dólares que encontraron metidos en su sexo. Luego la dejaron en medio del monte junto a otros con los que había cruzado en la misma balsa.
El mexicano se queja de la migra gringa, pero no tiene idea de lo que es pasar por México para el centroamericano. Acá hay que cuidarse del policía, el pollero y el delincuente, hasta de los perros, vaya que son bravos aquí.
Durante el camino a Ixtepec, Oaxaca, la bestia no va tan rápido, hay mucho cerro y vuelta, aun así es peligroso. Esa noche Laura me dejó dormir a su lado en el hueco entre vagones, ahí no caben más de dos personas hechas bolita, pero es más seguro por los barrotes que no dejan que uno caiga. ¿Usted podría dormir así, con un eterno zangoloteo y un calor infernal? A eso de las diez de la noche se escucharon gritos “¡¿dónde está, dónde está?!” Uno de los que viajaba en la parte de arriba del vagón había caído a las vías, se quedó dormido, seguro era tanto su cansancio que no se agarró bien del tren. Era el hijo del que gritaba, sin pensarlo se aventó fuera del tren, a la nada, y simplemente se perdió de vista en el mismo momento en que saltó. A esa hora, a mitad de la selva, no se puede ver nada, no se sabe si se está pasando por un abismo o un llano. Es seguro que usted haría lo mismo por alguien a quien quiere.
Laura me abrazó para calmarme, estaba muy asustado, pero era tanto el cansancio que pronto nos quedamos dormidos de nuevo, eso sí, bien agarrados de los fierros. Ya de madrugada se volvieron a escuchar gritos. Despertar a gritos es una de las cosas más horribles, brincan las piernas y los brazos, pierde uno la noción de dónde está. A todos no ha pasado que nos levantan con gritos y casi siempre terminamos cayendo o golpeándonos con algo. “Cámara, hijos de la chingada, aflojen todo lo que traigan” se escuchaba. En ese momento una señora que viajaba en la contra esquina de nuestro vagón se le ocurrió subir las escaleras y asomar la cabeza. Alguien la pescó del cabello y la jalaba para hacerla subir, Laura me pidió que me quedara quieto e intentó ayudarla.
— ¡Órale cabronas, pa' acá que ya se las cargó la chingada! —la señora suplicaba que no le hicieran nada—, ¡deja de llorar, pinche ruca, y sube o vas a valer madre! —el sujeto la tenía agarrada del cabello y al ver que no subía, la zarandeó tan fuerte que hizo que se soltara y cayera justo al paso de las ruedas del tren, no hubo tiempo para gritar. —¡Tú! sube o te pasa lo mismo— le dijo a Laura, ella me echó una mirada como diciendo “ni se te ocurra moverte” y temblando subió.
— A ver, cabronas, quítense la ropa… pero rapidito — decía otra voz.
El tren caminaba no muy rápido ¿me explico? Es decir, si corriera usted a toda velocidad seguro lo alcanzaría. Yo no podía ver nada, sólo escuchaba los gritos, las súplicas y el choque de los metales del tren; en un momento se escuchó que algo caía del tren, como un bulto que aventaron al camino y luego otro pero justo en las vías, ahora sí, un grito, muy corto, muy triste.
Es desesperante no saber lo que está sucediendo, estoy seguro de que les ha pasado, es como cuando, de noche, se va la luz en un temblor, no ve nada a su paso, todo se mueve y es imposible mantenerse quieto, sólo escucha como todo truena, y no le queda de otra más que rogar a Dios que no se le venga la casa encima. Entonces, como les iba diciendo, no pude mantenerme quieto, así que poco a poco subí la cabeza hasta ver algo al filo superior del vagón. Se notó el rostro de Laura y el de otras tres mujeres, pero ella fijó su mirada en mí y de nuevo sentí la amenaza “no te muevas”. Estaban desnudas, las otras mujeres gritaban y gemían, Laura no, sus cabezas se movían de atrás a adelante pero no con el movimiento del tren, ¿qué cree usted que estaba pasando?
—¡¿Querías una vida mejor?! Pues ahí te va —se escuchaba una voz gritando y riendo, mientras las mujeres suplicaban y hasta rezaban, Laura seguía callada, a veces cerraba los ojos y hacía un gesto de dolor, pero nada más.
— Esta cabrona no se mueve y ni dice nada, así ha de tener culo, bien abierto, la hija de la chingada —es de suponer que se referían a Laura—, Pinche vieja guanga, a tu lado hasta parece que las otras lo disfrutan.
—Será porque tus amiguitos si tienen algo con qué dar— contestó Laura y sonrió.
Eso fue lo último que se escuchó de los labios, en ese momento su cuerpo salió volando justo a las vías, el crujir de huesos y el grito de las otras mujeres, que también comenzaron a caer, hicieron que me desmayara.
Por eso es que vengo a ustedes, para que me ayuden con una moneda que no afecte su bolsillo, de Laurita nunca supe más que su nombre, en su mochila sólo encontré una dirección, al parecer era de Guatemala. Quiero mandar una carta con el dinero que ustedes me puedan dar y así sepan qué fue de ella. Eso me gustaría que hicieran conmigo si corro con la misma suerte.
Era un muchacho de unos 15 años quien subió al micro a pedir limosna contando semejante relato ¿usted qué haría si alguien que parece que lo va a asaltar le cuenta la historia de Laura? Todos los pasajeros se habían bajado con tal no seguir escuchando, yo fui el único que quedó ahí, le di veinte pesos y me despedí de él. No es que yo hubiera querido escucharlo, pero venía manenjado y ni modo de que yo también me bajara a mitad del Periférico.