Apuntes a una novela de Alejandro Paniagua
René Ostos
Los demonios de la sangre es una novela fragmentaria con claros guiños a la obra de Juan Rulfo, tiene una estructura aparentemente caótica, en la que la narración en vaivén dosifica los hechos que conforman la historia de una familia en cuyos lazos de sangre se encuentra el origen de su desgracia. La vida de esta familia se narra en 101 brevísimos capítulos, pinceladas que en su conjunto retratan a los personajes, su historia y sus circunstancias.
Como primer personaje, tenemos a don Evaristo, hombre poderoso, dueño de una empacadora de carne. Vive atormentado con la idea de que el espíritu de su esposa quiere vengarse de él.
Justina es la difunta esposa de don Evaristo, cuando ella vivía, su esposo la golpeaba e insultaba constantemente.
Don Evaristo y Justina tuvieron dos hijas: Ariel y Próspera. Ariel, la mayor, se siente culpable por el deterioro de la salud mental de su hermana, ya que la acusó de tener relaciones con un trabajador, lo que provocó la ira de su padre y el desconocimiento de este por su hija menor. También el sentimiento de culpa la carcome porque fue amante de Eleazar, esposo y gran amor de su hermana.
Próspera padece esquizofrenia paranoide. Desde pequeña su comportamiento era de lo más extraño. En la adolescencia, acusada por su hermana Ariel, su padre la descubre teniendo relaciones en el matadero, con un trabajador. Su padre la llama “güila” y le dice que para él está muerta. Desde entonces la relación entre padre e hija se rompe y sólo existe animadversión entre los dos. Por este hecho y como parte de su locura, ella piensa que su padre es omnipotente y puede hacer cualquier cosa para castigarla.
También está Aníbal, quien es hijo de Próspera y Eleazar, un ex policía mediocre que se unió a la guerrilla que se alza en esa región. Aníbal estudió enfermería en la capital, ahí laboró algunos meses antes de verse obligado a regresar a su pueblo para cuidar de su madre.
La viuda de Escutia, otro personaje importante, es la amante de don Evaristo, una mujer acaudalada que practica las artes adivinatorias. Ella aconseja al cacique en los negocios, pero sobre todo en lo referente al espíritu de su difunta esposa. Fruto de la relación entre la viuda y don Evaristo está Casio, que es un hijo no reconocido por su padre, razón por la cual le guarda rencor y confabula para reclamar lo que es suyo.
Estos son, a grandes rasgos, los protagonistas de Los demonios de la sangre, y en sus odios y miedos está el motor que hace andar esta historia.
Ahora bien, una característica distintiva en la novela de Alejandro Paniagua es la apuesta por el estilo, la agudeza con la que narra los pequeños detalles. Muestra de ello aparece cuando el narrador nos dice que “el grillo más muerto de todos es justo el que acaba de moverse; es el más muerto porque estuvo atrapado durante meses en medio de una montaña de cadáveres”. Ésta es una imagen sencillamente poética, que obliga al lector a entrecerrar el libro, a mirar hacia arriba con una ceja levantada, pensando sobre esa verdad que acaba de leer. Otro momento, en el que el estilo asoma su genio, lo podemos observar cuando “Próspera […] ató con un nudo la bolsa de plástico y la arrojó al agua. Después escupió dentro de un charco. La bolsa llena de focos se fue moviendo lentamente empujada por el aire, como un espejo que se desliza sobre un charco de lluvia. El escupitajo de Próspera se desplazó despacio sobre el agua, como una bolsa de plástico transparente repleta de focos”. Y así, sin darnos cuenta, una cosa se vuelve el reflejo de la otra. Un ejemplo más: “tan lejos y tan cerca como una hermana que duerme en el cuarto contiguo, […] que no se encuentra lo suficientemente cercana como para aliviar el miedo a la oscuridad y […] tampoco está tan distante como para poder masturbarse sin pensar que ella te escucha […]”. No hace falta comentar esta cita.
Por otro lado, el retrato de la cotidianidad es también un acierto de Los demonios de la sangre, ejemplo de ello es la ocasión en que “El tren de Aníbal podía transitar lo mismo sobre una carretera vertical dibujada en la pared que bajo el agua o dentro de la tina. Esa mañana anduvo […] sobre la corbata de rayas que el niño llevaba sujeta al cuello”. Esta es una imagen encantadora de la que seguramente nadie se sentirá ajeno, pues ¿quién no hizo eso alguna vez con un vehículo de juguete? Una muestra más: “Era un oficial corrompido que usaba playeras del América debajo del uniforme”. La imagen es tan nítida por ser un hecho común y corriente, pero que nos aporta una característica más del personaje.
Son muchos los detalles estilísticos que se podrían enumerar de Los demonios de la sangre, pero la intención no es hacer un análisis exhaustivo de esta obra, sino invitar a que el público ávido de buenas lecturas se acerque a la novela y los descubra por cuenta propia. Y así, tal vez alguien de entre sus lectores me pueda aclarar por qué el capítulo tercero es el único que tiene párrafos en primera persona, mientras el resto del libro está contado desde la tercera. ¿Un homenaje a Flaubert?