Marina
Rosina Conde
Para Ana Cecilia Noriega López
I
Concebida en la humedad del vientre de su madre, Marina creció recia, voluptuosa y suavemente alegre y apacible, así que no le intimida rugirles a la luna y las estrellas ni silenciar a la noche con su canto. Con esas cualidades, son muchos los que se aventuran a tratar de seducirla y perpetuar su nombre al conquistarla; ínclitos poetas, gloriosos escritores, valientes marineros y aguerridos soldados han penetrado las profundidades de su nombre: Homero, Melville, Coleridge, Hemingway, Iron Maiden... ¡Quién no ha nadado en las ondas aguas de Marina! A veces amorosa, en ocasiones violenta, ella los recibe en su seno y les cumple sus más íntimos deseos, aunque también los traiciona a voluntad: los engulle en sus olas y, cuando se cansa de jugar con ellos, los lanza a las costas más distantes y sombrías. Muchas veces, Marina no se conforma con ser visitada por los hombres, así que, cuando se siente sola, crece para alcanzarlos en tierra y reprocharles su olvido; a pesar de ello, Marina se sabe amada, tanto, que no necesita complacer a sus amantes, porque todos se postran a su paso. Por eso, cuando nades en las aguas fecundas de Marina, ríndele respeto, y no te des por bien servido hasta pisar tierra firme.
II
A Marina le gustaba trapear la playa y acomodar las piedras. Una a una, también, colocaba las conchas en la arena o los acantilados y lanzaba rugidos con las olas que chocaban contra las rocas. En algunos lugares, lanzaba tales rugidos, que aventaba chorros de agua contra viento y marea, y en otros se acamaba suavemente con las algas o se envolvía en fuertes remolinos. Su estado de ánimo era variable, y todos los días amanecía de un humor diferente; por eso, los marineros, quienes habían tomado de ella su nombre, eran hombres volubles que gustaban de jugar en sus aguas de las más diversas meneras. Muchas veces, Marina los engañaba, haciéndoles creer que los transportaría sin contratiempos hasta los más remotos destinos; pero también los traicionaba y engullía para vomitarlos en alguna costa lejana.
Marina nunca fue mujer de un solo hombre: cientos de miles de millones han dormitado con ella. Algunos han bebido de sus mieles y han regresado con gloria y fortuna después de convivir un rato en sus dominios, y otros más han pronunciado su nombre en un suspiro amoroso y desenfrenado; pero muchos, también, han sucumbido a su paso, envueltos en su encaje de espuma y esperpento. Nunca se sabe qué onda —o qué ola— con Marina. En la actualidad, a veces, los meteorólogos, pueden predecir su estado con los vaivenes de la Luna, quien, se dice, es su mejor amiga y su más fuerte aliada: ambas juegan con los hombres y hacen de ellos lo que les conviene; sin embargo, repito, según el estado de Luna, se puede predecir el humor de Marina. De cualquier manera, nunca te fíes de ella: esperará a que te enamores; que le hagas el amor y te confíes, para luego tragarte y escupirte.
Concebida en la humedad del vientre de su madre, Marina creció recia, voluptuosa y suavemente alegre y apacible, así que no le intimida rugirles a la luna y las estrellas ni silenciar a la noche con su canto. Con esas cualidades, son muchos los que se aventuran a tratar de seducirla y perpetuar su nombre al conquistarla; ínclitos poetas, gloriosos escritores, valientes marineros y aguerridos soldados han penetrado las profundidades de su nombre: Homero, Melville, Coleridge, Hemingway, Iron Maiden... ¡Quién no ha nadado en las ondas aguas de Marina! A veces amorosa, en ocasiones violenta, ella los recibe en su seno y les cumple sus más íntimos deseos, aunque también los traiciona a voluntad: los engulle en sus olas y, cuando se cansa de jugar con ellos, los lanza a las costas más distantes y sombrías. Muchas veces, Marina no se conforma con ser visitada por los hombres, así que, cuando se siente sola, crece para alcanzarlos en tierra y reprocharles su olvido; a pesar de ello, Marina se sabe amada, tanto, que no necesita complacer a sus amantes, porque todos se postran a su paso. Por eso, cuando nades en las aguas fecundas de Marina, ríndele respeto, y no te des por bien servido hasta pisar tierra firme.
II
A Marina le gustaba trapear la playa y acomodar las piedras. Una a una, también, colocaba las conchas en la arena o los acantilados y lanzaba rugidos con las olas que chocaban contra las rocas. En algunos lugares, lanzaba tales rugidos, que aventaba chorros de agua contra viento y marea, y en otros se acamaba suavemente con las algas o se envolvía en fuertes remolinos. Su estado de ánimo era variable, y todos los días amanecía de un humor diferente; por eso, los marineros, quienes habían tomado de ella su nombre, eran hombres volubles que gustaban de jugar en sus aguas de las más diversas meneras. Muchas veces, Marina los engañaba, haciéndoles creer que los transportaría sin contratiempos hasta los más remotos destinos; pero también los traicionaba y engullía para vomitarlos en alguna costa lejana.
Marina nunca fue mujer de un solo hombre: cientos de miles de millones han dormitado con ella. Algunos han bebido de sus mieles y han regresado con gloria y fortuna después de convivir un rato en sus dominios, y otros más han pronunciado su nombre en un suspiro amoroso y desenfrenado; pero muchos, también, han sucumbido a su paso, envueltos en su encaje de espuma y esperpento. Nunca se sabe qué onda —o qué ola— con Marina. En la actualidad, a veces, los meteorólogos, pueden predecir su estado con los vaivenes de la Luna, quien, se dice, es su mejor amiga y su más fuerte aliada: ambas juegan con los hombres y hacen de ellos lo que les conviene; sin embargo, repito, según el estado de Luna, se puede predecir el humor de Marina. De cualquier manera, nunca te fíes de ella: esperará a que te enamores; que le hagas el amor y te confíes, para luego tragarte y escupirte.