Mascarada
Ireri Finn*
El hombre de uniforme me miró incrédulo. Pero yo comencé a hablar:
—Mire, cuando llegamos a Guanajuato, después de tres horas de camino, el calor estaba en su apogeo, apenas podía soportar mi ligera blusa color violeta. Vielka me había convencido de venir a este festival argumentando que la actividad artística era de magnífica calidad y yo no tenía por qué dudarlo. Vielka era mi prima y compañera en la preparatoria, teníamos casi los mismos gustos e intereses artísticos, desde niñas fuimos inseparables y cuando no estábamos hablando de literatura, nos la pasábamos escuchando música o analizando películas.
De un tiempo a la fecha, ella había insistido tremendamente en que realizáramos este paseo, estábamos a unos cuantos meses de terminar la escuela; habíamos ahorrado un buen dinero y como teníamos excelentes calificaciones no fue difícil conseguir el permiso de nuestros respectivos padres. Era la primera vez que yo salía de la ciudad.
¿Sabe?, siempre he pensado que las calles empedradas y las casitas todas iguales dan un aspecto a las ciudades pueblerinas como de cuento de hadas, sin embargo, por un momento tuve una extraña sensación de desasosiego, como si yo no encajara en este “precioso mundo”, como cuando uno contempla una magnífica pintura en un museo y no quiere mirarla mucho tiempo por miedo a desgastarla o a descubrir otra verdad debajo de la aparente.
Afortunadamente esa idea se desvaneció de mi pensamiento luego de visitar el mercado local, atiborrado de colores, aromas y texturas; almorzamos unas deliciosas enchiladas mineras y de postre unas charamuscas. Después nos dirigimos a la catedral para agradecer el buen viaje; ya sabe, encargo de nuestros padres.
Fue hermoso disfrutar un helado al borde de una fuente que nos bañaba con su brisa fresca, mientras un concierto de trinar de aves despeinaba la copa de los árboles, haciendo contrapunto con las estudiantinas. Bueno, supongo que entiende de lo que hablo, ¿usted nació aquí, cierto? Pues aun con toda esa belleza, nosotras nos sentíamos exhaustas.
Buscando hotel caminamos largo tiempo; muchas personas pasaban a nuestro lado contagiosamente felices, aunque algunas nos parecían muy extrañas, como si fueran personajes salidos de las tantas leyendas que se narran en el lugar. Luego, sin darnos cuenta nos unimos durante un tiempo a una procesión que marchaba en silencio. El viento tibio de la tarde olía a incienso.
Como sabe, en estas épocas festivas es bastante difícil encontrar habitaciones disponibles y nosotras no fuimos la excepción; aunque este lugar queda a 30 minutos de la Plaza Mayor, nos cautivó por su belleza colonial, con sus enormes arañas de cristal colgante, su cantera pulida y los pasillos tapizados de madera.
Aceptamos de muy buena gana esta pequeña habitación con una sola cama, aunque sinceramente por el precio, sentimos que habíamos pagado la suite de lujo. Sin embargo la gran ventana con el balcón de hierro forjado lo compensaba, desde ahí se podía disfrutar de la redondez perfecta de la luna de octubre y un cielo rojizo moteado de nubes negras.
Después de quince minutos de estar en la cama, acostadas boca arriba, platicando y planeando lo que haríamos los días siguientes, trataba de no dormirme y hacía el esfuerzo por seguir escuchando la voz de Vielka, quien hablaba emocionada de la historia minera del lugar y recordaba las escenas más graciosas de El Santo contra las momias de Guanajuato, pero aunque trataba de seguir el hilo de su conversación el peso de mis ojos se fue tornando cada vez más insoportable, hasta que caí en un profundo sopor.
Minutos más tarde, no estoy muy segura, el sobresalto de una mano tibia que acariciaba mi vientre me despertó excitada... no vi a nadie… solo se oía el agua de la regadera y a Vielka cantando a lo lejos… cerré mis ojos.
—Mire, cuando llegamos a Guanajuato, después de tres horas de camino, el calor estaba en su apogeo, apenas podía soportar mi ligera blusa color violeta. Vielka me había convencido de venir a este festival argumentando que la actividad artística era de magnífica calidad y yo no tenía por qué dudarlo. Vielka era mi prima y compañera en la preparatoria, teníamos casi los mismos gustos e intereses artísticos, desde niñas fuimos inseparables y cuando no estábamos hablando de literatura, nos la pasábamos escuchando música o analizando películas.
De un tiempo a la fecha, ella había insistido tremendamente en que realizáramos este paseo, estábamos a unos cuantos meses de terminar la escuela; habíamos ahorrado un buen dinero y como teníamos excelentes calificaciones no fue difícil conseguir el permiso de nuestros respectivos padres. Era la primera vez que yo salía de la ciudad.
¿Sabe?, siempre he pensado que las calles empedradas y las casitas todas iguales dan un aspecto a las ciudades pueblerinas como de cuento de hadas, sin embargo, por un momento tuve una extraña sensación de desasosiego, como si yo no encajara en este “precioso mundo”, como cuando uno contempla una magnífica pintura en un museo y no quiere mirarla mucho tiempo por miedo a desgastarla o a descubrir otra verdad debajo de la aparente.
Afortunadamente esa idea se desvaneció de mi pensamiento luego de visitar el mercado local, atiborrado de colores, aromas y texturas; almorzamos unas deliciosas enchiladas mineras y de postre unas charamuscas. Después nos dirigimos a la catedral para agradecer el buen viaje; ya sabe, encargo de nuestros padres.
Fue hermoso disfrutar un helado al borde de una fuente que nos bañaba con su brisa fresca, mientras un concierto de trinar de aves despeinaba la copa de los árboles, haciendo contrapunto con las estudiantinas. Bueno, supongo que entiende de lo que hablo, ¿usted nació aquí, cierto? Pues aun con toda esa belleza, nosotras nos sentíamos exhaustas.
Buscando hotel caminamos largo tiempo; muchas personas pasaban a nuestro lado contagiosamente felices, aunque algunas nos parecían muy extrañas, como si fueran personajes salidos de las tantas leyendas que se narran en el lugar. Luego, sin darnos cuenta nos unimos durante un tiempo a una procesión que marchaba en silencio. El viento tibio de la tarde olía a incienso.
Como sabe, en estas épocas festivas es bastante difícil encontrar habitaciones disponibles y nosotras no fuimos la excepción; aunque este lugar queda a 30 minutos de la Plaza Mayor, nos cautivó por su belleza colonial, con sus enormes arañas de cristal colgante, su cantera pulida y los pasillos tapizados de madera.
Aceptamos de muy buena gana esta pequeña habitación con una sola cama, aunque sinceramente por el precio, sentimos que habíamos pagado la suite de lujo. Sin embargo la gran ventana con el balcón de hierro forjado lo compensaba, desde ahí se podía disfrutar de la redondez perfecta de la luna de octubre y un cielo rojizo moteado de nubes negras.
Después de quince minutos de estar en la cama, acostadas boca arriba, platicando y planeando lo que haríamos los días siguientes, trataba de no dormirme y hacía el esfuerzo por seguir escuchando la voz de Vielka, quien hablaba emocionada de la historia minera del lugar y recordaba las escenas más graciosas de El Santo contra las momias de Guanajuato, pero aunque trataba de seguir el hilo de su conversación el peso de mis ojos se fue tornando cada vez más insoportable, hasta que caí en un profundo sopor.
Minutos más tarde, no estoy muy segura, el sobresalto de una mano tibia que acariciaba mi vientre me despertó excitada... no vi a nadie… solo se oía el agua de la regadera y a Vielka cantando a lo lejos… cerré mis ojos.
***
Luego de tomar el camión equivocado y perdernos durante una hora por unas callecitas solitarias y angostas, apenas logramos llegar a tiempo a la función callejera de danza en honor al carnaval de Venecia. No había mucha gente, de hecho, me atrevería a decirle que era muy poca, en comparación con la multitud que un día antes se amotinaba a la entrada de un concierto de violines en la calle principal. El público había formado dos círculos concéntricos, casi perfectos, para rodear a las bailarinas.
¿Ha visto usted a esas muñequitas de porcelana fina, con sus vestidos de tul exquisitos y sus infaltables caireles rubios? ¿Sí? Pues las veinte bailarinas eran así, sin embargo, una de ellas en especial llamó mi atención; mi vista se hipnotizó con la cadencia de su baile. Sus intensos labios rojos contrastaban violentamente con la palidez de su cara: parecía un algodón manchado por dos pequeñas gotas de sangre. Y bueno... ¿cómo decirle? La música que movía sus pasos me provocaba... no sé.... era como una melodía siniestra ejecutada sólo para mí.
Experimenté de pronto un déjà vu cuando me miró con sus ojos negrísimos. Yo la conocía, sabía que había visto esa mirada en alguna parte, la recordaba bailando esa misma canción acompasada. Mis ojos sólo seguían los movimientos envolventes de sus brazos que parecían que me llamaban, pero... no.
Salí de ese letargo al darme cuenta que las bailarinas y la gente habían formado un solo círculo danzante y ella estaba ahí, a mi lado sosteniéndome la mano. De repente, de su cara inexpresiva saltó un beso que fue directo a mi boca y no se imagina el encontronazo de emociones que sentí; mi mente y mi corazón peleaban como dos perros rabiosos: ¿Por qué me besa una mujer?, mordía uno. ¿Te gusta, verdad?, ¡te gusta!, le contestaba con tarascadas el otro. Luego, una parda nube cubrió lo extenso del cielo trayendo con ella un viento frío y una gran tormenta, la gente corría hacia todos lados y a ninguna parte. Desesperada, busqué con la mirada a mi prima en todas direcciones, pensando que hubiera visto lo ocurrido, pero no estaba...
¿Ha visto usted a esas muñequitas de porcelana fina, con sus vestidos de tul exquisitos y sus infaltables caireles rubios? ¿Sí? Pues las veinte bailarinas eran así, sin embargo, una de ellas en especial llamó mi atención; mi vista se hipnotizó con la cadencia de su baile. Sus intensos labios rojos contrastaban violentamente con la palidez de su cara: parecía un algodón manchado por dos pequeñas gotas de sangre. Y bueno... ¿cómo decirle? La música que movía sus pasos me provocaba... no sé.... era como una melodía siniestra ejecutada sólo para mí.
Experimenté de pronto un déjà vu cuando me miró con sus ojos negrísimos. Yo la conocía, sabía que había visto esa mirada en alguna parte, la recordaba bailando esa misma canción acompasada. Mis ojos sólo seguían los movimientos envolventes de sus brazos que parecían que me llamaban, pero... no.
Salí de ese letargo al darme cuenta que las bailarinas y la gente habían formado un solo círculo danzante y ella estaba ahí, a mi lado sosteniéndome la mano. De repente, de su cara inexpresiva saltó un beso que fue directo a mi boca y no se imagina el encontronazo de emociones que sentí; mi mente y mi corazón peleaban como dos perros rabiosos: ¿Por qué me besa una mujer?, mordía uno. ¿Te gusta, verdad?, ¡te gusta!, le contestaba con tarascadas el otro. Luego, una parda nube cubrió lo extenso del cielo trayendo con ella un viento frío y una gran tormenta, la gente corría hacia todos lados y a ninguna parte. Desesperada, busqué con la mirada a mi prima en todas direcciones, pensando que hubiera visto lo ocurrido, pero no estaba...
***
La voz jadeante de alguien encima de mi cuerpo desnudo me despertó. Ya no estaba en el hotel. Era mi casa, mi cuarto, mis cosas y mi cama sin duda; sin embargo, todo se veía diferente, la habitación estaba a media luz y una especie de neblina espesa me impedía ver del todo a quien estaba sobre mis pechos. Solo podía oír claramente sus gruñidos.
La conciencia regresó a mí por un segundo, cuando sentí que aquel cuerpo me penetraba una y otra vez con furia monstruosa. La neblina se fue dispersando poco a poco y entonces pude notar que ¡era ella! Tal vez no lucía como ella, pero lo era; su estatura y volumen habían aumentado y su rostro era distinto a lo que recordaba, pero era la misma. Sus ropas desgarradas de bailarina estaban aun allí, en ese cuerpo hombruno que una y otra y otra vez se unía a mí en contra de mi voluntad sangrante.
La misma melodía del baile aquél sonaba de fondo; sus rodillas se encajaban en mis muslos y sentía el peso de sus caderas chocar repetidamente contra las mías. Después de unos instantes, aquello alcanzó el orgasmo. Sus garras se sujetaron con fuerza al colchón mientras embarraba sus labios babeantes en mi oreja en un beso caliente y nauseabundo. Sus ojos animalescos me miraban turbados, ya no había rubios caireles, ahora un pelo lacio y oscuro acariciaba mi abdomen. Sentí su lengua recorrer cada parte de mi cuerpo, al mismo tiempo que el terror me envolvía como si fuera una cobija de espinas. Según yo gritaba muy fuerte, pero de mi boca gesticulante sólo salía silencio.
Con un brusco movimiento, aquel ser tifónico, en su clímax de placer, tiró mi lámpara de cabecera provocando un gran escándalo. No tardaron en irrumpir mis padres en el cuarto; al verlos, no sentí alivio, sino una profunda vergüenza. Estaban allí los dos mirándome con los ojos fijos, llenos de nada, maldiciendo mi nombre y reputación. Aquello aprovechó ese momento para escapar y correr hacia la puerta; mis padres no hicieron el menor aspaviento, a pesar de que con una voz destemplada les suplicaba que lo detuvieran. Como pude, me incorporé y me até una sábana entre las piernas para detener la hemorragia. Crucé desesperada por en medio de ellos, quienes en su estado de aturdimiento aún seguían mirando y maldiciendo la cama ahora vacía.
Corrí sin fuerzas hacia la puerta principal buscando a aquel siniestro violador y lo encontré en las escaleras que conducen a la azotea, sentado, lamiendo con su larga lengua la sangre que mi vientre virginal le había salpicado; sólo me miró compasivamente y comenzó a reírse a carcajadas.
“Ven”, me dijo con una voz que parecían muchas, “soy yo, ¿no me reconoces?, ven con tu prima. Danzaremos juntas por siempre”.
La ira inyectó de sangre de mis ojos y se desbordó en forma de lágrimas; haciendo uso de la poca cordura que aún me habitaba, subí hasta el final de la escalera dispuesta a matarlo, a matarla, ¡a matarlos con mis propias manos! Pero se había desvanecido...
La conciencia regresó a mí por un segundo, cuando sentí que aquel cuerpo me penetraba una y otra vez con furia monstruosa. La neblina se fue dispersando poco a poco y entonces pude notar que ¡era ella! Tal vez no lucía como ella, pero lo era; su estatura y volumen habían aumentado y su rostro era distinto a lo que recordaba, pero era la misma. Sus ropas desgarradas de bailarina estaban aun allí, en ese cuerpo hombruno que una y otra y otra vez se unía a mí en contra de mi voluntad sangrante.
La misma melodía del baile aquél sonaba de fondo; sus rodillas se encajaban en mis muslos y sentía el peso de sus caderas chocar repetidamente contra las mías. Después de unos instantes, aquello alcanzó el orgasmo. Sus garras se sujetaron con fuerza al colchón mientras embarraba sus labios babeantes en mi oreja en un beso caliente y nauseabundo. Sus ojos animalescos me miraban turbados, ya no había rubios caireles, ahora un pelo lacio y oscuro acariciaba mi abdomen. Sentí su lengua recorrer cada parte de mi cuerpo, al mismo tiempo que el terror me envolvía como si fuera una cobija de espinas. Según yo gritaba muy fuerte, pero de mi boca gesticulante sólo salía silencio.
Con un brusco movimiento, aquel ser tifónico, en su clímax de placer, tiró mi lámpara de cabecera provocando un gran escándalo. No tardaron en irrumpir mis padres en el cuarto; al verlos, no sentí alivio, sino una profunda vergüenza. Estaban allí los dos mirándome con los ojos fijos, llenos de nada, maldiciendo mi nombre y reputación. Aquello aprovechó ese momento para escapar y correr hacia la puerta; mis padres no hicieron el menor aspaviento, a pesar de que con una voz destemplada les suplicaba que lo detuvieran. Como pude, me incorporé y me até una sábana entre las piernas para detener la hemorragia. Crucé desesperada por en medio de ellos, quienes en su estado de aturdimiento aún seguían mirando y maldiciendo la cama ahora vacía.
Corrí sin fuerzas hacia la puerta principal buscando a aquel siniestro violador y lo encontré en las escaleras que conducen a la azotea, sentado, lamiendo con su larga lengua la sangre que mi vientre virginal le había salpicado; sólo me miró compasivamente y comenzó a reírse a carcajadas.
“Ven”, me dijo con una voz que parecían muchas, “soy yo, ¿no me reconoces?, ven con tu prima. Danzaremos juntas por siempre”.
La ira inyectó de sangre de mis ojos y se desbordó en forma de lágrimas; haciendo uso de la poca cordura que aún me habitaba, subí hasta el final de la escalera dispuesta a matarlo, a matarla, ¡a matarlos con mis propias manos! Pero se había desvanecido...
***
Cuando abrí los ojos, Vielka yacía a mi lado con la mirada fija en el techo de la habitación. Ambas estábamos desnudas y cubiertas de sangre. Ella no respiraba. Yo me desmayé hasta que ustedes llegaron.
Yo no le hice daño... no pude hacerlo, ¿fue un sueño verdad? ¿Una pesadilla?
—No sé, güerita, pero mientras averiguamos, nos va a tener que acompañar —me dijo el señor del uniforme, mientras me colocaba las esposas.
Un gruñido me hizo volver la vista hacia la ventana. Aquello estaba sentado en el balcón relamiéndose sus partes íntimas y señalándome burlonamente con sus largas uñas. El oficial miró también en esa dirección, luego juntamos nuestras miradas y mis ojos le sonrieron con esperanza. Él simplemente apartó la vista, meneó la cabeza y con una voz gutural que helaba la sangre dijo algo que no alcancé a entender.
Yo no le hice daño... no pude hacerlo, ¿fue un sueño verdad? ¿Una pesadilla?
—No sé, güerita, pero mientras averiguamos, nos va a tener que acompañar —me dijo el señor del uniforme, mientras me colocaba las esposas.
Un gruñido me hizo volver la vista hacia la ventana. Aquello estaba sentado en el balcón relamiéndose sus partes íntimas y señalándome burlonamente con sus largas uñas. El oficial miró también en esa dirección, luego juntamos nuestras miradas y mis ojos le sonrieron con esperanza. Él simplemente apartó la vista, meneó la cabeza y con una voz gutural que helaba la sangre dijo algo que no alcancé a entender.
*Es licenciada en periodismo por obligación social, cantante por vocación y maestra por convicción. Se ha desempeñado principalmente como profesora de educación media superior y asistente editorial para diferentes medios impresos. Recientemente se tituló como licenciada en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y ha sido publicada en diversas antologías de poesía, ensayo, cuento y minificción. Actualmente está por publicar su primera novela.