Monedita de oro
Araceli Rodríguez Román
Los gritos de Elia me asustaban cada vez más; las piernas me temblaban y sentía que me faltaba el aire. Se me revolvía la panza. Vi cómo se le enrojecieron los cachetes; lloraba mucho, parecía un jitomatito exprimido. Le daba miedo caer al patio de la escuela; pedía que no la aventaran. Mis compañeros gritaban: ¡No la queremos aquí! ¡Que se vaya a su otra escuela! ¡Aviéntenla! ¡Que se caiga!
Elia entró este año a mi primaria. Es un poco rara. A veces se pone a golpear con los dedos la tabla de su banca; simula dar un concierto y cierra los ojos. Yo siento que se le va el aire cuando lo hace. Hace unas semanas llevó chocolates. Dijo que los hacía su mamá y abrió una caja con un montón de ellos. Agarré uno y me lo comí casi entero; estaba muy rico, traía pedacitos de cereal. Nos dio a todos los del salón. No sé por qué a mis amigas y a Alberto les cae mal. Ese día, Alberto empezó a decir que la mamá de Elia no se lava las manos cuando prepara los chocolates. Algunos niños del salón le creyeron a Alberto, y cuando Elia llevó galletas, casi nadie quiso agarrar porque dijeron que les daba asco. Sólo seis niños comimos galletas y a dos les dolió la panza. Susana y Paola, que no comieron de las galletas de Elia, también se enfermaron.
Cuando estábamos formados en la fila para entrar al salón, Alberto y mis amigas le dijeron a Elia que por su culpa se habían enfermado Edgar y Matías. Ella les pidió una disculpa y para que la perdonaran, dijo que nos enseñaría a bailar hawaiano. Edith, Montse, Alberto y Carla nos le quedamos viendo, y Elia empezó a menearse y a explicarnos el significado de lo que hacía con las manos. Alberto y mis amigas se rieron.
Creo que a los de mi salón les molesta que ella sepa bailar, nadar, hablar inglés y tocar el piano. Todos sabemos que sabe hacer muchas cosas porque nos ha contado que, saliendo de la escuela, toma otras clases y que, en la escuela a la que iba antes, le daban idiomas y música. A nosotros no nos pueden llevar a ese tipo de escuelas. Nuestros papás sólo nos traen a la pública y ya. No somos como ella, que es una sabelotodo y siempre puede traer lo que la maestra nos pide: si necesitamos un juego de geometría, ella trae el más bonito; si necesitamos colores, plastilina, pegamento, gises, todo lo lleva.
Elia siempre comparte sus cosas. Hace poco, la maestra nos pidió material para disfrazarnos. Elia llevó antifaces. A cada quien nos dio uno. Eran de cartón y tenían brillantitos, pero el hilo estaba flojo y los antifaces se nos caían. Los usamos por un rato hasta que Alberto rompió el suyo y casi todos hicieron lo mismo. Elia estuvo a punto de llorar cuando vio que destrozaban sus antifaces. Se los quiso quitar, pero no pudo y se puso a hablar en inglés, parecía que estaba enojada. Después de un rato, dijo que no importaba que los rompieran, que al fin y al cabo estaban feos.
Ya van varios días que Elia se la pasa bailando por todas partes en el patio de la primaria durante el recreo. Lo hace desde que nos dijo que nos enseñaría hawaiano. A veces me río de ella cuando se pone a bailar. También les baila a los niños, y todos se ríen, pero a Elia no le importa y sigue y sigue ridiculizándose. No sé si no se da cuenta que en la escuela no la quieren.
Esta forma de ser de Elia me hace pensar que no está bien de la cabeza. Hace poco, mis amigas la molestaron. Le dijeron que estaba loca, que se fuera de nuestra escuela, que no la querían aquí. Aun así, La Hawaiana, porque así le pusimos, ha seguido bailando y tocando su piano imaginario.
Yo no sabía, pero mis compañeros estaban tramando algo en contra de Elia. Me di cuenta el lunes que nos tocó hacer guardia; mientras cuidábamos las escaleras para que nadie subiera a los salones a la hora del recreo, Alberto y algunas niñas dijeron que querían aventarla a no sé dónde, y todo porque el viernes de la semana pasada, Elia lo rasguñó. Alberto le deshizo el chongo y le hacía el cabello para todos lados. Elia se agarraba la cabeza y decía que le dolía, pero como Alberto no le hizo caso, se paró de la banca y lo arañó en los brazos. Alberto la soltó y estuvo a punto de llorar. Qué bueno que Elia se defendió, ya se estaba pasando de listo. Pero Alberto se quiso vengar, y propuso que entre varios la aventáramos desde el tercer piso.
El día que planearon aventarla, me espanté cuando sonó la chicharra. Alberto y mis amigas se juntaron en la puerta. Elia iba para fuera, pero la detuvieron en el pasillo y la empujaron. La aventaban como pelota. Me acuerdo que la acercaron al barandal para asustarla. Le decían que la iban a aventar al patio. Entre varias niñas le jalaban el suéter y casi se lo rompían. Elia se agarraba del tubo del barandal para sostenerse.
En todo ese tiempo estuve mordiéndome las uñas. Elia no nos había hecho nada, sólo quería tener amigas. Me tapé la cara cuando la empinaron sobre el barandal. Me asomé hacia el patio para ver qué tan alto caería, luego vi que Elia apretó los puños y comenzó a gritar: ¡Hi-ya! ¡Kiai! ¡Kiaaa! Daba patadas en el aire y lanzaba puñetazos. Le dio un golpe a Alberto en la cara, uno a Edith en la cabeza, y a Carla y a Montse les pegó en la panza. Todos los niños corrieron espantados y yo me quedé con ella para tranquilizarla. Esa Elia es un estuche de monerías, quién iba a pensar que también sabe karate.
Elia entró este año a mi primaria. Es un poco rara. A veces se pone a golpear con los dedos la tabla de su banca; simula dar un concierto y cierra los ojos. Yo siento que se le va el aire cuando lo hace. Hace unas semanas llevó chocolates. Dijo que los hacía su mamá y abrió una caja con un montón de ellos. Agarré uno y me lo comí casi entero; estaba muy rico, traía pedacitos de cereal. Nos dio a todos los del salón. No sé por qué a mis amigas y a Alberto les cae mal. Ese día, Alberto empezó a decir que la mamá de Elia no se lava las manos cuando prepara los chocolates. Algunos niños del salón le creyeron a Alberto, y cuando Elia llevó galletas, casi nadie quiso agarrar porque dijeron que les daba asco. Sólo seis niños comimos galletas y a dos les dolió la panza. Susana y Paola, que no comieron de las galletas de Elia, también se enfermaron.
Cuando estábamos formados en la fila para entrar al salón, Alberto y mis amigas le dijeron a Elia que por su culpa se habían enfermado Edgar y Matías. Ella les pidió una disculpa y para que la perdonaran, dijo que nos enseñaría a bailar hawaiano. Edith, Montse, Alberto y Carla nos le quedamos viendo, y Elia empezó a menearse y a explicarnos el significado de lo que hacía con las manos. Alberto y mis amigas se rieron.
Creo que a los de mi salón les molesta que ella sepa bailar, nadar, hablar inglés y tocar el piano. Todos sabemos que sabe hacer muchas cosas porque nos ha contado que, saliendo de la escuela, toma otras clases y que, en la escuela a la que iba antes, le daban idiomas y música. A nosotros no nos pueden llevar a ese tipo de escuelas. Nuestros papás sólo nos traen a la pública y ya. No somos como ella, que es una sabelotodo y siempre puede traer lo que la maestra nos pide: si necesitamos un juego de geometría, ella trae el más bonito; si necesitamos colores, plastilina, pegamento, gises, todo lo lleva.
Elia siempre comparte sus cosas. Hace poco, la maestra nos pidió material para disfrazarnos. Elia llevó antifaces. A cada quien nos dio uno. Eran de cartón y tenían brillantitos, pero el hilo estaba flojo y los antifaces se nos caían. Los usamos por un rato hasta que Alberto rompió el suyo y casi todos hicieron lo mismo. Elia estuvo a punto de llorar cuando vio que destrozaban sus antifaces. Se los quiso quitar, pero no pudo y se puso a hablar en inglés, parecía que estaba enojada. Después de un rato, dijo que no importaba que los rompieran, que al fin y al cabo estaban feos.
Ya van varios días que Elia se la pasa bailando por todas partes en el patio de la primaria durante el recreo. Lo hace desde que nos dijo que nos enseñaría hawaiano. A veces me río de ella cuando se pone a bailar. También les baila a los niños, y todos se ríen, pero a Elia no le importa y sigue y sigue ridiculizándose. No sé si no se da cuenta que en la escuela no la quieren.
Esta forma de ser de Elia me hace pensar que no está bien de la cabeza. Hace poco, mis amigas la molestaron. Le dijeron que estaba loca, que se fuera de nuestra escuela, que no la querían aquí. Aun así, La Hawaiana, porque así le pusimos, ha seguido bailando y tocando su piano imaginario.
Yo no sabía, pero mis compañeros estaban tramando algo en contra de Elia. Me di cuenta el lunes que nos tocó hacer guardia; mientras cuidábamos las escaleras para que nadie subiera a los salones a la hora del recreo, Alberto y algunas niñas dijeron que querían aventarla a no sé dónde, y todo porque el viernes de la semana pasada, Elia lo rasguñó. Alberto le deshizo el chongo y le hacía el cabello para todos lados. Elia se agarraba la cabeza y decía que le dolía, pero como Alberto no le hizo caso, se paró de la banca y lo arañó en los brazos. Alberto la soltó y estuvo a punto de llorar. Qué bueno que Elia se defendió, ya se estaba pasando de listo. Pero Alberto se quiso vengar, y propuso que entre varios la aventáramos desde el tercer piso.
El día que planearon aventarla, me espanté cuando sonó la chicharra. Alberto y mis amigas se juntaron en la puerta. Elia iba para fuera, pero la detuvieron en el pasillo y la empujaron. La aventaban como pelota. Me acuerdo que la acercaron al barandal para asustarla. Le decían que la iban a aventar al patio. Entre varias niñas le jalaban el suéter y casi se lo rompían. Elia se agarraba del tubo del barandal para sostenerse.
En todo ese tiempo estuve mordiéndome las uñas. Elia no nos había hecho nada, sólo quería tener amigas. Me tapé la cara cuando la empinaron sobre el barandal. Me asomé hacia el patio para ver qué tan alto caería, luego vi que Elia apretó los puños y comenzó a gritar: ¡Hi-ya! ¡Kiai! ¡Kiaaa! Daba patadas en el aire y lanzaba puñetazos. Le dio un golpe a Alberto en la cara, uno a Edith en la cabeza, y a Carla y a Montse les pegó en la panza. Todos los niños corrieron espantados y yo me quedé con ella para tranquilizarla. Esa Elia es un estuche de monerías, quién iba a pensar que también sabe karate.