De la mano a la humedad
¿En qué estaba pensando Fausto cuando decidió que una mujer prologara su nuevo libro?
Me siento frente a la pantalla y las arañas negras bailan para mis ojos: voy a leerlo.
ya nada me detiene estando tan próximos
sé que en esa mirada usted guarda un secreto
Cierro los ojos por primera vez en la noche, soy incapaz de detener la función que acaba de empezar en mi cabeza.
ella fue noche sin tiempo
una sobredosis de espesa niebla
Necesito levantarme a fumar. Escojo uno de los “Populares” cubanos que escondo en el trinchador, no imagino un momento más perfecto para inmolarlo, ni mejor compañía para esta madrugada.
de ella sólo me queda la derrota
el tabaco al fuego
Renuncio a seguir pensando. Vago por cada página con avidez, necesito saber más de ella, del envase que la contiene, busco reconocer a alguien en cada línea, encontrarla, encontrarme, encontrarnos a cada salto de página. Fracaso irremediablemente.
es un torbellino salvaje
que todo quiebra
Llego a la página 17 por cuarta vez y no he escrito nada, no puedo escribir nada. Lo imagino perverso, mirándome de reojo detrás de estas hojas de ceros y unos, con la certeza de que cada palabra resuena en mi cabeza, veo cómo sonríe a medias y no dice nada. Vuelvo a la lectura.
pero qué hago si hay algo averiado en mí
como una tormenta que persevera hasta el desvelo
No voy a escribir sobre los espejos empañados que amenazan con borronear mi tarea; muevo las manos ansiosas para volverme a asir de esa mujer de la que nadie quiere despedirse.
—Toma esa correa
ponla en mi cuello
y jala con fuerza--
Soy incapaz de seguir con este juego, puedo darme por vencida. Mis manos buscan palabras de piel, no dejo de mover las piernas, tengo hinchados los labios y una escollera que amenaza con desbordar.
no importa
he visto a los hombres
lanzados al vértigo del olvido
marcados en la carne
y en la memoria.
Mujer líquida no es una antología, es una experiencia. Es conocer a un poeta que se hunde en la pesadumbre, la lascivia y la resignación como si fuesen el caldo de cultivo para la creación de una realidad en la que vivir y morir se encuentran del mismo lado de la moneda.
La fuerza de Fausto Leyva radica en la capacidad que tiene para escribir poesía a partir de las situaciones más pedestres y por medio de un pacto peculiar entre la realidad y la forma literaria, pues su lírica no busca la belleza inmediata, la encuentra en un mundo donde la inocencia no tiene cabida.
Este abandonarse al desencanto y la lujuria que envuelven Mujer Líquida podrían antojarse ordinarios: otro canto más a la amargura, pero es la mano del poeta -que conoce no sólo de la formalidad de las letras y sus recursos sino también de la vida- la que afila la hoja de la navaja en la que se convierten los versos que nos dejan sin asidero: “uno viene a dar la vida / por un verso que incinere / que deje rotas las esquinas de la memoria / (…) / por eso prefiero darnos en la madre”.
Fausto se aleja del acto de escribir como consuelo mayor, como simple aprecio al género poético; en cambio, se entrega a una caída libre que requiere de toda la astucia del oficio y de la fe ciega en el misterio de la poesía, de lo sanador de su zarpazo, de la redención del fuego letal que se aviva con alcohol e infortunios.
Aunque su objeto literario no es el mismo que en Recuerdos de Rabioso Licor, las manzanas no caen lejos del árbol; su voz jamás será púdica pero tampoco alardea sin motivos y por ello se aleja de la verborrea fatua y llega de manera contundente por la vía más directa al golpe que descerraja el alma: “nunca para de llover / es eterna penumbra / no hay nadie / sólo abismo / filo de botella rota / silencio”.
El lector se vuelve incapaz de cerrar los ojos, en un momento todo arde, hasta el cuerpo propio arde porque la vida se aferra al borde de la ceniza de sus cigarros, “porque en este juego /uno viene a perder / a desmadrarse los intestinos / con tragos de aguardientosa soledad” y uno danza en un rito frente a los laberintos donde residen el alma del poeta y la poesía, y ahí, la debacle más primorosa es el mismísimo poeta carcomido por el silencio de las tensas cuerdas de la muerte.
Mujer Líquida consagra la oscura labor del poeta: respetar el silencio, resignificar la palabra, mostrarnos sensaciones y certezas que nos empujan a leer poema tras poema, entonces, querido lector, gire la puerta. Bienvenido.
Me siento frente a la pantalla y las arañas negras bailan para mis ojos: voy a leerlo.
ya nada me detiene estando tan próximos
sé que en esa mirada usted guarda un secreto
Cierro los ojos por primera vez en la noche, soy incapaz de detener la función que acaba de empezar en mi cabeza.
ella fue noche sin tiempo
una sobredosis de espesa niebla
Necesito levantarme a fumar. Escojo uno de los “Populares” cubanos que escondo en el trinchador, no imagino un momento más perfecto para inmolarlo, ni mejor compañía para esta madrugada.
de ella sólo me queda la derrota
el tabaco al fuego
Renuncio a seguir pensando. Vago por cada página con avidez, necesito saber más de ella, del envase que la contiene, busco reconocer a alguien en cada línea, encontrarla, encontrarme, encontrarnos a cada salto de página. Fracaso irremediablemente.
es un torbellino salvaje
que todo quiebra
Llego a la página 17 por cuarta vez y no he escrito nada, no puedo escribir nada. Lo imagino perverso, mirándome de reojo detrás de estas hojas de ceros y unos, con la certeza de que cada palabra resuena en mi cabeza, veo cómo sonríe a medias y no dice nada. Vuelvo a la lectura.
pero qué hago si hay algo averiado en mí
como una tormenta que persevera hasta el desvelo
No voy a escribir sobre los espejos empañados que amenazan con borronear mi tarea; muevo las manos ansiosas para volverme a asir de esa mujer de la que nadie quiere despedirse.
—Toma esa correa
ponla en mi cuello
y jala con fuerza--
Soy incapaz de seguir con este juego, puedo darme por vencida. Mis manos buscan palabras de piel, no dejo de mover las piernas, tengo hinchados los labios y una escollera que amenaza con desbordar.
no importa
he visto a los hombres
lanzados al vértigo del olvido
marcados en la carne
y en la memoria.
Mujer líquida no es una antología, es una experiencia. Es conocer a un poeta que se hunde en la pesadumbre, la lascivia y la resignación como si fuesen el caldo de cultivo para la creación de una realidad en la que vivir y morir se encuentran del mismo lado de la moneda.
La fuerza de Fausto Leyva radica en la capacidad que tiene para escribir poesía a partir de las situaciones más pedestres y por medio de un pacto peculiar entre la realidad y la forma literaria, pues su lírica no busca la belleza inmediata, la encuentra en un mundo donde la inocencia no tiene cabida.
Este abandonarse al desencanto y la lujuria que envuelven Mujer Líquida podrían antojarse ordinarios: otro canto más a la amargura, pero es la mano del poeta -que conoce no sólo de la formalidad de las letras y sus recursos sino también de la vida- la que afila la hoja de la navaja en la que se convierten los versos que nos dejan sin asidero: “uno viene a dar la vida / por un verso que incinere / que deje rotas las esquinas de la memoria / (…) / por eso prefiero darnos en la madre”.
Fausto se aleja del acto de escribir como consuelo mayor, como simple aprecio al género poético; en cambio, se entrega a una caída libre que requiere de toda la astucia del oficio y de la fe ciega en el misterio de la poesía, de lo sanador de su zarpazo, de la redención del fuego letal que se aviva con alcohol e infortunios.
Aunque su objeto literario no es el mismo que en Recuerdos de Rabioso Licor, las manzanas no caen lejos del árbol; su voz jamás será púdica pero tampoco alardea sin motivos y por ello se aleja de la verborrea fatua y llega de manera contundente por la vía más directa al golpe que descerraja el alma: “nunca para de llover / es eterna penumbra / no hay nadie / sólo abismo / filo de botella rota / silencio”.
El lector se vuelve incapaz de cerrar los ojos, en un momento todo arde, hasta el cuerpo propio arde porque la vida se aferra al borde de la ceniza de sus cigarros, “porque en este juego /uno viene a perder / a desmadrarse los intestinos / con tragos de aguardientosa soledad” y uno danza en un rito frente a los laberintos donde residen el alma del poeta y la poesía, y ahí, la debacle más primorosa es el mismísimo poeta carcomido por el silencio de las tensas cuerdas de la muerte.
Mujer Líquida consagra la oscura labor del poeta: respetar el silencio, resignificar la palabra, mostrarnos sensaciones y certezas que nos empujan a leer poema tras poema, entonces, querido lector, gire la puerta. Bienvenido.