Reflexiones al paso
(ocurrencias varias)
René Ostos
Caminas por el Centro Histórico, por la calle Victoria para ser exactos, atraviesas Luis Moya y pasas de largo el Monte de Piedad, en tu andar notas un pequeño callejón, no es que no hubieras pasado por ahí antes, es sólo que nunca te habías dado tiempo de observar. Alzas la vista y lees en una placa de color blanco con letras negras “Callejón del sapo”. Te detienes, −¿Callejón del sapo?− Miras su corta extensión: angosto como para sólo dejar pasar un coche a la vez, dos pequeñas banquetas a cada costado –intransitable una de ellas, pues a cada tanto hay un arbolito que abarca todo el ancho−, al fondo asoman un estacionamiento y lo que parece ser una pequeña casa en un rincón. Pero el nombre ha despertado tu curiosidad, así que te internas en él y su misterio.
Los callejones tienen su encanto, así posean o no nombres curiosos, la estrechez de su existencia da la impresión de que algo secreto sucede en ese lugar, como si las construcciones aledañas se cerraran sobre esta vía para ocultar algo y a la vez separar esa porción de ciudad de todo el resto, la misma reducción de su espacio hace que el rumor de la ciudad sea menor y la percepción del tiempo sea más lenta cuando se anda por ahí, como si se tratara de un pueblo.
A simple vista el callejón parece no tener salida, pero al llegar al otro extremo notas que dobla a la izquierda. De nuevo, nada sorprendente: el estacionamiento ya mencionado, un par de locales comerciales cerrados, un basurero y una reja blanca replegada en la pared −parece un intento fallido por apropiarse de la calle. Recorres ese tramo y te das cuenta que el camino vuelve a dar vuelta a la izquierda y desemboca en Victoria, es decir que el dichoso callejón del Sapo rodea a lo que parece ser un mismo edificio con locales y bodegas de material eléctrico e iluminación, formando una pequeña manzana dentro de otra más grande. Como lo sospechaste, aquella callejuela ocultaba una peculiaridad; sin embargo, lo visto ahí no te aclaró nada sobre su nombre pintoresco. Más tarde, en una Guía de Forasteros, averiguas que aquel sitio se llama así porque en la época de La Colonia criaban ahí renacuajos y otras sabandijas, y desde entonces a la gente le dio por llamarlo “Callejón del sapo”.
Aunque no te satisface del todo la explicación, esta es mejor que nada. Sigues hurgando en aquel libro, hay más calles y callejones con nombres singulares, pues aunque todas las calles tienen nombre, no todos invitan a la imaginación, una fecha o el nombre de una persona inmediatamente es relacionado con la historia y generalmente no lleva a cuestionarse por qué se llama así tal o cual calle, pues se da por sentado que se trata de un personaje o fecha importante de las efemérides nacionales. Ejemplos de la nomenclatura singular de estas vialidades son los callejones de Condesa, Esperanza, Candelarita, Lecheras...; y las calles de Donceles, Mesones, Cruces, Soledad, Pescaditos, Delicias, Buen Tono… ¿y qué decir de la Calle de la amargura? Más allá de la expresión coloquial, ésta vialidad existe, aunque no está en el centro de la ciudad, sino por el barrio de San Ángel. Es un hecho que los nombres de estas vialidades despiertan la curiosidad de los viandantes y llevan a realizar diversas conjeturas entorno al porqué de su bautizo.
En este despliegue de ociosidad surge la pregunta ¿cuál es la diferencia entre una calle y un callejón? La respuesta es obvia, al menos aquí en México, un callejón es una calle angosta, luego entonces ¿qué es una calle? Según el diccionario de la RAE, la calle es “vía pública”. Yo iría más lejos, calle es el espacio público por excelencia, pues conduce a todos los demás espacios de una población; todos andamos la calle sin distinción alguna, ya sea a pie o en algún vehículo, tenemos que transitarla para llegar a alguna parte. Decir que la calle es de todos es caer en el lugar común. Sin embargo lo es, y de ahí que sea un crimen privatizarla, porque cuando una calle deja de ser pública pierde el sentido de su uso, que es el libre tránsito, un derecho humano. ¿Te imaginas una ciudad sin calles, donde todas las construcciones estén dispuestas aquí y allá sin ningún orden? ¿Te das cuenta que no habría direcciones? Tendrías que decir “vivo en la casita azul que está frente a una tienda, junto a un árbol, allá por el monumento tal…” y, por añadidura, tampoco habría taxis que te llevaran a alguna parte. Y así, una distancia relativamente corta, podría convertirse en toda una odisea, pues al no haber vía pública que delimite el paso entre las construcciones, aquel viaje podría convertirse en un gran rodeo.
No hay la menor duda, las calles son necesarias, tanto que parece ocioso pensar que no lo sean. Y como todo lo necesario, hay que darles nombre para ubicarlas, diferenciarlas y, por tanto, delimitarlas. Nombrar algo es definir lo que no es, distinguirlo de lo demás; pasa lo mismo con una calle, hay que designarla, ya sea a partir de algo representativo que hay en ella, una retahíla temática o en homenaje a fechas y personajes históricos, en un ejercicio casi simbiótico, pues así como hay personas que prestan su nombre a las calles, hay Calles y Callejas que dan su nombre a personas. No es gratuito que la vía pública se le conozca como arteria, donde circula la sangre, por donde transita la vida; y en este caso, la vida en una población o ciudad. También se prestan para la cultura y esparcimiento, y el que diga que no es verdad es porque nunca ha estado en una callejoneada o usado el espacio para una fiesta o como campo de juegos.
Es quizá en el hecho de nombrar a las calles y callejones donde se les reconoce, pues se les otorgan, generalmente y en cierto orden de importancia, nombres significativos; sin embargo, algunos pierden con el paso del tiempo su razón original y se vuelven un misterio para las generaciones posteriores. Otros son renombrados por sus habitantes y vecinos, como el callejón de Niño perdido en la colonia Obrera, (a una cuadra de Río de la Loza, entrando por el Eje Central) que fue rebautizado como Callejón del Diablo. ¿Por qué llamarlo así? ¿Tendrá algo que ver que en Google Maps aparezca sin nombre y que no haya "vista de calle"? Quizás, aunque dicen por ahí, que el nombre obedece a lo peligroso del lugar. Mejor será no averiguarlo. También resulta curioso que exista un homónimo por el rumbo de Mixcoac, pero la diferencia es que al primero la gente lo "rebautizó" —tal es el sentido de pertenencia que tienen sus habitantes-- y, por el contrario, al segundo la administración de la ciudad lo denominó así; aunque es probable que las autoridades hayan terminado por nombrar así al de Mixcoac a fuerza del uso que le daban los vecinos y visitantes consuetudinarios. Y tú, ¿qué nombre le pondrías a tu calle?
Los callejones tienen su encanto, así posean o no nombres curiosos, la estrechez de su existencia da la impresión de que algo secreto sucede en ese lugar, como si las construcciones aledañas se cerraran sobre esta vía para ocultar algo y a la vez separar esa porción de ciudad de todo el resto, la misma reducción de su espacio hace que el rumor de la ciudad sea menor y la percepción del tiempo sea más lenta cuando se anda por ahí, como si se tratara de un pueblo.
A simple vista el callejón parece no tener salida, pero al llegar al otro extremo notas que dobla a la izquierda. De nuevo, nada sorprendente: el estacionamiento ya mencionado, un par de locales comerciales cerrados, un basurero y una reja blanca replegada en la pared −parece un intento fallido por apropiarse de la calle. Recorres ese tramo y te das cuenta que el camino vuelve a dar vuelta a la izquierda y desemboca en Victoria, es decir que el dichoso callejón del Sapo rodea a lo que parece ser un mismo edificio con locales y bodegas de material eléctrico e iluminación, formando una pequeña manzana dentro de otra más grande. Como lo sospechaste, aquella callejuela ocultaba una peculiaridad; sin embargo, lo visto ahí no te aclaró nada sobre su nombre pintoresco. Más tarde, en una Guía de Forasteros, averiguas que aquel sitio se llama así porque en la época de La Colonia criaban ahí renacuajos y otras sabandijas, y desde entonces a la gente le dio por llamarlo “Callejón del sapo”.
Aunque no te satisface del todo la explicación, esta es mejor que nada. Sigues hurgando en aquel libro, hay más calles y callejones con nombres singulares, pues aunque todas las calles tienen nombre, no todos invitan a la imaginación, una fecha o el nombre de una persona inmediatamente es relacionado con la historia y generalmente no lleva a cuestionarse por qué se llama así tal o cual calle, pues se da por sentado que se trata de un personaje o fecha importante de las efemérides nacionales. Ejemplos de la nomenclatura singular de estas vialidades son los callejones de Condesa, Esperanza, Candelarita, Lecheras...; y las calles de Donceles, Mesones, Cruces, Soledad, Pescaditos, Delicias, Buen Tono… ¿y qué decir de la Calle de la amargura? Más allá de la expresión coloquial, ésta vialidad existe, aunque no está en el centro de la ciudad, sino por el barrio de San Ángel. Es un hecho que los nombres de estas vialidades despiertan la curiosidad de los viandantes y llevan a realizar diversas conjeturas entorno al porqué de su bautizo.
En este despliegue de ociosidad surge la pregunta ¿cuál es la diferencia entre una calle y un callejón? La respuesta es obvia, al menos aquí en México, un callejón es una calle angosta, luego entonces ¿qué es una calle? Según el diccionario de la RAE, la calle es “vía pública”. Yo iría más lejos, calle es el espacio público por excelencia, pues conduce a todos los demás espacios de una población; todos andamos la calle sin distinción alguna, ya sea a pie o en algún vehículo, tenemos que transitarla para llegar a alguna parte. Decir que la calle es de todos es caer en el lugar común. Sin embargo lo es, y de ahí que sea un crimen privatizarla, porque cuando una calle deja de ser pública pierde el sentido de su uso, que es el libre tránsito, un derecho humano. ¿Te imaginas una ciudad sin calles, donde todas las construcciones estén dispuestas aquí y allá sin ningún orden? ¿Te das cuenta que no habría direcciones? Tendrías que decir “vivo en la casita azul que está frente a una tienda, junto a un árbol, allá por el monumento tal…” y, por añadidura, tampoco habría taxis que te llevaran a alguna parte. Y así, una distancia relativamente corta, podría convertirse en toda una odisea, pues al no haber vía pública que delimite el paso entre las construcciones, aquel viaje podría convertirse en un gran rodeo.
No hay la menor duda, las calles son necesarias, tanto que parece ocioso pensar que no lo sean. Y como todo lo necesario, hay que darles nombre para ubicarlas, diferenciarlas y, por tanto, delimitarlas. Nombrar algo es definir lo que no es, distinguirlo de lo demás; pasa lo mismo con una calle, hay que designarla, ya sea a partir de algo representativo que hay en ella, una retahíla temática o en homenaje a fechas y personajes históricos, en un ejercicio casi simbiótico, pues así como hay personas que prestan su nombre a las calles, hay Calles y Callejas que dan su nombre a personas. No es gratuito que la vía pública se le conozca como arteria, donde circula la sangre, por donde transita la vida; y en este caso, la vida en una población o ciudad. También se prestan para la cultura y esparcimiento, y el que diga que no es verdad es porque nunca ha estado en una callejoneada o usado el espacio para una fiesta o como campo de juegos.
Es quizá en el hecho de nombrar a las calles y callejones donde se les reconoce, pues se les otorgan, generalmente y en cierto orden de importancia, nombres significativos; sin embargo, algunos pierden con el paso del tiempo su razón original y se vuelven un misterio para las generaciones posteriores. Otros son renombrados por sus habitantes y vecinos, como el callejón de Niño perdido en la colonia Obrera, (a una cuadra de Río de la Loza, entrando por el Eje Central) que fue rebautizado como Callejón del Diablo. ¿Por qué llamarlo así? ¿Tendrá algo que ver que en Google Maps aparezca sin nombre y que no haya "vista de calle"? Quizás, aunque dicen por ahí, que el nombre obedece a lo peligroso del lugar. Mejor será no averiguarlo. También resulta curioso que exista un homónimo por el rumbo de Mixcoac, pero la diferencia es que al primero la gente lo "rebautizó" —tal es el sentido de pertenencia que tienen sus habitantes-- y, por el contrario, al segundo la administración de la ciudad lo denominó así; aunque es probable que las autoridades hayan terminado por nombrar así al de Mixcoac a fuerza del uso que le daban los vecinos y visitantes consuetudinarios. Y tú, ¿qué nombre le pondrías a tu calle?