Tzintzuntzan
Enrique Alducin Camacho*
–¡Laura!
Ya estoy harta, y la verdá es que no me quiero ir, aquí estoy a gusto. ¿Cómo te llamas? ¿Hace rato que llegaste? Si no fuera por los cirios y las veladoras, ya me hubiera roto el hocico, o de perdis me hubiera puesto una enlodada de aquellas. Me voy a sentar un ratito aquí y quiero sobarme mis pies. Hace harto frío. Mira nomás, sí se me mancharon mi ropa y mis botines, pero nada le hace. Ya tenía ganas de que nos regresáramos para Morelia. Eso de estar esperando en el camión más de dos horas a que dejara de llover, estaba haciendo que me diera la ciática, ah, pero ¡chíngalo!, el maldito tirón detrás de la rodilla. No man’to, ya me andaba desesperando harto; dije: pus al fin y al cabo hace cinco años también vine y no me dieron los dolores.
–¡Laura!
Mira qué suave se ven desde aquí arriba todas las luces que alumbran los cerritos y las cajas de cemento, cubiertos de esas cempasúchiles naranjas. Me cae que debió venir mija. Fíjate que tenía muchas ganas de venir, pero tenía examen, y como le gusta cumplir con la escuela. Vieras que me salió estudiosa la chamaca. Mi niña da clases particulares de matemáticas allá en la Ciudad de México, y se gana una lanita. Si ora pal viaje que me dice: no jefa, váyase usté, diviértase que le hace falta. Y patitas para qué las quiero, que le tomo la palabra, y que me vengo con todos los del trabajo. ¿Y tú?, ¿llevas mucho aquí?
–¡Laura!
¡Oh, qué bien chingan! No los peles. Yo estoy reagusto aquí. Cuando veo a la gente de aquí, acomodando las coronas, las flores y el brillo de las veladoras, hacen como que dentro desta oscuridá el tiempo estuviera arriba de nosotros: quieto, flotando como una nube. No sé si a ti te ha pasado, pero es como si uno quisiera que esta noche nunca se acabara.
De lo que se está perdiendo mija. Tan bonita mi chiquita. Acaba de cumplir los dieciocho, y el día en que los cumplió que se me ocurre decirle: oye mija, pus ora sí ya eres mayor de edá, pero... todavía no vayas a tener relaciones, y qué crees que me respondió: ay, jefa, ¿por qué me dice esas cosas? Yo lo haré cuando sea mi tiempo, ni se preocupe, lo que usté sí me puede decir es que cuando llegue la ocasión, use condón para que me cuide de embarazarme, y del sida. Tiene harta razón.
Híjoles, yastá empezando a chispear otra vez, bueno, no vine a esta excursión para estar refunfuñando. Como una viejita cascarrabias que viene en el camión. Yo creo que es la mamá de alguno de los compas de la chamba. Pinche viejita: “no que ya vámonos, que no me tomé mi calcio, y que la manga del muerto”. Hace rato me dieron hartas ganas de decirle: ¡órale jija del peje! Tómese su café con leche y váyase a jetiar. Pero nel, me cái que dé gracias a que estoy en favor de la paz, por eso traigo mi moñito blanco, porque si no, la mandaba directamente a chingazumácuaro.
–¡Laura!
¡Ah, qué la canción! Me cái que me la he pasado muy suave por estos lares. Es como si mi vida en la Ciudad de México no existiera, como que estoy viviendo otra realidá. En la mañana me acordé de hartas cosas. Sentí regacho, fue como si me asomara por una ventanita y estuviera viendo esa realidá en la que vivo: divorciada, encerrada todo el día limpie y limpie oficinas, y mija, quien poco a poco ya no me hace caso y que de un momento a otro, se casa y me deja solita. ¿Quién iba a decir? Cuando era jovencita como ella, pensaba que conocería a un galán con harta lana y viviría el resto de mi vida feliz y llena de hijos; pero no, en cambio, estoy aquí sentada contigo, sola, vieja y jodida. Mija ha destar con su noviecito ése, el nalgasmiadas, haciendo quién sabe qué cosas. Discúlpame manito, que te cuente todas mis penas, pero es que me diste harta confianza. ¿Y tú, de dónde eres?
–¡Laurita!
–¡Acá estoy!
La verdá es que me la he pasado a todo dar. Mañana vamos ir a Cherán, según quesque está bien bonito, yo la verdá como que le dudo, después de esta noche no creo exista algo mejor: haber venido a este pueblito ha sido único. En primer lugar por las pirámides, que por cierto, me dijeron que los mismos pobladores de aquí les pusieron en la madre poco a poquito hasta casi destruirlas, porque el gobierno les quitó esas tierritas a la malagueña, y los lugareños de allí sacaban para la papa. El lago se ve bien chido desde allá arriba. ¡Ah!, y la comida, qué rica está, y bien barata. Esas enchiladas con verdura y su chilito rojo, y el pozole, qué de-li-cia, y con hambre, ¡uta! Pero lo que más me ha gustado, es estar aquí sentada, temblando de frío, platicándote mis cosas. Apartados de los demás, con la luz de las velas, alumbrando las tumbas con sus flores amarillas... adornando la noche, y el olor a incienso que me pica la nariz y que se siente rico. Qué bonito se ve, me cái.
–¡Laura!...
–Bueno manito, ora si yo creo que me voy despidiendo. El siguiente dos vengo a visitarte, y ora sí, pase lo que pase, traigo a mija para presentártela, y a ver si platica contigo pa que se le salgan los demonios. Le va dar gusto conocer esta tierra, sobre todo la de aquí mero, la roja, donde el tiempo parece que se detuvo.
–Doña Laura, ¿pues dónde andaba suegra? Llevamos una hora buscándola. Hija, vete a buscar a tu mamá, dile que ya encontramos la tumba de tu abuela Laura. Ah, qué suegrita, usted y sus ocurrencias de venir a enterrarla hasta Tzintzuntzan.
Ya estoy harta, y la verdá es que no me quiero ir, aquí estoy a gusto. ¿Cómo te llamas? ¿Hace rato que llegaste? Si no fuera por los cirios y las veladoras, ya me hubiera roto el hocico, o de perdis me hubiera puesto una enlodada de aquellas. Me voy a sentar un ratito aquí y quiero sobarme mis pies. Hace harto frío. Mira nomás, sí se me mancharon mi ropa y mis botines, pero nada le hace. Ya tenía ganas de que nos regresáramos para Morelia. Eso de estar esperando en el camión más de dos horas a que dejara de llover, estaba haciendo que me diera la ciática, ah, pero ¡chíngalo!, el maldito tirón detrás de la rodilla. No man’to, ya me andaba desesperando harto; dije: pus al fin y al cabo hace cinco años también vine y no me dieron los dolores.
–¡Laura!
Mira qué suave se ven desde aquí arriba todas las luces que alumbran los cerritos y las cajas de cemento, cubiertos de esas cempasúchiles naranjas. Me cae que debió venir mija. Fíjate que tenía muchas ganas de venir, pero tenía examen, y como le gusta cumplir con la escuela. Vieras que me salió estudiosa la chamaca. Mi niña da clases particulares de matemáticas allá en la Ciudad de México, y se gana una lanita. Si ora pal viaje que me dice: no jefa, váyase usté, diviértase que le hace falta. Y patitas para qué las quiero, que le tomo la palabra, y que me vengo con todos los del trabajo. ¿Y tú?, ¿llevas mucho aquí?
–¡Laura!
¡Oh, qué bien chingan! No los peles. Yo estoy reagusto aquí. Cuando veo a la gente de aquí, acomodando las coronas, las flores y el brillo de las veladoras, hacen como que dentro desta oscuridá el tiempo estuviera arriba de nosotros: quieto, flotando como una nube. No sé si a ti te ha pasado, pero es como si uno quisiera que esta noche nunca se acabara.
De lo que se está perdiendo mija. Tan bonita mi chiquita. Acaba de cumplir los dieciocho, y el día en que los cumplió que se me ocurre decirle: oye mija, pus ora sí ya eres mayor de edá, pero... todavía no vayas a tener relaciones, y qué crees que me respondió: ay, jefa, ¿por qué me dice esas cosas? Yo lo haré cuando sea mi tiempo, ni se preocupe, lo que usté sí me puede decir es que cuando llegue la ocasión, use condón para que me cuide de embarazarme, y del sida. Tiene harta razón.
Híjoles, yastá empezando a chispear otra vez, bueno, no vine a esta excursión para estar refunfuñando. Como una viejita cascarrabias que viene en el camión. Yo creo que es la mamá de alguno de los compas de la chamba. Pinche viejita: “no que ya vámonos, que no me tomé mi calcio, y que la manga del muerto”. Hace rato me dieron hartas ganas de decirle: ¡órale jija del peje! Tómese su café con leche y váyase a jetiar. Pero nel, me cái que dé gracias a que estoy en favor de la paz, por eso traigo mi moñito blanco, porque si no, la mandaba directamente a chingazumácuaro.
–¡Laura!
¡Ah, qué la canción! Me cái que me la he pasado muy suave por estos lares. Es como si mi vida en la Ciudad de México no existiera, como que estoy viviendo otra realidá. En la mañana me acordé de hartas cosas. Sentí regacho, fue como si me asomara por una ventanita y estuviera viendo esa realidá en la que vivo: divorciada, encerrada todo el día limpie y limpie oficinas, y mija, quien poco a poco ya no me hace caso y que de un momento a otro, se casa y me deja solita. ¿Quién iba a decir? Cuando era jovencita como ella, pensaba que conocería a un galán con harta lana y viviría el resto de mi vida feliz y llena de hijos; pero no, en cambio, estoy aquí sentada contigo, sola, vieja y jodida. Mija ha destar con su noviecito ése, el nalgasmiadas, haciendo quién sabe qué cosas. Discúlpame manito, que te cuente todas mis penas, pero es que me diste harta confianza. ¿Y tú, de dónde eres?
–¡Laurita!
–¡Acá estoy!
La verdá es que me la he pasado a todo dar. Mañana vamos ir a Cherán, según quesque está bien bonito, yo la verdá como que le dudo, después de esta noche no creo exista algo mejor: haber venido a este pueblito ha sido único. En primer lugar por las pirámides, que por cierto, me dijeron que los mismos pobladores de aquí les pusieron en la madre poco a poquito hasta casi destruirlas, porque el gobierno les quitó esas tierritas a la malagueña, y los lugareños de allí sacaban para la papa. El lago se ve bien chido desde allá arriba. ¡Ah!, y la comida, qué rica está, y bien barata. Esas enchiladas con verdura y su chilito rojo, y el pozole, qué de-li-cia, y con hambre, ¡uta! Pero lo que más me ha gustado, es estar aquí sentada, temblando de frío, platicándote mis cosas. Apartados de los demás, con la luz de las velas, alumbrando las tumbas con sus flores amarillas... adornando la noche, y el olor a incienso que me pica la nariz y que se siente rico. Qué bonito se ve, me cái.
–¡Laura!...
–Bueno manito, ora si yo creo que me voy despidiendo. El siguiente dos vengo a visitarte, y ora sí, pase lo que pase, traigo a mija para presentártela, y a ver si platica contigo pa que se le salgan los demonios. Le va dar gusto conocer esta tierra, sobre todo la de aquí mero, la roja, donde el tiempo parece que se detuvo.
–Doña Laura, ¿pues dónde andaba suegra? Llevamos una hora buscándola. Hija, vete a buscar a tu mamá, dile que ya encontramos la tumba de tu abuela Laura. Ah, qué suegrita, usted y sus ocurrencias de venir a enterrarla hasta Tzintzuntzan.
*Enrique Alducin Camacho es licenciado en creación literaria, egresado de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Desde el tercer semestre de su carrera comenzó a impartir diversos talleres -relacionados con las letras- a estudiantes de bachillerato, licenciatura y posgrado. Al concluir su licenciatura, ya impartía clases de gramática, creación literaria y había escrito y adaptado diversas obras de teatro, además de colaborar en diversas publicaciones de índole literario en el género de reseña, ensayo literario, crónica, cuento y poesía.