Vanidad
Elsa Fujigaki
Qué agradable! Hacía mucho tiempo que nadie la ayudaba a vestirse ni las manos femeninas la tocaban con tanta delicadeza. La mañana era soleada y el movimiento de las mujeres a su alrededor semejaba un revoloteo de calandrias. Recordó el día de su boda, cuando todos se esmeraban en complacerla.
Usaría el vestido de seda azul que colgaba en la puerta del ropero. Aún no lo había estrenado en espera de una ocasión especial. Le pusieron la prenda con cuidado, medias y zapatos recién boleados; peinaron sus cabellos grises en un chongo, como le gustaba. La maquillaron y dieron color a sus mejillas. Por último, colocaron una mantilla sobre sus hombros y un ramillete de azucenas en sus manos, a la altura de su cintura para lucir el escote y su collar preferido.
Usaría el vestido de seda azul que colgaba en la puerta del ropero. Aún no lo había estrenado en espera de una ocasión especial. Le pusieron la prenda con cuidado, medias y zapatos recién boleados; peinaron sus cabellos grises en un chongo, como le gustaba. La maquillaron y dieron color a sus mejillas. Por último, colocaron una mantilla sobre sus hombros y un ramillete de azucenas en sus manos, a la altura de su cintura para lucir el escote y su collar preferido.