Venus
Marco Antonio Martínez Medina
Era una de esas noches en que el tiempo transcurre más lento de lo normal, el silencio rodeaba la oscuridad, dándole una combinación relajante y hermosa. Ingrid pudo contemplar a Venus brillando reluciente con un azul tan intenso que opacaba la luna amarilla.
Se cubrió el cuerpo con un cobertor, quiso quedarse en el balcón y no dejar de ver el cielo nocturno. Una suave música salía del departamento de su vecino, una tonada que complementaba muy bien a la tranquila noche y hacía a Ingrid sentirse celestial.
Le vino a la memoria su niñez en casa de la abuela, la ausencia de sus padres y la educación que le dieron. Evocó el miedo que tuvo y la culpa que le impregnó la abuela por su primera menstruación. Fue inundada por la memoria de la primera noche con su esposo y el descubrir una parte de ella.
Dejó de mirar a Venus un momento.
—Dicen que ese planeta representa lo femenino ¿Llorará todas las noches?
Entonces sacó las piernas del cobertor; con el reflejo de la luz vio los moretones que, según su esposo, ella se había ganado por no prepararle una cena decente. Un ligero movimiento hizo que sintiera el dolor en su vientre. Las lágrimas surgieron al recordar al hombre que se casó con ella, la ternura que le demostró una y otra vez estrellando sus puños contra su estómago. Pero el dolor no era la razón que la hacía llorar en ese momento, ella ya se había acostumbrado a los golpes.
Esa noche fue diferente, por fin algo la llenó por completo: dentro de ella se formaba vida, se sintió plena, divina, ella era como Afrodita. Por ello había preparado una cena especial, deseaba compartir su dicha, pero él sólo se quejó y desquitó sus frustraciones con ella.
Se sintió fatal cuando empezaron los calambres en su vientre, el dolor era intenso y continuo, lo soportó hasta que ya no pudo aguantar más. Un demonio la ultrajó hasta el punto de destruir su don divino. Observó brotar de su cuerpo ríos de sangre que mancharon su piel de mármol.
Volvió a mirar a Venus, inmersa en la belleza del astro se puso de pie, dejó caer el cobertor y al sentir el aire refrescando su cuerpo desnudo, le rezó a la diosa, pidiéndole que le diera la suficiente fuerza para poder liberarse.
Ingrid entró a su departamento, la silueta se perdió en las sombras de la casa y desde ese día nadie supo de ella. Venus abandonó al demonio, lo dejó solo, sumergido en un mundo de sangre.
Se cubrió el cuerpo con un cobertor, quiso quedarse en el balcón y no dejar de ver el cielo nocturno. Una suave música salía del departamento de su vecino, una tonada que complementaba muy bien a la tranquila noche y hacía a Ingrid sentirse celestial.
Le vino a la memoria su niñez en casa de la abuela, la ausencia de sus padres y la educación que le dieron. Evocó el miedo que tuvo y la culpa que le impregnó la abuela por su primera menstruación. Fue inundada por la memoria de la primera noche con su esposo y el descubrir una parte de ella.
Dejó de mirar a Venus un momento.
—Dicen que ese planeta representa lo femenino ¿Llorará todas las noches?
Entonces sacó las piernas del cobertor; con el reflejo de la luz vio los moretones que, según su esposo, ella se había ganado por no prepararle una cena decente. Un ligero movimiento hizo que sintiera el dolor en su vientre. Las lágrimas surgieron al recordar al hombre que se casó con ella, la ternura que le demostró una y otra vez estrellando sus puños contra su estómago. Pero el dolor no era la razón que la hacía llorar en ese momento, ella ya se había acostumbrado a los golpes.
Esa noche fue diferente, por fin algo la llenó por completo: dentro de ella se formaba vida, se sintió plena, divina, ella era como Afrodita. Por ello había preparado una cena especial, deseaba compartir su dicha, pero él sólo se quejó y desquitó sus frustraciones con ella.
Se sintió fatal cuando empezaron los calambres en su vientre, el dolor era intenso y continuo, lo soportó hasta que ya no pudo aguantar más. Un demonio la ultrajó hasta el punto de destruir su don divino. Observó brotar de su cuerpo ríos de sangre que mancharon su piel de mármol.
Volvió a mirar a Venus, inmersa en la belleza del astro se puso de pie, dejó caer el cobertor y al sentir el aire refrescando su cuerpo desnudo, le rezó a la diosa, pidiéndole que le diera la suficiente fuerza para poder liberarse.
Ingrid entró a su departamento, la silueta se perdió en las sombras de la casa y desde ese día nadie supo de ella. Venus abandonó al demonio, lo dejó solo, sumergido en un mundo de sangre.