Antonio Machado, la profundidad de lo sencillo
Ireri Campos
La sencillez es cualidad de almas buenas; de espíritus puros capaces de nombrar al mundo entero en una sola palabra y convertir lo complicado en natural. Es, al mismo tiempo, el niño interno y el viejo sabio describiéndonos la vida…
Antonio Machado era un hombre sencillo, un humilde maestro rural que logró a través de su poesía un estilo muy particular: hablar de sí mismo hablando de otras cosas. De las cosas cotidianas, y es que para el hombre moderno ocupado, complicado, y preocupado por todo, las cosas sencillas pasan desapercibidas; son relegadas incluso al plano de lo trivial. No así para aquel que con ojos de poeta las contempla tranquilo, de cerca las nombra, y cuatro versos le bastan para proponer toda una teoría metafísica:
"Ojos que a la luz se abrieron / un día, para después, / ciegos tornar a la tierra / hartos de mirar sin ver".
Integrante de la Generación del 98 y del Modernismo, retoma de aquellos el interés por valorizar el paisaje, las costumbres populares y el lenguaje espontáneo, y con los últimos comparte el tono triste y melancólico. Pero es de suyo imprimirle a su estilo una aparente falta de artificiosidad, es decir, pareciera que expresa llanamente los conceptos o las imágenes a diferencia quizá de un Góngora o un Rafael Alberti. El poeta culterano nos produce emoción intelectual, Machado emoción estética:
“Las ascuas de un crepúsculo morado / detrás del negro cipresal humean…/ En la glorieta, en sombra, está la fuente / con su alado y desnudo Amor de piedra / que sueña mudo. En marmórea taza / reposa el agua muerta”.
Nada más sencillo: la descripción de una atardecer frente a una fuente en donde el agua está tranquila. Pero la verdad es que detrás de la sencillez de la lírica del poeta Sevillano hay profundidad y sobre todo un simbolismo que se logra a través del manejo de los valores denotativo y connotativo de las palabras. En Antonio todo es sugerente, alegórico. Pero más que sugerir el concepto, sugiere las emociones. Veamos. Tres palabras del primer verso: ascuas, crepúsculo y morado, comparten la carga semántica del luto; lo mismo que negro, cipresal (ciprés: árbol de los cementerios) y humean, que remiten a ideas fúnebres. Ni que decir de términos como sombra, piedra, mudo y reposa. Todo el poema lleno de acabamiento y fin; un “sencillo” requiem in pace hecho poesía.
Machado es ante el lector una especie de prestidigitador un “ilusionista” del lenguaje vulgar, los ojos confiados de sencillez no esperan que haya truco y no lo hay; hay arte poético. Sin embargo, detrás de esa aparente naturalidad hay algo que le avisa a un lector experimentado que ha de afilar el intelecto y aguzar la sensibilidad. Las obras del poeta sevillano, se pueden leer transparentes o sumergirse en ellas de la mano de la intuición y conocer su profundidad implícita. Él mismo da una pista en el siguiente aforismo: “Da doble luz a tu verso para leído de frente y al sesgo”.
Se puede hablar, pues, de sencillez en la obra Machadiana en el sentido de que no hace uso de palabras rebuscadas, ni de figuras retóricas oscurecidas, no hay imágenes inentendibles, ni chocantes mecanismos para probar su inteligencia. Habla de la naturaleza, los paisajes, las emociones y los recuerdos, pero también sabe que la buena poesía no está en el tema, sino en el tono. Él sabe que muchos poetas enmarañan lo sencillo, abusan de un lenguaje críptico y oscuro, porque tienen la equivocada idea de que sólo si el agua está turbia el estanque parecerá más profundo. Antonio, por su parte, entiende que entre más clara está el agua de un río más se puede apreciar el fondo.
Y es que siendo sencillo de vida y obra, sabía muy bien que las corrientes artísticas pasan, quizás vuelven y después se van, pero la calidad de la palabra; el significado del lenguaje, materia prima de todo buen escritor, siempre perdura: “Ni mármol duro y eterno/ ni música ni pintura/ sino palabra en el tiempo”.
¡Sí que era bueno este Machado!, gran hombre, mejor poeta, como él mismo se describe en su poema Retrato donde dice: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Y, como ya vimos, la sencillez es cualidad de almas buenas.
Antonio Machado era un hombre sencillo, un humilde maestro rural que logró a través de su poesía un estilo muy particular: hablar de sí mismo hablando de otras cosas. De las cosas cotidianas, y es que para el hombre moderno ocupado, complicado, y preocupado por todo, las cosas sencillas pasan desapercibidas; son relegadas incluso al plano de lo trivial. No así para aquel que con ojos de poeta las contempla tranquilo, de cerca las nombra, y cuatro versos le bastan para proponer toda una teoría metafísica:
"Ojos que a la luz se abrieron / un día, para después, / ciegos tornar a la tierra / hartos de mirar sin ver".
Integrante de la Generación del 98 y del Modernismo, retoma de aquellos el interés por valorizar el paisaje, las costumbres populares y el lenguaje espontáneo, y con los últimos comparte el tono triste y melancólico. Pero es de suyo imprimirle a su estilo una aparente falta de artificiosidad, es decir, pareciera que expresa llanamente los conceptos o las imágenes a diferencia quizá de un Góngora o un Rafael Alberti. El poeta culterano nos produce emoción intelectual, Machado emoción estética:
“Las ascuas de un crepúsculo morado / detrás del negro cipresal humean…/ En la glorieta, en sombra, está la fuente / con su alado y desnudo Amor de piedra / que sueña mudo. En marmórea taza / reposa el agua muerta”.
Nada más sencillo: la descripción de una atardecer frente a una fuente en donde el agua está tranquila. Pero la verdad es que detrás de la sencillez de la lírica del poeta Sevillano hay profundidad y sobre todo un simbolismo que se logra a través del manejo de los valores denotativo y connotativo de las palabras. En Antonio todo es sugerente, alegórico. Pero más que sugerir el concepto, sugiere las emociones. Veamos. Tres palabras del primer verso: ascuas, crepúsculo y morado, comparten la carga semántica del luto; lo mismo que negro, cipresal (ciprés: árbol de los cementerios) y humean, que remiten a ideas fúnebres. Ni que decir de términos como sombra, piedra, mudo y reposa. Todo el poema lleno de acabamiento y fin; un “sencillo” requiem in pace hecho poesía.
Machado es ante el lector una especie de prestidigitador un “ilusionista” del lenguaje vulgar, los ojos confiados de sencillez no esperan que haya truco y no lo hay; hay arte poético. Sin embargo, detrás de esa aparente naturalidad hay algo que le avisa a un lector experimentado que ha de afilar el intelecto y aguzar la sensibilidad. Las obras del poeta sevillano, se pueden leer transparentes o sumergirse en ellas de la mano de la intuición y conocer su profundidad implícita. Él mismo da una pista en el siguiente aforismo: “Da doble luz a tu verso para leído de frente y al sesgo”.
Se puede hablar, pues, de sencillez en la obra Machadiana en el sentido de que no hace uso de palabras rebuscadas, ni de figuras retóricas oscurecidas, no hay imágenes inentendibles, ni chocantes mecanismos para probar su inteligencia. Habla de la naturaleza, los paisajes, las emociones y los recuerdos, pero también sabe que la buena poesía no está en el tema, sino en el tono. Él sabe que muchos poetas enmarañan lo sencillo, abusan de un lenguaje críptico y oscuro, porque tienen la equivocada idea de que sólo si el agua está turbia el estanque parecerá más profundo. Antonio, por su parte, entiende que entre más clara está el agua de un río más se puede apreciar el fondo.
Y es que siendo sencillo de vida y obra, sabía muy bien que las corrientes artísticas pasan, quizás vuelven y después se van, pero la calidad de la palabra; el significado del lenguaje, materia prima de todo buen escritor, siempre perdura: “Ni mármol duro y eterno/ ni música ni pintura/ sino palabra en el tiempo”.
¡Sí que era bueno este Machado!, gran hombre, mejor poeta, como él mismo se describe en su poema Retrato donde dice: “Soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”. Y, como ya vimos, la sencillez es cualidad de almas buenas.