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Una de vaqueros
Alianzas
Génesis García
Camilo temía a muchas cosas. Temía a las abejas, a los colores del atardecer, a los olores desconocidos en el aire y a subir las escaleras de la casa de su abuela. Lo aterraban las luces de los autos, la textura extraña de las verduras en la sopa y, especialmente, lo aterraba la oscuridad. Tenía miedo de la noche y del monstruo de largos tentáculos y afilados dientes que habitaba dentro del armario. Noche tras noche caía en un sueño intranquilo luego de pasar largas horas vigilando que los tentáculos no se lo llevaran...
Recetas para ser amado
Eduardo Honey
Fariña seguía inmóvil en su asiento. El capitán de meseros negó con la cabeza cuando uno de ellos inquirió si debía recoger el servicio o preguntar si se le ofrecía algo. Al ver la mirada de incredulidad del mesero, un tal Ramírez, solo comento crípticamente:
—Es pésima su suerte, es la séptima vez que le sucede en lo que va del año. No lo molesten a menos que él los llame o estemos por cerrar. —Luego dio media vuelta y se fue a atender cosas en la cocina.
—Es pésima su suerte, es la séptima vez que le sucede en lo que va del año. No lo molesten a menos que él los llame o estemos por cerrar. —Luego dio media vuelta y se fue a atender cosas en la cocina.
Condena cinemortal
Eduardo Honey
El juicio fue rápido. La condena: asistir al cine Arcadia durante el periodo de condena. O a la muerte del sentenciado. Era la pena máxima luego de diecisiete asesinatos. No podía sumarse la reducción de cabezas. No era delito en el código penal.
La familia del El Jíbaro pegó de gritos, suplicó por algo menos severo y fue desalojada del tribunal. El juez suspiró. Apenas era el caso treinta y dos del día. Aún tenía por delante ocho horas de trabajo.
De vuelta en su celda, El Jíbaro conoció al padre Santibáñez. Rechazó rezar el padrenuestro. No quiso que le aplicaran los santos óleos. Y no paró de carcajearse. El cura le dijo que Dios esperaría hasta el último minuto.
La familia del El Jíbaro pegó de gritos, suplicó por algo menos severo y fue desalojada del tribunal. El juez suspiró. Apenas era el caso treinta y dos del día. Aún tenía por delante ocho horas de trabajo.
De vuelta en su celda, El Jíbaro conoció al padre Santibáñez. Rechazó rezar el padrenuestro. No quiso que le aplicaran los santos óleos. Y no paró de carcajearse. El cura le dijo que Dios esperaría hasta el último minuto.
¿Puedes quemar tu pasado?
Eduardo Honey
“Dime dónde entierras el pasado y te diré qué fue lo escondiste” me lo repetía mi padre poco antes de fallecer. Durante su convalecencia pidió que sacara diversas cajas del cuarto que alguna fue de mi hermano Alberto y yo. Indicó que las quemara en el bote metálico de basura que tenía en el patiecito trasero. En ese momento entendí porqué insistió en comprarlo dos años antes.
De cada caja extraía un manojo de hojas y las arrojaba para avivar el fuego que ardía al interior del bote. Sin querer, encontré algunas fotos de él con mamá, Alberto y yo. Otros donde estaba con una mujer que desconocía y cargando un bebé. Recibos diversos, notas garrapateadas de hojas arrancadas de algún lugar.
De cada caja extraía un manojo de hojas y las arrojaba para avivar el fuego que ardía al interior del bote. Sin querer, encontré algunas fotos de él con mamá, Alberto y yo. Otros donde estaba con una mujer que desconocía y cargando un bebé. Recibos diversos, notas garrapateadas de hojas arrancadas de algún lugar.
La muerte chiquita
Canción de líquido recuerdo
Darío González Rodríguez
Agua de un idilio sagrado
como don de espíritu imparable;
manantial donde la edad es niña
y lava la carga de los años marchitos;
bosques en donde está todo el misterio
de la más pura turquesa
que en máscaras esconde nuestra mortandad;
canal de ostias profanas,
lente de la más amarga dulzura,
tiro de lanza, cabeza cortada...
Manjar de sombras en miércoles desabrido
de lumbre, de alcohol, de polvo
todo en contra, quieto,
con el agua entre las medias
y el sonido en el costado, quieto.
¿A dónde irán tus acólitos para beber de tus fuentes
cuando por fin se cierren
tus mil bocas de presagio?
como don de espíritu imparable;
manantial donde la edad es niña
y lava la carga de los años marchitos;
bosques en donde está todo el misterio
de la más pura turquesa
que en máscaras esconde nuestra mortandad;
canal de ostias profanas,
lente de la más amarga dulzura,
tiro de lanza, cabeza cortada...
Manjar de sombras en miércoles desabrido
de lumbre, de alcohol, de polvo
todo en contra, quieto,
con el agua entre las medias
y el sonido en el costado, quieto.
¿A dónde irán tus acólitos para beber de tus fuentes
cuando por fin se cierren
tus mil bocas de presagio?
Bosquejo de un nocturno
Darío González Rodríguez
Anochecimiento y desprender aliento olor a nube,
cuanto en la escasez de azul cabe un sol poco altivo, poco destinado a rebeldía,
cuanto a la hora pudo quedarle fuego y hase callado para bien de sus cervatos,
cuanto al horizonte tuvo una vez envidia y ya se rompe en tres doctrinas.
Así oscurecimiento se viera en la nostalgia de las piedras,
el color se clamorea de vidrios que acordonan vértice amarillo
y todo cuanto diera olor se sacude las plumas,
viaja al este, pierde nombre, hogar y ruta.
cuanto en la escasez de azul cabe un sol poco altivo, poco destinado a rebeldía,
cuanto a la hora pudo quedarle fuego y hase callado para bien de sus cervatos,
cuanto al horizonte tuvo una vez envidia y ya se rompe en tres doctrinas.
Así oscurecimiento se viera en la nostalgia de las piedras,
el color se clamorea de vidrios que acordonan vértice amarillo
y todo cuanto diera olor se sacude las plumas,
viaja al este, pierde nombre, hogar y ruta.
Acordes para decir adiós
Darío González Rodríguez
¿A qué tanto durmiente suelo la ola clara llueve al sol? La ola clara.
Me he tendido en la memoria con los pies descalzos,
me he tendido en espinal de brasas o ponzoña.
¡Cuál zarza se pronuncia oscuridad!
¿Cuál tiempo hará las hojas en brumario?
Yo nací con lunas en balanza, yo que caigo a pies de constelado siervo,
veo en esos cánticos el mismo muro
que una vez se vio de negras humedades alcalinas.
Ahora que me voy en las orillas, son tu aliento
amargas sogas que me cantan al oído,
son amargas cual la cera, voces que se parten de mis labios.
Me he tendido en la memoria con los pies descalzos,
me he tendido en espinal de brasas o ponzoña.
¡Cuál zarza se pronuncia oscuridad!
¿Cuál tiempo hará las hojas en brumario?
Yo nací con lunas en balanza, yo que caigo a pies de constelado siervo,
veo en esos cánticos el mismo muro
que una vez se vio de negras humedades alcalinas.
Ahora que me voy en las orillas, son tu aliento
amargas sogas que me cantan al oído,
son amargas cual la cera, voces que se parten de mis labios.
Éntrale, maestro
Letrados. Un ejemplo
Hugo Hiriart
Los hombres de letras más respetados – el equivalente literario de un sabio, un sabio en literatura -, digamos, un doctor Johnson, inglés, un Edmund Wilson en Estados Unidos, un Alfonso Reyes entre nosotros, no son aquellos que escriben mejor, sino aquellos que han sabido leer mejor. Leer, desentrañar un libro, las intenciones de un autor, el mérito de un trabajo en comparación con otro, son tareas que precisan extremada sutileza, “lectores de dedos delicados”, como decía Nietszche.
En Francia el hombre de letras por excelencia, el crítico más autorizado, ha sido la rotunda figura decimonónica de Charles Augustin Sainte-Beuve.
En Francia el hombre de letras por excelencia, el crítico más autorizado, ha sido la rotunda figura decimonónica de Charles Augustin Sainte-Beuve.
Bien atendidos
Alejandro Zapata Espinosa
Dos alemanes bronceados, pecosos de piernas, brazos, cuellos y espaldas, en pantaloneta, camisilla y tenis, con gafas ahumadas y grumos de bloqueador con desodorante en la comisura de las axilas, altos como los gringos, ven los lugares y se repiten la estación en la que paran y luego a la que van.
La señora mira a los sardinos de los lados cada que el señor se despabila.
No tienen cachuchas ni gorros ni pavas ni sombreros: lo colorado se les tuesta: debajo de lo relojes se les generan parches blancos; los tatuajes de juventud, fénix y salamandra, se les esparce y deslee: son como los de las bendecidas de los ochenta: las iniciales de los amores que las encartaron las llevan en sus dedos: son oficinistas, secretarias, y no borran su letra capital.
La señora mira a los sardinos de los lados cada que el señor se despabila.
No tienen cachuchas ni gorros ni pavas ni sombreros: lo colorado se les tuesta: debajo de lo relojes se les generan parches blancos; los tatuajes de juventud, fénix y salamandra, se les esparce y deslee: son como los de las bendecidas de los ochenta: las iniciales de los amores que las encartaron las llevan en sus dedos: son oficinistas, secretarias, y no borran su letra capital.
Tiene su chiste
Lista de compras
Darío Ontiveros
Medias negras
Cuerda gruesa
Ganzúas
Cuchillo de carnicero
Sierra
Cuerda gruesa
Ganzúas
Cuchillo de carnicero
Sierra
¿Qué leer?
Lo Diferente. Iniciación en la MísticaNo se sabe qué se desarrolló primero, si el lenguaje o la religión; lo más seguro es que se desarrollaron al mismo tiempo y ambos surgieron como respuesta a los asombros de la existencia.
Entre ensayo literario y libro confesional, Lo diferente es una generosa invitación a reflexionar sobre la experiencia religiosa y, sobre todo, a descubrir la singular y regocijante vía mística. Hugo Hiriart, uno de los escritores más brillantes en lengua española, comparte aquí las memorias sobre su relación íntima y solitaria con Dios, así como las aproximaciones religiosas, filosóficas y teológicas de grandes pensadores como Pascal, William James, Rudolf Otto, Simone Weil, Romano Guardini, Simone de Beauvoir, y de sus maestros José Gaos, Luis Villoro y Gallegos Rocafull. Con una prosa conversada, yendo a contracorriente con las posturas ensayísticas de esta época, Hiriart nos acerca a temas como el mal, la presencia de Dios y la compasión, sumando así inquietudes y asombros a nuestra constelación personal de lo sagrado. |