Tardorreligiosa
Alejandro Zapata Espinosa*
La urgencia de salvación de mi abuela, de quitarse lo malo para que entre lo bueno, de liberarse de cuanta maldad hay en el mundo, la llevó a practicar el multitasking en sus veladas de oración.
Su nieta, después de un día de ver videos de gente jugando cosas «miedosas», o metiéndose en cementerios o invocando espíritus con rituales a las tres de la mañana que solo espantan a mamita, le deja en el televisor, en pausa, un rosario, independiente del orden de los misterios —pues cada día hay contenido de canales o de editores entusiastas.
Cuando la abuela se aburre o se le acaban las noticias o la novela, coge el control y ve.
—¿Qué está haciendo mita?
—¡Rezando!
—¿En silencio?
—¡Pues no ve el televisor?
«Este es el mes de las ánimas; este mes pasan muchas cosas. Si uno va el ocho a visitar las tumbas, se gana un montón de regalos de Dios. Pero a mí me da miedo ir; qué pereza».
Y para que dos recen por ella, prende el celular, busca el rosario activando el micrófono de búsqueda y se lo pone a un ladito. El televisor va en unos misterios y el celular empieza otros. Ella, atendiendo también los mensajes pendientes, si los hay, o repasando los ya vistos, abre la boca a ratos para responder las oraciones.
Así reza mi abuela para salvar su alma y las de las «¡Miles, miles, miles!» ánimas del purgatorio. Y salva más cuando reza arrodillada. En silencio, pensando en quién sabe qué intriga, pero arrodillada.
Como ha conseguido una intuición religiosa, si ese es el nombre de este tipo de revelaciones, difunde las lecturas del infierno, sin haberlas comparado con una lectura propia —esto es pedir mucho a quien tiene una Biblia de adorno, en la entrada de la casa, entre cuyo fardo de hojas pisa los recibos de la luz— e interpreta las señales que le suceden.
Hace meses un cura le recomendó comprar un escapulario tobillero. Lo compró, se lo bendijo y lo utilizó por unos días. Una mañana se dio cuenta de que el escapulario se había reventado.
—¡Ay! ¿De qué me salvó! ¿Y quién me habrá tirado el hechizo! —exclamaba buscando los pedazos por toda la casa.
Entonces compró otro y les insistió a las nietas que andaran con un escapulario en los tobillos. Y recordó que un día antes sintió que le jalaban la tira.
—¡Usted con escapulario, lo matan o lo hieren, y a los ladrones la Virgen, Dios no los deja escapar, porque los ata a sus pies!
«Qué pecao que la mama no los crio creyentes...
«¡Hay que rezar como un hijueputa pa que Dios nos lleve al Cielo!»
Horquilla. Qué desilusionada se tuvieron que llevar los medios tradicionales con la rueda de prensa de Mane Díaz, hombre sumamente agradable, tras ser liberado. No les afiló las navajas ni les avivó los sopletes con mensajes de discordia, y eso que tampoco dejaron pasar la ganga del secuestro enalteciendo, de extranjis, al Ejército. Y agregaron el llamado con el cual me di cuenta de su libertad: «A todos los hermanos (porque tenemos que hablarlo así, porque son hermanos de nosotros; todos somos hermanos), a todos los hermanos del monte, a todos los grupos legalmente constituidos y no legalmente constituidos, los llamo a la reflexión, que dialoguemos y hagamos un diálogo, con los altos mandos de nuestro país, para que Colombia, no en un año ni en dos años, pero dentro de tres o cuatro años, sea un país de paz.»
Su nieta, después de un día de ver videos de gente jugando cosas «miedosas», o metiéndose en cementerios o invocando espíritus con rituales a las tres de la mañana que solo espantan a mamita, le deja en el televisor, en pausa, un rosario, independiente del orden de los misterios —pues cada día hay contenido de canales o de editores entusiastas.
Cuando la abuela se aburre o se le acaban las noticias o la novela, coge el control y ve.
—¿Qué está haciendo mita?
—¡Rezando!
—¿En silencio?
—¡Pues no ve el televisor?
«Este es el mes de las ánimas; este mes pasan muchas cosas. Si uno va el ocho a visitar las tumbas, se gana un montón de regalos de Dios. Pero a mí me da miedo ir; qué pereza».
Y para que dos recen por ella, prende el celular, busca el rosario activando el micrófono de búsqueda y se lo pone a un ladito. El televisor va en unos misterios y el celular empieza otros. Ella, atendiendo también los mensajes pendientes, si los hay, o repasando los ya vistos, abre la boca a ratos para responder las oraciones.
Así reza mi abuela para salvar su alma y las de las «¡Miles, miles, miles!» ánimas del purgatorio. Y salva más cuando reza arrodillada. En silencio, pensando en quién sabe qué intriga, pero arrodillada.
Como ha conseguido una intuición religiosa, si ese es el nombre de este tipo de revelaciones, difunde las lecturas del infierno, sin haberlas comparado con una lectura propia —esto es pedir mucho a quien tiene una Biblia de adorno, en la entrada de la casa, entre cuyo fardo de hojas pisa los recibos de la luz— e interpreta las señales que le suceden.
Hace meses un cura le recomendó comprar un escapulario tobillero. Lo compró, se lo bendijo y lo utilizó por unos días. Una mañana se dio cuenta de que el escapulario se había reventado.
—¡Ay! ¿De qué me salvó! ¿Y quién me habrá tirado el hechizo! —exclamaba buscando los pedazos por toda la casa.
Entonces compró otro y les insistió a las nietas que andaran con un escapulario en los tobillos. Y recordó que un día antes sintió que le jalaban la tira.
—¡Usted con escapulario, lo matan o lo hieren, y a los ladrones la Virgen, Dios no los deja escapar, porque los ata a sus pies!
«Qué pecao que la mama no los crio creyentes...
«¡Hay que rezar como un hijueputa pa que Dios nos lleve al Cielo!»
Horquilla. Qué desilusionada se tuvieron que llevar los medios tradicionales con la rueda de prensa de Mane Díaz, hombre sumamente agradable, tras ser liberado. No les afiló las navajas ni les avivó los sopletes con mensajes de discordia, y eso que tampoco dejaron pasar la ganga del secuestro enalteciendo, de extranjis, al Ejército. Y agregaron el llamado con el cual me di cuenta de su libertad: «A todos los hermanos (porque tenemos que hablarlo así, porque son hermanos de nosotros; todos somos hermanos), a todos los hermanos del monte, a todos los grupos legalmente constituidos y no legalmente constituidos, los llamo a la reflexión, que dialoguemos y hagamos un diálogo, con los altos mandos de nuestro país, para que Colombia, no en un año ni en dos años, pero dentro de tres o cuatro años, sea un país de paz.»
Itagüí, noviembre 13 de 2023
*Alejandro Zapata Espinosa (Itagüí, Colombia, 2002): estudiante de Licenciatura en Literatura y Lengua Castellana del Tecnológico de Antioquia. X: @zalejandro8e. Blog: https://alejandroze8.blogspot.com.