Cómo despedir a los invasores
Eduardo Omar Honey Escandón*
Gioconda detesta encontrar insectos en las paredes o el suelo de su casa. Más si son de color marrón, forma ovalada, tres pares de patas, largas antenas y corren más rápido que Messi en sus días de gloria.
Claramente la que está frente a ella, con esas bandas amarillas a los costados superiores del ala, es un típico ejemplar de Blatella germanica, la cucaracha alemana. ¡Claro, tenía que ser! Cucarachas internacionales que viajan junto con los inmigrantes que deberían quedarse en sus países.
Además, es una hembra. La descarada arrastra esa cola larga que son los huevecillos a punto de desprenderse. Pronta a dejar su descendencia invasora. “Ooteca”, se remarca Gioconda orgullosa de los años que se ha dedicado a estudiar plagas caseras tanto insectiles como humanas. Gracias a su madre aprendió la máxima de “conoce a tu enemigo” que tiene varios corolarios.
Se concentra en mirar a esas manchas negras que el insecto hace pasar por ojos. La rastrera enemiga mueve inquieta las antenas buscando detectar la amenaza que hizo vibrar el suelo. Gioconda sabe que son la perfección del diablo en capacidad sensorial. Por lo tanto, ejecuta la técnica que el yogui le enseñó para apenas respirar y practica el deslizarse sobre el suelo sin causar vibraciones tal como aprendió en una novela sobre gigantescos gusanos enterrados en la arena.
A escaso metro y medio está su dispositivo por excelencia: un atrapainsectos orgánicamente certificado. Aunque odia a todo invasor, Gioconda es hija del siglo XXI y, dado que el antropoceno afecta con dureza al mundo, procura cuidar el ambiente, recicla, hace durar la ropa y preserva las ecologías originarias del planeta. “Al invasor se le trata con humildad y humanidad por lo que serás regresado a tu hogar” fue un corolario que volvió ley vital que comulga con su vida en balance.
Toma el dispositivo que le compró a True New Peacegreen. En un gesto practicado en innumerables noches y capturas, presiona el costado y la lámina inferior se desliza en un susurro.
La cucaracha percibe el sonido y mueve más las antenas determinando una ruta de escape. Incluso, dubitativa, alza una pata delantera y la de enmedio del otro lado. Gioconda, en el curso de la mecánica de movilidad de los artrópodos, se especializó en las señales que indican si se avanzarán lento o será una carrera.
Así que prefiere acelerar el encuentro y aumentar la posibilidad de que la atrape aquí, ahora. La semana pasada entró una Blatta orientalis ya en proceso de mutación. Según aprendió, ese ejemplar debería planear de cualquier altura pero no, la Madre Tierra (a pesar de rezos y plegarias junto con ofrendas que renueva cada semana) le mandó una que era capaz de volar. Fue el anuncio de que una familiar de chinos se había mudado al piso de abajo. Tardó media noche en cazarla y ponerla dentro del atrapainsectos al descuidarse la invasora y posarse en una pared de la cocina. La otra mitad de la noche tuvo que limpiar y desinfectar todos los lugares que el bicho tocó en la trifulca con los pocos detergentes y substancias que apenas le quedan.
Sin embargo, esta no se ve tan avispada. Es parecida en comportamiento a la anciana que vive en el piso de arriba y que inmigró al país luego de la caída del muro de Berlín. Alemanas las dos, tenían que ser piensa Gioconda con disgusto.
Se decide y, con la práctica de danza kawaii más entrenamiento militar, se lanza al suelo, pone el atrapainsectos encima de la cucaracha y rueda para frenar el impulso. Con gusto observa que el insecto, despavorido, corre dentro de su prisión.
Inicia el paso siguiente: escribe una carta al gobierno de Alemania reclamando que respete la soberanía nacional y mejore sus condiciones locales para evitar que ciudadanos insectiles sigan llegan a hacer tropelías. Dobla la hoja, la mete en el sobre y con rápidos gestos abre la trampa, arroja al insecto al interior y sella la solapa.
Abre el cajón donde guarda las estampillas, selecciona aquellas que cubran el importe suficiente para el envío postal. Maldice al darse cuenta de que se quedará corta al que el costoso porteo a Alemania del paquete del mes bajó de forma considerable sus fondos.
Deja el sobre para ir a preparar a la cena. Entonces descubre encima de la hornilla dos Supella longipalpa, la cucaracha café que nunca ha logrado descifrar a dónde devolver. Según su lista, este mes debería ser a Sri Lanka como nación receptora potencial. Retrocede por el atrapainsectos y descubre que en el suelo la ooteca expulsa a cuarenta bebés que corren por todos lados.
Sí, cada vez se está poniendo peor con la llegada de más vecinos y bichos. Mientras se lanza a la acción, se propone renovar la hipoteca para conseguir el dinero suficiente para la montaña de estampillas que necesitará cuando tenga que devolver a la familia de abajo.
Claramente la que está frente a ella, con esas bandas amarillas a los costados superiores del ala, es un típico ejemplar de Blatella germanica, la cucaracha alemana. ¡Claro, tenía que ser! Cucarachas internacionales que viajan junto con los inmigrantes que deberían quedarse en sus países.
Además, es una hembra. La descarada arrastra esa cola larga que son los huevecillos a punto de desprenderse. Pronta a dejar su descendencia invasora. “Ooteca”, se remarca Gioconda orgullosa de los años que se ha dedicado a estudiar plagas caseras tanto insectiles como humanas. Gracias a su madre aprendió la máxima de “conoce a tu enemigo” que tiene varios corolarios.
Se concentra en mirar a esas manchas negras que el insecto hace pasar por ojos. La rastrera enemiga mueve inquieta las antenas buscando detectar la amenaza que hizo vibrar el suelo. Gioconda sabe que son la perfección del diablo en capacidad sensorial. Por lo tanto, ejecuta la técnica que el yogui le enseñó para apenas respirar y practica el deslizarse sobre el suelo sin causar vibraciones tal como aprendió en una novela sobre gigantescos gusanos enterrados en la arena.
A escaso metro y medio está su dispositivo por excelencia: un atrapainsectos orgánicamente certificado. Aunque odia a todo invasor, Gioconda es hija del siglo XXI y, dado que el antropoceno afecta con dureza al mundo, procura cuidar el ambiente, recicla, hace durar la ropa y preserva las ecologías originarias del planeta. “Al invasor se le trata con humildad y humanidad por lo que serás regresado a tu hogar” fue un corolario que volvió ley vital que comulga con su vida en balance.
Toma el dispositivo que le compró a True New Peacegreen. En un gesto practicado en innumerables noches y capturas, presiona el costado y la lámina inferior se desliza en un susurro.
La cucaracha percibe el sonido y mueve más las antenas determinando una ruta de escape. Incluso, dubitativa, alza una pata delantera y la de enmedio del otro lado. Gioconda, en el curso de la mecánica de movilidad de los artrópodos, se especializó en las señales que indican si se avanzarán lento o será una carrera.
Así que prefiere acelerar el encuentro y aumentar la posibilidad de que la atrape aquí, ahora. La semana pasada entró una Blatta orientalis ya en proceso de mutación. Según aprendió, ese ejemplar debería planear de cualquier altura pero no, la Madre Tierra (a pesar de rezos y plegarias junto con ofrendas que renueva cada semana) le mandó una que era capaz de volar. Fue el anuncio de que una familiar de chinos se había mudado al piso de abajo. Tardó media noche en cazarla y ponerla dentro del atrapainsectos al descuidarse la invasora y posarse en una pared de la cocina. La otra mitad de la noche tuvo que limpiar y desinfectar todos los lugares que el bicho tocó en la trifulca con los pocos detergentes y substancias que apenas le quedan.
Sin embargo, esta no se ve tan avispada. Es parecida en comportamiento a la anciana que vive en el piso de arriba y que inmigró al país luego de la caída del muro de Berlín. Alemanas las dos, tenían que ser piensa Gioconda con disgusto.
Se decide y, con la práctica de danza kawaii más entrenamiento militar, se lanza al suelo, pone el atrapainsectos encima de la cucaracha y rueda para frenar el impulso. Con gusto observa que el insecto, despavorido, corre dentro de su prisión.
Inicia el paso siguiente: escribe una carta al gobierno de Alemania reclamando que respete la soberanía nacional y mejore sus condiciones locales para evitar que ciudadanos insectiles sigan llegan a hacer tropelías. Dobla la hoja, la mete en el sobre y con rápidos gestos abre la trampa, arroja al insecto al interior y sella la solapa.
Abre el cajón donde guarda las estampillas, selecciona aquellas que cubran el importe suficiente para el envío postal. Maldice al darse cuenta de que se quedará corta al que el costoso porteo a Alemania del paquete del mes bajó de forma considerable sus fondos.
Deja el sobre para ir a preparar a la cena. Entonces descubre encima de la hornilla dos Supella longipalpa, la cucaracha café que nunca ha logrado descifrar a dónde devolver. Según su lista, este mes debería ser a Sri Lanka como nación receptora potencial. Retrocede por el atrapainsectos y descubre que en el suelo la ooteca expulsa a cuarenta bebés que corren por todos lados.
Sí, cada vez se está poniendo peor con la llegada de más vecinos y bichos. Mientras se lanza a la acción, se propone renovar la hipoteca para conseguir el dinero suficiente para la montaña de estampillas que necesitará cuando tenga que devolver a la familia de abajo.
*Ing. en sistemas. Autor de “Códex Obsidiana”. Publica constantemente en plaquettes, revistasfísicas, virtuales e internet. Textos suyos fueron primer lugar, segundo lugar ofinalistas. Ha sido seleccionado para participar en diversas antologías. Imparte talleres de escritura para la Tertulia de Ciencia Ficción de la CDMX. Pertenece a la generación 2020-2022 de Soconusco Emergente. Prepara su primera novela.
Página personal: https://www.facebook.com/eohoneyewriter
Twitter, Instagram: @eohoneye
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