De panzazo
Araceli Rodríguez
En el salón, Adrián sentía que la maestra Gina lo miraba como si fuera a acusarlo. En un rato comenzaría la junta y la preocupación invadía todo su cuerpo. Lo único que circulaba por su mente era que no lo iban a llevar al circo, pues su mamá había prometido llevarlo siempre y cuando no reprobara ninguna materia ni le dieran queja sobre él. Dentro de las bolsas de la chamarra, Adrián cruzaba los dedos, esperando que le dieran buena suerte. Rogaba por pasar de panzazo, pero sabía que a lo mejor un cinco resaltaría en su boleta, con un rojo horrendo.
*****
A sus amigos no les dejaba de brotar por la boca la emoción que les había causado cada acto del circo; ver a los tigres, así de cerquita; a los trapecistas, que volaban de un lado a otro, tomándose de las manos; también, la Esfera de la Muerte, en donde un hombre en motocicleta da vueltas alrededor de una mujer.
Es muy emocionante —dijo Ernesto— se queda ahí y no se mueve, y run run se oye la moto. Luego Otilio comentó —ay, sí, parece que a la señora no le da miedo estar ahí, ¡a mí sí me daría miedo!
También le hablaban de las niñas acróbatas, decían que estaban muy bonitas, que nada que ver con las niñas del salón, mucho menos con Mariela, la niña presumida del salón. Adrián les preguntó si había música, porque siempre que pensaba en el circo tenía en la cabeza el tun tun tururururún tun, como música de fondo. Depende del acto, luego se oyen tambores y trompetas. Ah, sí, --dijo Ernesto-- yo escuché un piano, lo tocaban rapidito, al compás de los movimientos, aunque nunca he visto músicos tocando en el circo. —Betina se acercó diciéndoles --Ah, no, es una grabación. Y Arturo agregó --yo he escuchado música de maquinitas cuando hacen los malabares.— Todo esto le decían sus amigos, que hablaban precipitadamente, interrumpiéndose, comentando sobre la majestuosidad del circo. —Ah, y también hay una changuita que anda en bicicleta y, al final, te dejan tomarte fotos con ella…-- Adrián seguía sorprendiéndose cada vez más, no podía esperar a que lo llevaran, tenía que ser parte de esa experiencia.
Mariela, que había estado muy atenta escuchando toda la plática, le dijo a Adrián que si sus papás no lo habían llevado al circo, se debía a que era un burro, y que a ella sí la llevaban porque sacaba puros dieces; pero si acaso lo llegaran a llevar, no lo iban a dejar salir porque lo confundirían con un asno. Él contestó que ella se parecía a la changuita de la bicicleta, a lo que ella dijo que para saberlo tenía que haber ido. Fue así que empezaron con dimes y diretes hasta que Mariela ya no aguantó y fue a acusar a Adrián con la maestra, diciéndole que él la estaba molestando. La maestra lo mandó a llamar y lo regañó. Le dijo que mañana en la junta hablaría con su mamá. Adrián estuvo cabizbajo el resto de la clase, pensando en las posibles consecuencias.
Es muy emocionante —dijo Ernesto— se queda ahí y no se mueve, y run run se oye la moto. Luego Otilio comentó —ay, sí, parece que a la señora no le da miedo estar ahí, ¡a mí sí me daría miedo!
También le hablaban de las niñas acróbatas, decían que estaban muy bonitas, que nada que ver con las niñas del salón, mucho menos con Mariela, la niña presumida del salón. Adrián les preguntó si había música, porque siempre que pensaba en el circo tenía en la cabeza el tun tun tururururún tun, como música de fondo. Depende del acto, luego se oyen tambores y trompetas. Ah, sí, --dijo Ernesto-- yo escuché un piano, lo tocaban rapidito, al compás de los movimientos, aunque nunca he visto músicos tocando en el circo. —Betina se acercó diciéndoles --Ah, no, es una grabación. Y Arturo agregó --yo he escuchado música de maquinitas cuando hacen los malabares.— Todo esto le decían sus amigos, que hablaban precipitadamente, interrumpiéndose, comentando sobre la majestuosidad del circo. —Ah, y también hay una changuita que anda en bicicleta y, al final, te dejan tomarte fotos con ella…-- Adrián seguía sorprendiéndose cada vez más, no podía esperar a que lo llevaran, tenía que ser parte de esa experiencia.
Mariela, que había estado muy atenta escuchando toda la plática, le dijo a Adrián que si sus papás no lo habían llevado al circo, se debía a que era un burro, y que a ella sí la llevaban porque sacaba puros dieces; pero si acaso lo llegaran a llevar, no lo iban a dejar salir porque lo confundirían con un asno. Él contestó que ella se parecía a la changuita de la bicicleta, a lo que ella dijo que para saberlo tenía que haber ido. Fue así que empezaron con dimes y diretes hasta que Mariela ya no aguantó y fue a acusar a Adrián con la maestra, diciéndole que él la estaba molestando. La maestra lo mandó a llamar y lo regañó. Le dijo que mañana en la junta hablaría con su mamá. Adrián estuvo cabizbajo el resto de la clase, pensando en las posibles consecuencias.
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Cuando entraron los padres de familia, la maestra comenzó a repartir las boletas. Adrián miraba las caras de las mamás de sus compañeros: unas de satisfacción, otras de enojo; caras que le revolvían la panza. Después, Adrián escuchó que nombraron a Mariela, inmediatamente vio a la mamá de la niña levantarse por la boleta y firmar como si se hubiera ganado una casa.
Por otro lado, la maestra repartía con demasiada lentitud las boletas. Parecía haber dejado la de Adrián para el final, que no hacía más que suplicar por no tener ningún cinco y por que no lo acusaran con su mamá. ¡Adrián Torres! —Escuchó su nombre— ¿Adrián? El mundo se le vino encima cuando su mamá caminó hasta la maestra, pensó que nunca conocería el circo, y Mariela seguiría burlándose de él para siempre. Se reclamaba por no haber estudiado y por haberle seguido el juego a Mariela.
Miró la cara que puso su mamá al ver la boleta; tenía en mente las palabras que ella le diría: muy mal, volviste a reprobar; así no te puedo llevar al circo. Nada de eso pasó. Su mamá firmó la boleta mostrándosela a Adrián, que buscó un cinco, mas no encontró ninguno, solo seises, sietes y ochos. De espaldas estaba Mariela, que a cada rato volteaba a verlo y le hacía caras. Veía a la maestra de un lado a otro, entregando boletas a los que faltaban y recibiendo las que ya estaban firmadas. La maestra se despedía de algunos padres, a otros los detenía para darles alguna queja sobre sus hijos. Adrián pensó que la maestra también detendría a su mamá para acusarlo sobre la pelea con Mariela, pero no fue así. Luego, al darse cuenta de que los papás de sus compañeros esperaban alrededor de la maestra para entregar sus boletas y hablar con ella, Adrián se ofreció a entregar la suya para que su mamá “no llegara tarde al trabajo”. Ella titubeó en dejársela y Adrián sintió que se echaba la soga al cuello, pues se mostró muy ansioso, así que prefirió callar. Se sentó, y mirando hacia la puerta, recordó las veces en que deseaba desesperadamente que su mamá llegara por él a la escuela. Ahora sólo deseaba que ya se fuera, pero parecía que su mamá nunca saldría del salón. En su mente, Adrián hacía preguntas a su mamá: ¿Por qué no te vas? ¿qué tanto esperas?, ¿a que la maestra me acuse? Finalmente su mamá le entregó la boleta, se despidió dándole un beso en la mejilla a su hijo y salió del salón. Adrián esperó a verla desaparecer por el portón para dejar escapar un grito: ¡Sííííí, voy a ir al circo!
Por otro lado, la maestra repartía con demasiada lentitud las boletas. Parecía haber dejado la de Adrián para el final, que no hacía más que suplicar por no tener ningún cinco y por que no lo acusaran con su mamá. ¡Adrián Torres! —Escuchó su nombre— ¿Adrián? El mundo se le vino encima cuando su mamá caminó hasta la maestra, pensó que nunca conocería el circo, y Mariela seguiría burlándose de él para siempre. Se reclamaba por no haber estudiado y por haberle seguido el juego a Mariela.
Miró la cara que puso su mamá al ver la boleta; tenía en mente las palabras que ella le diría: muy mal, volviste a reprobar; así no te puedo llevar al circo. Nada de eso pasó. Su mamá firmó la boleta mostrándosela a Adrián, que buscó un cinco, mas no encontró ninguno, solo seises, sietes y ochos. De espaldas estaba Mariela, que a cada rato volteaba a verlo y le hacía caras. Veía a la maestra de un lado a otro, entregando boletas a los que faltaban y recibiendo las que ya estaban firmadas. La maestra se despedía de algunos padres, a otros los detenía para darles alguna queja sobre sus hijos. Adrián pensó que la maestra también detendría a su mamá para acusarlo sobre la pelea con Mariela, pero no fue así. Luego, al darse cuenta de que los papás de sus compañeros esperaban alrededor de la maestra para entregar sus boletas y hablar con ella, Adrián se ofreció a entregar la suya para que su mamá “no llegara tarde al trabajo”. Ella titubeó en dejársela y Adrián sintió que se echaba la soga al cuello, pues se mostró muy ansioso, así que prefirió callar. Se sentó, y mirando hacia la puerta, recordó las veces en que deseaba desesperadamente que su mamá llegara por él a la escuela. Ahora sólo deseaba que ya se fuera, pero parecía que su mamá nunca saldría del salón. En su mente, Adrián hacía preguntas a su mamá: ¿Por qué no te vas? ¿qué tanto esperas?, ¿a que la maestra me acuse? Finalmente su mamá le entregó la boleta, se despidió dándole un beso en la mejilla a su hijo y salió del salón. Adrián esperó a verla desaparecer por el portón para dejar escapar un grito: ¡Sííííí, voy a ir al circo!