El prisionero y el celador
(Cuento de hadas para bandoleros)
Ël Mördyn
"…¿Porqué habría de despreciarse a un hombre si, hallándose en prisión,
trata de escapar e ir a casa? O, de no poder hacerlo, porque piense y
hable de temas que no son sus carceleros y los muros de su prisión…"
J. R. R.Tolkien.
trata de escapar e ir a casa? O, de no poder hacerlo, porque piense y
hable de temas que no son sus carceleros y los muros de su prisión…"
J. R. R.Tolkien.
…"Érase una vez un prisionero arrestado injustamente, que deseaba regresar a su hogar. Lo vigilaba un carcelero que había tenido tan pocas cosas, que guardaba en botellas lo que podía: los malos olores de la cocina, las carcajadas de chistes que no entendía, y el saludo del conserje, que era la única persona que lo respetaba.
Ansioso por regresar a su hogar, el prisionero arrestado injustamente, juntó el migajón del pan que le daban, y construyó con él en tres días, una miniatura de su casa. El celador cuando lo descubrió, desmoronó la casa con sus dedos, arrojó los restos a las ratas, y guardó en una de sus botellas, la única torre de migajón que sobrevivió.
Entonces, el prisionero arrestado injustamente, guardó pacientemente los restos requemados de sus alimentos, hasta juntar suficiente para llenar una caja de zapatos, y una noche comenzó a dibujar su hogar en el muro, para regresar a él. A punto de terminar casi al alba, el celador lo descubrió y lo obligó a borrar con su camisa mojada, todo el mural de carbón, y esta vez guardó en una de sus botellas, la mirada desolada del prisionero.
Y el cautivo entonces, derrotado y devastado, se arrinconó a llorar en silencio, mordiéndose las manos, hasta que el vacío se le reventó en el pecho y comenzó a cantar, primero en murmullos y sollozos, y después salvajemente, cantándose y contándose, su retorno a casa.
Hasta que lo escuchó el carcelero, y vino corriendo alarmado por las voces que daba el cautivo, y esta vez le arrebató la voz al prisionero, guardando todo entero el canto y el cuento en una de sus botellas, dejando al cautivo roto y vencido definitivamente.
Esa noche, el celador estaba a punto de dormir satisfecho, cuando descubrió de reojo que en el interior de una de sus botellas se agitaba un extraño fulgor. Era aquella donde había guardado el canto del prisionero, y que en la oscuridad fluctuaba como humo encadenado, una llama ahogándose o un diminuto amanecer verde oscuro.
Curioso el carcelero se acercó entornando los ojos y de pronto le falló el aliento cuando distinguió las formas oscilando en el interior:
…Un desierto de arenas doradas bajo las estrellas….
…Un bosque ancestral espeso como la lluvia…
…y más allá, una torre verde…
Aquella noche el celador no durmió igual, ni soñó lo que solía, ni se despertó siendo el mismo.
A la mañana siguiente, cogió todas sus botellas en los brazos y corrió hasta la celda del prisionero.
--¡Por favor! ¡Llévame contigo! ¡Por favor! ¡Toma lo que quieras de estas botellas! ¡Tómalas todas, pero llévame contigo a tu hogar!
--Si yo pudiera, ya me hubiera ido --le replicó impotente el prisionero desde los barrotes.
Y entonces, sintió tal rotura el celador también, que todos sus abandonos lo avasallaron, y rugiendo su vida casi en llanto, arrojó todas las botellas al suelo, quebrándose y esparciéndose por todo el pasillo.
Y lo que había en ellas se mezcló en el aire, esparciéndose los malos olores de la cocina en las arenas doradas del desierto bajo las estrellas, carcajadas de chistes no comprendidos reverberaron en un bosque ancestral espeso como la lluvia, y el saludo del único que lo había respetado, vislumbró más allá, la torre verde.
Atraídos por el barullo, otros guardias de la prisión corrieron al lugar y descubrieron que el celador y el prisionero habían desaparecido, y que no quedaba ningún rastro de ellos salvo las botellas rotas y un eco lejano que susurraba aún entre los cristales…
…"Érase una vez un prisionero arrestado injustamente, que deseaba regresar a su hogar, y lo vigilaba un carcelero que"…
Ansioso por regresar a su hogar, el prisionero arrestado injustamente, juntó el migajón del pan que le daban, y construyó con él en tres días, una miniatura de su casa. El celador cuando lo descubrió, desmoronó la casa con sus dedos, arrojó los restos a las ratas, y guardó en una de sus botellas, la única torre de migajón que sobrevivió.
Entonces, el prisionero arrestado injustamente, guardó pacientemente los restos requemados de sus alimentos, hasta juntar suficiente para llenar una caja de zapatos, y una noche comenzó a dibujar su hogar en el muro, para regresar a él. A punto de terminar casi al alba, el celador lo descubrió y lo obligó a borrar con su camisa mojada, todo el mural de carbón, y esta vez guardó en una de sus botellas, la mirada desolada del prisionero.
Y el cautivo entonces, derrotado y devastado, se arrinconó a llorar en silencio, mordiéndose las manos, hasta que el vacío se le reventó en el pecho y comenzó a cantar, primero en murmullos y sollozos, y después salvajemente, cantándose y contándose, su retorno a casa.
Hasta que lo escuchó el carcelero, y vino corriendo alarmado por las voces que daba el cautivo, y esta vez le arrebató la voz al prisionero, guardando todo entero el canto y el cuento en una de sus botellas, dejando al cautivo roto y vencido definitivamente.
Esa noche, el celador estaba a punto de dormir satisfecho, cuando descubrió de reojo que en el interior de una de sus botellas se agitaba un extraño fulgor. Era aquella donde había guardado el canto del prisionero, y que en la oscuridad fluctuaba como humo encadenado, una llama ahogándose o un diminuto amanecer verde oscuro.
Curioso el carcelero se acercó entornando los ojos y de pronto le falló el aliento cuando distinguió las formas oscilando en el interior:
…Un desierto de arenas doradas bajo las estrellas….
…Un bosque ancestral espeso como la lluvia…
…y más allá, una torre verde…
Aquella noche el celador no durmió igual, ni soñó lo que solía, ni se despertó siendo el mismo.
A la mañana siguiente, cogió todas sus botellas en los brazos y corrió hasta la celda del prisionero.
--¡Por favor! ¡Llévame contigo! ¡Por favor! ¡Toma lo que quieras de estas botellas! ¡Tómalas todas, pero llévame contigo a tu hogar!
--Si yo pudiera, ya me hubiera ido --le replicó impotente el prisionero desde los barrotes.
Y entonces, sintió tal rotura el celador también, que todos sus abandonos lo avasallaron, y rugiendo su vida casi en llanto, arrojó todas las botellas al suelo, quebrándose y esparciéndose por todo el pasillo.
Y lo que había en ellas se mezcló en el aire, esparciéndose los malos olores de la cocina en las arenas doradas del desierto bajo las estrellas, carcajadas de chistes no comprendidos reverberaron en un bosque ancestral espeso como la lluvia, y el saludo del único que lo había respetado, vislumbró más allá, la torre verde.
Atraídos por el barullo, otros guardias de la prisión corrieron al lugar y descubrieron que el celador y el prisionero habían desaparecido, y que no quedaba ningún rastro de ellos salvo las botellas rotas y un eco lejano que susurraba aún entre los cristales…
…"Érase una vez un prisionero arrestado injustamente, que deseaba regresar a su hogar, y lo vigilaba un carcelero que"…