El rompecabezas del abuelo
Juan Andrés Capalbo*
Armar rompecabezas es una afición que nació cuando era niño. En mi cumpleaños número seis mi abuelo, que era coleccionista, me regaló uno de cuarenta y ocho piezas con la imagen de un dinosaurio anaranjado.
Desde aquel entonces recibí muchos otros en distintas fechas. Pero los más especiales siempre fueron los del abuelo, que a veces armábamos juntos. Un barco en el puerto, una playa soleada y una manada de caballos corriendo por el campo son algunas de las imágenes que más recuerdo.
Aunque había uno que captaba mi atención de un modo particular. Era de mil piezas cuya tapa representaba los días de la revolución francesa. En la caja podía verse una multitud reunida en una plaza alrededor de un patíbulo. Arriba había un grupo de revolucionarios que llevaban a un prisionero para ser ejecutado. Pero había otra cosa que lo diferenciaba del resto: prometía revelar un secreto sobre aquel evento histórico. El abuelo decía que era muy difícil y que revelaría algo no apto para niños. Por este motivo nunca lo armamos juntos. Recuerdo que lo tenía desplegado en una mesa en su habitación y que nunca lo vi completo. Yo le hacía algunas preguntas sobre la revolución y el me respondía, incluso me dio detalles sobre la guillotina, algo que escandalizó a mi abuela, por considerar que esos datos eran demasiado sangrientos para un niño. Lejos de verlo de esa manera, yo continuaba preguntando. Ya que no podía armarlo, esa era una manera de participar.
Sin embargo, el recuerdo que más presente tengo de ese rompecabezas es que el abuelo murió intentando armarlo. Pasó que un día habíamos ido a cenar y cuando la comida estaba en la mesa, él no bajó. No era raro que esto ocurriera, solía pasar cuando estaba en su habitación. Entonces fui a buscarlo y lo encontré desvanecido. Las piezas también estaban tiradas y esparcidas por el suelo. Estoy seguro que sufrió un infarto y cayó en la mesa o intentó aferrarse a ella y por eso estaban en el piso.
Fue difícil para todos, ya que nada parecía indicar ese desenlace. Pasados unos días, guardaron sus pertenencias, no se si mi mamá o mi abuela, pero si se que el juego terminó en la parte de arriba de un armario. Y ahí quedó durante años.
El tiempo pasó y ocurrió lo inevitable: mi abuela nos dejó. Así que fuimos a la casa a guardar las cosas ya que nadie viviría allí. Y al revisar el armario lo encontré. Había olvidado el dibujo de la tapa y la promesa de que revelaría un misterio. En otro momento habían atrapado la atención de mi abuelo que pasó sus últimos días intentando resolverlo y ahora estaba cubierto de polvo y olvidado.
Me tomé el atrevimiento de llevarlo conmigo, al fin y al cabo se trataba de un juego que estuvo guardado durante años sin que nadie lo recordara. Además, yo era el único que compartía esta pasión.
Una vez en casa le quité la tapa y comencé a armarlo. Fue una sensación extraña. Un cosquilleo que no supe de donde salía me recorrió el cuerpo. Seguro que por el recuerdo del abuelo intentando descifrarlo o por que era el único que nunca armé. Mis hijos (pasó mucho tiempo si) se acercaron y también jugaron conmigo. Les llamó la atención en un principio, por la cantidad de piezas y la imagen poco habitual en uno de estos juegos, además, les había hablado de este pasatiempo que teníamos juntos. Pero a los pocos días lo dejaron. Les parecía que el avance era lento y superada la sorpresa inicial dejaron de interesarse. Tampoco les despertaba la misma pasión que a mi. Así que continué en solitario.
Como mencioné antes, el proceso era lento, pero poco a poco iba sumando piezas, las partes armadas al principio eran pocas y dispersas fueron expandiéndose y sumando piezas hasta que una noche logré colocar la última. Nuevamente me invadió una sensación que no supe si era alegría por haber logrado lo que el abuelo no llegó a hacer o tristeza por que él no estuviera para verlo, a pesar de los años transcurridos...
Entonces recordé otro detalle que hizo volver al presente: el misterio que develaría al ser completado. Estuve largo rato mirando la imagen, esperando encontrar algo que no estuviera en la caja. Pero ambas coincidían. Busqué alguna frase o palabras que indicaran algo, pero tampoco. No parecía diferir en nada, quizás no era más que un eslogan para captar la atención.
Mientras pensaba esto, escuché que me llamaban para la cena, así que apagué la luz para ir al comedor, pero en cuanto lo hice, todo cambió. El rompecabezas comenzó a irradiar una luz verde brillante en medio de la oscuridad. La encendí otra vez y el efecto pasó. Pero volvió en cuanto la apagué. Esto me sorprendió ya que no parecía estar hecho de ningún material fuera de lo común. No podía explicar a que se debía el fenómeno. Así que me acerqué para ver la imagen. Los hombres que llevaban a cabo la ejecución miraban hacia mi dirección... quiero decir que me miraban a mi. Era algo muy raro. Toqué la luz para ver como se sentía al tacto y ocurrió algo aún más extraño. La mano quedó atrapada y no solo no podía retirarla sino que sentí que de a poco me absorbía, como si alguien tirara de mi. La luz no me permitía ver a mi alrededor y solo me sentí caer. A la visión que tuve de los hombres que me miraban se sumó el bullicio de una multitud. Entonces el efecto de la luz pasó y pude mirar a mi alrededor. Me encontraba rodeado por las mismas personas que vi a través de ella. De alguna forma me había transportado a donde ellos estaban. Me di cuenta que estábamos sobre un patíbulo y que iban a decapitar a alguien, de ahí que la multitud aclamara. Yo estaba dentro del rompecabezas. Entonces me volví para ver al pobre desgraciado que sería ejecutado. Y lo único que vi fueron más soldados que me agarraron de los brazos y me llevaban hacia la guillotina. Entonces supe que el secreto lo averiguaría de la peor manera y que continuaría siendo eso: un secreto ya que no podría contárselo a nadie. Menos mal que mis hijos no compartieron mi pasión por los rompecabezas.
Desde aquel entonces recibí muchos otros en distintas fechas. Pero los más especiales siempre fueron los del abuelo, que a veces armábamos juntos. Un barco en el puerto, una playa soleada y una manada de caballos corriendo por el campo son algunas de las imágenes que más recuerdo.
Aunque había uno que captaba mi atención de un modo particular. Era de mil piezas cuya tapa representaba los días de la revolución francesa. En la caja podía verse una multitud reunida en una plaza alrededor de un patíbulo. Arriba había un grupo de revolucionarios que llevaban a un prisionero para ser ejecutado. Pero había otra cosa que lo diferenciaba del resto: prometía revelar un secreto sobre aquel evento histórico. El abuelo decía que era muy difícil y que revelaría algo no apto para niños. Por este motivo nunca lo armamos juntos. Recuerdo que lo tenía desplegado en una mesa en su habitación y que nunca lo vi completo. Yo le hacía algunas preguntas sobre la revolución y el me respondía, incluso me dio detalles sobre la guillotina, algo que escandalizó a mi abuela, por considerar que esos datos eran demasiado sangrientos para un niño. Lejos de verlo de esa manera, yo continuaba preguntando. Ya que no podía armarlo, esa era una manera de participar.
Sin embargo, el recuerdo que más presente tengo de ese rompecabezas es que el abuelo murió intentando armarlo. Pasó que un día habíamos ido a cenar y cuando la comida estaba en la mesa, él no bajó. No era raro que esto ocurriera, solía pasar cuando estaba en su habitación. Entonces fui a buscarlo y lo encontré desvanecido. Las piezas también estaban tiradas y esparcidas por el suelo. Estoy seguro que sufrió un infarto y cayó en la mesa o intentó aferrarse a ella y por eso estaban en el piso.
Fue difícil para todos, ya que nada parecía indicar ese desenlace. Pasados unos días, guardaron sus pertenencias, no se si mi mamá o mi abuela, pero si se que el juego terminó en la parte de arriba de un armario. Y ahí quedó durante años.
El tiempo pasó y ocurrió lo inevitable: mi abuela nos dejó. Así que fuimos a la casa a guardar las cosas ya que nadie viviría allí. Y al revisar el armario lo encontré. Había olvidado el dibujo de la tapa y la promesa de que revelaría un misterio. En otro momento habían atrapado la atención de mi abuelo que pasó sus últimos días intentando resolverlo y ahora estaba cubierto de polvo y olvidado.
Me tomé el atrevimiento de llevarlo conmigo, al fin y al cabo se trataba de un juego que estuvo guardado durante años sin que nadie lo recordara. Además, yo era el único que compartía esta pasión.
Una vez en casa le quité la tapa y comencé a armarlo. Fue una sensación extraña. Un cosquilleo que no supe de donde salía me recorrió el cuerpo. Seguro que por el recuerdo del abuelo intentando descifrarlo o por que era el único que nunca armé. Mis hijos (pasó mucho tiempo si) se acercaron y también jugaron conmigo. Les llamó la atención en un principio, por la cantidad de piezas y la imagen poco habitual en uno de estos juegos, además, les había hablado de este pasatiempo que teníamos juntos. Pero a los pocos días lo dejaron. Les parecía que el avance era lento y superada la sorpresa inicial dejaron de interesarse. Tampoco les despertaba la misma pasión que a mi. Así que continué en solitario.
Como mencioné antes, el proceso era lento, pero poco a poco iba sumando piezas, las partes armadas al principio eran pocas y dispersas fueron expandiéndose y sumando piezas hasta que una noche logré colocar la última. Nuevamente me invadió una sensación que no supe si era alegría por haber logrado lo que el abuelo no llegó a hacer o tristeza por que él no estuviera para verlo, a pesar de los años transcurridos...
Entonces recordé otro detalle que hizo volver al presente: el misterio que develaría al ser completado. Estuve largo rato mirando la imagen, esperando encontrar algo que no estuviera en la caja. Pero ambas coincidían. Busqué alguna frase o palabras que indicaran algo, pero tampoco. No parecía diferir en nada, quizás no era más que un eslogan para captar la atención.
Mientras pensaba esto, escuché que me llamaban para la cena, así que apagué la luz para ir al comedor, pero en cuanto lo hice, todo cambió. El rompecabezas comenzó a irradiar una luz verde brillante en medio de la oscuridad. La encendí otra vez y el efecto pasó. Pero volvió en cuanto la apagué. Esto me sorprendió ya que no parecía estar hecho de ningún material fuera de lo común. No podía explicar a que se debía el fenómeno. Así que me acerqué para ver la imagen. Los hombres que llevaban a cabo la ejecución miraban hacia mi dirección... quiero decir que me miraban a mi. Era algo muy raro. Toqué la luz para ver como se sentía al tacto y ocurrió algo aún más extraño. La mano quedó atrapada y no solo no podía retirarla sino que sentí que de a poco me absorbía, como si alguien tirara de mi. La luz no me permitía ver a mi alrededor y solo me sentí caer. A la visión que tuve de los hombres que me miraban se sumó el bullicio de una multitud. Entonces el efecto de la luz pasó y pude mirar a mi alrededor. Me encontraba rodeado por las mismas personas que vi a través de ella. De alguna forma me había transportado a donde ellos estaban. Me di cuenta que estábamos sobre un patíbulo y que iban a decapitar a alguien, de ahí que la multitud aclamara. Yo estaba dentro del rompecabezas. Entonces me volví para ver al pobre desgraciado que sería ejecutado. Y lo único que vi fueron más soldados que me agarraron de los brazos y me llevaban hacia la guillotina. Entonces supe que el secreto lo averiguaría de la peor manera y que continuaría siendo eso: un secreto ya que no podría contárselo a nadie. Menos mal que mis hijos no compartieron mi pasión por los rompecabezas.
*Juan Andrés Capalbo, 33 años, docente de Educación Especial, residente en la provincia de Buenos Aires, Argentina. Correo: [email protected]