El último monstruo en el planeta
O. S. Cranston
Lo arrestaron por eso de las dos de la tarde, él se encontraba en su casa en California, los policías no tocaron a la puerta, la tumbaron, creyendo que él huiría o se suicidaría, y no es para poco, su rostro estaba en todos los noticieros, lo señalaban y lo nombraban “El monstruo de San Andrés”. El monstruo se encontraba en su sala, llamaba por teléfono cuando lo vio en la televisión, buscaba a su agente, a su guardaespaldas, a todos lo que pudieran ayudarlo, aunque sea mínimamente, porque todo su imperio, todo por lo que trabajó y por lo que lloró caía como naipes al suelo; el sudor que llegó a quitarse de su frente con la manga no valió para nada. Cuando el oficial Gómez efectuó el arresto se quedó perplejo, el monstruo solo miraba el noticiero de la tarde, el presentador señalaba una y otra vez su fotografía y él, con su celular en mano y en la otra el control remoto, solo miraba al frente, al tocar sus brazos notó que estaba frío, al colocar sus muñecas detrás sintió que su respiración no estaba agitada ni asustada y cuando revisaron el cuarto, notaron que no había intentado escapar, ni si quiera había intentado sacar su pasaporte o cualquier cosa, simplemente lo encontraron parado frente al televisor, sereno y calmado.
No pudo haber mejor día ni mejor hora que aquella del juicio en el que se efectuó contra el “Monstruo de San Andrés”, fue un martirio atravesar la puerta de la camioneta de seguridad en el que lo transportaron hasta las oficinas judiciales, los periodistas ejemplificaban perfectamente su papel de carroñeros al fotografiarlo con miles de cámaras intentando enfocar, los camarógrafos de diversas cadenas de televisión se peleaban casi a muerte por una toma perfecta de su rostro, intentando captar alguna lágrima o rastro que denotara arrepentimiento, porque era aquello lo que más quería ver la audiencia. Cuando Henry, un veterano empleado de la cadena Star News, registró la fotografía que acababa de tomar con su Canon, se intrigó por algo casi absurdo; por ética ningún reportero debía mostrar una postura en sus reportajes, eso lo debían saber todos y debía ser una norma que se ejemplificara en cualquier nota, en el caso del “Monstruo de San Andrés”, no pudo callar y dijo a su jefe editor “Quisiera verlo llorar cuando le dicten pena mortal”. Lo dijo mientras veía a aquel infame sujeto sonriendo para las cámaras.
“¿Y qué pasó en el juicio?” Le preguntaba Rose a su contacto dentro, ella debía publicar un artículo en el portal electrónico de su cadena de noticias para las doce de la madrugada, eran las diez y no podía estar más ansiosa, hablaba por teléfono con Gabriel, un abogado que logró colarse dentro de la sala, ya que aquel caso fue tan polémico, que ningún medio de prensa pudo pasar, ningún dibujante y ningún medio externo que no fuera parte del caso. Le dijo que era extraño ver al monstruo sentado solo en la mesa de los acusados, no tenía ningún abogado que lo auxiliara, recordaba aquella otra ocasión que lo acusaron de plagio y más de cinco abogados acudieron en su auxilio; pero, su soledad no era todo lo destacable. La fiscalía era la más peligrosa, el abogado principal se llamaba Alfredo Martínez, nacionalizado hace quince años y con trece de carrera perfecta, sin algún registro de fracaso y tan audaz, que asustaba hasta a los propios jueces, y en segundo lugar estaba Alice McCarthy, todo lo que decía aquella mujer se volvían puñales contra quien estuviera al frente, fiel defensora de los derechos de la mujer y la primera en la carrera de derecho en Oxford; dos gigantes contra un monstruo. Gabriel pensó que aquello sería un juicio lento pero peligroso, y no se equivocó. Entró el juez, todos de pie, Gabriel presumía su gafete de “Asistencia mediática” en caso de que el acusado solicitara una defensa en cualquier momento, por lo que su presencia era vital, el que dirigió el caso se llamaba George Durden, pidió que se sentaran todos, preguntó por la defensa del acusado y el monstruo dijo lo siguiente “Pues, su señoría, diría que no tengo”, le preguntó si quería solicitar asistencia inmediata, Gabriel se preparó para levantarse, pero este le contestó “No, su señoría, rechazo mi derecho de defensa”, y aquello hubiera sido el final del relato, pero el oficial de la puerta le comunicó a los licenciados presentes que permanecieran sentados, ya que el caso sería tan grave, que en cualquier momento, su presencia sería menester. Inicio todo, el juez pidió que se recitara la acusación y la fiscalía dicto “Caso de pederastia, pedofilia, prostitución de menores, almacenamiento de pornografía infantil, asesinato, secuestro y practica de aborto clandestino a menores”, y la cara del juez fue la precisa, simplemente enmudeció, el tono rozado se volvió blanco, el jurado, integrado en su mayoría por mujeres, reflejaron un rostro de miedo, algunas de susto y los únicos tres hombres miraron furiosos al monstruo. “Dime cómo lo atraparon, estaba en México siguiendo un caso estudiantil, y me desconecté por completo de los medios”, le dijo Rose al abogado y este le comentó lo que ya todos sabían. Primero detuvieron a un pequeño vendedor de droga, el proceso sería el clásico, decomisarían todo, lo meterían tras las rejas por un tiempo y ya estaría; pero este le dijo a su compañero de celda que conocía a un miembro de la farándula que consumía, este salió de chismoso con sus abogados para intentar rebajar su condena, ellos aceptaron y avisaron aquel escándalo, los medios se comieron vivo a Jack Luckman, y lo que más aterró a los que miraban el canal de noticas es que aquel fue detenido mientras miraba imágenes de niños a través de su celular, y al final el nombre del monstruo salió a la luz, se comentó todo lo que hacía, a cuanto lo vendía y antes de tan si quiera hablar de todos los miembros involucrados en su organización, ya lo trasladaban en un auto oficial; un gran dominó que empezó porque una señora inmigrante, harta de que su vecino, el vendedor de droga, pusiera su música a alto volumen, llamó a la policía. El monstruo cayó por una llamada de una anciana. De vuelta en el juicio, el monstruo miraba siempre a los ojos de los fiscales, ellos en ocasiones le regresaban el gesto furiosos y él les dedicaba una sonrisa, se nombraron todos los nombres, no se limitaron a resumir todo en una estadística, el jurado fue cambiado tres veces, las primeras dos porque las mujeres no podían soportar oír aquello, y la última de uno de los hombres por “asuntos de vital importancia”, las imágenes mostradas fueron grotescas, en cierto momento el juez pidió que se limitaran a mencionar los detalles pertinentes o de mayor relevancia, pero la fiscal Alice aseguraba que con la simple mención de estos no sería suficiente, que la demostración visual sería más ilustrativa, y todo aquello para condenar con mayor severidad al inculpado, y el monstruo solo miraba al frente, no protestó en ningún momento, no parecía asustado, en ocasiones se reía y provocaba la cólera de los oficiales, los cuales fueron advertidos dos veces por el juez para que calmaran sus impulsos por agredirlo, y no es que tomara una actitud burlona, se reía de verdad, miraba al frente cada que le preguntaban algo y él contestaba con respuestas cortas, decía “Tal”, “Sí” o “Ya”. La asamblea duró seis horas, no habían acabado de mencionar a todas las víctimas, por lo que el juez simplemente anunció la fecha de la siguiente reunión y mandó al jurado a un aislamiento completo. Todo aquello contó el abogado Gabriel y ya eran las once de la noche, Rose escribió todos los detalles sin involucrar a su contacto y a las doce ya estaba publicado su artículo en la página de internet, lo miró por largo rato y luego pensó que, tal vez y solo tal vez, su escrito podría ser borrado u olvidado, porque el monstruo tenía tantos enlaces, había participado en tantos eventos con políticos y grandes influencias, que saldría más temprano que tarde, que todo quedaría impune, por lo que se sentó frente a su computadora, miró la pantalla por un largo rato, y a la una de la mañana dijo estando completamente sola: “Ahora solo queda esperar”.
El juicio duró más de diez asambleas, seis meses, catorce cambios de jurado, tres interrupciones por vómitos causados a los abogados que seguían asistiendo en caso de ser requeridos en algún momento, el oficial Luis Roth estaba harto de asistir a aquellas sesiones, solo para impedir que entrara cualquiera, solo para pararse durante seis horas delante de la doble puerta de madera, escuchar todos aquellos delitos tan atroces, ver involuntariamente, obligado por el morbo, todos los rostros de niños y niñas llorando, ver como su piel era expuesta, pensar en su hija, cerrar el puño discretamente para no caer en la furia y destrozar el rostro del culpable, y es que él no lo podía llamar como lo llamaban los medios. Un monstruo es algo terrible, un ser que causa malestar, un ser al que se le teme por ser de naturaleza malvada o diabólica; pero, sus actos no eran tan despiadados como los de aquel que estaba sentado en la mesa de la derecha, que sonreía de vez en cuando, aquello debía ser un demonio. Cuando terminaron de mostrar el material de las trecientas víctimas, se pidió el alegato del culpable, el monstruo solo se levantó, miró al juez muy seriamente y sin temblar, como lo haría cualquiera en su lugar y dijo lo siguiente: “¿Creen de verdad que, al encerrarme, callarme o matarme terminará todo? ¿Qué ven cuando me dirigen la mirada? Tal vez un monstruo, como escuché que me dicen en las noticias, tal vez la mano del demonio como los religiosos me llaman, tal vez el anticristo como me catalogaron los más fanáticos, o a Dios como me dijeron algunos reclusos en San Otto, pero si he de ser franco, al matar a un monstruo no eliminan el mal, porque les diré un secreto, algunas de mis victimas no me vieron solo a mí, vieron a un violador cualquiera, vieron los ojos mismos de la maldad en los de un desconocido, otros vieron a un amigo que los engaño, alguien cercano, un vecino que los saludaba cordialmente, a un primo que los engaño para jugar en privado, a un tío que pedía un favor, a un padre, a Dios mismo. Yo solo soy el reflejo de ustedes, soy un espejo, ustedes ven una alimaña, yo los veo a los ojos, ustedes desprecian lo que hago, pero yo los sigo viendo, y me rio de ustedes, porque condenan lo mismo que provocan”. El juez lo silenció, se programó la última asamblea al día siguiente para dictar sentencia y esperando que el jurado se pusiera de acuerdo para ese momento, Luis Roth, que temblaba y observaba, vio que varios de los presentes sudaron cuando aquella aseveración fue pronunciada, algunos miraron en sus carteras alguna fotografía, otros miraron sus celulares al salir y unos más simplemente salieron asustados, el guardia se quedó hasta que el último asistente se retiró, todo quedó en silencio, y no pudo más que llamar a su esposa al finalizar. Antes de abordar su automóvil pensó en el monstruo, pensó en como todos sus amigos siempre lo defendían cuando había problemas, pensaba que para ese momento debieron de contratar algún abogado de manera anónima para, al menos, reducir la condena o que no le sentenciarán a muerte.
Lo instalaron en un cuarto reducido, acondicionado con una sola manta cocida al colchón para que no pudiera utilizarla para ahorcarse, una mesa de plástico suave para que no intentara golpearse hasta la muerte con este, un escusado del mismo material y que ocupaba poca agua, no había ventanas, la puerta que lo separaba con el resto del reclusorio era de metal forjado al exterior y completamente liso en el interior, recubierto con tela y algodón, la almohada que usaba era tan delgada que no podría ser utilizada para ahogarse, el techo tenía tres metros de alto por si planeaba colarse por la rendija de la ventilación, y el único medio de contacto con el resto de mundo era una pequeña rendija en la parte inferior de la puerta por la que le transportaban la comida, la cual siempre era puré de papa y medio vaso de agua; y aún con todo aquello, él sabía que moriría, y que los forenses estarían forzados a dictar “Suicidio”. Eran las doce de la noche, los dos guardias que custodiaban esa exclusiva habitación terminaron su ronda y, en lugar de esperar a los remplazos, simplemente se fueron por orden de central, las cuatro cámaras que vigilaban el interior y el exterior de aquella habitación fallaron, el vigilante en la mañana diría que debió ser una mala conexión, las luces del exterior, que debían estar prendidas en todo momento, se apagaron, y fue gracias al ruido del interruptor que el monstruo supo que se acercaba el momento. Por primera vez en seis meses sintió terror, su pulso se volvió acelerado, el sudor escurría de su frente y en su mente un último pensamiento lo invadía “¿Quién matará al monstruo?”. Se escucharon pasos, eran más de seis los verdugos, se escuchó el cierre de una mochila abrirse, unos susurros y a alguien toser. Eran sus amigos, sus clientes, sus guardaespaldas, su agente, todos aquellos que lo consideraban amigo y vendedor, con cada uno había hecho tratos, todos habían consumido su material, y no querían que él los delatara, por lo que el monstruo solo esperó en silencio su final.
Antes de abrir la puerta, el oficial Gomez preguntó si todos estaban listos, el reportero Henry dijo que sí, el abogado Gabriel asintió, la analista Rose también, Luis Roth solo miró al líder y el fiscal Alfredo Martínez sacó de su maleta de tela una cuerda.
No pudo haber mejor día ni mejor hora que aquella del juicio en el que se efectuó contra el “Monstruo de San Andrés”, fue un martirio atravesar la puerta de la camioneta de seguridad en el que lo transportaron hasta las oficinas judiciales, los periodistas ejemplificaban perfectamente su papel de carroñeros al fotografiarlo con miles de cámaras intentando enfocar, los camarógrafos de diversas cadenas de televisión se peleaban casi a muerte por una toma perfecta de su rostro, intentando captar alguna lágrima o rastro que denotara arrepentimiento, porque era aquello lo que más quería ver la audiencia. Cuando Henry, un veterano empleado de la cadena Star News, registró la fotografía que acababa de tomar con su Canon, se intrigó por algo casi absurdo; por ética ningún reportero debía mostrar una postura en sus reportajes, eso lo debían saber todos y debía ser una norma que se ejemplificara en cualquier nota, en el caso del “Monstruo de San Andrés”, no pudo callar y dijo a su jefe editor “Quisiera verlo llorar cuando le dicten pena mortal”. Lo dijo mientras veía a aquel infame sujeto sonriendo para las cámaras.
“¿Y qué pasó en el juicio?” Le preguntaba Rose a su contacto dentro, ella debía publicar un artículo en el portal electrónico de su cadena de noticias para las doce de la madrugada, eran las diez y no podía estar más ansiosa, hablaba por teléfono con Gabriel, un abogado que logró colarse dentro de la sala, ya que aquel caso fue tan polémico, que ningún medio de prensa pudo pasar, ningún dibujante y ningún medio externo que no fuera parte del caso. Le dijo que era extraño ver al monstruo sentado solo en la mesa de los acusados, no tenía ningún abogado que lo auxiliara, recordaba aquella otra ocasión que lo acusaron de plagio y más de cinco abogados acudieron en su auxilio; pero, su soledad no era todo lo destacable. La fiscalía era la más peligrosa, el abogado principal se llamaba Alfredo Martínez, nacionalizado hace quince años y con trece de carrera perfecta, sin algún registro de fracaso y tan audaz, que asustaba hasta a los propios jueces, y en segundo lugar estaba Alice McCarthy, todo lo que decía aquella mujer se volvían puñales contra quien estuviera al frente, fiel defensora de los derechos de la mujer y la primera en la carrera de derecho en Oxford; dos gigantes contra un monstruo. Gabriel pensó que aquello sería un juicio lento pero peligroso, y no se equivocó. Entró el juez, todos de pie, Gabriel presumía su gafete de “Asistencia mediática” en caso de que el acusado solicitara una defensa en cualquier momento, por lo que su presencia era vital, el que dirigió el caso se llamaba George Durden, pidió que se sentaran todos, preguntó por la defensa del acusado y el monstruo dijo lo siguiente “Pues, su señoría, diría que no tengo”, le preguntó si quería solicitar asistencia inmediata, Gabriel se preparó para levantarse, pero este le contestó “No, su señoría, rechazo mi derecho de defensa”, y aquello hubiera sido el final del relato, pero el oficial de la puerta le comunicó a los licenciados presentes que permanecieran sentados, ya que el caso sería tan grave, que en cualquier momento, su presencia sería menester. Inicio todo, el juez pidió que se recitara la acusación y la fiscalía dicto “Caso de pederastia, pedofilia, prostitución de menores, almacenamiento de pornografía infantil, asesinato, secuestro y practica de aborto clandestino a menores”, y la cara del juez fue la precisa, simplemente enmudeció, el tono rozado se volvió blanco, el jurado, integrado en su mayoría por mujeres, reflejaron un rostro de miedo, algunas de susto y los únicos tres hombres miraron furiosos al monstruo. “Dime cómo lo atraparon, estaba en México siguiendo un caso estudiantil, y me desconecté por completo de los medios”, le dijo Rose al abogado y este le comentó lo que ya todos sabían. Primero detuvieron a un pequeño vendedor de droga, el proceso sería el clásico, decomisarían todo, lo meterían tras las rejas por un tiempo y ya estaría; pero este le dijo a su compañero de celda que conocía a un miembro de la farándula que consumía, este salió de chismoso con sus abogados para intentar rebajar su condena, ellos aceptaron y avisaron aquel escándalo, los medios se comieron vivo a Jack Luckman, y lo que más aterró a los que miraban el canal de noticas es que aquel fue detenido mientras miraba imágenes de niños a través de su celular, y al final el nombre del monstruo salió a la luz, se comentó todo lo que hacía, a cuanto lo vendía y antes de tan si quiera hablar de todos los miembros involucrados en su organización, ya lo trasladaban en un auto oficial; un gran dominó que empezó porque una señora inmigrante, harta de que su vecino, el vendedor de droga, pusiera su música a alto volumen, llamó a la policía. El monstruo cayó por una llamada de una anciana. De vuelta en el juicio, el monstruo miraba siempre a los ojos de los fiscales, ellos en ocasiones le regresaban el gesto furiosos y él les dedicaba una sonrisa, se nombraron todos los nombres, no se limitaron a resumir todo en una estadística, el jurado fue cambiado tres veces, las primeras dos porque las mujeres no podían soportar oír aquello, y la última de uno de los hombres por “asuntos de vital importancia”, las imágenes mostradas fueron grotescas, en cierto momento el juez pidió que se limitaran a mencionar los detalles pertinentes o de mayor relevancia, pero la fiscal Alice aseguraba que con la simple mención de estos no sería suficiente, que la demostración visual sería más ilustrativa, y todo aquello para condenar con mayor severidad al inculpado, y el monstruo solo miraba al frente, no protestó en ningún momento, no parecía asustado, en ocasiones se reía y provocaba la cólera de los oficiales, los cuales fueron advertidos dos veces por el juez para que calmaran sus impulsos por agredirlo, y no es que tomara una actitud burlona, se reía de verdad, miraba al frente cada que le preguntaban algo y él contestaba con respuestas cortas, decía “Tal”, “Sí” o “Ya”. La asamblea duró seis horas, no habían acabado de mencionar a todas las víctimas, por lo que el juez simplemente anunció la fecha de la siguiente reunión y mandó al jurado a un aislamiento completo. Todo aquello contó el abogado Gabriel y ya eran las once de la noche, Rose escribió todos los detalles sin involucrar a su contacto y a las doce ya estaba publicado su artículo en la página de internet, lo miró por largo rato y luego pensó que, tal vez y solo tal vez, su escrito podría ser borrado u olvidado, porque el monstruo tenía tantos enlaces, había participado en tantos eventos con políticos y grandes influencias, que saldría más temprano que tarde, que todo quedaría impune, por lo que se sentó frente a su computadora, miró la pantalla por un largo rato, y a la una de la mañana dijo estando completamente sola: “Ahora solo queda esperar”.
El juicio duró más de diez asambleas, seis meses, catorce cambios de jurado, tres interrupciones por vómitos causados a los abogados que seguían asistiendo en caso de ser requeridos en algún momento, el oficial Luis Roth estaba harto de asistir a aquellas sesiones, solo para impedir que entrara cualquiera, solo para pararse durante seis horas delante de la doble puerta de madera, escuchar todos aquellos delitos tan atroces, ver involuntariamente, obligado por el morbo, todos los rostros de niños y niñas llorando, ver como su piel era expuesta, pensar en su hija, cerrar el puño discretamente para no caer en la furia y destrozar el rostro del culpable, y es que él no lo podía llamar como lo llamaban los medios. Un monstruo es algo terrible, un ser que causa malestar, un ser al que se le teme por ser de naturaleza malvada o diabólica; pero, sus actos no eran tan despiadados como los de aquel que estaba sentado en la mesa de la derecha, que sonreía de vez en cuando, aquello debía ser un demonio. Cuando terminaron de mostrar el material de las trecientas víctimas, se pidió el alegato del culpable, el monstruo solo se levantó, miró al juez muy seriamente y sin temblar, como lo haría cualquiera en su lugar y dijo lo siguiente: “¿Creen de verdad que, al encerrarme, callarme o matarme terminará todo? ¿Qué ven cuando me dirigen la mirada? Tal vez un monstruo, como escuché que me dicen en las noticias, tal vez la mano del demonio como los religiosos me llaman, tal vez el anticristo como me catalogaron los más fanáticos, o a Dios como me dijeron algunos reclusos en San Otto, pero si he de ser franco, al matar a un monstruo no eliminan el mal, porque les diré un secreto, algunas de mis victimas no me vieron solo a mí, vieron a un violador cualquiera, vieron los ojos mismos de la maldad en los de un desconocido, otros vieron a un amigo que los engaño, alguien cercano, un vecino que los saludaba cordialmente, a un primo que los engaño para jugar en privado, a un tío que pedía un favor, a un padre, a Dios mismo. Yo solo soy el reflejo de ustedes, soy un espejo, ustedes ven una alimaña, yo los veo a los ojos, ustedes desprecian lo que hago, pero yo los sigo viendo, y me rio de ustedes, porque condenan lo mismo que provocan”. El juez lo silenció, se programó la última asamblea al día siguiente para dictar sentencia y esperando que el jurado se pusiera de acuerdo para ese momento, Luis Roth, que temblaba y observaba, vio que varios de los presentes sudaron cuando aquella aseveración fue pronunciada, algunos miraron en sus carteras alguna fotografía, otros miraron sus celulares al salir y unos más simplemente salieron asustados, el guardia se quedó hasta que el último asistente se retiró, todo quedó en silencio, y no pudo más que llamar a su esposa al finalizar. Antes de abordar su automóvil pensó en el monstruo, pensó en como todos sus amigos siempre lo defendían cuando había problemas, pensaba que para ese momento debieron de contratar algún abogado de manera anónima para, al menos, reducir la condena o que no le sentenciarán a muerte.
Lo instalaron en un cuarto reducido, acondicionado con una sola manta cocida al colchón para que no pudiera utilizarla para ahorcarse, una mesa de plástico suave para que no intentara golpearse hasta la muerte con este, un escusado del mismo material y que ocupaba poca agua, no había ventanas, la puerta que lo separaba con el resto del reclusorio era de metal forjado al exterior y completamente liso en el interior, recubierto con tela y algodón, la almohada que usaba era tan delgada que no podría ser utilizada para ahogarse, el techo tenía tres metros de alto por si planeaba colarse por la rendija de la ventilación, y el único medio de contacto con el resto de mundo era una pequeña rendija en la parte inferior de la puerta por la que le transportaban la comida, la cual siempre era puré de papa y medio vaso de agua; y aún con todo aquello, él sabía que moriría, y que los forenses estarían forzados a dictar “Suicidio”. Eran las doce de la noche, los dos guardias que custodiaban esa exclusiva habitación terminaron su ronda y, en lugar de esperar a los remplazos, simplemente se fueron por orden de central, las cuatro cámaras que vigilaban el interior y el exterior de aquella habitación fallaron, el vigilante en la mañana diría que debió ser una mala conexión, las luces del exterior, que debían estar prendidas en todo momento, se apagaron, y fue gracias al ruido del interruptor que el monstruo supo que se acercaba el momento. Por primera vez en seis meses sintió terror, su pulso se volvió acelerado, el sudor escurría de su frente y en su mente un último pensamiento lo invadía “¿Quién matará al monstruo?”. Se escucharon pasos, eran más de seis los verdugos, se escuchó el cierre de una mochila abrirse, unos susurros y a alguien toser. Eran sus amigos, sus clientes, sus guardaespaldas, su agente, todos aquellos que lo consideraban amigo y vendedor, con cada uno había hecho tratos, todos habían consumido su material, y no querían que él los delatara, por lo que el monstruo solo esperó en silencio su final.
Antes de abrir la puerta, el oficial Gomez preguntó si todos estaban listos, el reportero Henry dijo que sí, el abogado Gabriel asintió, la analista Rose también, Luis Roth solo miró al líder y el fiscal Alfredo Martínez sacó de su maleta de tela una cuerda.
*O. S. Cranston (Oscar Raúl Gil Zarza), con cuentos publicados en diversas revistas latinoamericanas y españolas. Autor de “¿Ese era yo?” (UserName No.2, septiembre 2020), “El misionero” (135Magazine, 1ra convocatoria, diciembre 2020) y “Jorge Alfonso” (Caza de Versos, Relatos de una pandemia inesperada, diciembre 2020)