Ella
Adriana Arias
Despierto antes que suene el despertador. Aún no amanece. Lentamente estiro mis brazos y piernas, mientras lo hago escucho un ligero crujir de huesos. Mis ojos se acostumbran a la oscuridad. Poco a poco comienzo a distinguir y a recorrer las cosas que habitan mi cuarto; en una de las esquinas una mesa, más allá un viejo ropero y un librero que tiene de todo, menos libros.
Fijo la mirada en el tocador que está frente a mi cama. Mi madre dice que los espejos son portales para seres oscuros. No le creo, pero todas las noches lo cubro. Y es que no me gusta imaginar mi reflejo al dormir, inmóvil con esa respiración casi imperceptible que da el sueño; por eso, siempre que puedo, evito mirarme en él. Lo que veo en el espejo no me agrada.
Continúo observando. En las paredes hay colgadas varias fotografías. En una de ellas tengo un vestido color rosa adornado con pequeñas flores, en las manos cargo una canasta. Mi madre tras de mí, me toma por los hombros.
Hay una fotografía donde aparezco bailando con Emiliano. Todas las niñas me envidiaban por ser su pareja. En cambio, a mí me hubiera gustado bailar con Abril. Tomarla por la cintura y contemplar su hermosa sonrisa; acercar su cuerpo al mío y percibir su fragancia a vainilla.
Siempre desee que Abril se diera cuenta de lo que sentía, que me notara, pero nunca lo hizo. En cambio, fue mi madre quien descubrió mis sentimientos por mi compañera, cuando revisó mi diario. Ese día todo cambió. Al llegar a casa me recibió con una bofetada, me tomó del cabello y me encerró en el cuarto. Me prohibió hablar con Abril o con cualquier otra niña y me sacó de la escuela, Tiró mi ropa. Todo lo que no le pareciera femenino terminó en el cesto de basura. Llenó mi ropero sólo con vestidos.
Fue como la ocasión que me regaló la primera muñeca. Me obligó a jugar todo el día con mi nuevo juguete. En poco tiempo, mi cuarto se llenó de peluches, juegos de té y mi mundo se tornó rosa. A mí me gustaba jugar a las escondidillas, a los encantados; también al futbol, a las canicas y a las luchas. Mi mamá se empeñó en que fuera la mejor niña. Verme jugar de esa manera nunca le agradó. No entiende que jamás seré eso que ella quiere.
Cierro mis ojos, no quiero ver más los muros. Ni pensar que jamás he sido yo, sólo lo que ella ha querido. El silencio se interrumpe por ladridos lejanos, la ciudad comienza a despertar. Pero en casa mi madre aún duerme. Lo sé porque el seguro de mi puerta sigue puesto, ella sólo lo quita cada vez que me trae la comida.
Hace días que la veo extraña, me ha dicho que ya es hora de deshacernos de algunas cosas. Dice que ya no usaré más vendas; que hoy por fin tendrá completa a su pequeña, yo sólo quiero que esto acabe. Quiero salir, buscar a Abril y mostrarme como soy.
Me levanto, voy hacia el tocador y destapo el espejo. Lo que veo no me agrada. Soy yo con un pijama rosa, mi cabello está trenzado. Me quito la ropa y me observo: mis hombros anchos, mi pecho es plano y tengo una ligera capa de bello, mis facciones son toscas. Ella me obliga a rasurarme.
Escucho pasos, se detienen en la puerta. Quitan el seguro. Es mi madre. En sus manos trae unas tijeras y un botiquín. Me pide que me acueste, no quiero, pero no puedo hacer nada, nunca he podido. Mi mente dice que no, pero mi cuerpo la obedece y regreso a la cama. Sin dudarlo me acuesto.
Mi madre pone algo sobre mi rostro, mi cuerpo poco a poco se entumece, no puedo moverme. Siento el filo de las tijeras mutilar mi cuerpo, pero no hay dolor, Tengo la sensación de algo recorrer mi pierna, Ella ve nacer a “Mary”.
Fijo la mirada en el tocador que está frente a mi cama. Mi madre dice que los espejos son portales para seres oscuros. No le creo, pero todas las noches lo cubro. Y es que no me gusta imaginar mi reflejo al dormir, inmóvil con esa respiración casi imperceptible que da el sueño; por eso, siempre que puedo, evito mirarme en él. Lo que veo en el espejo no me agrada.
Continúo observando. En las paredes hay colgadas varias fotografías. En una de ellas tengo un vestido color rosa adornado con pequeñas flores, en las manos cargo una canasta. Mi madre tras de mí, me toma por los hombros.
Hay una fotografía donde aparezco bailando con Emiliano. Todas las niñas me envidiaban por ser su pareja. En cambio, a mí me hubiera gustado bailar con Abril. Tomarla por la cintura y contemplar su hermosa sonrisa; acercar su cuerpo al mío y percibir su fragancia a vainilla.
Siempre desee que Abril se diera cuenta de lo que sentía, que me notara, pero nunca lo hizo. En cambio, fue mi madre quien descubrió mis sentimientos por mi compañera, cuando revisó mi diario. Ese día todo cambió. Al llegar a casa me recibió con una bofetada, me tomó del cabello y me encerró en el cuarto. Me prohibió hablar con Abril o con cualquier otra niña y me sacó de la escuela, Tiró mi ropa. Todo lo que no le pareciera femenino terminó en el cesto de basura. Llenó mi ropero sólo con vestidos.
Fue como la ocasión que me regaló la primera muñeca. Me obligó a jugar todo el día con mi nuevo juguete. En poco tiempo, mi cuarto se llenó de peluches, juegos de té y mi mundo se tornó rosa. A mí me gustaba jugar a las escondidillas, a los encantados; también al futbol, a las canicas y a las luchas. Mi mamá se empeñó en que fuera la mejor niña. Verme jugar de esa manera nunca le agradó. No entiende que jamás seré eso que ella quiere.
Cierro mis ojos, no quiero ver más los muros. Ni pensar que jamás he sido yo, sólo lo que ella ha querido. El silencio se interrumpe por ladridos lejanos, la ciudad comienza a despertar. Pero en casa mi madre aún duerme. Lo sé porque el seguro de mi puerta sigue puesto, ella sólo lo quita cada vez que me trae la comida.
Hace días que la veo extraña, me ha dicho que ya es hora de deshacernos de algunas cosas. Dice que ya no usaré más vendas; que hoy por fin tendrá completa a su pequeña, yo sólo quiero que esto acabe. Quiero salir, buscar a Abril y mostrarme como soy.
Me levanto, voy hacia el tocador y destapo el espejo. Lo que veo no me agrada. Soy yo con un pijama rosa, mi cabello está trenzado. Me quito la ropa y me observo: mis hombros anchos, mi pecho es plano y tengo una ligera capa de bello, mis facciones son toscas. Ella me obliga a rasurarme.
Escucho pasos, se detienen en la puerta. Quitan el seguro. Es mi madre. En sus manos trae unas tijeras y un botiquín. Me pide que me acueste, no quiero, pero no puedo hacer nada, nunca he podido. Mi mente dice que no, pero mi cuerpo la obedece y regreso a la cama. Sin dudarlo me acuesto.
Mi madre pone algo sobre mi rostro, mi cuerpo poco a poco se entumece, no puedo moverme. Siento el filo de las tijeras mutilar mi cuerpo, pero no hay dolor, Tengo la sensación de algo recorrer mi pierna, Ella ve nacer a “Mary”.