En las galeras
Amado Salazar*
Una galera de esclavos surcaba el embravecido océano.
—¡AZUZAD A LOS GALEOTES…! —urgió el capitán desde el timón—. ¡…O POR DIOS QUE NOS IREMOS A PIQUE!
El cómitre trastabilló por la crujía y descargó su rebenque contra los extenuados remeros.
—¡Tened compasión de estas pobres almas! —intercedió atajando su diestra el capellán, un anciano y seráfico fraile—. No olvidéis que, pese a sus delitos, aún son hermanos nuestros en la única y vera fe cristiana.
Por entonces era sabido que ningún reo sobrevivía más de diez años en las galeras.
—Idos al demonio vos y vuestros inoportunos sermones —le respondió el cómitre apartándolo de un empellón—. ¿No veis que trato de mantener nuestros culos a flote?
Algunas veces, sin embargo, hombres libres y desesperados se apuntaban como remeros a cambio de un jornal.
—Dejad facer a este bruto su trabajo —le susurró, ayudándolo a levantarse, el contramaestre al capellán—. Ya nos ocuparemos de él en tierra firme.
Mientras tanto, desde el último banco de remeros, un joven morisco alternaba sus braceos con fugaces y anhelantes miradas: ora al capitán, ora al cómitre, ora al capellán y de nuevo al capitán.
«Quizás si me esfuerzo lo suficiente —suspiraba—, algún día yo también gobierne mi propio navío».
—¡AZUZAD A LOS GALEOTES…! —urgió el capitán desde el timón—. ¡…O POR DIOS QUE NOS IREMOS A PIQUE!
El cómitre trastabilló por la crujía y descargó su rebenque contra los extenuados remeros.
—¡Tened compasión de estas pobres almas! —intercedió atajando su diestra el capellán, un anciano y seráfico fraile—. No olvidéis que, pese a sus delitos, aún son hermanos nuestros en la única y vera fe cristiana.
Por entonces era sabido que ningún reo sobrevivía más de diez años en las galeras.
—Idos al demonio vos y vuestros inoportunos sermones —le respondió el cómitre apartándolo de un empellón—. ¿No veis que trato de mantener nuestros culos a flote?
Algunas veces, sin embargo, hombres libres y desesperados se apuntaban como remeros a cambio de un jornal.
—Dejad facer a este bruto su trabajo —le susurró, ayudándolo a levantarse, el contramaestre al capellán—. Ya nos ocuparemos de él en tierra firme.
Mientras tanto, desde el último banco de remeros, un joven morisco alternaba sus braceos con fugaces y anhelantes miradas: ora al capitán, ora al cómitre, ora al capellán y de nuevo al capitán.
«Quizás si me esfuerzo lo suficiente —suspiraba—, algún día yo también gobierne mi propio navío».
*Amado Salazar (San Cristóbal de Las Casas, 1992) Licenciado en Historia por la Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas. Ha publicado en más de una decena de revistas físicas y electrónicas desde el 2014. Actualmente coordina el taller de estilo y creación literaria de la Casa de la Cultura del Centro Cultural El Carmen, en su ciudad natal.